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Viajes con descaro

Rubalcaba ha buscado ganar perfil político a costa de los soldados; como Chacón, demostrar que él también puede; y como Zapatero, darse un baño de españolidad que de vez en cuando no viene mal.

Se acercan las fechas navideñas, y como una costumbre más, los líderes internacionales se apresuran a hacer uno de esos viajes relámpagos y sorpresa para visitar tropas desplegadas en algún lejano país envuelto en serios problemas. El destino estrella de los últimos años suele ser Afganistán. Allí, entre fuertes medidas de seguridad y medios de comunicación, se mezclan los discursos sobre la guerra, los ánimos para levantar la moral de unos efectivos desgastados, los agradecimientos por el sacrificio de los militares, los dulces y las bebidas, y –con suerte– algún número musical.

Presidentes, primeros ministros y titulares de Defensa y Exteriores suelen ser los más habituales de estos viajes. Obama, Cameron y Merkel ya lo han hecho este año. Esta vez han acudido para trasmitir el mensaje de que, a pesar del próximo repliegue militar de las tropas occidentales del país, no significa que sea una capitulación sino que siguen comprometidos con el futuro de los afganos. Que les convenzan o no es otra historia. También se han personado recientemente en Afganistán Gates y el ministro alemán, Karl-Theodor zu Guttenberg, hasta ahora uno de los políticos más populares de su país. Sin embargo, tras su viaje recibió duras críticas por haber ido acompañado de su flamante esposa, con la que forma una mediática pareja. Les acompañó además un equipo de una televisión privada así como el moderador de un popular espacio de tertulia con la idea de incluir imágenes en su programa. Ante el descaro le han tachado de frívolo, por querer trata de ganar perfil político a costa de los soldados.

Frívolos también se pueden considerar los viajes del actual Gobierno socialista español a zonas "calientes". Gana por goleada el memorable desplazamiento de la embarazadísima Chacón a Afganistán, que logró que toda la atención se centrara en ella y no en la verdadera cuestión, la misión y nuestros hombres allí. Además del tremendo despliegue que incluyó personal médico para su persona y medios de comunicación afines y amigos, Chacón logró frivolizar con el riesgo de la misión y dejar a cara descubierta un montaje con el único fin de querer demostrar algo, no se sabe muy bien el qué.

Volviendo a la Navidad, Zapatero también quiso darse un baño de españolidad hace un par de años con un viaje relámpago al Líbano, a los cascos azules españoles. Allí estaba el mayor contingente español en una misión en el exterior. Además era la misión estrella de Zapatero, que se autoproclamaba impulsor de la misma. El presidente quería con todo descaro saldar de esta manera su déficit de españolismo con un movimiento descaradamente electoral –faltaban escasos meses para las elecciones–, utilizando una vez más a las fuerzas armadas a su antojo.

Este año a Líbano se ha desplazado Chacón. Y a Afganistán nada más y nada menos que el flamante vicepresidente Rubalcaba. Un nuevo gran golpe de efecto. La visita tanto a militares como a guardias civiles es lo mínimo que se puede hacer para mostrarles apoyo y solidaridad. Cabe preguntarse, no obstante, las razones que hay detrás. Como el ministro alemán Guttenberg, Rubalcaba ha buscado ganar perfil político a costa de los soldados; como Chacón, demostrar que él también puede; y como Zapatero, darse un baño de españolidad que de vez en cuando no viene mal. Un poco de las tres cosas y algo más. La pena es que los de siempre, los verdaderos protagonistas de la misión en Afganistán, se han vuelto a quedar en un segundo plano. Quizá para buscar publicidad el mediático ministro debía de haber visitado y llevar las uvas a los controladores que ha militarizado. Eso sí hubiese sido un golpe de efecto.

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