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Por qué Israel es la víctima y los árabes los indefendibles agresores


1. El problema judío y su "solución"

El sionismo es un movimiento de liberación nacional, idéntico en la mayoría de los aspectos a los que los izquierdistas y progresistas de todo el mundo -casi con la única excepción de este caso- apoyan fervientemente. Lo excepcional de este caso también puede comprobarse en el otro extremo del espectro político. Conservadores como Patrick Buchanan se oponen a los movimientos de liberación nacional bajo la influencia del marxismo y comprometidos con los métodos violentos. Pero hacen una excepción con el de los palestinos en contra de los judíos. La oposición simultánea a una patria judía desde los dos extremos del espectro político identifica el problema para cuya solución nació el sionismo.

El "problema judío" no es más que una forma de denominar el hecho de que los judíos son el grupo étnico más odiado y perseguido de la historia. Los fundadores sionistas creyeron que el odio contra los judíos era una consecuencia directa de su condición apátrida. En tanto los judíos fueran extranjeros en toda sociedad donde se alojaran, ellos serían vistos siempre como intrusos, su lealtad estaría bajo sospecha y la persecución continuaría. Fue el caso del capitán Alfred Dreyfus, a quien los antisemitas franceses acusaron falsamente de espionaje y que fue juzgado en Francia por traición en el siglo XIX. Theodore Herzl un judío occidentalizado que fue testigo del montaje contra Dreyfus en París, pasó a liderar el movimiento sionista.

Herzl y otros fundadores sionistas creyeron que si los judíos tuvieran una nación propia, ello bastaría para "normalizar" su condición en la comunidad de naciones. Los judíos habían carecido de un estado propio desde el principio de la diáspora, cuando los romanos los expulsaron de Judea, al oeste de río Jordán hace unos 2.000 años. Los sionistas creían que una vez que los judíos obtuvieran una patria -la propia Judea parecía el lugar más lógico- y fueran de nuevo como el resto de los pueblos, la venenosa raíz del antisemitismo se marchitaría y el problema judío acabaría por desaparecer.

Pero he aquí lo que en realidad sucedió.

2. Los comienzos

En los años 20, en sus últimas actuaciones como vencedores de la Primera Guerra Mundial, los británicos y los franceses crearon los estados que ahora componen Oriente Medio a partir de las cenizas de su adversario derrotado, el Imperio Otomano. En una región que los turcos habían dominado durante varios siglos, Gran Bretaña y Francia trazaron las fronteras de Siria, Líbano e Irak. Previamente, los Británicos habían prometido a los sionistas judíos que podrían establecer un "hogar nacional" en la porción del área que aún quedaba sin asignar, conocida como el Mandato de Palestina. Pero en 1921, los británicos separaron el 80 por ciento del Mandato, al este del río Jordán, y crearon el reino árabe de "Transjordania". Fue creado para el rey árabe Abdulá, que había sido derrotado en las guerras tribales de la península arábiga y carecía de trono. La tribu de Abdulá era la Hachemita, mientras que la inmensa mayoría de sus súbditos iban a ser árabes palestinos.

El territorio que aún quedaba del Mandato Palestino original -la zona entre el río Jordán y el mar Mediterráneo- estaba habitado tanto por palestinos como por judíos. De hecho, los judíos habían vivido en esa zona ininterrumpidamente desde hacía 3.700 años, incluso después de que los romanos destruyeran su estado en Judea en el año 70 dC. Los árabes en Palestina se convirtieron por primera vez en el grupo de población dominante en el siglo VII dC a raíz de las invasiones musulmanas. Eran principalmente nómadas que no tenían una lengua o una cultura que los distinguiera del resto de los árabes. En todo ese tiempo, nunca intentaron crear un estado palestino independiente, bien al este o al oeste del Jordán, y jamás llegó éste a existir.

