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Gina Montaner

Qué verde era mi valle

La mayoría de los cubanos sufre cortes diarios de luz y de agua que dificultan enormemente la vida. Y ahora, en una isla diezmada por los hermanos Castro, convivirán con unos campos de golf necesitados de regadío.

Es evidente que ni la historia ni Dios absolverán a Fidel Castro. Son demasiados los atropellos que el anciano dictador ha cometido contra los cubanos y tarde o temprano eso se paga ante la justicia o en los libros de historia. Ahora nos llegan noticias que de nuevo resaltan las estúpidas arbitrariedades a las que durante más de medio siglo ha sometido al pueblo, como si se tratara de un cruel experimento social en el que los ratones han sido sustituidos por personas.

La información llega de la mano de un artículo en el New York Times sobre el último joint venture que el Gobierno cubano –ahora dirigido por un Raúl Castro, que pretende impulsar un capitalismo sin verdadera libertad de mercado– está desarrollando con una serie de compañías extranjeras. Se tratan de acuerdos millonarios con empresas canadienses y británicas para abrir complejos hoteleros con la atracción de campos de golf para turistas adinerados. Por ahora el régimen y los inversionistas extranjeros están desarrollando cuatro proyectos que podrían proporcionarle a la dictadura castrista unas ganancias de 1,5 billones de dólares. El objetivo es inaugurar más de una docena de exclusivos clubes de golf en las hermosas costas de la isla.

Bien, no sería la primera vez que un país del Caribe con playas tan espectaculares aprovechara para, como otras naciones de la región que viven del turismo, darse a conocer por sus magníficos campos de golf. Pero en el caso de Cuba la triste ironía es que hace 50 años Fidel clausuró la docena que existía por considerar que se trataba de un deporte burgués que contradecía los principios del modelo igualitario que pretendía instaurar. En aquellos tiempos de euforia ideológica, apareció una foto del comandante y el Ché Guevara jugando al golf, a modo de burla de un pasatiempo que estaba condenado a desaparecer por promover la lucha de clases. Muy pronto la mayor parte de aquellos amplios terrenos verdes se convirtieron en bases militares, y el golf pasó a ser en una reliquia del pasado de la que las generaciones que han crecido bajo la revolución ni siquiera tienen memoria.

Ahora, cincuenta años después y con una sociedad empobrecida y amordazada, el mismo sistema que condenó a los cubanos a la miseria colectiva cierra el círculo de sus despropósitos, construyendo para los extranjeros unos resorts en los que estarán a la venta apartamentos de más de medio millón de dólares y habitaciones de hotel de más de 200 dólares la noche. Ya sólo les queda reabrir los casinos a los que supuestamente en la era prerrevolucionaria acudía la mafia estadounidense para comprar y mancillar el honor de la ciudadanía.

Desde luego Cuba no sería el primer país tercermundista en el que la población, pobre y sin recursos, es la mano de obra en destinos prohibitivos y sólo al alcance de un turismo de alto standing. Pero lo que chirría y resulta escandaloso es la desvergüenza de una tiranía dizque comunista, dispuesta a agrandar aún más la brecha de un apartheid en el que el pueblo no tiene libre acceso a estos paraísos hedonistas para extranjeros. ¿Qué cubano que no pertenezca a la corrupta nomenclatura pudiera soñar con ser propietario de una de esas unidades o aparecerse con sus palos de golf para celebrar por todo lo alto unas bien merecidas vacaciones? Porque hasta en países vecinos donde abunda la pobreza, como es el caso de República Dominicana, un nacional que haya conseguido amasar una fortuna disfruta a sus anchas de la lujosa Casa de Campo. ¿Acaso los cuentapropistas que en Cuba se ganan la vida remendando zapatos o vendiendo croquetas podrán aspirar a hacerse millonarios y codearse con la jet-set canadiense y europea?

Difícilmente, cuando el salario medio es de unos veinte dólares al mes. La mayoría de los cubanos sufre cortes diarios de luz y de agua que dificultan enormemente la vida. Y ahora, en una isla diezmada por los hermanos Castro, convivirán con unos campos de golf necesitados de regadío que son un desafío medioambiental en un territorio con graves problemas de suministro eléctrico. Son los mismos cubanos a los que les contaron que el golf era una repugnante actividad pequeño-burguesa y que los lujos eran propios de la decadente clase alta. Pecados capitalistas que había que eliminar de la faz de la tierra.

Estas burbujas idílicas que el Gobierno y el capital extranjero están explotando serán all inclusive con boutiques de marcas, supermercados con productos gourmet y todo lo que un turista rico pueda permitirse mientras encaja la pelota de golf de un hoyo a otro. La esperanza del cubano será llegar a ser caddy y descubrir lo verde que un día fue su valle. Hay consuelos que hacen llorar.

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