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Peter Bauer, un disidente aliado de los pobres

La noche del 9 de mayo de 2002 debió de ser especialmente emotiva para quienes se reunieron en Washington para celebrar el 25º aniversario del Instituto Cato con la concesión del I Premio Milton Friedman a Peter Bauer, por su contribución al avance de la libertad. Había muerto seis días antes. La academia sueca no decidió hacer más grande el Nobel incluyéndole entre los galardonados, pero el Cato tuvo el acierto de elegirle para el galardón que lleva el nombre de quien fuera su amigo.

Peter Thomas Bauer, nacido Pieter Tamás, vino al mundo en Budapest en 1915. Ya en la escuela destacó por su descollante inteligencia. En 1933, recién llegado Hitler al poder, uno de los clientes del padre de Peter se ofreció para financiar su educación en Gran Bretaña. Poco después, su padre, un impresor propietario de un pequeño negocio, fue uno de los millones de judíos asesinados por el nacionalsocialismo.

Bauer consiguió que le admitieran en el Gonville & Caius College de Cambridge en 1934, con menos dinero incluso que dominio del inglés. No obstante, logró graduarse en Economía tres años más tarde. Tras una estancia breve en su país, donde estudió Derecho, volvió a Gran Bretaña en 1939. En 1947 se convirtió en profesor de Economía Agraria, y de ahí pasó a Cambridge. En 1960 recaló en la London School of Economics, donde ejercería su magisterio hasta 1982. En ese año fue nombrado Lord por el primer Gobierno de Margaret Thatcher, al que dio respaldo intelectual para su oposición a las ayudas a los países del Tercer Mundo.

No tenía compromisos políticos. Criticó con dureza a Geoffrey Howe en 1989 por permitir una inflación del 7%, ya que con ese aumento de los precios "el dinero pierde la mitad de su valor en diez años", lo que perjudica, recordaba, "a la gente con medios modestos".

Buen conocedor de la teoría económica, donde destacó fue en la economía aplicada. Trabajó en Malasia para una compañía londinense del caucho, y de su experiencia extrajo material para dos obras, ambas publicadas en 1948: The Rubber Industry y Report on a Visit to the Rubber-Growing Smallholdings of Malaya. Bauer estudió el papel que desempeñaban los pequeños agricultores, sin educación, con muy poco capital y sin apenas infraestructuras, en el desarrollo de dicha industria. Lo que sí tenían era libertad para adaptar su comportamiento a las delicadas señales del mercado, de modo que respondían a los incentivos racionalmente.

En 1954 publicó otra gran obra, West African Trade, en la que describía la transmisión de información desde los precios marcados por el comercio internacional a los pequeños cultivadores y comerciantes de cacahuete y cacao, que iban ajustando su comportamiento para hacerlo más productivo. Tanto en Malasia como en África se dio cuenta de cómo los pequeños comerciantes contribuían a economizar recursos, favorecer la producción y promover el desarrollo económico. Asimismo, dio cuenta de cómo la integración comercial con el mundo amplía el rango de las "alternativas reales" de productores e importadores y ayuda a extender nuevas ideas y deseos.

En los 50 Peter Bauer ya hablaba de la empresarialidad de los más pobres y de la importancia de unas instituciones que les permitieran hacer un uso productivo, orientado al mercado, a la integración en la división del trabajo, de sus escasas pertenencias. Fue antes, mucho antes de que Hernando de Soto ganara merecida fama por mantener unas ideas parecidas. Fue seguramente el primer economista en señalar la importancia del sector informal.

Todo el mundo destaca de Peter Bauer su práctica soledad, durante décadas, en la defensa de la libertad como el mejor camino al desarrollo de los países más pobres, y es cierto, por más que se puedan citar otros economistas con puntos de vista cercanos, como Jacob Viner, Gottfried Haberler, Simon S. Kuznets, Theodore W. Schultz o Julian Simon.