En 1948, a petición de los judíos que vivían en Palestina, las Naciones Unidas acordaron el reparto de la cuarta parte que aún quedaba del mandato original para hacer posible una patria judía. De acuerdo con el plan de la partición, los árabes obtuvieron los antiguos territorios judíos de Judea y Samaria. A los judíos les correspondieron tres franjas de territorios sin conexión entre sí, situados entre el Mediterráneo y el desierto del Sinaí. También se les concedió parte de Jerusalén, su ciudad santa, aunque aislada de las franjas de territorio que les habían correspondido, rodeada de territorios árabes y bajo control internacional. El sesenta por ciento de las tierras asignadas a los judíos se encontraban en el desierto del Negev. A partir de unos territorios tan poco prometedores, los judíos crearon un nuevo estado, Israel, en 1948. Por estas fechas ni siquiera existía la idea de una nación palestina o de un movimiento para crearla.

Cuando nació el estado de Israel, los árabes palestinos ocupaban aproximadamente el 90 por ciento del mandato original de Palestina no sólo en Transjordania y en la zona de partición de las Naciones Unidas, sino también dentro del nuevo estado de Israel. Había 800.000 árabes viviendo en Israel junto a 1,2 millones de judíos. Además, los judíos tenían prohibido instalarse en las 35.000 millas cuadradas de la Transjordania palestina, que recibió en adelante el nombre de "Jordania".

Mapa de Israel y el mundo árabe

La población árabe que habitaba en las franjas correspondientes a Israel se había triplicado con creces desde que los sionistas comenzaron a asentarse en la región en la década de 1880. La razón de este incremento era que los colonos judíos habían traído con ellos el desarrollo industrial y agrícola, lo que atrajo a los inmigrantes árabes hacia lo que antes había sido una zona deprimida y escasamente poblada.

Si los árabes palestinos hubieran estado dispuestos a aceptar este arreglo, en virtud del cual recibían el 90 por ciento de la tierra del Mandato de Palestina y por el que se beneficiaban de la industria, de la iniciativa y de la democracia política que los judíos trajeron a la región, no habría existido ningún conflicto en Oriente Medio. Pero no fue así.

En lugar de ello, la liga árabe -que representaba a cinco estados árabes vecinos- declaró la guerra a Israel el mismo día de su creación, y cinco ejércitos árabes invadieron las franjas de territorio asignadas a Israel con el objeto de destruir el naciente estado judío. Durante la lucha, según el mediador de la ONU en la zona, unos 472.000 árabes abandonaron sus hogares huyendo del peligro. Planeaban volver después de una victoria árabe y la destrucción del estado judío.

Pero los judíos -muchos de ellos supervivientes del reciente Holocausto- se negaron a ser derrotados. En lugar de ello, rechazaron a los cinco ejércitos árabes que habían invadido sus territorios. Pero, con todo, eso no trajo la paz. Aunque sus ejércitos fueron vencidos, los estados árabes estaban decididos a continuar su campaña de destrucción permaneciendo formalmente en guerra con el estado israelí. Después de la derrota de los ejércitos árabes, los palestinos que vivían en la zona árabe de la partición de la ONU no intentaron crear un estado propio. En lugar de ello, Jordania se anexionó en 1950 los territorios árabes al oeste del Jordán.

3. Refugiados: judíos y árabes

Como resultado de la anexión y de la continuación del estado de guerra, los refugiados árabes que habían huido de los territorios israelíes no volvieron. Había un flujo de refugiados hacia Israel, pero era de judíos que habían sido expulsados de los países árabes. En todo Oriente Medio, los judíos fueron forzados a abandonar las tierras donde habían vivido durante siglos. Aunque Israel era un área geográfica minúscula y un estado balbuciente, su gobierno acogió y instaló a los 600.000 refugiados judíos procedentes de los países árabes.

Al mismo tiempo, los judíos retomaron su tarea de crear una nueva nación en lo que ahora era una sola franja de tierra. Israel había anexado una pequeña porción de territorio para hacer su estado defendible, incluyendo un corredor de acceso a Jerusalén.

En los años que siguieron, los israelíes hicieron florecer el desierto. Construyeron la única economía industrializada en todo Oriente Medio. Forjaron la única democracia liberal de la zona. Trataron bien a los árabes que permanecían en el territorio de Israel. A día de hoy, la gran minoría árabe del estado de Israel tiene más derechos y privilegios que cualquier otra población árabe en Oriente Medio.

