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El futuro que nos anuncia la leche de seda

Puede que Spiderman no exista, pero las spidercabras son una realidad.

En la Universidad Estatal de Utah, el equipo de Randy Lewis dispone ya de un rebaño de cabras transgénicas capaces de dar leche con proteínas de seda. No se trata, obviamente, de leche para el consumo. Esas cabras están modificadas con genes de araña para que su leche produzca la misma proteína que las arañas usan en sus telas. Después, esa proteína se extrae de la leche y se puede emplear para fabricar chalecos antibalas, ligamentos artificiales o tejidos ultrarresistentes.

A lo largo de los últimos 20 años se ha venido produciendo una auténtica revolución en el campo de la genética. Una revolución que va a cambiar nuestra sociedad de arriba abajo, modificando los sistemas sanitarios, los medios de producción, los comportamientos sociales... Y esa revolución, sin embargo, está pasando inadvertida para la mayor parte de las personas.

La tecnología genética está avanzando a un ritmo endiablado. Secuenciar el genoma de una persona es posible desde hace años, pero es solo hace poco que el coste se ha reducido lo suficiente como para que ya empiece a ser factible usar un análisis genético completo como parte de los tratamientos médicos rutinarios. Eso permitirá eliminar buena parte de las técnicas de prueba y error que caracterizan a muchas terapias: conociendo el genoma de un paciente, se puede anticipar qué fármacos funcionarán con él, y cuáles serán las dosis óptimas en su caso.

No solo eso: a partir del genoma podemos saber qué probabilidad aproximada existe de desarrollar determinadas enfermedades en el futuro, con lo que la medicina preventiva experimentará un salto cualitativo.

Los científicos saben cada vez mejor, gracias a los análisis genómicos, cómo funciona el cuerpo en el nivel molecular. Muchas enfermedades cuyos mecanismos de acción se desconocían, ahora se comprenden a la perfección: sabemos que determinados trastornos están causados porque el cuerpo no produce determinadas proteínas debido a un error genético. Lo que quiere decir, por supuesto, que se abre la puerta a las terapias génicas paliativas y restauradoras: enfermedades hasta ahora incurables y letales comienzan a ser tratables y, en algunos casos, reversibles.

De hecho, los animales transgénicos se están utilizando para mucho más que para producir seda de araña. La empresa GTC Biotherapeutics utiliza desde 2006 el mismo procedimiento que la Universidad Estatal de Utah (extracción de proteínas de la leche de cabras transgénicas) para fabricar antitrombina, un factor anticoagulante que algunas personas aquejadas por una rara enfermedad genética son incapaces de producir. Para obtener la misma cantidad de antitrombina que una sola cabra produce a lo largo de un año, antes hacían falta 90.000 extracciones de sangre.

La industria farmacéutica y los sistemas públicos de salud están ya experimentando, por tanto, las consecuencias de la revolución.

Los conflictos éticos que se avecinan

El propio campo de los análisis genéticos se está convirtiendo en una industria de consumo masivo. Sin necesidad de realizar una secuenciación completa del genoma, existen ya chips de ADN que permiten comprobar con extraordinaria rapidez en una cierta persona (o en una cierta muestra de ADN) la presencia o ausencia de centenares de miles de secuencias génicas características. Por 99 dólares, la empresa www.23andMe.com realiza en unos pocos días un análisis completo de detección de más de un millón de variantes genéticas distintas. Basta con enviarles una muestra de saliva para saber, a vuelta de correo, qué genes portamos.

Por supuesto, el abaratamiento de las técnicas de análisis abre la puerta a peculiares conflictos éticos de carácter social y personal. ¿Exigirán las compañías de seguros en el futuro un análisis genético antes de calcular el coste de nuestro seguro de vida? ¿Querría usted saber, con veinte años de edad, si va a desarrollar a partir de los cuarenta alguna enfermedad genética incurable de aparición tardía, como la enfermedad de Huntington, o preferiría no saberlo? ¿Exigiría usted a su pareja un análisis genético antes de tener un hijo, para ver las posibilidades de que éste padezca alguna enfermedad genética? ¿Debería obligarse a la gente a hacerse análisis genéticos? ¿Debería el estado mantener bases de datos genéticas de los ciudadanos, como parte de la tarea de lucha contra el crimen?

