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Un año sin Aznar

Lo peor es que sin Aznar el Partido Popular no sólo ha perdido un magnífico líder, sino que parece haber perdido algo más que eso, sus señas de identidad, su estrategia y su discurso.

Cuando los historiadores expliquen la década de los 80 con todos sus cambios, sin duda resaltarán tres nombres propios: Juan Pablo II, Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Cuando quieran dar cuenta de los primeros años del siglo XXI y su nuevo orden mundial también recurrirán a tres nombres: Bush, Blair y Aznar. Podrían añadir otros dos, Bin Laden y Saddam Hussein, pero éstos sólo han servido de catalizadores de las actitudes de los tres primeros.
 
José María Aznar llegó al poder en España con tres firmes propósitos en mente: el primero, devolver al ciudadano español el orgullo de serlo. Y para ello se empeñó en hacer de las instituciones españolas instituciones fuertes, reforzar el papel del estado nacional frente a las tendencias de la periferia y en hacer de la marca España un valor reconocido en casa y fuera; en segundo lugar, promover una etapa de prosperidad en la que, a través de ofrecer empleo y posibilidades para todos, se produjera una auténtica revolución social en nuestro país; por último, colocar a esta nueva España emergente y pujante en un lugar de relevancia en la arena internacional.
 
Durante los ocho años de gobierno del PP de Aznar España pasó de ser un receptor neto de capital extranjero a un exportador, con inversiones en Latinoamérica sólo superadas globalmente por los Estados Unidos; el PIB creció en un 64% respecto a 1995 y los empleos creados representaron más del 60% de todos lo nuevo empleos generados en la Unión Europea. En el ámbito individual y familiar, junto con los recortes de impuestos, el crecimiento se dejó notar más que positivamente. Por otro lado la firmeza frente al terrorismo vasco supuso la contención del entramado separatista y un progresivo debilitamiento del nacionalismo radical. En el ámbito exterior la revolución no fue menos intensa: tras años de aislamiento y marginalidad, para Aznar había llegado la hora de la oportunidad y, al mismo, tiempo de la responsabilidad. España llegó a estar por primera vez en la vanguardia del mundo, entre el mejor aliado, los Estados Unidos, y la más antigua democracia, Inglaterra, codo con codo, sin complejos y aportando nuestra particular visión sobre los problemas del mundo.
 
Guste o no, ese el breve resumen de ocho años de gobierno. España fue a más en todos sus aspectos. Desgraciadamente, en este año sin Aznar España ha ido constantemente a menos. La obsesión zapateril por volver a la vieja Europa nos ha instalado en la Europa del no crecimiento, inflación y paro; su antiamericanismo nos ha dejado aislados e invisibles ante Washington; y la veleidades con la fuerzas centrífugas empiezan a entreverse tras el resultado electoral de ayer en el País Vasco y los conchabeos con el tristemente famoso tripartito catalán.
 
Con todo lo peor no es eso, pues del socialismo español y de Rodríguez Zapatero no podía esperarse más que lo peor, formados en el sectarismo y la sed de venganza. Lo peor es que sin Aznar el Partido Popular no sólo ha perdido un magnífico líder, sino que parece haber perdido algo más que eso, sus señas de identidad, su estrategia y su discurso. España ha pasado a ser una nación tremendamente polarizada. Los resultados del 14-M lo muestran claramente. Pero también muestran que la base de la derecha española se mantuvo incólume en las peores de las situaciones imaginables. Aznar sabría qué hacer con los casi diez millones de votantes que le dieron su confianza a pesar de todo. Tenía lo que hay que tener en política, cerebro y vísceras. El PSOE en el gobierno sabe lo que tiene. Los españoles, en este primer año sin Aznar, desgraciadamente sabemos muy bien lo que hemos dejado de tener. Y lo que no tendremos en el futuro es todavía mucho peor.

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