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Guillermo Domínguez

Saboreando las mieles del éxito

Nos permitimos el lujo de seguir soñando porque el fútbol español tiene cuerda para rato. Jóvenes jugadores como Busquets, Piqué, Pedro, Mata, Fernando Llorente o Javi Martínez hacen que la selección pueda vislumbrar un futuro halagüeño.

Veinticuatro horas después de la mágica noche del 11-J, no consigo asimilar aún que España es campeona del mundo. Pero así es. Nuestra selección ya luce en su camiseta una estrella, al igual que Inglaterra o Francia, otrora unos monstruos irreductibles y hoy unos conjuntos mediocres que a duras penas imponen respeto, al menos por lo que se ha visto en el Mundial de Sudáfrica. España manda en el concierto internacional por méritos propios y no por deméritos de los demás, como los envidiosos de turno nos quieren hacer creer. Simplemente, gana porque es la que mejor juega. Así de claro.

Da igual que enfrente tenga adversarios como Holanda, cuyo técnico, Bert van Marwijk, pareció dar la consigna a sus jugadores de que rompieran las piernas y otras partes del cuerpo a los españoles –véase la patada de kárate de Nigel de Jong a Xabi Alonso en el pecho– porque, en cuanto a fútbol, no les llegaban ni a la suela de los zapatos. Lo mismo da que los árbitros estén en su contra. Como ese tipo impresentable llamado Howard Webb, máximo exponente del Blatterato –extensión internacional del Villarato, como sabiamente ha definido Juan Manuel Rodríguez en uno de sus último artículos– y cuya incomprensible aquiescencia permitía a la Navaja Mecánica –sí, lo he escrito bien– salir airosa del choque contra España durante 115 minutos. Hasta que llegó el gol del Andrés Iniesta, una obra de arte que terminaba por hacer justicia en la batalla final del Soccer City Stadium de Johannesburgo.

La selección española ya ha vuelto a casa con la Copa del Mundo bajo el brazo y se ha dado un merecido baño de multitudes en Madrid. Todos, en mayor o menor medida, han contribuido a este éxito, sin duda el de mayor del deporte español. Iker Casillas, determinante con sus paradas –entre ellas, una a Robben en la final que dejó al borde del infarto a 44 millones de españoles–, Gerard Piqué y Joan Capdevila han sido los únicos que han disputado todos los minutos, mientras que Reina, Valdés y Albiol no han jugado uno solo. Pero lo mismo da que da lo mismo. Todos, los 23 jugadores de la selección, el cuerpo técnico, con Vicente del Bosque a la cabeza, y los miembros de la Real Federación Española de Fútbol, han sido artífices de esta gran victoria.

A muchos franceses, entre ellos Michel Platini, les corroe la envidia por dentro viendo cómo los deportistas españoles triunfan por el mundo, Francia incluida. ¡Qué decir de Rafa Nadal, el rey de la tierra batida de Roland Garros con cinco títulos, o Alberto Contador, bicampeón del Tour! Hasta ahora nuestros vecinos presumían de superar a España en cuanto a grandes títulos conseguidos en el fútbol, con un Mundial y dos Eurocopas, pero les acabamos de igualar.

Nos permitimos el lujo de seguir soñando porque el fútbol español tiene cuerda para rato. Jóvenes jugadores como Busquets, Piqué, Pedro, Mata, Fernando Llorente o Javi Martínez hacen que la selección que dirige Del Bosque pueda vislumbrar un futuro halagüeño. Y detrás vienen los De Gea, Fran Mérida, Azpilicueta, Canales, Ander Herrera... Pienso por ello que puede ser el comienzo de una edad dorada, aunque también pongo los pies en la tierra y barrunto que tal vez yo no vuelva a vivir algo así nunca más.

De momento es hora de saborear las mieles del éxito. Como sabiamente nos ha recordado Iker Casillas en esta jornada lúdica del 12 de julio, "el nombre de España va a estar en lo más alto del mundo durante los próximos cuatro años". Puede que nuestra selección no vuelva a ganar jamás la Copa del Mundo. Pero de momento, ¡que nos quiten lo bailao!

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