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Moa cabalga entre ladridos

Hay quienes optaron por no hacerle referencia con tal de silenciarlo. Pero el éxito es difícil de ningunear. Sobretodo si pretendes hacerlo con una obra que, como le sucede a Los mitos de la guerra Civil de Pío Moa, lidera semana tras semana las listas de libros más vendidos. Si, además, el libro en cuestión desmonta de cabo a rabo las bases de una mentira instalada como interpretación políticamente correcta de nuestra contienda fraticida, no hay que extrañarse que a las avestruces les sucedan las no menos ciegas arremetidas de los toros. Un buen ejemplo de estas embestidas es el artículo de Paul Ingendaay aparecido recientemente en el Frankfurter Algemeine Zeitung. Es innegable el escozor que produce en algunos —también fuera de nuestras fronteras— que alguien cuestione el paradigma de la mentira en la que cómodamente se han instalado. Como verán los lectores, en este artículo no se corrige un solo dato de los aportados por Moa, ni se cuestiona con argumento alguno una sola de sus interpretaciones. Lo único que encontrarán son los insultos que se dirigen contra el "apologista del dictador", contra "el Che de la derecha", la conocida técnica, en definitiva, de la "amalgama" que equipara al historiador "renegado" con "los sucios herederos de los totalitarismos de entonces".

Moa, por su parte, bien puede acoger esta servil pleitesía a la mentira con la misma confianza con la que el Quijote advertía a su escudero: "Ladran Sancho, señal que cabalgamos..."

Paul Ingendaay

La silenciosa vuelta de Franco*

El bestseller de un exmarxista rehabilita al general

Varios hombres jóvenes de pelo muy corto y camisas de un azul luminoso han colocado unas mesas con libros ante una iglesia en el centro de Madrid. Se saludan con el brazo derecho extendido. Algunas camisas azules también llevan doblado hacia atrás el puño, un saludo entre iniciados. El espacio ante la iglesia se va llenando de gente vestida de fiesta, algunas personas ojean con interés los libros que hay sobre las mesas. Allí están extendidas las numerosas obras de José Antonio Primo de Rivera, el fundador de Falange Española**. La mayoría de los títulos son aún de tiempos de Franco. En las imágenes idealizadas de las cubiertas aparece siempre la misma cabeza: José Antonio, el joven héroe. El mártir. La cara de ángel de la derecha española.

La organización, que según los gustos se puede denominar fascista, de extrema derecha o también simplemente autoritaria, nació en un teatro madrileño el 29 de octubre de 1933. Los movimientos de masas de Hitler y Mussolini encontraron en ella su equivalente español por un breve período. El jefe de Falange, hijo del antiguo dictador Miguel Primo de Rivera, era un intelectual joven, educado, carismático, perteneciente a la clase alta. José Antonio se entusiasmó con el ascenso de Hitler y soñó con la supresión del parlamento y con un imperio español unido, católico y con un gobierno severo. La vida le dio apenas tres años para poner en práctica sus ideales. Nadie sabe qué hubiera sido de él si hubiera seguido vivo, si se hubiera medido con Franco, si hubiera sufrido desgaste. Está fuera de duda que quiso y apoyó la rebelión de los militares. En el primer otoño de la guerra civil, y tras seis meses de prisión, José Antonio Primo de Rivera fue acusado de rebelión contra la república por un tribunal militar. Murió en Alicante ante un pelotón de ejecución el 20 de noviembre de 1936. Su culto está vivo desde entonces.

Un Che de la derecha En Madrid, la tarde de primavera de 2003 no es una tarde cualquiera, sino el centenario del nacimiento de José Antonio. En la iglesia se va a celebrar una misa en su memoria. Y llama la atención lo elevado de la edad de los asistentes, algunos de los cuales aún podían haber conocido a José Antonio vivo. Algunas personas encorvadas se dirigen a sus sitios arrastrando los pies antes de que entren el sacerdote y el ayudante. Y entonces la escena deviene fantasmal. Que un sacerdote católico mencione siete veces en concreto el ejemplo luminoso del desaparecido José Antonio en su homilía, como si se tratase de un santo y no de un político fascista que postuló la "dialéctica de los puño y las pistolas", es como mínimo poco habitual, visto desde fuera. No así para los asistentes a la misa, que escuchan conmovidos. No es preciso recordarle a nadie en la abarrotada iglesia que José Antonio, como el hijo de Dios, murió con treinta y tres años.

La escena expresa algo muy típico en España: cómo pasan a la mitología popular las figuras políticas de la realidad social. La mitología popular ocupa un amplio y pacífico espacio más allá de la política actual y constituye un verdadero museo de la fantasía pública. Ninguna de sus figuras está más presente que José Antonio. Él, cazador, conocedor de vinos, piloto de coches deportivos, ya simbolizó en su tiempo una forma superior de vida, propia de una cultura política elitista. Líder del fascismo español y admirador de Mussolini, no compartió sin embargo con otros líderes de la derecha ni la grosería intelectual ni el llamamiento, ávido de poder, a las masas. A pesar de un sombrío balance de violencia callejera y de los asesinatos políticos, Falange fue un movimiento con escasos apoyos y con escasísimos recursos financieros. La influencia de José Antonio alcanzó a un círculo reducido.

De todos modos, tampoco los historiadores de izquierdas pueden resistirse fácilmente a su encanto. Todos destacan su inteligencia, su lealtad, su serenidad y su valor personal. Después de su muerte (que precedió a un grave error procesal, ya que el gabinete no autorizó la sentencia de muerte, ejecutada a toda prisa), tampoco dudó Franco en convertir a este hombre, ideológicamente próximo a él pero personalmente odiado, en icono de la nueva ideología estatal. Franco impulsó el culto personal del héroe romántico y utilizó su nombre para domesticar a Falange, convirtiéndola en complaciente instrumento de poder del nuevo Estado.

