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Guillermo Rodríguez

Autobombo anónimo

Internet es terreno abonado para ejercer la picaresca con absoluta impunidad. De hecho, y aunque a la industria discográfica le cueste asumirlo, la actuación de los usuarios de las redes P2P guarda bastantes similitudes con la de Lázaro de Tormes, salvando las distancias sociológicas y temporales. Si éste se las apañaba para comer más uvas que el anciano invidente, los primeros se las ingenian como buenamente pueden para sisarle las uvas (canciones) a otro ciego (las discográficas). La historia de Lázaro provoca la carcajada, cuando no la admiración, por mucho que al viejo no le hiciera ni pizca de gracia.
 
También existen ejemplos en la ‘era Internet’ que obligan a rendirse con una sonrisa ante los pies de los pícaros. Por ejemplo, esos autores que de forma aviesa transforman el servicio “valoración de los usuarios” de la versión canadiense de Amazon.com en uno que podría titularse “Autobombo del autor”. Varios novelistas han sido pillados in franganti por colar críticas (siempre favorables) de sus propios libros en un espacio teóricamente reservado para que los internautas opinen, debatan y, llegados al caso, se tiren los trastos en defensa o alabanza de un libro.
 
John Rechy, autor del best seller "City of Night" y absolutamente desconocido por estos lares (apenas 33 entradas en Google), tuvo el arrojo de puntuar su reciente novela “The Life and Adventures of Lyle Clemens" con unas nada modestas cinco estrellas, la más alta calificación que puede otorgarse a un libro en Amazon.com. Firmó la alabanza con el vago y nada clarificador “un lector de Chicago”.
 
La actitud de Rechy es todo menos novedosa. Un poeta de la enjundia de Walt Whitman o un novelista reconocido como Anthony Burgess no tuvieron en su momento ningún reparo en vanagloriar sus obras parapetados bajo el siempre cómodo techo del anonimato.
 
Cambian los medios, permanecen los modos. Esta anécdota, cómica se mire por dónde se mire, esconde una idea fuerza que debe analizarse: hoy es crucial para todo creador recibir una buena puntuación de los lectores anónimos. Por el contrario, el valor de la crítica sesuda, razonada, pierde valor. Importa mucho más lo que dice un incógnito internauta que la valoración que emana de la recensión publicada en un periódico. Internet ha concedido a sus usuarios la potestad de elevar o bajar el pulgar ante una obra. Es, simple y llanamente, la democratización de la crítica, valga la cacofonía.
 
Sólo en Amazon hay 10 millones de usuarios, y su zona de críticas es la más consultada, lo que muestra bien a las claras la ‘gravedad’ de la cuestión. El diario The New York Times se hace eco de las voces críticas ante esta universalización de la crítica que ofrece la Red. A su juicio, muchas de las reseñas aparecidas en la cibertienda estás escritas por personas que conocen de cerca al autor, director o interprete de un libro, película o disco. Tratan con ello de desacreditar la opinión libre de censuras, del diga la que piensa, sea quien sea. Como si el mundo real estuviera libre de manos amigas y favores.
 
Arguyen asimismo que muchas veces las valoraciones (siempre subjetivas) se escriben sin que el anónimo lector tan siquiera haya leído el libro, escuchado el disco o visto la película. Cierto es. Tanto como que los suplementos culturales de los diarios españoles están repletos de recensiones escritas bajo similares circunstancias. O sea, sin lectura, visión o escucha previa.

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