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¿Por qué los inversores prefieren el dólar?

Este incremento en los flujos de capital privados a Estados Unidos sugiere que los inversores mantienen una elevada confianza en la fortaleza y flexibilidad de la economía americana

Estados Unidos lleva registrando desde hace unos cuantos años un abultado déficit por cuenta corriente, que en 2005 ascenderá a cerca del 7 por ciento de su PIB y que incluso podría seguir aumentando en el futuro. Las causas de este déficit son variadas, pero entre los economistas existe cierto consenso en que son dos los factores que ayudan a explicarlo. Por un lado, la fortaleza de la demanda interna –en especial del consumo privado y de la construcción–, que se ha apoyado en condiciones de financiación muy favorables, ha provocado un incremento sustancial de las importaciones de bienes y servicios. Pero, por otra parte, ha confluido también la entrada masiva de capitales extranjeros, que han sostenido el valor del dólar y han mantenido bajos los tipos de interés a largo plazo, contribuyendo así a ampliar el déficit exterior. Sin embargo, son múltiples las voces críticas que se alzan avisando de la insostenibilidad del déficit americano y de los riesgos de que se produzca una corrección abrupta del mismo y un desplome del dólar.
 
Pues bien, los datos de flujos de capitales a Estados Unidos más recientes despejan ciertas dudas sobre el sentimiento de los mercados acerca del atractivo de los activos financieros denominados en dólares. La cifra récord de 102 mil millones de dólares de entradas netas en septiembre cubre sobremanera el déficit comercial, también récord, de ese mes, que fue de 66 mil millones de dólares. Repetidamente se ha argumentado que esa financiación ha provenido, en gran medida, de la ingente acumulación de reservas por parte de los bancos centrales asiáticos, que eran invertidas en bonos del Tesoro americano, y que cuando dejasen de hacerlo se podría producir una desbandada generalizada de los inversores, tanto públicos como privados.
 
Los datos del informe del Tesoro americano muestran que esa predicción, por el momento, está muy alejada de la realidad. No sólo es que la cifra de flujos de capital haya supuesto un nuevo máximo mensual, sino que, fundamentalmente, ha sido el sector privado el que ha vuelto a liderar las inversiones en activos en dólares. Es más, los instrumentos que han recibido más inversiones han sido curiosamente acciones y títulos de renta fija de empresas, y no tanto bonos de deuda pública. De hecho, en lo que se lleva de año, los inversores “oficiales” han disminuido considerablemente sus inversiones en Estados Unidos (en un 44 por ciento), sobre todo en bonos del Tesoro (en un 66 por ciento), pero los capitales privados se han acelerado notablemente (creciendo un 40 por ciento). La fuente de financiación externa más estable para una economía, que es la inversión directa extranjera, aumentó en Estados Unidos un 68 por ciento en 2004 y en el primer semestre de este año ha crecido otro 33 por ciento.
 
Este incremento en los flujos de capital privados a Estados Unidos sugiere que los inversores mantienen una elevada confianza en la fortaleza y flexibilidad de la economía americana, que el dólar es mucho menos dependiente de las intervenciones en los mercados de divisas de los bancos centrales de lo que se había dicho y que la financiación del déficit por cuenta corriente no es problemática hasta la fecha. Si bien es cierto que ese déficit deberá corregirse en algún momento, la confianza de los mercados en la economía americana hace más probable que dicha corrección sea gradual y poco problemática.
 
En comparación, ¿qué es lo que está sucediendo en Europa? Las perspectivas económicas europeas siguen siendo poco halagüeñas, lastradas por la rigidez de una burocracia con afán regulador e intervencionista y a la espera que de algún día se acometan las reformas estructurales necesarias para incrementar la productividad y el crecimiento económico. La retórica burócrata que cabalga en las esferas políticas europeas se inventó algo así como la panacea a todos los males económicos que nos atenazan, la estrategia de Lisboa, un auténtico galimatías conceptual, cuyos objetivos eran crear una economía europea más flexible, innovadora, dinámica y favorable a la inversión, que nos hiciese superar al odiado enemigo americano. Como era de esperar, los resultados de los cinco primeros años de esa estrategia sólo pueden calificarse de decepcionantes.

Ahora se le pretende dar un nuevo impulso con la creación de Programas Nacionales de Reforma, en los que los gobiernos deben explicitar cómo se materializarán en hechos los vagos compromisos adquiridos. Pero, ¿qué cabe esperar de unos países como los europeos, encabezados por la decadente Francia que se pliega ante el terrorismo callejero, hinchando el blando cojín en el que se echan la siesta los pasivos subvencionados? Y la esperanza en una Alemania renovada con la llegada al poder de Angela Merkel, que impulse la flexibilidad y el libre mercado, parece haberse ido de nuevo al traste al caer en el cepo estatalista de la Gran Coalición, como analiza certeramente Luis Gómez en su reciente artículo en Libertad Digital (Alemania. Lucha por el poder sobre la economía). Así es imposible que Europa siquiera se acerque al dinamismo de la economía norteamericana, algo que los inversores parecen apreciar con claridad a la vista de dónde colocan su confianza y su dinero.

En Libre Mercado

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