Esto es especialmente cierto respecto de los árabes que viven bajo la corrupta dictadura de Yasser Arafat, la Autoridad Nacional Palestina que administra hoy Cisjordania y la franja de Gaza, la cual no reconoce a sus súbditos derechos humanos elementales. En 1997, en un arranque de resentimiento contra los acuerdos de Oslo, el portavoz palestino Edward Said confesó esto mismo, llamando a Arafat "nuestro papa Doc" -por el sádico dictador de Haití- y quejándose de que había "una ausencia total de justicia y Estado de derecho en las zonas bajo control palestino".

Se dice que la causa del actual conflicto de Oriente Medio son los "territorios ocupados" -Cisjordania y la franja de Gaza- y la negativa de Israel a "devolverlos". Pero durante los primeros veinte años del conflicto árabe-israelí, Israel no controlaba Cisjordania. En 1950, cuando Jordania se anexionó este territorio, no hubo ultraje alguno a la causa árabe. Ni tampoco por ello se solucionó el conflicto.

La razón por la que no hubo protestas árabes acerca de la anexión de Cisjordania fue porque la mayoría étnica de Jordania está compuesta de árabes palestinos. Por otro lado, la minoría hachemita gobernante no reconoce derechos civiles a los palestinos de Jordania. Y a pesar de este hecho, en los años posteriores a la anexión, los palestinos no exhibieron ningún interés en la "autodeterminación" respecto de la monarquía hachemita. Es solamente la presencia de judíos, al parecer, lo que incita esta demanda. La idea de que el conflicto actual gira en torno a los "territorios ocupados" es solamente una de las grandes falacias propaladas por los árabes -hoy ampliamente aceptada- que ha tergiversado la historia de las guerras árabe-israelíes.

4. Las guerras árabes contra Israel

En 1967, Egipto, Siria y Jordania atacaron a Israel por segunda vez, y de nuevo fueron derrotadas. Fue entonces cuando Israel tomó el control sobre Cisjordania y la franja de Gaza, así como también el desierto del Sinaí, rico en petróleo. Israel tenía todo el derecho a anexionarse estos territorios capturados a los agresores, como acostumbran a hacer las naciones en estos casos desde tiempo inmemorial; procedimiento por el que, de hecho, nacieron Siria, Líbano, Irak y Jordania. Pero Israel no hizo tal cosa. Tampoco, por otra parte, retiró sus tropas ni renunció al control de esos territorios.

La razón era que los agresores árabes se negaron de nuevo a firmar la paz. Siguieron considerándose en guerra con Israel, una amenaza que ningún gobierno israelí podría permitirse ignorar. En aquella época, Israel era un país de 2 o 3 millones de habitantes rodeados por enemigos declarados cuya población conjunta superaba los 100 millones de personas. Geográficamente, Israel era tan pequeño que en algunos de sus puntos apenas había diez millas de frontera a frontera. Ningún gobierno israelí responsable podía renunciar a un colchón territorial mientras que sus hostiles vecinos se consideraran formalmente en guerra. Ésta es la realidad de la que emana el conflicto de Oriente Medio.

En 1973, seis años después de la segunda guerra árabe contra los judíos, los ejércitos árabes atacaron otra vez Israel. El ataque fue conducido por Siria y Egipto, incitados por Irak, Libia, Arabia Saudita, Kuwait y otros cinco países que proporcionaron ayuda militar a los agresores, incluida una división iraquí de 18.000 hombres. Israel derrotó otra vez las fuerzas árabes. Después, Egipto -y solamente Egipto- se avino a negociar la paz formalmente.

La paz fue firmada por el presidente egipcio Anwar el Sadat, que fue asesinado posteriormente por los radicales islámicos, pagando su visión de Estado con la vida. Sadat es uno de tres líderes árabes asesinados por otros árabes por firmar la paz con los judíos.

En virtud de los acuerdos de Camp David que Sadat firmó, Israel devolvió a Egipto todo el Sinaí con sus riquezas petrolíferas. Este acto demostró fehacientemente que la solución al conflicto de Oriente Medio estaba al alcance de la mano. Sólo era necesaria la buena voluntad de los árabes para llegar a un acuerdo.