Igual que también se plantean conflictos éticos aún no resueltos en lo que se refiere a la utilización de animales transgénicos. ¿Qué sensación le causa la idea de que se introduzca en una cabra un gen de araña? ¿Dónde ponemos los límites a lo que puede o no puede hacerse a la hora de crear animales transgénicos, a la hora de crear especies híbridas, a la hora de usar la genética para explotar a los animales con fines médicos o meramente lucrativos? ¿Debe admitirse la creación de especies transgénicas con fines simplemente recreativos?

Un mañana de abundancia

Es en el campo de la creación de especies transgénicas con fines alimenticios donde más se va a notar el impacto económico de las nuevas tecnologías genéticas. La introducción de especies vegetales mejoradas durante la llamada Revolución Verde, en la década de 1960, logró salvar del hambre a centenares de millones de personas y posibilitó la explosión demográfica de los países en vías de desarrollo. Pero los efectos de esa Revolución Verde estaban llegando ya a su límite: el incremento anual de las cosechas iba declinando, en términos relativos, con respecto al momento de iniciarse aquel ambicioso proyecto mundial de modernización agrícola.

Sin embargo, las tecnologías genéticas han vuelto a posibilitar un nuevo aumento exponencial de las cosechas, al hacer factible el diseño de nuevas variedades más productivas, más resistentes a las plagas y a los herbicidas, mejor adaptadas a suelos pobres o a condiciones climatológicas extremas... Variedades transgénicas como el maíz Bt, resistente a las plagas, son una realidad en nuestro país desde hace ya quince años. En el campo de la ganadería y la pesca pasa exactamente lo mismo: Aquabounty Technologies comercializa, por ejemplo, salmones transgénicos capaces de alcanzar su máximo tamaño en menos de 18 meses, en lugar de los 3 años que un salmón natural necesita. Y ello gracias a una modificación genética que permite que el salmón crezca de modo continuo, en lugar de hacerlo solo en primavera y verano. Puede que la Humanidad se destroce en el próximo futuro de mil maneras distintas, pero lo que no va a pasar es hambre.

¿Cuál será el impacto económico?

Los análisis genéticos a bajo coste son ya un hecho. El cultivo y cría de animales y plantas transgénicos con fines alimenticios, también. La medicina personalizada y la producción en masa de proteínas mediante animales transgénicos serán una realidad en muy pocos años... Otras cosas, como algunas terapias génicas, que aún se encuentran en su infancia, deberán esperar algo más de tiempo para ser una completa realidad. Pero no mucho tiempo más.

Y todo esto está sucediendo sin que la sociedad ni los responsables políticos le dediquen demasiada atención. Eso quiere decir, por supuesto, que la legislación está enormemente rezagada y que nadie está intentando dar respuesta, con una mínima diligencia, a los problemas éticos que se plantean.

Pero además de problemas éticos, la revolución genética plantea también cuestiones de carácter económico. No sabemos, por ejemplo, cuál será el impacto que las nuevas tecnologías supondrán para los sistemas públicos de salud. Porque el hecho de que empiece a ser factible tratar determinadas enfermedades hasta ahora intratables implica, necesariamente, que la sociedad exigirá que esas enfermedades sean tratadas. Y el hecho de que sea posible aumentar la eficacia del diagnóstico y el tratamiento médicos usando las nuevas técnicas implica que los profesionales sanitarios demandarán poder usarlas. Y no se trata de técnicas ni terapias precisamente baratas, al menos de momento.

Cabe esperar también que la revolución genética permita aumentar todavía más, a plazo no muy largo, la esperanza de vida, al reducir la mortalidad relacionada con numerosas enfermedades. ¿Cómo influirá eso en la sostenibilidad de los sistemas públicos de salud y de pensiones?

Es posible que el incremento de productividad en numerosos sectores derivado de la revolución genética compense los costes que esa misma revolución traerá consigo. Pero el hecho es que no existen datos concretos. Y sería bueno que empezáramos a intentar obtenerlos y a trazar los planes pertinentes.

Porque se avecina una profunda revolución.

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