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Zapafuente

La desgracia para España es que su presidente del Gobierno se entrevista más con Buenafuente que con Bush, Sarkozy o Merkel. Nos tememos que la cosa no da para más. Sólo cabe esperar que la diplomacia de Zapafuente acabe cuanto antes.

Si bien las crisis diplomáticas con Venezuela y Marruecos no han mostrado nada que no conociésemos antes, al menos sí que han puesto a la luz pública con total crueldad los problemas de la diplomacia española de la mano del caótico tándem Moratinos-Zapatero. Podemos señalar hoy tres aspectos principales de su diplomacia.

En primer lugar, Zapatero desconoce, hasta hacer sonrojar, el funcionamiento de la diplomacia, sus reglas más básicas y los comportamientos más elementales. No sabe cómo reaccionar ante los problemas, y cuando lo hace es porque no le queda más remedio, tarde y mal. Tiende a suplir su ignorancia con declaraciones grandilocuentes y abstractas, mientras sus interlocutores se aprovechan abiertamente de esta incapacidad.

En segundo lugar, su desconocimiento de idiomas le lleva al aislamiento. Sus viajes son mínimos. En su presencia en los foros internacionales se caracteriza por estar solo, al margen de los mandatarios de las grandes potencias. Se queda fuera de todos los corrillos y tiende a juntarse únicamente con quienes hablan español. A su interés en la Cumbre Iberoamericana no es ajeno el hecho de que es uno de los únicos foros en los que puede participar.

En tercer lugar, su desconocimiento de los temas básicos de la agenda internacional le llevan, primero, a proponer medidas que se caracterizan por no tener contenido real (Alianza de Civilizaciones, cambio climático), y segundo, a hacer diplomacia a golpe de talonario, ayudas a la cooperación y subvenciones.

A lo largo de los años Zapatero se ha mostrado un buen conocedor del funcionamiento de la política de nuestro país. Maniobra con facilidad y sin demasiados escrúpulos; primero en el PSOE y después en La Moncloa. Pero la política exterior no le interesa; la concibe exclusivamente en función de su repercusión en la política española. De ahí su enfermiza obsesión por separarse de Jose María Aznar, sus constantes alusiones a sus diferencias –veáse Chile– y la necesidad casi patológica de que le pregunten por su relación con él.

No tiene una agenda internacional que mostrar a los españoles. Por eso tiende a refugiarse en círculos disolutos y por eso no debe extrañarnos su tendencia al chascarrillo, a la broma y a la risa. Donde pueda contar anécdotas en vez de propuestas, sentimientos en vez de ideas. De ahí que las semanas más movidas de su diplomacia se hayan cerrado en la entrevista con Buenafuente y en las anécdotas de su hija mayor.

La desgracia para España es que su presidente del Gobierno se entrevista más con Buenafuente que con Bush, Sarkozy o Merkel. Nos tememos que la cosa no da para más. Sólo cabe esperar que la diplomacia de Zapafuente acabe cuanto antes.

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