El conflicto de Oriente Medio no gira, pues, en torno a los territorios ocupados por Israel, sino en torno a la negativa de los árabes a firmar la paz con Israel, la cual es un subproducto inevitable de su deseo de destruir el Estado judío.

5. La autodeterminación no forma parte de los planes árabes

Los palestinos y sus partidarios también afirman que el conflicto árabe-israelí nace del vivo deseo de los palestinos, denegado por Israel, de tener un estado propio. Esto también es falso. La Organización para la Liberación de Palestina (OLP) fue creada en 1964, dieciséis años después de la fundación de Israel y de la primera guerra anti-israelí. La OLP fue creada, no cuando Cisjordania se hallaba bajo control israelí, sino cuando era parte de Jordania. Sin embargo, la OLP no fue creada para que los palestinos pudieran alcanzar la autodeterminación en Jordania, que abarcaba en ese momento el 90 por ciento del Mandato original de Palestina. El propósito expreso de la OLP, en las palabras de sus propios líderes, era "expulsar a los judíos al mar".

El estatuto oficial de la OLP hacía referencia a la "invasión sionista", declaraba que los judíos de Israel eran "no una nacionalidad independiente", calificaba al sionismo como "racista" y "fascista", exhortaba a la "la liquidación de la presencia sionista" y especificaba que la "lucha armada es la única manera de liberar Palestina". En suma, la "liberación" requería la destrucción del estado judío. Además, la OLP ni siquiera fue creada por palestinos, sino por la liga árabe -los dictadores corruptos de Oriente Medio que habían intentado destruir Israel por la fuerza militar en 1948, en 1967 y de nuevo en 1973-.

Durante treinta años, la OLP siguió manteniendo su exhortación a destruir de Israel. Pero a mediados de los 90, bajo la enorme presión internacional que siguió a los acuerdos de Oslo en 1993, el líder de la OLP, Yasser Arafat, eliminó esa cláusula, asegurando mientras tanto a sus seguidores que se trataba de un compromiso necesario que no alteraba las metas del movimiento. Lo hizo de forma explícita, y también citando un precedente histórico en el cual el profeta Mahoma acordó insinceramente una paz con sus enemigos para ganar tiempo y reclutar las fuerzas con las que se proponía destruirlos.

6. El afán de destruir Israel

El conflicto de Oriente Medio no tiene que ver con una colisión de derechos. Se trata de un intento de los árabes, prolongado durante más de cincuenta años, para destruir el estado judío, de la negativa de los estados árabes en general y de los árabes palestinos en particular a aceptar la existencia de Israel Si los árabes estuvieran dispuestos a reconocer a Israel, no habría territorios ocupados y existiría un estado palestino.

Incluso durante proceso de la paz de "Oslo" -cuando la Organización para la Liberación de Palestina pretendió reconocer la existencia de Israel y los judíos, por tanto, permitieron la creación el "Autoridad Nacional Palestina"- estaba claro que la meta de la OLP era la destrucción de Israel, no sólo porque su líder invocara el engaño del profeta Mahoma. El propósito palestino de destruir Israel está perfectamente claro en su nueva exigencia del "derecho al retorno" a Israel de "5 millones" de árabes. La cifra de 5 millones de refugiados que deben volver a Israel es más de diez veces superior al número de árabes que realmente abandonaron en 1948 los territorios judíos del Mandato británico.

Además de absurda, esta nueva demanda tiene varios aspectos que revelan la agenda genocida que los palestinos reservan para los judíos. El primero es que el "derecho al retorno" es en sí mismo una burla intencionada a la principal razón de la existencia de Israel -el hecho de que ningún país ofreció refugio a los judíos que huyeron del programa de exterminación de Hitler durante la Segunda Guerra Mundial-. Es sólo a causa de que el mundo dio la espalda a los judíos cuando su supervivencia estaba en juego por lo que el estado de Israel concede un "derecho al retorno" a todo judío que lo solicite.

