Menú
Germán Yanke

Obispos y análisis de textos

El obispo Uriarte ha querido dejar claro ante sus feligreses que está en contra de ETA aunque no es partidario del documento recientemente aprobado por la Conferencia Episcopal ya que la Iglesia no puede sancionar modelos políticos que respeten los derechos humanos y se mantengan dentro de cauces pacíficos y democráticos. El arzobispo Carles dice lo mismo y defiende el
derecho a la discrepancia. Está bien, para tranquilidad de los católicos, que estos prelados defiendan el derecho a la discrepancia y expliquen que, sin unanimidad del episcopado o sin ratificación de la Santa Sede, los documentos de los obispos no vinculan moralmente. Tranquilizará sin duda a los católicos que discreparon de la carta de los obispos vascos y fueron tachados, por algunos obispos abonados ahora a la pluralidad, de poco menos que energúmenos anticlericales y comeobispos.

Pero, por mucho que leo y releo el documento de la Conferencia espiscopal, no encuentro en él condena alguno de modelos políticos respetuosos de los derechos humanos y firmes en los cauces pacíficos. Es más, no encuentro en el texto ninguna condena del nacionalismo como tal. Y no creo que nadie, ni los más exagerados, haya podido interpretar que partidos como el PNV o CiU, ni sus afiliados y dirigentes, queden “excluidos” o “sancionados” por el documento.

De lo que en él se habla, además del rechazo a la violencia y de la
exigencia elemental de respeto a la legalidad democrática, es de
“nacionalismo totalitario”. ¿Consideran Uriarte, Carles y los demás
legítimos discrepantes que no hay “nacionalismo totalitario”? ¿Creen que no lo padecemos en España? Es la cuestión que me interesa que aclaren porque, desde su punto de vista católico, ahí radica una de las importantes vinculaciones morales que deben ser explicadas. Sabemos que los obispos vascos, que sin duda se sienten pastores de nacionalistas y no nacionalistas, distinguen distintos comportamientos en los no nacionalistas y han mostrado su parecer contrario –ya veo que no vinculante– por algunos
de ellos. ¿No ocurre lo mismo con los nacionalistas? ¿No los hay
totalitarios? ¿La violencia terrorista que condenan no es nacionalista?

Una aclaración sería, sin duda, bien recibida para ver si coinciden o no con una de las falacias argumentales del nacionalismo (que, si no bajo su moral, sí es condenable con el uso elemental de la inteligencia). El conglomerado etarra no es, cuanto que violento, nacionalista, el nacionalismo es otra cosa. El conglomerado etarra es, sin embargo, en cuanto que suma votos, nacionalista y con él se conforma una mayoría que debe ser atendida políticamente incluso por encima de los derechos de los demás, que son individuales.

En el análisis de textos, de todos modos, a quien le ha salido el tiro por la culata es al señor Arzalluz que, queriendo asimilar el documento episcopal a la Carta colectiva de los obispos españoles en 1937 (para sostener la tontería de que los obispos se dividen en “Iglesia vasca”, “Iglesia catalana” e Iglesia franquista) mentó el domingo a Mateo Múgica y Francesc Vidal i Barraquer. Ninguno de los dos suscribió la Carta de 1937 y ahí ve Arzalluz, ante el contubernio del españolismo y los curas, la sempiterna resistencia de los vascos y catalanes. Pero Mateo Múgica tuvo tantos problemas con el PNV como con los sublevados, a los que, por cierto, se sumó, aunque más tarde se distanciara de Franco. Y el obispo catalán explicó bastante palmariamente que, como estaban sus feligreses en zona republicana, no parecía conveniente firmar la Carta y abandonarlos a su suerte. Es decir, que estaba haciendo diplomacia, que se sentía impelido a mirar con especial atención a los que mandaban políticamente en su diócesis.

No estaría de más, en este batiburrillo de vinculaciones morales y patéticos análisis de texto, que los legítimos discrepantes, al hilo de las referencias del presidente del PNV, expliquen en qué se parecen realmente a Vidal i Barraquer.

En Opinión