Hay que recordar el ambiente intelectual posterior a la Segunda Guerra Mundial. La crisis del 29 se recordaba desde que se produjo como un fracaso histórico del liberalismo y la Segunda Guerra Mundial, como la Primera, había dado un impulso a la idea de que la planificación podía llevarse a la práctica con éxito. Bauer luchó toda su vida contra lo que él llamó "el consenso espurio", que marcó las sucesivas teorías del desarrollo.

La lista de ideas y teorías contra las que escribió, y que apuntalaban el ambiente intelectual de la economía del desarrollo, era extensa: el círculo vicioso de la pobreza; el efecto demostración; que el contacto comercial con Occidente daña a los países en desarrollo; la teoría del desarrollo por etapas; la presunción de que hay una oferta ilimitada de trabajo no cualificado en los países pobres; que el crecimiento demográfico daña el desarrollo económico en las áreas subdesarrolladas; la teoría del big bang del desarrollo; el modelo de los dos saltos…

La teoría más conspicua del "consenso espurio" es el círculo vicioso de la pobreza. Sostiene que los países pobres no pueden progresar porque su renta es tan baja que la tienen que dedicar a las necesidades básicas y no pueden ahorrar ni, por tanto, acumular capital, y sin él no pueden desarrollarse. Son pobres porque son pobres, y por ello necesitan ayuda externa, la suficiente como para salir del círculo vicioso y entrar en el virtuoso del crecimiento.

A Bauer le bastaron para desechar esa idea dos de sus características más notables: un vigoroso sentido común y una notable perspectiva histórica. Recordó que todos los países han sido pobres alguna vez, y que algunos han escapado de tal situación por sí mismos, sin ayudas exteriores y sin que su pobreza inicial se lo impidiera. "Una vez dices eso, esa visión se desvela necia", afirmó Milton Friedman; lo cual no ha impedido a muchos de los economistas más destacados mantenerla antes y después de las obras de Bauer.

Pero si algo le hizo especialmente conocido (y odiado) fue su crítica a las ayudas al desarrollo. "La ayuda exterior emergió a finales de los 40 –recordaba hace un decenio–. Desde entonces, ha crecido de unos pocos cientos de millones de dólares a bastante por encima de 50.000 millones al año en los 90. En los comienzos, los principales defensores de esta política argüían que el gasto de unos cuantos cientos de millones por un corto período sería suficiente para asegurar lo que entonces se llamaba crecimiento autosostenido". Hoy, medio siglo más tarde, los países al sur del Sáhara obtienen, grosso modo, uno de cada diez dólares de su PIB de ayudas foráneas. Y siguen en la miseria.

Y es que las ayudas no sólo no son suficientes; no sólo no son necesarias, como revela la historia de las naciones más ricas o, más recientemente, el caso de los tigres asiáticos; es que, además, son perjudiciales en cierta medida, como también demostró en su momento Lord Bauer. Las ayudas no valen de nada si no van dirigidas a proyectos productivos que sean sostenidos en el tiempo por su contribución neta a la producción. Por tanto, lo importante para el desarrollo no es el dinero o el capital, sino el uso que se haga de él. Y este uso depende de que el entramado institucional favorezca que el esfuerzo y la producción para el mercado sean posibles y remuneradores.

"El desempeño económico depende de factores personales, culturales y políticos; de las aptitudes, actitudes, motivaciones de la gente y de las instituciones sociales y políticas", decía Bauer. Por lo que se refiere al capital, tenerlo "es el resultado de un empeño económico exitoso, no su condición".

Cuando los ingresos no se obtienen de la producción y el intercambio, sino de las ayudas, la gente se olvida de lo primero para centrarse en lo segundo. Y como las ayudas dependen de una decisión administrativa, el interés no es ya servir al consumidor, sino captar la voluntad de quienes están en el poder, que pasan a cotizar en función del maná que pueda repartir. Eso lleva a una politización de la vida económica que retrae el desarrollo, algo que observó Bauer en sus viajes al África Occidental. "Las transferencias de Gobierno a Gobierno son un método excelente para transferir dinero de los pobres en los países ricos a los ricos en los países pobres", sentenció magistralmente Bauer. Y añadió: "Dar dinero a los gobernantes sobre la base de la pobreza de sus súbditos remunera las políticas de empobrecimiento". De nuevo, el sentido común.