El Gran Mufti de Jerusalén con HitlerNo hay ninguna amenaza genocida contra los árabes, tampoco les falta apoyo económico y militar internacional, ni existe "diáspora palestina" de ninguna clase (aunque los palestinos se han apropiado cínicamente del mismo término para describir la crítica situación en que ellos mismos se han colocado). El hecho de que muchos árabes, incluyendo el líder espiritual palestino -el Gran Mufti de Jerusalén- apoyaran la "solución final" de Hitler no hace sino incrementar la magnitud del insulto, agravado aún más por el hecho de que el 90 por ciento de los palestinos que hoy viven en Gaza y Cisjordania jamás vivieron un solo día de sus vidas en territorio de Israel. La demanda de un "derecho de la vuelta" es, pues, poco menos que una descarada manifestación de desprecio hacia los judíos y sus sufrimientos a través de la Historia.

Y lo que es más importante, se trata de una expresión de desprecio hacia la misma idea de un estado judío. La incorporación de cinco millones de árabes en Israel pondría a los judíos en situación de minoría permanente en su propio país, y significaría el fin de Israel. Los árabes lo saben perfectamente, y esa es la razón por la que la han convertido en una exigencia fundamental. Se trata, tan sólo, de un caso más de la mala fe que en general el bando árabe ha manifestado en cada capítulo de estos trágicos sucesos.

Posiblemente la expresión más llamativa de esta mala fe de los árabes es el deplorable tratamiento que brindan a los refugiados y la negativa, durante medio siglo, a realojarlos o a aliviar su situación, incluso durante los años en que estuvieron bajo el dominio de Jordania. Mientras que Israel hacía florecer el desierto y realojaba a 600.000 refugiados judíos procedentes de estados árabes y construía una democracia industrial próspera en los territorios que le fueron asignados, los árabes se ocupaban en asegurarse de que sus refugiados permanecieran en minúsculos campos en Cisjordania y Gaza indefensos, sin derechos y en condiciones paupérrimas.

Hoy, cincuenta años después de la primera guerra árabe contra Israel, hay 59 de esos campos y 3,7 millones de "refugiados" registrados por la ONU. A pesar de la ayuda económica de las Naciones Unidas y del propio Israel, a pesar de la abundancia de petróleo de los reinos árabes, los líderes árabes se han negado a hacer esfuerzo alguno para sacar a los refugiados de sus miserables campos o para acometer inversiones económicas que alivien su situación. Existen actualmente 22 estados árabes que podrían proporcionar hogares para una población del mismo origen étnico y que habla la misma lengua árabe. Pero el único que permite que los árabes palestinos adquieran la nacionalidad es Jordania. Y el único estado que los palestinos ambicionan es Israel.

7. La política del resentimiento y del odio

La negativa a abordar la situación de los refugiados palestinos es -y ha sido siempre- una política árabe intencionada, cuyo objetivo es mantener a los palestinos en estado de desesperación para incitar su odio hacia Israel y provocar guerras. Para no dejar nada al azar, las mezquitas y las escuelas árabes en general -y las de los palestinos en particular- predican y enseñan todos los días el odio a los judíos. En las escuelas primarias palestinas incluso se enseña a los niños a cantar "muerte a los judíos paganos" en las aulas cuando aprenden a leer. No hay que olvidar que estas políticas paralelas de la pauperización (de los árabes palestinos) y del odio (hacia los judíos) tienen lugar sin que medie protesta alguna por parte de ningún sector de la sociedad palestina o árabe. En sí mismo, esto dice muchísimo sobre la naturaleza del conflicto en Oriente Medio.

Todas las guerras -sobre todo si se han prolongado por espacio de cincuenta años- producen injusticias y víctimas en ambos lados, y esta guerra no es la excepción. Muchas son las víctimas individuales, tanto palestinas como judías, tal y como puede apreciarse en los noticiarios de cada noche. Pero no puede hablarse de injusticia contra el pueblo palestino, pues en todo caso se trata de un agravio que ellos mismos se han infligido a sí mismos, producto de la xenofobia, del resentimiento y de la explotación que los árabes han practicado con su propia gente; así como de su evidente incapacidad para ser generosos y tolerantes con quienes no son árabes. Mientras que Israel es una sociedad abierta, democrática y multiétnica que incluye a una gran minoría árabe que goza de derechos civiles y políticos, la Autoridad Palestina es un estado intolerante, antidemocrático, monolítico y policial, con un líder dictatorial cuya letal carrera dura ya 37 años.

