Menú

Instinto liberal

La Ilustración Liberal fue el primer intento de dar cuerpo a lo que se venía forjando desde mucho antes, en las jornadas de Benidorm, primero, y en las de Albarracín, después. Manejamos otros nombres, uno de ellos en recuerdo de un liberal español que aparece homenajeado por José Luis Prieto en el número 1. Al final quedó el de La Ilustración Liberal, evocativo de cierta tradición de racionalidad e independencia. Se proclamó, y sigue proclamándose, "Revista española y americana" porque tal era, y es, su vocación: de alcance nacional y con la dimensión americana sin la cual la historia y la propia idea de España resultan incomprensibles. Creíamos, creemos que la cultura española, recreada una y otra vez más allá del Atlántico, fue y sigue siendo, a pesar, a veces, de los propios nacionales, patrimonio común de los españoles de ambos hemisferios.

América, la española y la que habla otros idiomas, se convirtió en una prioridad. Cuba en particular, con la presencia temprana de Carlos Alberto Montaner, era un objeto básico de reflexión, aunque también lo fue el capitalismo norteamericano, las derivas populistas que ya por entonces habían empezado a ensombrecer el panorama y la gigantesca aportación que los americanos habían hecho y seguían haciendo al liberalismo.

El grupo de colaboradores que aparece en la portada de aquel primer número refleja fielmente esa intención. Se había ido consolidando y decantando a lo largo de los años 90, década prodigiosa en la que por un momento pareció que el socialismo había quedado atrás para siempre. Ninguno de los colaboradores de aquel número se tomaba muy en serio esa supuesta apoteosis de la libertad. Al revés. Como no nos lo creíamos, La Ilustración Liberal adoptó desde el primer momento una actitud a la ofensiva, militante incluso. Ahí sigue la sección "El rincón de los serviles", que debutó con una microantología que desacreditó sin vuelta atrás a un estalinista entusiasta, en su tiempo falangista no menos ferviente. Como dijo un clásico, la libertad era para nosotros un objeto de acción y de instinto, más aún que de argumento y de doctrina.

La nueva revista quiso ser un lugar de encuentro para liberales de ambos hemisferios y una exploración del espacio propio de quienes no se resignan a que los demás tomen las decisiones por ellos.

Había que hacer un trabajo hacia atrás, recuperando nombres y obras con una dimensión liberal que nos parecía indudable. Ya en aquel primer número apareció la firma de Carlos Semprún Maura, desde entonces fiel colaborador en todas las empresas del grupo, y luego la del historiador Luis Suárez. El liberalismo que preconizábamos, siendo firme en sus principios e incluso algo intransigente en sus postulados, era también integrador. La nómina de los recordados y homenajeados da la medida del eclecticismo de aquella actitud: desde Baroja a Echegaray, Castelar, Nicomedes Pastor Díaz y Riego, pasando por Hayek, Ayn Rand, Lucas Beltrán, Gastón Baquero, Carlos Rangel, Antonio Herrero o… Enrique Urquijo.

El liberalismo era para nosotros algo más que un talante, como había dicho Marañón, pero también estaba muy lejos de ser una doctrina cerrada y acabada. Algunos de quienes participaban en aquel primer grupo habían conocido en primera persona el dogmatismo de una izquierda ultraideologizada, y no era cuestión de tropezar otra vez en la misma piedra. En un número, Michael Novak, consultado por Juan Pablo II para la redacción de la encíclica Centesimus Annus, reflexionaba sobre "El capitalismo familiar", y en el siguiente Pedro A. Talavera ofrecía un trabajo exhaustivamente documentado acerca de los "Fundamentos para el reconocimiento jurídico de las uniones homosexuales", cuando todavía este asunto no se había convertido en el campo de batalla ideológico que estaba destinado a ser.

Ya apuntaba, por otro lado, lo que iba a ser otra de las características de todo lo que surgió luego a partir del núcleo de La Ilustración Liberal: la vocación de contagiar el amor a la libertad a gente nueva, que se fue incorporando rápidamente al grupo inicial. No sé muy bien de dónde nos venía la confianza, pero estábamos seguros de que lo que teníamos que decir resultaría atractivo para una generación que no tenía por qué cometer las mismas tonterías que algunos de nosotros. Cometería las suyas, pero no las nuestras, y eso que saldríamos todos ganando.

En lo político, La Ilustración Liberal se benefició de un momento en que el centro derecha español había vuelto a interesarse por el liberalismo, casi un siglo después de haberlo relegado al menosprecio. No por eso la revista dependía de un grupo político. Al contrario, la desconfianza hacia el poder estaba inscrita en la médula de la revista, como demostró de sobra el ensayo de Federico Jiménez Losantos sobre el giro al centro del Partido Popular, y que tituló "Viaje al centro de la nada", polémico en su momento como lo sería ahora, de ser reeditado. Hay cosas que no cambian.

0
comentarios