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Gina Montaner

La guerra de los sexos

A Jonathan Frenzen no le hizo falta reír y llorar con el público femenino de Oprah para convertirse en un autor de culto y heredero del trono de pesos pesados como Saul Bellow o Philip Roth, grandísimos cronistas de nuestro tiempo.

¿Acaso le hacía falta más publicidad a Jonathan Franzen? Diez años después del reconocimiento que obtuvo con The corrections, el afamado autor estadounidense ha publicado Freedom, su cuarta novela, en medio de un estruendo mediático que parece haber sido diseñado por un genio del marketing.

A Franzen le bastó con parir una magnífica obra de unas 600 páginas que narra la historia de los Berglund, una familia disfuncional que, tras una serie de vicisitudes y tropiezos, consigue redimirse en medio del desastre y el caos. La era Bush/Cheney es el trasfondo de esta accidentada saga. Tras haber disfrutado de la lectura de estebestseller fulminante, mi mayor reserva estriba en la forzada analogía entre la descomposición familiar y el clima socio-político que se vivió en Estados Unidos tras el atentado del 9-11 y la invasión a Irak. Por momentos el meollo y corazón de la historia se diluyen en el tufillo de la sátira panfletaria. Pero lo que es indiscutible es la maestría de Franzen en la precisión del lenguaje y un oído prodigioso para reproducir los diálogos que se escuchan en las calle, en los cafés y en las alcobas.

Tras una década de silencio, los críticos de los más prestigiosos diarios esperaban ansiosos esta nueva obra del autor. Tanta era la expectativa que cuando se supo que Barack Obama había encargado un ejemplar antes de su publicación, los fans de Franzen corrieron a las librerías para asegurarse una copia. Dos pistoletazos de salida garantizaron el triunfo instantáneo de Freedom: la portada que le dedicó la revista Time al autor y la entusiasta reseña que ha publicado el suplemento literario del New York Times.

Bien, no es extraño que una buena novela esté acompañada de elogios, pero la publicación de Freedom ha desenterrado una batalla campal que surgió con The corrections. En aquel entonces Oprah Winfrey quiso recomendarla y Franzen dijo públicamente que prefería no mezclarse con los libros de mujeres para mujeres que la famosa presentadora suele favorecer; con ello quería evitar la confusión con el género conocido como chick lit, al modo del monumental bestseller Eat, Pray, Love, de Elizabeth Gilbert. A partir de ese momento Oprah, suma sacerdotisa del mujerío patrio, decidió ignorar a quien se atrevía a hacerle ascos a su inmensa capacidad de convocatoria, mientras otros autores habrían dado cualquier cosa por aparecer en su show.

Lo cierto es que a Jonathan Frenzen no le hizo falta reír y llorar con el público femenino de Oprah para convertirse en un autor de culto y heredero del trono de pesos pesados como Saul Bellow o Philip Roth, grandísimos cronistas de nuestro tiempo. Sin embargo, diez años después de su desplante, se ha mostrado más humilde y dispuesto a hacer las paces con la mujer más influyente del país. A cambio, Oprah ha recomendado Freedom en su club de libros, tal vez sin medir el efecto que puede producir en suburbia la maladie existencial que corroe a la familia Berglund.

Si bien Franzen y Oprah viven una luna de miel a pesar de representar lo opuesto –él es el wonderboy de los salones literarios neoyorkinos y ella la predicadora motivacional de las amas de casa–, las que están que trinan son las autoras de libros de mujeres para mujeres. Jodi Picoult y Jennifer Weiner, dos exitosas escritoras que apuestan por este género, han arremetido contra Franzen y lo que ellas consideran el empeño del NYT por encumbrar a "autores blancos del sexo opuesto" en detrimento de los méritos y logros de señoras como ellas que cuentan con legiones de lectoras. En esta batalla de los estrógenos contra la testosterona que se está librando en el campo de las letras, Weiner ha publicado un blog bajo el provocativo título de Franzenfraude, acusando de esnobs a los popes de la cultura.

De algún modo Weiner, Picoult y compañía han caído en los mismos prejuicios de sus colegas del género masculino que atacan ferozmente la literatura de mujeres para mujeres, ese género que no es del todo un romance Arlequín, pero sí lo suficientemente rosa como para liberar las endorfinas que nos harán creer que hay más amor después del desamor. O por lo menos un buen plato de pasta en una trattoria romana. Cuando los literatos serios y con mayúsculas miran por encima del hombro a una Isabel Allende o a la mismísima Elizabeth Gilbert con sus mega monstruosos bestseller, ellas sonríen indiferentes y aprovechan una entrevista con Oprah que triplica la venta de sus libros.

Mientras las divas del muy digno género del chick lit ahora se rasgan las vestiduras por la beatificación literaria de Jonathan Franzen, su novela se instala en el olimpo de las ventas y Oprah le perdona la vida al díscolo intelectual. La guerra de los sexos puede ser muy rentable.

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