Yo sé que este señor, Josep Piqué, enfada con sus ocurrencias a muchos militantes del PP, sobre todo en Cataluña. Deberían calmarse: el ministro de Ciencia y Tecnología es una prueba de fortaleza. Si la Generalidad de Cataluña sigue existiendo después de que el señor Piqué fuera director general, si el Gobierno ha resistido a su dilatada trayectoria ministerial, si se mantiene el sector energético tras su polémico periplo empresarial, si a pesar de sus planes aún hay Internet, es que las instituciones, las empresas y la Red son realidades poderosas y estables.
Habría que hacerle al ministro Piqué, por tanto, un homenaje. Su sola existencia demuestra que el peligro del centrismo y los males de la tentación del progre no son definitivos. Viendo así las cosas, se comprenderá, además, esa suerte de concupiscencia, si se me permite usar metafóricamente este término (es decir, en parte igual y en parte distinto), el progresismo que bulle en el ánimo del candidato popular en las próximas elecciones catalanas. Pablo de Tarso dijo: más vale casarse que arder. Pero Unamuno, como recordaba Borges, era más tolerante en los remedios contra la concupiscencia: las intenciones causan más estragos que los actos y, a veces, el exceso en estos nos cura de los más terribles de las intenciones. Y, así, Piqué se desayuna un día el pote progre recordando a los jóvenes populares que fue del Partido Comunista, otra tarde hace carantoñas catalanistas a Durán i Lleida, durante la merienda le da una andanada a Jon Juaristi por defender la bandera de España y, ya de anochecida, cuando los ardores son mayores, sale con lo de que no quiere discutir el proyecto maragalliano de nuevo Estatuto porque su campaña va a ser “moderada”. Nada, no hay que preocuparse, luego se le pasa y vuelve a ser tan anodino como siempre.
De todos modos, y para que la calma que deben tener los votantes del PP en Cataluña sea, además, política, el partido del señor Piqué debería explicarles que algunas cosas de las que dice el candidato son eso, calentones particulares. Porque lo peligroso no es que Josep Piqué no quiera hablar de la reforma del Estatuto (lleva tiempo no queriendo hablar de otras cosas), sino que lo haya porque “no conviene hacer un discurso de cada partido” sobre la cuestión. Peligroso porque, con este desafortunado remedio para su concupiscencia, plantea la legalidad vigente como un tema que admite abierto y que habrá de cerrarse (nunca definitivamente según la estrategia nacionalista) “con el mayor consenso posible”. Piqué quizá no se da cuenta de que estamos ante una ofensiva nacionalista, tanto en Cataluña como el País Vasco, que comienza dando carta de naturaleza a una situación de provisionalidad que permita la reivindicación constante. Una ofensiva, además, que va en serio. Si Piqué, tan ocupado en ser moderado, no quiere hablar de ello, debería haber alguien en su partido que lo hiciera .
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