Fueron cientos de miles los que el pasado miércoles amanecieron celebrando en los Estados Unidos la victoria del primer presidente electo afroamericano. Atrás quedaban las heridas de la esclavitud y de la lucha por los derechos civiles tras una noche de catarsis colectiva que le demostró al mundo que, en efecto, la nación americana es, por encima de todo, una tierra de oportunidades para quien se lo proponga.
En cambio, otra minoría –compuesta por homosexuales y lesbianas– se levantó con la zozobra en el corazón tras el triunfo en California, la Florida y Arizona de enmiendas que ponen freno al matrimonio entre personas del mismo sexo. Presintiendo el fatal desenlace, en los últimos meses miles de parejas gays formalizaron en California sus relaciones en los juzgados antes de que se revocara la decisión del 2004 de la Corte Suprema que les permitía casarse.
Resucitando el espíritu de las protestas de Stonewall en 1969, los colectivos gays han salido a las calles a manifestarse por considerar que se les ha dejado fuera de una constitución que ampara a todos bajo la sombrilla de la igualdad. Es preciso señalar que las enmiendas que pasaron en esos tres estados contaron con el espaldarazo decisivo de hispanos y afroamericanos, dos minorías particularmente insensibles a los derechos de los homosexuales. Fueron los votantes blancos quienes mayoritariamente ofrecieron resistencia a estas propuestas excluyentes, cuya campaña se sufragó con donaciones millonarias por parte de las iglesias mormonas y evangélicas.
La unión civil entre dos adultos no debe pasar por el tamiz religioso, porque no se trata de un vínculo contraído ante los ojos de Dios ni derivado de una interpretación bíblica, sino simplemente el contrato consensuado entre dos individuos mayores de edad que deciden unir sus vidas por razones de índole sentimental, económica o cualquier otro motivo que consideren legítimo y de mutuo beneficio. Las iglesias nada tienen que ver con estos lazos. Roma tiene el derecho a decidir que los curas no puedan casarse o que el matrimonio religioso sólo es válido ente varones y hembras, pero ni Roma ni ningún otro centro religioso tiene el derecho a inmiscuirse en las relaciones contractuales de la sociedad civil.
Realmente la constitución de una entidad conyugal, cualquiera que sea el género de los contrayentes, ni siquiera debería necesitar la aprobación del Estado, porque se trata de un contrato privado entre dos personas adultas. Si el Estado no tiene que autorizarnos a constituir cualquier tipo de sociedad civil, no se comprende por qué atribuirle la competencia en algo tan sagrado y personal como la vida privada de cada cual. Irónicamente, cuando la ceremonia religiosa del casamiento se celebraba en los tiempos de la Roma pagana (luego imitada fielmente por la ceremonia católica romana), la función del sacerdote era más la de un testigo que daba fe de una unión que la de una autoridad que lo permitía.
Si bien un afroamericano ha podido ganar la presidencia, todavía resulta prematuro imaginar en idéntica situación a un hombre o una mujer gays que, como proclamara Obama la noche de su triunfo, pueda darle gracias al amor de su vida por haberlos acompañado en su odisea particular. El día después del 4 de noviembre muchos lloraron de rabia y de tristeza. Para ellos había amanecido sin los bellos colores del arcoiris.
Gina Montaner
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Los colores del arcoiris
La constitución de una entidad conyugal, cualquiera que sea el género de los contrayentes, ni siquiera debería necesitar la aprobación del Estado, porque se trata de un contrato privado entre dos personas adultas.
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