Cualquier observador razonable puede advertir que la causa de las actitudes repugnantes, los métodos criminales y las metas deshonestas del movimiento de liberación de Palestina tiene su origen en el odio a los judíos y en el resentimiento del moderno Occidente democrático. Puesto que no había nación palestina antes de la creación de Israel, y puesto que los palestinos se consideraban a sí mismos simplemente como árabes y a su tierra como parte de Siria, no es sorprendente que muchos de los principales creadores de la OLP ni siquiera vivieran en el Mandato de Palestina antes de la creación de Israel; menos aún en la franja, mayormente desértica, que fue asignada a los judíos. Edward Said, el principal portavoz intelectual de la causa palestina, creció en una familia que decidió asentarse en Egipto y en Estados Unidos. Yasser Arafat nació en Egipto.

Los mismos estados árabes que dicen estar ultrajados por el tratamiento que los judíos dan a los palestinos, tratan a sus propias poblaciones árabes mucho peor de lo que los árabes son tratados en Israel, al tiempo que también callan acerca de la mayoría palestina que vive en Jordania sin derechos civiles. En 1970, el rey Hussein de Jordania masacró a millares de militantes de la OLP. Pero la OLP no exige el derrocamiento de la monarquía hachemita de Jordania ni dedica a ella su odio. Lo reserva para los judíos.

Es más, se trata de un odio cada vez más mortal. Hoy, el 70 por ciento de los árabes de Cisjordania y Gaza aprueban que mujeres y niños se suiciden convirtiéndose en bombas humanas si las víctimas son judías. No existe movimiento alguno por una "paz inmediata", al contrario que Israel, donde los partidarios de hacer concesiones a la exigencias árabes en nombre de la paz son una fuerza política formidable. No hay ningún portavoz árabe que hable a favor de los derechos de los judíos y denuncie sus sufrimientos, pero hay cientos de miles de judíos en Israel -y en todo el mundo- que sí piden "justicia" para los palestinos. ¿Cómo pueden los judíos esperar justicia de una gente que, en su conjunto, ni siquiera los considera como seres humanos?

8. Una faz falsa

El proceso de paz de Oslo, iniciado en 1993, se basó en el compromiso de ambas partes de renunciar a la violencia como medio para resolver su conflicto. Pero los palestinos nunca han renunciado a la violencia, y en el año 2000 lanzaron oficialmente una nueva intifada contra Israel que abortó el proceso de paz.

De hecho, durante el proceso de paz -entre 1993 y 1999- tuvieron lugar alrededor de 4.000 actos terroristas cometidos por palestinos, que causaron la muerte a mas de 1.000 israelíes -una cifra superior a la de los últimos 25 años en conjunto. En cambio, durante ese mismo periodo, los israelíes ansiaban tanto la paz que respondieron a esos asesinatos otorgando a los palestinos un gobierno autónomo en Cisjordania y Palestina, una "policía" de 40.000 hombres armados y el 95 por ciento del territorio que sus negociadores exigían. Esta generosidad israelí fue recompensada con el rechazo de la paz, con atentados suicidas en discotecas y centros comerciales abarrotados, con una efusión de odio racial y con una nueva declaración de guerra.

Lo cierto es que los palestinos rompieron los acuerdos de Oslo precisamente a causa de la generosidad israelí, porque el gobierno de Ehud Barak ofreció satisfacer el 95 por ciento de sus peticiones, incluido el control de algunas zonas de Jerusalén -una posibilidad antaño impensable-. Estas concesiones hicieron a Arafat enfrentarse al único resultado que el no deseaba: la paz con Israel. La paz sin la destrucción del "ente judío."

