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Guillermo Dupuy

Benedicto XVI y los delirios nacionalistas

Hay que ser, no cristiano, sino cateto, muy cateto, para pretender que el Sumo Pontífice de una Iglesia que se autoproclama universal haga suyos los delirios identitarios de quienes atribuyen "personalidad", no a los individuos, sino a los territorios.

Decía Artur Mas hace pocos días, y "como cristiano", que "el Papa tiene que ser consciente de que viene a una nación, que es Cataluña, y no a una región mediterránea sin mucha personalidad". Pues menos mal que el presidente de CiU ha hecho estas declaraciones "como cristiano", que si llega a hacerlas como dirigente nacionalista nos lo vemos exigiendo al Santo Padre que use barretina y que baile sardanas.

No sé si el dirigente nacionalista hace con lo de la "región mediterránea sin mucha personalidad" una denigrante referencia a la Comunidad Valenciana, a la que Benedicto XVI visitó en julio de 2006; pero, desde luego, hay que ser, no cristiano, sino cateto, muy cateto, para pretender que el Sumo Pontífice de una Iglesia que se autoproclama universal haga suyos los delirios identitarios de quienes atribuyen "personalidad", no a los individuos, sino a los territorios.

A mí me parecería muy bien que el Papa intercalase el catalán y el castellano en su visita a la ciudad condal, entre otras cosas porque lo vería como una muestra de respeto a esa diversidad y a esa libertad lingüística que los nacionalistas tratan de erradicar de Cataluña. Pero no es a ese bilingüismo en libertad, lógicamente, a lo que se refieren quienes están obsesionados por la construcción nacional de Cataluña ni quienes, como el abad de Montserrat, Josep María Soler, manifiestan que "el viaje del Papa debe tener una dimensión catalana".

Se supone que la visita del vicario de Cristo a Barcelona lo que debe tener es una "dimensión" cristiana, pero ya sabemos que nadie está a salvo –tampoco la Iglesia Católica– de ese nacionalismo que el Papa Juan Pablo II calificó de "gangrena".

Benedicto XVI también ha sido muy crítico con los nacionalismos, tal y como ya demostró en numerosas obras antes de convertirse en el sucesor de San Pedro. Cuando creo que todavía no había sido ordenado siquiera cardenal, Ratzinger escribió un ensayo, ¿Por qué pertenezco en la Iglesia?, en el que no eludía razones para dejar de pertenecer a ella. Una de ellas era, precisamente, observar como "en medio de un mundo que tiende a la unidad, la Iglesia se dispersa en resentimientos nacionalistas, en la exaltación de lo propio y en la denigración de lo ajeno".

No estaría mal que el Papa lo recordara ahora y que reiterara, tal y como hiciera en una obra posterior, que el mensaje evangélico y la Iglesia Católica debe alcanzar de nuevo lo que afirmaba el griego Aelius Arístides, en el siglo II después de Cristo, en su panegírico de Roma: "Todo es aquí para todos. Nadie es extraño en parte alguna".

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