No se entendería la diferencia entre Bauer y otros teóricos del desarrollo si no incidiéramos en la atención que prestó a la naturaleza humana de su objeto de estudio, los ciudadanos de los países pobres. Despreciaba el uso de las matemáticas en los modelos de crecimiento porque, decía, alejan al analista de la realidad humana. Su preferencia por la observación directa y su desconfianza hacia los modelos tiene algo de tradición anglosajona, quizás por la impronta del empiricismo. Ningún lector de Adam Smith se sentirá extraño en las páginas de Bauer, ya que el inglés de origen húngaro también hacía acopio de observaciones de primera mano sobre los comportamientos y actitudes de la gente y su influencia en el devenir económico.

"Antes de 1886 no había ni un solo árbol del cacao en el África Occidental británica. En la década de 1930 había millones de acres ocupados por el cacao, todas en manos de africanos y gestionadas por ellos", anotó Bauer. La conclusión es clara: rechacemos la "condescendencia hacia la gente ordinaria" del Tercer Mundo "y su clasificación como desvalidos".

Valga como prueba de lo atento que estuvo siempre a la realidad que sus dos primeros libros, que describían la industria del caucho en Malasia, sirvieron al novelista J. G. Farrell para recrear el lejano Oriente en su The Singapore Grip. ¡Qué diferencia entre Bauer y el racismo tan característico de la izquierda cuando habla del mundo no desarrollado! Gunnar Myrdal pensaba que los países no desarrollados necesitaban de la guía de los intelectuales occidentales para salir adelante porque ellos solos no podían, una idea que reconocerán los lectores de John Stuart Mill y de su padre por lo que escribieron acerca de la cuestión colonial en la India.

A finales de los 70 resurgió el maltusianismo, una de esas malas ideas que nunca mueren, sino que reaparecen una y otra vez. Bauer tuvo de nuevo la ocasión de enfrentarse al consenso espurio, y no la desaprovechó. Los países pobres lo son, se decía, porque están superpoblados, lo que multiplica las bocas que alimentar y ejerce una presión insoportable sobre la tierra, que, sometida a la ley de rendimientos decrecientes, es incapaz de dar para todos. Bauer replicó con pasajes como éste, de Equality, the Third World and Economic Delusion:

"Las predicciones de perdición por medio del crecimiento demográfico descansan en la idea de que el éxito económico, el progreso y el bienestar dependen principalmente de los recursos naturales, complementados con capital físico. Esta noción neomaltusiana está complementada por la idea nada maltusiana de que la gente en los países no desarrollados no tiene voluntad por sí misma y son simples víctimas pasivas de fuerzas exteriores: en ausencia de presiones dictadas por Occidente, la gente de los países subdesarrollados procrearán sin tener en cuenta las consecuencias".

Los canónicos de la economía del desarrollo tenían una visión estereotipada de los pobres como gentes constreñidas por el peso de la cultura y la tradición, que les marcaban unas pautas de comportamiento ineludibles, pero Bauer les replicaba con pasajes repletos de sentido común, como éste que hemos extraído de Population Explotion: Disaster or Blessing:

"Los niños, cuando nacen, son generalmente deseados. Los niños son siempre evitables. Negar esto supone sugerir que los padres de los países en desarrollo procrean sin entendimiento de las consecuencias y sin el deseo o el sentido de la responsabilidad para prevenirlo".

Pero otros intelectuales se consideraban en mejor posición que los interesados para decidir sobre sus vidas, y se llevaron a cabo esterilizaciones en la India y África con el apoyo de gentes como Gunnar Myrdal y Garret Hardin. Aún son venerados por el accidente histórico de no haber apoyado las mismas prácticas en la Europa de los 30.