Arafat expresó su rechazó a estas concesiones israelíes con una nueva explosión de violencia antijudía, a la que dio el engañoso nombre de "Intifada de Al-Aksa" por la mezquita que está situada en la explanada del Templo. Su nueva jihad recibió el nombre de este lugar sagrado de los musulmanes para crear la ilusión de que el origen de la intifada estaba, no en su ruptura unilateral del proceso de paz de Oslo, sino en la visita de Ariel Sharon a la explanada de las mezquitas. Meses después de que comenzara la nueva intifada, la propia Autoridad Palestina reconoció que ésta no era sino otra de las mentiras de Arafat.

De hecho, la intifada había sido planeada unos meses antes de la visita de Sharon como el siguiente paso al rechazo del acuerdo de Oslo. En palabras de Imad Faluji, el ministro de comunicaciones de la Autoridad Palestina, "[la sublevación] había sido planeada desde el regreso del presidente Arafat de Camp David, cuando dejó con dos palmos de narices al anterior presidente de EEUU [Clinton] rechazando las condiciones americanas". La Comisión Mitchell, dirigida por el ex senador de los EEUU George Mitchell para investigar los hechos, llegó a la misma conclusión: "no fue la visita de Sharon lo que provocó la intifada de Al-Aksa".

9. Distinciones morales

Para analizar el callejón sin salida de Oriente Medio es importante prestar atención a las diferencias que en el orden moral revelan las acciones de los dos bandos. Cuando un desequilibrado judío entra en una mezquita para matar a los que allí rezan (sucedió en una sola ocasión), actúa en solitario y recibe la condena tanto del gobierno israelí como de los judíos de dentro y fuera Israel, recayendo sobre él todo el peso de la ley israelí. Pero cuando un joven árabe entra en una discoteca llena de adolescentes, en un centro comercial o en un autobús abarrotado de mujeres y niños y se suicida volando consigo a personas inocentes (lo que sucede con frecuencia), se trata de alguien que ha sido entrenado y enviado por un miembro de la OLP o de la Autoridad Palestina; Yasser Arafat le elogia oficialmente como héroe; la Autoridad de Palestina da dinero a su madre y sus vecinos árabes rinden honores al hogar que produjo un "mártir para Alá". El movimiento de liberación palestino es el primero que eleva la matanza de niños -los suyos y los del enemigo- a la categoría de vocación religiosa y de estrategia al servicio de su causa.

No sólo son moralmente repugnantes los métodos del movimiento de liberación palestino. La misma causa palestina es en sí misma inmoral. El "problema palestino" es un problema creado por los árabes, y sólo ellos pueden solucionarlo. En Jordania, los palestinos tienen ya un estado en el cual son una mayoría, pero éste les niega la autodeterminación. ¿Por qué no es Jordania el objeto de la lucha de "liberación" palestina? La única respuesta posible es porque no está gobernado por judíos.

Existe una famosa "línea verde" que marca el límite entre Israel y sus vecinos árabes. Esa línea verde (de envidia) es también la línea maestra para entender cuál es el verdadero problema en Oriente Medio. Es verde porque las plantas crecen en el desierto en el lado israelí pero no en el lado árabe. Los judíos obtuvieron una franja de tierra sin petróleo, y crearon riqueza y vida abundante en todas sus variadas formas. Los árabes obtuvieron nueve veces más de tierra cultivable, pero todo lo que han hecho con ella es sentarse sobre su aridez y fomentar la pobreza, el resentimiento y el odio de sus habitantes. Además de esto, han creado y perfeccionado el terrorismo más vil e inhumano que jamás se haya visto: los atentados suicidas contra la población civil. De hecho, los palestinos son una comunidad de terroristas suicidas: desean la destrucción de Israel más que disfrutar de una vida mejor.

Si un estado-nación es todo lo que los palestinos desean, Jordania sería la solución (colmaría el 95 por ciento de sus demandas). Pero los palestinos también desean destruir Israel. Esto es moralmente execrable. Es la resurrección del virus nazi. Sin embargo, la causa palestina recibe el apoyo generalizado de la comunidad internacional, con la única excepción de los Estados Unidos (y, en menor medida, de Gran Bretaña). Es precisamente porque los palestinos desean destruir el estado que los judíos han creado -y porque matan judíos- por lo que gozan de credibilidad internacional y de una ayuda que, en otro caso, sería inexplicable.

