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Héctor Ñaupari

Ni problema, ni posibilidad

El historiador Jorge Basadre dijo alguna vez que el Perú era un problema y una posibilidad. Esa sentencia, que significó a la vez un desafío y una esperanza para generaciones de peruanos, es, a la luz de los recientes acontecimientos, una total irrealidad. Para muchos de mis compatriotas, el Perú ya no es un problema. Exiliados a otras naciones para escapar de la miseria, la suya se ha convertido en una entelequia que apenas reconocen como su propio país. Para los demás, el Perú ha dejado de ser una posibilidad.

Los que se quedaron, y viven atenazados diariamente por el desempleo y la corrupción, han decidido en estas últimas elecciones darle al país la última vuelta de tuerca para asentarlo definitivamente en el atraso político, económico e institucional. Los políticos que han elegido –y que se medirán en la segunda vuelta electoral– representan la más rancia estirpe de la clase política peruana, rapaz y mercenaria, cuyo único norte es la transacción, el mercantilismo y la mentira. Es así, porque ambos son conscientes de que ninguna de sus ofertas electorales podrá cumplirse, debido a la recesión económica que ha dejado sin liquidez a la economía y a la equívoca idea de usar al Estado como placebo de soluciones a todas las demandas de la población. Empero, aun cuando sepan qué medidas tomar para salir de la crisis –lo que, enfaticemos, no saben– no las anunciarán ni las tomarán porque el único objetivo es llegar al poder.

Lo más trágico de este panorama es que la población que los ha elegido es consciente de que los están engañando. Saben que verán frustradas sus expectativas, y que eso traerá una vez más, cual mito de Sísifo, el descontento y la inestabilidad. No obstante, persisten en el error. Así, si hoy los pueblos eligen ser prósperos o pobres, ¿qué podemos esperar de un pueblo que elige la pobreza, la corrupción y el subdesarrollo una y otra vez? Si, como dicen los economistas, la mejor garantía para las inversiones son las personas más que los gobiernos, pues éstos últimos pasan mientras los primeros permanecen, ¿acaso querría alguien invertir en un país cuyas personas están decididas a hundirse para siempre en el marasmo de la indigencia?

De otro lado, precisemos que la diferencia entre los programas de gobierno de los elegidos es apenas de grado. Así, dado el caso, uno no tendrá problemas en necesitar del otro para cogobernar. Ambos ganan, pero pierde el país. Si ello no se produce, y el resultado es el enfrentamiento entre ambas fuerzas políticas, la historia reciente del Perú nos enseña cómo este enfrentamiento ha llevado al caos y al golpe de Estado. Si por lo menos tres presidentes elegidos democráticamente en la última mitad del siglo XX en nuestro país sufrieron las consecuencias de no pactar con el Partido Aprista Peruano, ¿qué garantiza al que vaya ahora a ser elegido que no seguirá el mismo destino? Eso, si el que triunfa es el candidato de Perú Posible.

De allí que, por estas tres razones –malos políticos, una población que prefiere la miseria a la prosperidad y pésimos programas de gobierno– cualquiera que sea finalmente el resultado, ninguna de las indispensables medidas para enfrentar serena y enérgicamente la crisis (reducción del aparato estatal, rebaja de impuestos, eliminación de aranceles, desregulación de amplios sectores económicos, titulación de las propiedades inmobiliarias informales, etcétera.) se llevará a cabo.

¿Qué hacer, me he preguntado, si todo ello es ya inevitable? La respuesta es seguir el consejo de José Martí, que doy a mis escasos compatriotas sensatos: “cuando el pueblo migra, es porque el gobernante sobra”.


Héctor Ñaupari, abogado y escritor, realiza estudios de doctorado en España. Es miembro del consejo editorial de © Ácrata.

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