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Gina Montaner

Tan cerca, tan lejos

Difícilmente se puede retornar a un pasado en el que la comunicación estaba en manos de unos pocos. Las redes sociales han gestado una suerte de democracia participativa cibernética que cabalga a sus anchas en las praderas de las pantallas.

Fue por las redes sociales, específicamente por medio de Twitter, como recuperé a una buena amiga a la que le había perdido la pista hace un tiempo. Desde entonces, con frecuencia compartimos información que nos parece interesante y nos cruzamos breves mensajes comprimidos en 140 caracteres. Cuando parecía que nos habíamos extraviado la una de la otra por la distancia y el tiempo, el foro donde la aldea global se comunica a todas horas nos sirvió de puente.

¿Representan las redes sociales el regreso a los vasos comunicantes que antes del invento de la imprenta servían para diseminar información? Eso viene a decir un artículo de The Economist dedicado al fenómeno de internet. Desde tiempos inmemoriales, la tradición oral se ha encargado de esparcir noticias y hechos relevantes de la tribu. La revolución que desató Guttenberg permitió la divulgación a mayor escala y a partir del siglo XIX la técnica fue avanzando rápidamente hasta nuestros días, inmersos en una era internáutica en la que las informaciones viajan a la velocidad de la luz, no ya por los grandes medios de comunicación como los diarios y la televisión, sino por el intercambio constante e insomne de millones de seres que, por ejemplo, "tuitean" y "retuitean" datos y análisis valiosos que desean compartir con el resto de los mortales. De este modo, nuestro planeta se ha convertido en una inmensa centralita en la que los usuarios son los que determinan lo que es de rabiosa actualidad. O sea, el reinado del trending topic, no ya regido por lo que hasta hace poco se conocía como el Cuarto Poder, sino por lo que prende en la imaginación de quienes circulan por libre y sin horario de cierre en el universo virtual.

En el reportaje de la prestigiosa revista británica se llega a mencionar que figuras como John Locke, Thomas Paine y Benjamin Franklin fueron precursores de los blogueros. Lo cierto es que hoy en día un blog hecho en casa puede crear un estado de opinión; o la foto que un ser anónimo toma con su teléfono móvil sustituye a la imagen de agencia que antes acompañaba a un titular. Basta navegar en el proceloso mar de internet para comprender que la información ya no lleva bandera distintiva. Precisamente el gran reto consiste en discriminar las noticias veraces de la cantidad de bazofia contaminante que también pulula en el espacio virtual.

Lo que está claro es que los escenarios de la lectura diaria del periódico impreso y la reunión familiar en torno a los telediarios de la noche ya son imágenes más propias de épocas míticas como la que inmortalizaba Norman Rockwell en sus cuadros. El signo de los tiempos que corren es la vertiginosa inmediatez de la información y los dazibaos independientes que se generan con el flujo de datos e impresiones que va recogiendo y distribuyendo la gente a todas horas. Difícilmente se puede retornar a un pasado en el que la comunicación estaba en manos de unos pocos. Las redes sociales han gestado una suerte de democracia participativa cibernética que cabalga a sus anchas en las praderas de las pantallas.

Mi buena amiga, que es un lince en el arte del Twitter, capaz de combinar a la perfección el valor de la noticia con el juicio rápido, ponderado y breve a bordo de las alas azules del pájaro virtual, cada día tiene más seguidores sin el trampolín y la plataforma de los conglomerados mediáticos de antaño. Así nos reencontramos de manera fortuita y retomamos la conversación interrumpida. Tan lejos, tan cerca. A golpe de un "tuit".

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