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Guillermo Rodríguez

Con la música a otra parte

Pues no, no corren buenos tiempos para la industria musical. Las tiendas de discos se vacían al mismo tiempo que los programas piratas de descarga de canciones en Internet viven su época dorada. La causa es simple y a casi nadie se le escapa: a un solo golpe de ratón, cualquier internauta puede conseguir un disco gratis, mientras que en los establecimientos el precio por un álbum oscila entre los 15 y 20 euros. Demasiada diferencia como para no tenerla en cuenta.

En 2002, la venta de CD cayó en todo el mundo un 7 por ciento, dos puntos por encima de la cifra registrada el año anterior, según remarca un informe de la Federación Internacional de la Industria Discográfica (IFPI). Especialmente crudo ha sido el año en Estados Unidos, primer consumidor mundial de CD y país en el que operan las principales discográficas. Afortunadamente, el resfriado estadounidense no ha contagiado demasiado a Europa, donde las cifras, siendo malas, no producen tanta alarma. En el Reino Unido el descenso se sitúa en el 3% –primera caída tras cinco años de crecimiento–, mientras que Francia ha incrementado las ventas un 4%. España ha sido una de las peores paradas al registrar una caída del 16%. Aun así, la vieja Europa salva los muebles en un año desastroso para la música.

La IFPI esgrime cuatro factores para justificar este nuevo descenso: la facilidad que existe a día de hoy para descargar discos de Internet, la proliferación de la piratería, la crisis económica y la competencia que ejercen otras formas de entretenimiento, como los DVD –cuyas ventas se incrementaron un 58% el año pasado–, o los videojuegos.

Es cierto que Internet supone un dolor de muelas para una industria que, hasta finales del siglo XX, campaba por sus respetos sin encontrar a nadie que tosiera a su alrededor. A día de hoy, el negocio musical está sustentado por cinco discográficas (Universal, BMG, EMI, Sony y Warner) que controlan más del 85% de la distribución de discos. Hasta ayer, las majors no encontraban demasiadas dificultades para acabar con cualquier competencia que apareciera a la vuelta de la esquina... hasta que llegó Internet. Pocos, casi nadie, se imaginaban que la Red podría hacer tambalear los cimientos de un Industria con unos ladrillos aparentemente tan sólidos.

Las tiendas de música de principios del siglo XXI no se llaman HMV, Virgin o Fnac, sino Kazaa, WinMX, Soulseek o eDonkey. Todos ellos son programas que operan con un pie en la ilegalidad y otro en la nebulosa jurídica de cada país. En cualquier caso, son desde hace dos años el principal objetivo a batir por parte de las discográficas. En 2001 ya acabaron con la madre de todos los programas, el perfecto Napster. Desde entonces apuntan hacia sus clones, todos aquellos que han llevado la filosofía de “toda la música gratuita que quieras” hasta sus últimas consecuencias.

Lo malo es que no sólo de programas ‘ilegales’ viven los piratas. También han comenzado a proliferar toda serie de páginas desde las que, con un poco de maña, pueden descargarse las principales novedades discográficas. Ahí están, por poner sólo tres ejemplos, simplemp3s.com, Maxalbums.com o mp3files. Su principal virtud no es sólo que disponen de los discos que copan las estanterías de novedades en cualquier tienda, sino que incluso permiten descargar álbumes que ni siquiera se han puesto a la venta.

El último afectado por esta práctica ha sido el grupo oxoniense Radiohead. Su nuevo trabajo aparecerá, oficialmente, el próximo 26 de mayo... pero desde el 30 de marzo está en Internet. Tan arraigado está el pirateo que ni siquiera los miembros de la banda se han sorprendido. “Sabíamos que iba a ocurrir, aunque no imaginábamos que fuera tan pronto”, subrayó su guitarrista, Jonny Greenwood.

Las cifras de ventas de CD obtenidas en 2002 son sólo un botón de muestra de lo que está por llegar. A las discográficas no les queda más remedio que cambiar de mentalidad y entender que la guerra a la piratería en Internet está abocada al fracaso. No les queda más remedio que convivir con ella e idear nuevas estrategias para que los consumidores acudan a las tiendas de música en vez de quedarse en casa atestando el disco duro de su ordenador de canciones gratuitas. En juego está su supervivencia.


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