10. De nuevo el problema judío

Es esta resistencia internacional a la causa de la supervivencia judía, la persistencia del odio generalizado hacia los judíos, lo que, en último término, refuta la esperanza sionista de una solución al "problema judío". La creación de Israel es la historia de un impresionante logro humano. Pero la guerra permanente para destruirlo socava la idea sionista original.

Más de cincuenta años después de la creación de Israel, los judíos siguen siendo el grupo étnico más odiado del mundo. Los radicales islámicos desean destruir Israel, pero también lo desean los musulmanes moderados. Para los judíos de Oriente Medio, el actual conflicto es una lucha a vida o la muerte, aunque todos los gobiernos presentes en las Naciones Unidas, con la excepción de los Estados Unidos y, a veces, Gran Bretaña, votan en contra de Israel, que se enfrenta a un enemigo terrorista que no respeta la vida o los derechos de los judíos. Después de que Al Qaeda atacara las torres gemelas, el embajador francés en el Reino Unido se quejaba de que el mundo entero se hallaba en peligro por culpa de "esa mierdosa nacioncilla", Israel. Esto causó un escándalo en Inglaterra, pero en ningún otro lugar más. Todo lo que separa a los judíos de Oriente Medio de un nuevo Holocausto es su propia valentía y pericia militar y el generoso y humanitario apoyo de los EEUU.

Aunque, incluso en Estados Unidos, pueden verse canales de televisión como MSNBC o CNN donde se presenta a Ariel Sharon, un primer ministro elegido democráticamente, en plano de igualdad moral y política con Yasser Arafat, que es un dictador, un terrorista y un enemigo de los Estados Unidos. Puede verse esa misma equivalencia establecida entre la democracia israelí y la Autoridad Palestina, una entidad terrorista aliada de Al Qaeda y de Irak, enemigos de Estados Unidos.

Durante la Guerra del Golfo, Israel fue leal aliado de América, mientras que Arafat y los palestinos apoyaron abiertamente al agresor, Saddam Hussein. Sin embargo, los dos gobiernos norteamericanos posteriores -tanto demócratas como republicanos- se afanaron por mantenerse "neutrales" en el conflicto de Oriente Medio y presionaron a Israel para que entrase en un suicida "proceso de paz" con un enemigo que busca su destrucción. Es sólo después del 11-S cuando los Estados Unidos ha acabado por reconocer que Arafat es un enemigo de la paz y un interlocutor inviable para una negociación.

Los esfuerzos de los sionistas crearon una próspera democracia para los judíos de Israel (y también para el millón de árabes que viven en Israel), pero fracasaron en su objetivo de regularizar la situación del pueblo judío o de procurarles seguridad en un mundo que los odia. Desde el punto de vista del "problema judío", que Herzl y los fundadores del sionismo intentaron resolver, hoy es mejor ser judío en América que en Israel.

Esta es una razón por la que no soy sionista sino un apasionado e inequívoco patriota americano. América es buena para los judíos como lo es también para cualquier otra minoría que acepte su contrato social. Pero también explica por qué soy un vehemente partidario de la supervivencia de Israel y por qué no tengo simpatía alguna por el bando palestino. Ni la tendré hasta que llegue el día en que pueda mirar a los ojos de los palestinos y ver algo distinto a ese anhelo homicida contra judíos como yo.

David Horowitz es autor de numerosos libros entre los que se encuentra una autobiografía, Radical Son, que ha sido calificada como "la primera gran autobiografía de su generación", la cual relata su odisea desde el activismo radical hacia las posiciones que actualmente mantiene. Entre sus otros libros pueden citarse The Politics of Bad Faith (La política de la mala fe) y The Art of Political War (El arte de la guerra política). Este último fue calificado por Karl Rove, estratega político de la Casa Blanca, como "la guía perfecta para ganar en el campo de batalla de la política".


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