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Guillermo Domínguez

La magia nunca muere

No ganó tantos torneos como Jack Nicklaus ni tenía el 'swing' ortodoxo de Tiger Woods, pero su carisma, mayor incluso que el de Arnold Palmer, y su perenne sonrisa de galán de Hollywood versión 'made in Spain', conquistaron a todo el mundo.

Para quienes nos hemos iniciado en esto del golf –bonito y a la par ingrato deporte donde los haya– mirándonos en el espejo de Severiano Ballesteros, la noticia de su muerte supone un auténtico mazazo. Seve siempre luchó con fuerza y optimismo contra el tumor cerebral que se le detectó en octubre de 2008 y, como él mismo dijo en una ocasión, llegó a "jugar el mulligan" de su vida tras haber superado una cuarta intervención quirúrgica. Dos años y medio después, el cáncer ha apagado la llama de una de las grandes leyendas del deporte español.

Admito que no fue hasta hace relativamente poco cuando empecé a interesarme realmente por su trayectoria, tanto profesional como personal. A finales de noviembre pasado, durante la feria Madrid Golf, tuve el privilegio de entrevistar a José María Cañizares, Pepín Rivero y Manuel Piñero, tres míticos golfistas españoles que jugaron, y aprendieron, junto a Seve. Grandes conocedores de su obra y sus milagros. "Seguro que sale de ésta", me decía esperanzado Cañizares, desconocedor –como él, todos– de que el tiempo acabaría quitándole la razón.

Aún incrédulo por el fatídico acontecimiento, y antes de dedicarme a escribir este artículo, una de las primeras cosas que he hecho ha sido tirar de videoteca y contemplar las imágenes de su colosal golpe en el Abierto Británico de 1979 –que luego acabó ganando– con el driver desde el aparcamiento del Royal Lytham & St Annes Golf Club de Lancashire, donde el viento atiza a todas horas y la maleza crece a sus anchas, para acabar colocando la bola en el green antes de embocar un birdie.

Una hazaña que el inexorable paso del tiempo nunca borrará de nuestras retinas. Toda una proeza que enamoró a los ingleses mientras pasó casi sin pena ni gloria en nuestro país, donde el golf quedaba relegado al más puro ostracismo. "Sevy, Sevy", vitoreaban hace más de tres décadas los mismos británicos que se sentían abducidos por la música de Sex Pistols, The Who o Jethro Tull. Seve Ballesteros, aquel desconocido veinteañero, era uno de sus nuevos ídolos. Porque eso fue Seve, y sigue siendo, en Reino Unido, el mismo país donde se ningunea a España y todo lo que le representa. 

Ahí se forjó la leyenda de un hombre capaz de hacer magia con una bola de poco más de cuatro centímetros de diámetro y un palo en la mano, la de nuestro cántabro más universal, que deleitaba al público con sus golpes imposibles desde cualquier parte del campo, con trayectorias jamás imaginadas antes por jugador alguno. "Su golf era imaginación pura, garra, inesperado, nunca sabías por dónde iba a atacar. Si le salía bien, era una inyección de adrenalina que te removía todo el cuerpo", decía sobre Seve el periodista especializado en golf Simon Barnes, de The Times. Con el talento por bandera, presumía de llevar pocos palos en la bolsa. Ya desde pequeño, cuando apenas levantaba un palmo del suelo, daba muestras de su genialidad: era capaz de practicar por las noches mientras nadie le veía o patear sobre la arena de la playa de Pedreña. 

No ganó tantos torneos como Jack Nicklaus, el Oso Dorado, ni tenía el swing ortodoxo de Tiger Woods –en su primera participación en el Masters de Augusta, el Tigre buscó con insistencia a Seve para poder entrenar con él–, pero su carisma, mayor incluso que el de Arnold Palmer, y su perenne sonrisa de galán de Hollywood versión made in Spain, conquistaron a todo el mundo.

Nos deja Seve Ballesteros, el hombre que descubrió el golf a los españoles. El cántabro universal que le quitó la venda de los ojos a Europa y le dio seis Ryder junto a otras leyendas como Nick Faldo, Ian Woosnam, Bernhard Langer... Nos queda también el recuerdo de un genial jugador enfundado en una chaqueta verde como primer campeón español del Masters de Augusta, el torneo de los torneos creado por el mismísimo Bobby Jones.

¡Hasta siempre, Seve! ¡Hasta siempre, maestro!

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