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Guillermo Dupuy

Los polvos de la casta no son solución a los lodos del populismo

Una cosa es que Podemos no sea la solución, y otra cosa distinta que el consenso socialdemócrata que se disputan Rajoy y Sánchez deje de ser el problema.

Una falsa pero cómoda premisa puede tener un angustioso pero lógico corolario. Una cosa es que el populismo/leninismo de Podemos no sea la solución y otra cosa muy distinta que el consenso socialdemócrata –cuyo liderazgo se disputan, con el apoyo de Ciudadanos, el PP y el PSOE– deje de ser un problema.

Una alianza entre estos tres partidos nacionales que siguiese sin dar la batalla ideológica, financiera, judicial y política al nacionalismo seguiría alimentando a quienes consideran que la solución está en llegar a acuerdos con los separatistas en torno a los referéndums de autodeterminación. Una gran coalición entre Rajoy, Sánchez y Rivera que siguiera considerando que el problema del déficit radica no en un gasto público excesivo sino en unos insuficientes ingresos fiscales seguiría alimentando a quienes consideran que la solución está en elevar todavía más nuestros ya de por sí asfixiantes niveles de presión fiscal y de endeudamiento público.

Ese consenso socialdemócrata que Rajoy y Sanchez se disputan por liderar con el apoyo de Rivera y que reclama a Bruselas flexibilidad a la hora de llevar a cabo los imprescindibles e impracticados recortes en nuestro sobredimensionado sector público seguiría reforzando moralmente a quienes consideran poco menos que un crimen social todo ejercicio de austeridad pública. Un casta que siguiese defendiendo en nombre del bien común la existencia de ruinosas y propagandísticas televisiones y medios de comunicación públicos seguiría reforzando a quienes abogan por suprimir todo medio de comunicación privado. Una casta que siguiera dejando en papel mojado la Ley de Partidos y la sentencia del Tribunal Supremo que ilegalizó a Bildu refuerza, como no podía ser de otra forma, a quienes consideran que Otegi ha sido un "preso político" a quien no se puede negar su derecho a presentarse a unas elecciones.

Una casta que lleva a gala el poner fecha de caducidad a las centrales nucleares y el sostener insostenibles energías verdes alienta a quienes quieren terminar de erradicar todo cálculo económico y todo criterio de eficiencia de nuestro ya de por sí muy intervenido y distorsionado sector energético.

Una casta socialdemócrata que reivindica un sistema público de reparto en el terreno de las pensiones refuerza a quienes defienden que el único ajuste que se debe practicar a esta estafa piramidal es elevar la cuantía de las pensiones a costa de mayores impuestos.

Una casta que llama "gratuitos" a unos servicios educativos y sanitarios financiados por el contribuyente y que, al mismo tiempo, no concibe la existencia de dichos servicios gratuitos sin la existencia de colegios y hospitales públicos refuerza moralmente a quienes reclaman la erradicación de todo concierto estatal con la sanidad o la enseñanza privada.

Podríamos añadir muchos más ejemplos, pero basten estos para ilustrar hasta qué punto los supuestos antisistema no son más que una radicalizada pero muy lógica deriva del consenso socialdemócrata imperante, en el que se ha ido acomodando desde el primer día el irreconocible partido de Rajoy. Un consenso que, ante la crisis económica, sigue sin proponer auténticas reformas liberalizadoras ni rebajas en la presión fiscal y que, ante la crisis nacional causada por su pusilanimidad ante los nacionalistas, no sabe hacer otra cosa que recurrir ante el Tribunal Constitucional y auxiliar a la autonomía en rebeldía a través del Fondo de Liquidez Autonómica.

Si en el PP quedase algo de estima por los ideales liberales y de defensa activa de la unidad nacional que con algo más de energía otrora abanderó, bien podría dejar gobernar al PSOE y a Ciudadanos el tiempo estrictamente suficiente para desembarazarse del rajoyismo y recuperar sus traicionadas señas de identidad.

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