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Guillermo Rodríguez

Soy un freak

Puestos a elegir entre Explorer y Firefox me quedo con el último sin pensarlo dos veces. Justo el mismo tiempo que me lleva optar por Opera cuando la alternativa es Firefox.

De las declaraciones realizadas por algunos directivos de Microsoft la semana pasada me quedo con una: Firefox está de moda. Es cierto: sea por la impecable campaña de marketing llevada a cabo por la Fundación Mozilla o sea porque los usuarios han descubierto que no es Explorer todo lo que reluce, los internautas han comenzado a abrazar cualquiera de las alternativas que existen al navegador de Microsoft. Sobre todo a Firefox.
 
Hace unas semanas Antonio José Chicnhetru reconoció en estas mismas páginas que se sentía un bicho raro por pertenecer “a ese cinco por ciento de internautas que no utilizan el Internet Explorer”. Si él se siente raro, el que esto escribe se siente un freak, un protagonista más de la espléndida “La parada de los monstruos”. No utilizo ni Explorer ni Firefox. Navego con Opera. Es cierto que puestos a elegir entre Explorer y Firefox me quedo con el último sin pensarlo dos veces. Justo el mismo tiempo que me lleva optar por Opera cuando la alternativa es Firefox.
 
El principal argumento que se emplea para criticar al navegador noruego Opera es que su versión gratuita incluye un banner de publicidad que, para muchos, es motivo suficiente como para descartarlo per se. Argumento que si se aplica con coherencia supondría que, en vez de leer un The New York Times plagado de anuncios, se tecleara la dirección de un hipotético Heraldo de Tumbuctú inmaculado de publicidad.
 
Prefiero navegar con Opera por una cuestión de velocidad. Un 600 y un BMW pueden cruzar la Gran Vía madrileña, pero prefiero el segundo por cuestiones de rapidez, comodidad y seguridad. Por eso mismo me decanto por Opera: es más rápido, cómodo y seguro que Firefox, qué decir de Explorer.
 
También lo hago por una muestra de apoyo hacia una compañía que, a pesar de estar atravesando un momento delicado, siempre ha ido dos cuerpos por delante de Firefox y doscientos de Explorer. A pesar de que las más recientes versiones del navegador noruego y Firefox sean muy parecidas, Opera sigue proporcionando muchas más prestaciones: su gestor de descargas es más práctico y rápido, la barra de navegación cuenta con muchísimas más opciones, bloquear o desbloquear pop-ups es una tarea mil veces más sencilla y la navegación por gestos del ratón está mucho más desarrollada.
 
Me decanto por Opera por no tener que descargar las extensiones a las que siempre obliga Firefox cuando se quiere conseguir un poco más de lo que ofrece por defecto. Incluso el único error que me hizo sopesar la idea de cambiar al navegador de código abierto –no podía consultar el servicio de correo electrónico GMail– ya ha sido subsanado.
 
Sigo y seguiré con Opera, actitud en ningún caso contradictoria con la de alegrarse, comprender y secundar la nueva moda por Firefox.

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