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Gina Montaner

El escritor y la bailarina

Se ha estrenado en Miami Beach una magnífica pieza teatral que es un prodigio de danza. Se trata de La última función, del novelista cubano Abilio Estévez y protagonizada por Rosario Suárez, más conocida entre los balletómanos como Charín.

Él tiene los ojos más claros de lo que parecen en las fotos de sus libros. Ella es más tímida de lo que uno podría imaginar viéndola moverse sobre el escenario. A pesar de los años transcurridos, es evidente que él aún vive enamorado de sus piruetas y arabescos. Resulta difícil creer que se trata de la primera vez que ella interpreta un papel en el teatro que va más allá de la coreografía muda de un ballet. Está claro que ambos se profesan admiración mutua y que su amistad viene de largo. Es la historia del escritor y la bailarina.

Se ha estrenado en Miami Beach una magnífica pieza teatral que es un prodigio de danza. Se trata de La última función, del novelista cubano Abilio Estévez y protagonizada por Rosario Suárez, más conocida entre los balletómanos como Charín. Eficazmente acompañada por el actor Julio Rodríguez, la bailarina se desviste frente al público para, desde la orfandad de su fragilidad, dejar al descubierto las heridas del tiempo. El implacable, como dijo el cantante de una Trova que se quedó vieja.

En esta última función de una mujer exquisita que nació para ser primera figura, el sobrio vestuario se enreda en sus piernas con el recuerdo de los traspiés, los rencores y la ruina que un día la sitiaron. El sueño desvanecido de la muchacha que soñó con comerse el mundo de puntillas y con fouettes. Ahora la bailarina frente al espejo resiste los embates del tiempo. Por momentos benéfico. Casi siempre implacable. El maldito tiempo y su salitre pudriendo lo que queda de una Habana donde esta criatura fue prima donna a pesar de los pesares. La bailarina se siente cansada, le dice al autor, pero éste quiere que siga adelante con el último acto. ¿Y si vinieron a verme cegados por el déjà vu de mis veinte primorosos años? Se pregunta ella. El autor insiste y la obliga a emerger de las bambalinas. Debe bailar porque su razón de ser está en la perfecta curvatura de su giro en el vacío.

El escritor y la bailarina. Abilio Estévez y Rosario Suárez. Los ojos de él son el reflejo azul de las canicas de la infancia. Los brazos de ella son remolinos delicados que levantan tormentas. Él le regala un texto alumbrado a modo de rendido homenaje. Ella le corresponde con un canto del cisne a modo de sentida despedida. Son viejas querencias de amigos que ni las miserias del tiempo ni las trampas del olvido ni los abismos de una diáspora logran borrar. Se dan cita en esta última función para espantar las visiones de los adversarios que quisieron anularlos. La ciudad carcomida que dejaron atrás. Los ajustes de cuentas que ya no vale la pena desenterrar. Los volantes rojos que ciñen a la bailarina son el viento purificador que le devuelve la purpurina de la noche de estreno. El escritor y la bailarina cara a cara tantos años después. Abilio Estévez y Rosario Suárez. Azul cielo y pálido rubor.

La bailarina insiste en que ya es demasiado tarde para emular al cisne agonizante. El autor la exhorta a hacerlo por última vez porque se debe a los incondicionales que la aclaman impacientes. La bailarina se resiste con la mueca de Yerma en el rostro. El autor la empuja hasta el borde de sus fuerzas. Fuiste la más divina y aquel resplandor todavía te custodia. No olvides que el Tuyo es el Reino, le susurra. Con estoica disciplina ella aparece en la nube de su tutú blanco y sus manos son pájaros rebeldes antes de sucumbir. Ella está segura de que se trata de su última función. Él no le cuenta toda la verdad. Abilio Estévez y Rosario Suárez. El escritor y la bailarina.

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