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Zapatero reformista

La Asamblea General es, de hecho, la asamblea de la dictaduras y regímenes corruptos.

La delegación española ante la ONU, encabezada por el antiguo fontanero de Felipe González, Juan Antonio Yáñez, ha presentado un borrador de plan para reformar la ONU, como anticipo mediático de la próxima aparición del presidente español en la Asamblea General. El plan español se basa en dos aspectos: la modificación del derecho de veto y la ampliación numérica de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad.
 
Planes para adaptar la ONU, creada y organizada según el panorama internacional post segunda Guerra Mundial, se han venido sucediendo desde la caída del muro de Berlín, la superación de la confrontación Este-Oeste y la exigencia de dar respuesta a la sucesivas crisis humanitarias de los años 90. En realidad, la principal crisis de la identidad de la ONU no viene dada por los aspectos que aborda el proyecto español, sino por la contradicción que existe entre sus principios constitutivos –la inviolabilidad de la soberanía nacional y el derecho a la no injerencia en los asuntos internos– y la necesidad de evitar que gobernantes sin escrúpulos cometan actos de puro genocidio contra sus propios ciudadanos. Los años 90 han traído una nueva moral internacional, mucho más intervencionista frente a las agresiones a los derechos básicos de las personas, que no encuentra acomodo fácil ni en la Carta ni en la normativa que emana de la ONU.
 
Por otro lado, la Organización ha experimentado una evolución altamente preocupante que tampoco es abordada por la propuesta socialista española: su doble corrupción moral y política. Por una parte, no es ya de recibo, cuando la opinión pública ni aguante ni justifica más sus actos, que se permita que tengan el mismo peso el voto de un gobierno genocida y antidemocrático, que el de una democracia liberal avanzada. La Asamblea General es, de hecho, la asamblea de la dictaduras y regímenes corruptos. Pero hay más, la propia Secretaria General, un órgano opaco en su funcionamiento donde los haya, se ha erigido de motu proprio en un órgano independiente y superior a los estados miembros. Annan y su gente se creen un miembro más, el más importante, de toda la Organización, cuando en la ONU nada hay más allá de los Estados que la forman. Este protagonismo y unas prácticas y procedimientos que se escapan al control de sus miembros y que no son nada transparentes han llevado a continuos casos de corrupción, algunos tan escandalosos como el del fraude del programa "petróleo por alimentos" que Annan ha intentado tapar por todos sus medios.
 
La ONU necesita una profunda reforma, pero no es la que quiere plantear Zapatero. Primero porque no se dirige ni se centra a resolver los problemas de fondo de la organización; en segundo lugar porque si se aplicara, en lugar de mejorar el funcionamiento del Consejo de Seguridad, lo haría del todo inmanejable, por lo que se produciría más ineficacia y no más "multilateralismo eficaz", que es el huero eslogan que mueve al gobierno del PSOE. Pero hay más, es que el plan es imposible que encuentre los apoyos necesarios para que salga adelante: ni americanos, ni británicos, ni franceses, entre otros, querrán perder prerrogativas asumidas desde 1945. Por otro lado, no está nada claro en qué beneficiaría a España la propuesta Zapatero. Podría darse muy bien el caso de que un Consejo de Seguridad más amplio y numeroso contara con la presencia de Brasil, India, Japón y Nigeria, pero no con la de España o la de un país hispano parlante. Más le valdría a Zapatero pedirle explicaciones a Annan de dónde y en qué se gasta la contribución financiera española, que es la octava dentro de la Organización. Claro, que rendir cuentas no entra en las prácticas, tan generosas económicamente hablando, de los socialistas españoles.

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