Volvamos de nuevo a Bauer; de nuevo a Equality, the Third World and Economic Delusion:

"Este tipo de razonamiento, que implica que los observadores exteriores son los jueces apropiados del estado moral o emocional de otros, fue mantenido a menudo a finales del siglo XIX y comienzos del XX en las discusiones sobre los pobres en Gran Bretaña. Es incompatible tanto con la mera observación como con las nociones éticas ampliamente compartidas. Incluso cuando la gente es pobre prefiere vivir a no hacerlo, como de hecho muestran sus decisiones de aferrarse a los vivos. Esto no es decir que sus vidas no puedan ser infelices, sino simplemente que no es legítimo suponer que sus vidas valen menos".

No olvidemos la idea de que la escasez de tierra o el exceso de población son causa de pobreza. A Peter Bauer le bastó un pequeño artículo: "The Land and the People", para mostrar con ejemplos históricos que esa idea, sencillamente, no es cierta: "En medio de una abundante tierra y vastos recursos naturales, los indios americanos precolombinos permanecían en la lipidia, ni siquiera tenían animales domésticos o conocían la rueda, mientras que Europa, con mucha menos tierra, se había enriquecido y había desarrollado una rica cultura". Es más, "la prosperidad sostenida debe muy poco o nada a los recursos naturales; obsérvese, en el pasado, Holanda: gran parte de su territorio fue ganado al mar en el siglo XVII; Venecia, un rico poder mundial construido sobre un lodazal; y ahora la Alemania Occidental, Suiza, Japón, Singapur, Hong Kong y Taiwán, por citar solo los ejemplos más obvios de países prósperos con poca tierra y pocos recursos naturales pero evidentemente no escasos de recursos humanos". Sumemos a ello las amplias diferencias en el desempeño económico y la prosperidad entre "individuos y grupos que viven en el mismo país y tienen acceso a los mismos recursos naturales".

También fue crítico con los intentos de basar la política en el igualitarismo (From Subsistence to Exchange):

"En una sociedad abierta y libre, las acciones políticas deliberadamente encaminadas a minimizar, incluso eliminar, las diferencias económicas exigirían tal nivel de coacción que la sociedad dejaría de ser abierta y libre. El éxito en la consecución del grial nada santo de la igualdad económica trocaría la prometida reducción o eliminación de la desigualdad de ingresos o riqueza por una desigualdad mucho mayor de poder entre los gobernantes y los súbditos. Hay una contradicción inherente entre el igualitarismo y las sociedades abiertas".

Bauer no escribió ese manual de economía del desarrollo que recogiera sus principales ideas y que sus lectores habríamos deseado. No lo hizo porque desconfiaba de los modelos de desarrollo y porque le hubiera obligado siquiera a acercarse a una teoría de la historia, algo que para él era una quimera. Él creía que la riqueza y complejidad de la historia era tal que al científico le estaba vedada la posibilidad de extraer del devenir humano un patrón identificable que le permita comprenderlo en su conjunto. Prefería tratar épocas y problemas concretos, y aplicar sin prejuicios lo que nos enseña la teoría económica. De ahí que nos dejara grandes obras y excelentes artículos, recopilados en, por ejemplo, Crítica de la teoría del desarrollo (Ariel, 1975), el único libro que tiene traducido a nuestro idioma, o From Subsistence to Exchange.

Deepak Lal, uno de los mejores expertos en desarrollo económico, ha reconocido no hace mucho que cuando Lord Bauer comenzó su carrera era "prácticamente un paria en la subdisciplina de su elección, la economía del desarrollo". No puede ser más cierta su afirmación de que este relego profesional fue una "tragedia"; "no sólo para Bauer, sino para la profesión". No cabe duda de que durante décadas ocupó una posición solitaria y extraña a la sucesión de teorías catastróficamente erradas sobre el desarrollo que tan bien describe y critica William Easterly en The Quest for Economic Growth. Pero él no tuvo que comprometer su independencia de criterio para ganar predicamento entre los economistas del desarrollo, porque han sido ellos los que han ido cambiando, acercándose a sus ideas.

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