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Violencia en Ramadán

Parece que esta guerra entre palestinos no suscita tanto interés como cuando hay presencia israelí, a la que siempre se le puede echar la culpa.

La situación en los territorios palestinos ha alcanzado un punto crítico tras los sangrientos enfrentamientos del pasado fin de semana entre las milicias de Hamás y de Fatah, una escalada de violencia por otro lado totalmente predecible. No hay ningún tanque israelí: son hermanos palestinos que se matan entre ellos en su mes más sagrado, en el mes símbolo de la solidaridad entre musulmanes, en el mes en el que el rico puede sentir el dolor del hambre y aprecia lo que el pobre ha de soportar. Pero ahora los pobres son aún más desgraciados y los que no lo eran no tienen nada que llevarse a la boca desde hace siete meses, cuando Hamás llegó al poder. Los fundamentalistas han agudizado la crisis económica que arrastraba la Autoridad Palestina, la misma que, tras la desconexión de Israel, tuvo en sus manos la oportunidad de demostrar al mundo que podía gobernarse y cumplir con las obligaciones de un Estado. Los pronósticos no se han equivocado: no ha sabido hacerlo.

De un pueblo con líderes llenos de odio, violencia y corrupción no se podía esperar otra cosa. El actual gobierno –si se puede llamar gobierno– palestino prefiere no reconocer el derecho de Israel a existir aunque eso signifique renunciar a las indispensables ayudas internacionales y dejar agonizar a su pueblo. Ya lo hizo Arafat, que se opuso con orgullo a un más que inmejorable acuerdo a sabiendas de que las consecuencias del rechazo iban a infringir mayor sufrimiento y frustración entre los palestinos. Una y otra vez se repiten las proféticas palabras de Golda Meir: la paz llegará cuando amen a sus hijos más de lo que nos odian a nosotros. Y es que los palestinos, como alguien también dijo, no pierden una oportunidad de perder una oportunidad. Ni Condoleeza Rice es capaz de cambiar eso.

La victoria de Hamás y la consiguiente islamización del conflicto palestino era la guinda que le faltaba a este enquistado problema. Pero parece que esta guerra entre palestinos no suscita tanto interés como cuando hay presencia israelí, a la que siempre se le puede echar la culpa. Quizá nuestro gobierno, tan comprometido con el proceso de paz en Oriente Medio y por el que dice no escatimar en recursos y esfuerzos, podría despertar el interés general y llevar la paz a estos territorios. Qué mejor servicio a ese firme compromiso de paz que Zapatero ha hecho suyo, y al que ha aportado la Iniciativa de la Alianza de Civilizaciones y el envío de nuestras tropas al Líbano bajo el mando de Naciones Unidas, que enviar otros tantos militares para mediar entre los palestinos, esta vez sin israelíes de por medio. Una fuerza de interposición rápida dentro de Gaza y Cisjordania sí que sería una apuesta por la paz. Podría incluso aprovechar la inmediata conmemoración del decimoquinto aniversario de la Conferencia de Paz de Madrid, que seguramente nos recordarán una y otra vez, para llevar esta idea a cabo. Y ya de paso, que la fuerza que mande libere a Gilad Shalit, el soldado israelí secuestrado por milicias palestinas y prólogo de la última guerra del Líbano. Demasiado bonito para ser verdad.

¿No ha anunciado Rodríguez Zapatero una nueva Conferencia de Paz para el Oriente Medio en Madrid el año que viene? Pues que se adelante con los hechos y que despliegue a nuestros soldados en los territorios palestinos. No puede haber mejor contribución a la paz que eso. Lo demás son palabras que se las lleva el viento.

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