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Guillermo Dupuy

La unidad de España, ¿imperativo europeo?

Es ingenuo confiar en que Bruselas no toleraría lo que nuestros complejos, hartazgo o indiferencia estarían dispuestos a conceder a los secesionistas

Me parece sorprendente la candidez con la que algunos tratan de espantar el riesgo cierto de fractura de España sobre la base de una hipotética negativa de la Unión Europea a la secesión de Cataluña y sobre lo mucho que esta región tendría que perder desde el punto de vista comercial si dejase de ser parte de España.

Para empezar, los nacionalistas han dado innumerables muestras de que no les importa gastar mucho dinero en su construcción nacional y en sus delirios identitarios, ya sean embajadas, canales autonómicos o sus no menos despilfarradoras y liberticidas inmersiones lingüísticas, entre muchos otros ejemplos. Pero es que confiar en que Bruselas no toleraría lo que los complejos, el hartazgo o la indiferencia de la mayoría de los españoles –incluidos los catalanes no independentistas– sí que estarían dispuestos a conceder no es más que una ilusoria creencia, una ficción destinada a no tener que asumir las propias responsabilidades y a confiar en que nuestros problemas nos los solucionarán desde fuera.

Naturalmente, si por fractura de España entendemos una especie de movimiento sísmico, de corrimiento de tierras que, por ejemplo, permitiera a Aragón tener playa –tal y como sostiene un tuitero mentado por Pedro J. ante la hipotética secesión de Cataluña–, evidentemente ese riesgo no sería tal. Pero no gracias a la Unión Europea, sino a la geología.

Ahora bien, si por fractura de España debemos entender una Cataluña que deje de ser España –como ya en buena parte ha dejado de reconocerse–, para convertirte en "un nuevo Estado de Europa", tal y como rezaba el lema de la manifestación secesionista de la Diada, habrá que decir que ese riesgo es cierto y que en nada ayudará a disiparlo nuestra pertenencia a la Unión Europea.

De hecho, España ya ha sufrido y sufre numerosas facturas que le afectan como nación, entendida como Estado de Derecho. Así, por ejemplo, que el actual entramado autonómico imposibilite trasvasar agua de la España húmeda a la España seca supone una ruptura de la nación. Que en algunas partes del país se haya erradicado de la educación todo aquello que nos une y que nos hace identificarnos como españoles, o que en algunas regiones ni siquiera se pueda estudiar en español, también supone una empobrecedora y liberticida quiebra de España. Otro tanto se podría decir de esa arcaica quiebra que, para nuestra nación entendida como Estado de Derecho, supone el distinto y privilegiado régimen fiscal que tienen algunas autonomías, como el País Vasco y Navarra.

Todo esto sucede sin que Europa haya constituido impedimento alguno. Si a los españoles nos parecen bien disparates tales como, por ejemplo, gastar el dinero del contribuyente para que nuestros senadores puedan debatir entre sí sin tener que hablar en la única lengua que todos ellos conocen, Bruselas no lo va a impedir, como de hecho no lo ha impedido.

Naturalmente, si digo que ese riesgo de fractura total existe no es para que cedamos al chantaje, ni para que paguemos como forma de evitarlo. Eso no haría más que alimentar la deriva secesionista. Lo que digo es que el riesgo no está, tal y como ingenuamente sostiene Pedro J., en que "paguemos por evitar que algo imposible no suceda". Lo que digo es que el riesgo está en pensar que algo tan posible como la secesión de Cataluña pueda evitarse pagando o confiando en la negativa de Bruselas.

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