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George Will

Delirios obamitas

Su certeza onírica de que los combustibles "alternativos" se convertirán rápidamente en alternativas reales constituye una política energética comparable a la de la vieja broma de vaudeville: "Si tuviéramos huevos, podríamos comer jamón con huevos".

Cuando el jueves por la noche Barack Obama comience a alimentar con panes y peces retóricos a la multitud congregada en el estadio, debe transmitir un mensaje lo suficientemente particular para que parezca especialmente adaptado a los americanos. Una oración más inspirada, lo bastante general como para complacer a los berlineses o incluso a sus conciudadanos “ciudadanos del mundo”, confirmará la idea de Pascal de que “la elocuencia continua cansa.” Esto es así porque en realidad eso no es elocuencia. Si es continua, se hace a la fuerza formulista y abstracta, lo bastante vaga como para encajar en cualquier momento y lugar, y por tanto apropiada para nadie.
Si Sócrates hubiera participado en una campaña presidencial interminable en una era saturada de medios de comunicación, quizá también él habría parecido banal. Pero que Obama perdiera 9 de las 14 primarias finales podría tener algo que ver con el hecho de que cuando desciende del éter a los asuntos mundanos, se limita a repetir los remedios más desacreditados del progresismo.
 
Rusia, una nación tercermundista con misiles propios del primer mundo, campa a sus anchas; Irán está desarrollando un repertorio balístico capaz de transportar armas nucleares, el desarrollo de las cuales no se va a detener por la "agresiva diplomacia personal" prometida por Obama. Sin embargo, el presidenciable ha instado a "recortar las inversiones en sistemas de defensa balística experimentales". Barcos de vapor, ferrocarriles, aviones y vacunas fueron "experimentales" hasta que personas con visión de futuro invirtieron en ellos. Además, como observa Reuel Marc Gerecht, del American Enterprise Institute, al final los demócratas tendrán que apoyar la defensa balística de Europa porque "no habrá nada más a lo que recurrir a falta de ataques preventivos contra las instalaciones nucleares de Irán".
 
Obama, que podría ser la última persona en descubrir que los resultados cognitivos de los colegios no son simplemente una función de las aportaciones financieras de dinero público, promete más dinero para los profesores, que como es usual constituyen el 10% de los delegados de la convención de los demócratas. Se muestra cada vez más indignado con los aproximadamente 150.000 puestos de trabajo deslocalizados al extranjero cada año (menos del 1% de la cifra de puestos de trabajo perdidos y creados con normalidad en el proceso de destrucción creativa de la dinámica economía de América). Las exportaciones norteamericanas están impidiendo una recesión, pero él se queja del libre comercio. Condena el Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte, aunque desde que este pacto entrase en vigor en 1994, las economías norteamericana, mexicana y canadiense han crecido respectivamente un 50, un 46 y un 54%.
 
Obama recicla la noción “demo-extras” de George McGovern en 1972 y promete un cheque de 1.000 dólares destinado a cada familia financiado a través del impuesto "a los beneficios imprevistos" de las petroleras. Obama no se siente intimidado por la ley que prohíbe legislar sobre materias indeterminadas.
 
Obama piensa que el Estado no recibe "un porcentaje razonable" de los beneficios de las petroleras, que en 2007 se situaron, en relación a los ingresos, por debajo de los obtenidos por el resto de las empresas norteamericanas (un 8,3% comparado con un 8,9%). Exxon Mobil paga a otros gobiernos en concepto de impuesto de sociedades casi tanto como el 50% de los americanos de menores ingresos en impuesto sobre la renta. Cada segundo, Exxon Mobil ingresa 1.400 dólares en beneficios –¡miren cómo fruncen el cejo los progres!– pero tributa 4.000 y desembolsa 15.000 en costes de operación.
 
Las extravagancias retóricas de Obama son inversamente proporcionales a los detalles que proporciona cuando promete "como mínimo, una transformación total de nuestra economía" a fin de "poner fin a la era del petróleo". El menguante entusiasmo demostrado hasta la fecha por sus votantes a sus llamamientos podría tener algo que ver con la relación entre la realidad y su retórica. Los votantes comprenden que "la transformación" y "el final" ni tendrán lugar ni deberían producirse por las buenas. Su certeza onírica de que los combustibles "alternativos" se convertirán rápidamente en alternativas reales constituye una política energética comparable a la de la vieja broma de vaudeville: "Si tuviéramos huevos, podríamos comer jamón con huevos, siempre que tuviéramos jamón".
 
Mientras en la noche del jueves Obama habla en un templo consagrado a la guerra artificial del fútbol, la OTAN, que tenía 12 años cuando él nació, puede venirse a bajo a causa de su reticencia a hacer lo suficiente en Afganistán y de su incapacidad para responder con rigor a los combates rusos en Georgia. Es injusto que ni la OTAN ni Obama se den cuenta de que la alianza está practicando justo lo que el candidato predica, y Vladimir Putin no se siente intimidado. La OTAN, decía Lord Ismay en 1949 refiriéndose a Europa, fue creada para "que los americanos tengan la última palabra, los alemanes no tengan nada que decir, y los rusos estén a raya". Que el reflejo apaciguador de Alemania forme parte de la debilidad de la OTAN tal vez sea un progreso, pero mediocre.
 
El periodismo tiene con frecuencia que preocuparse de cosas que apenas serán recordadas dentro de una semana. Pero dentro de algunas décadas los historiadores escribirán acerca de esta respuesta de Occidente a Rusia, quizá en sus obituarios. Si la noche del jueves Obama no habla de esta crisis, su silencio lo habrá dicho todo.

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