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George Will

Más ideas inútiles

Los primeros ministros comparecen en la Cámara de los Comunes porque el sistema político de Gran Bretaña no se basa, como el estadounidense, en la separación de poderes.

La mayor parte de lo que se nos anuncia como progresos en realidad sólo sirven para empeoran las cosas, ya que la mayor parte de las nuevas ideas son lamentables. Esto incluye la que John McCain incluyó en su discurso sobre cómo mejorará América tras de sus cuatro años de presidencia: "Solicitaré al Congreso que me confiera el privilegio de presentarme ante ambas cámaras para responder preguntas y hacer frente a las críticas de manera similar a como el primer ministro de Gran Bretaña comparece regularmente ante la Cámara de los Comunes."

Los primeros ministros comparecen en la Cámara de los Comunes porque el sistema político de Gran Bretaña no se basa, como el estadounidense, en la separación de poderes. Es cierto que la frontera entre los poderes legislativo y ejecutivo de Estados Unidos se ha ido difuminando. Los legisladores, obligados por su incontinente implicación en todo y preocupados por su reelección, delegan más de lo que legislan: con frecuencia las "leyes" que aprueban son expresiones de emociones o aspiraciones que sólo la rama ejecutiva acaba convirtiendo en leyes reales. La propuesta de McCain reduciría aún más la dignidad del Congreso al profundizar la percepción de su subordinación.

Nuestra arquitectura institucional de pesos y contrapesos, descrita por su principal arquitecto, James Madison, consiste en lo siguiente: "Las ambiciones se contrarrestan entre sí. El interés del hombre tiene que estar vinculado a los derechos constitucionales del lugar" Se suponía que este diseño iba a cumplir diversas funciones gubernamentales, especialmente la protección de los derechos del individuo frente a un Estado que deviene dictatorial cuando demasiado poder se concentra en una única rama.

Pero los intereses –principalmente electorales– de los legisladores han pasado a estar débilmente vinculados a la defensa de los derechos constitucionales de su posición. Son pasivos con los tribunales que fijan políticas sociales e indiferentes cuando los presidentes actúan con independencia anticonstitucional, especialmente en seguridad nacional. Las comparecencias presidenciales rutinarias ante el Congreso como las que propone McCain reducirían aún más esa institución a otra más de las instancias por las que los presidentes se pasean orgullosos.

Al presidente McCain no le faltarán formas y maneras para conversar con legisladores sin reducir al Congreso a un numerito más de la parodia del super presidencialismo. Además, el propósito de McCain no sería comunicarse con el Congreso, sino con el pueblo. La audiencia televisiva prestará cierta atención, durante un tiempo breve, debido a la novedad que supone contemplar a un presidente que juega a ser Daniel en la jaula de los leones. Pero la novedad es un bien perecedero, y los presidentes de hoy nunca son Danieles en peligro, y menos entre legisladores que raramente son leones, excepto cuando se ceban con personajes impopulares (por ejemplo, los ejecutivos de la industria petrolera) que comparecen ante ellos en una posición de debilidad. Hastiados de su intimidad con los presidentes modernos, que aparecen incesantemente en las salas de estar de la nación, de aquí a poco los norteamericanos votarán con sus mandos a distancia en contra de lo que pronto será la imagen banal de un McCain cargando contra la colina del Capitolio como antes hiciera su héroe Teddy Roosevelt en la de San Juan.

Antes de Roosevelt, los presidentes se comunicaban principalmente con la rama legislativa, no directamente con el pueblo, y casi siempre por escrito. Jeffrey Tulis, de la Universidad de Texas, en su clarificador libro La presidencia retórica (The Rhetorical Presidency) afirma que la teoría de la conformidad constitucional de los fundadores de la nación censuraba tajantemente el uso de la retórica presidencial para movilizar a la opinión pública salvo en discursos patrióticos y actos ceremoniales. Los hombres de estado habrían de actuar como frenos, y no como agitadores, de la opinión pública.

Sin embargo, en el último siglo los norteamericanos se han apuntado a la presidencia plebiscitaria. Pero la institución puede empeorarse aún más, por ejemplo con la idea de McCain, sobre la cual existe una especie de precedente.

En un ensayo de 2003, Tulis escribió que durante la presidencia de George Washington el requisito constitucional de que "cada cierto tiempo, el presidente proporcionará al Congreso información sobre el estado de la nación" consistió en un diálogo ceremonial. Washington comparecía en persona y a continuación ambas cámaras debatían su mensaje y redactaban respuestas. Cada una le era entregada en su momento en su residencia y él replicaba.

Jefferson consideraba una rasgo monárquico que el presidente se dirigiera al Legislativo, así que enviaba un informe escrito, tal y como hicieron todos los presidentes posteriores hasta Woodrow Wilson, el primero en criticar el sistema constitucional de pesos y contrapesos de los padres de la nación como un obstáculo desfasado a la libertad de los presidentes.

Hoy en día el Discurso del Estado de la Nación se pronuncia no sólo ante los integrantes del Congreso, sino para la audiencia de la televisión. Truman fue el primero en hacerlo y Johnson el primero en situarlo en horario de máxima audiencia, donde se ha convertido en un espectáculo que miniaturiza aún más al Congreso: los partidarios del presidente se levantan para rebuznar su aprobación, mientras que los miembros de la oposición, cuya respuesta ha sido pregrabada, se sientan con gesto de ostensible enfado.

Esto no ofrece buenos augurios para los planes de McCain de instaurar otra ceremonia de diálogo entre los dos poderes. El Congreso debería recordar al presidente McCain que las 16 manzanas que separan el Capitolio de la Casa Blanca expresan bien la geografía constitucional de la nación.

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