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Gina Montaner

La cartera

Los carteros son los únicos que todavía nos llevan a casa la esperanza de una carta de amor, un mensaje que cambiará radicalmente nuestras vidas, la factura definitiva, la noticia inesperada de alguien a quien añoramos.

El último día de la Feria Internacional del Libro de Miami tuve el gusto de participar en un panel donde tres escritores presentamos nuestras óperas primas y charlé sobre la historia de los personajes extraviados que habitan mi novela, La mala fama. Como suele ocurrir en este tipo de eventos, al final el público tuvo la oportunidad de hacernos preguntas.

En el concurrido salón se puso en pie una mujer de aspecto juvenil identificándose como cartera. El comentario iba dirigido a mí y al principio no comprendí dicha aclaración. ¿Acaso habría sido distinto si hubiese sido jardinera, ama de casa o directiva de una corporación? Fue entonces cuando aquella señora cautivó a todos al explicarse: "Cuando los lunes aparece publicada su columna –me dijo– mientras reparto la correspondencia procuro encontrar un momento para sentarme a la sombra de un árbol y leer su artículo". Mi primera reacción fue la de la escritora vanidosa frente a una fan, pero enseguida vislumbré que esa cartera deambulando bajo el inclemente sol de Miami era muy superior a mí. Una criatura exquisita que compagina la entrega de correspondencia con la lectura voraz de diarios y tal vez libros.

En tono de broma otra voz espontánea entre los presentes exclamó: "Vaya, ahora sabemos que los carteros leen". Un gremio injustamente olvidado, pues son los únicos que todavía nos llevan a casa la esperanza de una carta de amor, un mensaje que cambiará radicalmente nuestras vidas, la factura definitiva, la noticia inesperada de alguien a quien añoramos. Me refiero a aquellos folios garabateados en el delirio del enamoramiento que alguna vez hemos recibido. Cuando éramos jóvenes, impetuosos y románticos. Mucho antes de los faxes, los e-mails, el chat casual y el hipo intermitente de Twitter. Me refiero a las cartas de la famosa canción de Raphael. Esas que, con suerte, aún conservamos en el baúl de los recuerdos de aquella almibarada Karina.

La cartera que a todos deslumbró confesando su debilidad por la columna periodística apoyada en un tronco frondoso, debe ser de las que en su morral lleva mensajes ardientes, declaraciones apasionadas, requerimientos inaplazables. Pero se toma su tiempo antes de abandonar a la suerte del buzón el destino de los destinatarios. Primero lee, fantasea, imagina, cavila y sueña antes de entregar sobres que podrían desviarnos en una cabriola del azar. Ella va a su aire como el barón rampante de Italo Calvino, trepado eternamente en las copas de los árboles. La cartera recorre suburbia a la busca del rellano umbrío antes de volver a la gravedad de sus asuntos.

A Pablo Neruda Il Postino le alcanzaba hasta su refugio cartas anheladas y hay quien asegura que el cartero siempre llama dos veces, como una suerte de cita fatal. Cosa que no pudo confirmar nunca el coronel de García Márquez, quien murió esperando una misiva que jamás llegó a su puerta. La cartera que a todos conquistó en una presentación que acabó siendo la suya se desplaza en un carrito por un área residencial en la que abundan las arboledas en las avenidas pobladas de casas uniformes. A veces esta emisaria se baja de su vehículo para entregar la correspondencia en mano y comprobar el pulso trémulo de quien se pasó años esperando lo que hoy por fin recibió. O simplemente la deja en buzones con formas caprichosas para que la sorpresa de recibirla sea aún mayor. Porque no hay nada más triste y desalentador que un buzón vacío con el pasar de los días.

Al finalizar el acto, la cartera se acercó a mí y nos dimos un abrazo de amigas que siempre lo fueron antes de conocerse. Son cosas que, como la llegada de una carta, ocurren sin aviso y encierran la belleza del regalo insospechado. Estoy segura de que me dijo cómo se llamaba, pero lo olvidé en el barullo de la tarde. Lo que sí sé es que su relato superó cualquier escrito cuando nos contó que lo que más le gusta es leer a la sombra de un árbol. Mi cartera favorita no tendrá nombre, pero le sobra imaginación.

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