En ningún otro sitio queda todo esto más patente que en la pomposa basílica del Valle de los Caídos, monumento de inspiración nacional-autoritaria situado en la sierra, al noroeste de Madrid, al que mucha gente gusta de acudir de excursión en la actualidad. Allí, en lo profundo de la montaña, descansan los restos de Franco y de José Antonio, junto al altar mayor. Los del dictador detrás, los del fundador de Falange delante. Hay que decir que la sugerencia es antes blasfema que religiosa: aquí descansan padre e hijo y un único espíritu. Lo mismo que el tempranamente fallecido Che Guevara representa indiscutiblemente para los turistas los ideales de la revolución cubana –ideales corrompidos hace tiempo por la política de Fidel Castro–, José Antonio es para sus adoradores todo lo que la rebelión de las derechas de 1936 pudo haber querido, pero no llevó a la práctica en los casi cuarenta años que la siguieron. Al final fue un pueblo hastiado el que despachó a la debilitada dictadura.

Pero quienes visitan España se sorprenden en ocasiones de que el franquismo haya desaparecido así de la vida política del país, sin dejar rastros. Y esto sólo ocurre porque el franquismo sigue vivo en el nostálgico anhelo de mucha gente: silencioso, libre e inofensivo. La prueba más reciente es el éxito sensacional del libro Los mitos de la guerra civil, editado por La Esfera en Madrid, de Pío Moa. Este volumen de seiscientas páginas lleva semanas en cabeza de la lista de ventas de obras de "no ficción". La biografía de su autor es sugerente: Pío Moa no sólo fue en los años sesenta miembro del partido comunista de España, sino también de la banda terrorista marxista GRAPO, de forma que su pasado antifranquista es inmaculado. Con el paso de los años su andadura se orientó progresivamente hacia la derecha, hasta que acabó llegando al lugar que sus enemigos habían ocupado treinta años antes, el campamento de Franco. Pero ya hacía mucho que el caudillo se había ido y sus tiendas habían sido desmontadas.

Tal y como su título insinúa, Los mitos de la guerra civil se propone desmitificar la reciente historia de España. En la primera parte, Pío Moa analiza diez personalidades históricas importantes, desde Manuel Azaña hasta el mismo Franco, pasando por José Antonio. En la segunda analiza acontecimientos emblemáticos del período 1936-1939, desde el primer puente aéreo, las brigadas internacionales y el bombardeo de Guernica, hasta un capítulo denominado "El misterio de Franco". El tono del libro oscila entre la porfía y la estridencia. Los ataques más vehementes son para Paul Preston, cuya crítica biografía de Franco le pone las cosas bastante difíciles al apologista del dictador.

Pero Franco, según el autor, fue totalmente distinto de lo que siempre se dice: no fue ni inepto, ni mediocre, ni cruel. Al contrario. Su éxito como cabeza del ejército debe calificarse como "extraordinario", sus estrategias militares "de concepción brillante y flexibles". El hecho de que se declarara neutral prueba "su independencia fundamental respecto a Hitler y Musssolini". En cuanto a su crueldad, escribe el renegado, se inspira en gran parte en la propaganda difamatoria de izquierdas, y en los casos en que realmente hubo crueldad, como en Guernica o en el bombardeo de Barcelona, la culpa fue antes de los aliados de Franco (alemanes e italianos) que del propio dictador. En el fondo, en comparación con Churchill, Roosevelt y Truman, por no hablar de Hitler o Stalin, Franco sale muy bien parado. Al final, Pío Moa responde a su propia pregunta de si Franco tuvo razón al rebelarse contra la república española en el verano de 1936 con un claro "Sí".

La desfachatez de esta transmutación de la historia pone de manifiesto, lo mismo que su enorme éxito de público, que España está pagando un precio por su tránsito a la democracia: ocasionalmente se están abriendo paso un despecho, un sentimentalismo y un pensamiento reaccionario que no están previstos en el discurso público de España, el alumno modelo europeo. El presidente del gobierno Aznar lo recordó de forma claramente involuntaria cuando, en uno de sus recientes ataques a la oposición, habló del colectivo de los "rojos". Queriendo o sin querer utilizó la fórmula habitual del tiempo de Franco. La porfía impera por lo demás en ambos bandos. Pocos lectores de El País quieren reconocer que la falsificación de la historia de un Pío Moa es la otra cara del espejo de un autoengaño de la izquierda: la ficción histórica de que el concepto global de los "republicanos", como se describe a los perdedores de la guerra civil, corresponde en su totalidad a los heroicos defensores de la democracia. En muchos casos fueron sus sepultureros.

Generación violenta Los sucios herederos de los totalitarismos de entonces, los neonazis españoles, han sido ahora descritos desde dentro por primera vez. El libro Diario de un skin, editado por Temas de Hoy en Madrid, situado sólo un poco por detrás de Pío Moa en la lista de libros más vendidos, ha sido escrito por un valiente periodista bajo el seudónimo de Antonio Salas, que se ha movido durante todo un año en el escenario de la ultraderecha española, provisto de un magnetofón y una cámara oculta. Si tomamos conjuntamente a Salas y Moa obtenemos una profunda visión de sistemas ideológicos enloquecidos íntimamente unidos a mundos desaparecidos. Los mismos nombres de grupos musicales españoles de skin-heads podrían estremecer al lector. Su traducción es "Tronco Nuevo", "Generación Violenta" u "Olor Insoportable".

Para los no iniciados es difícil (y según Salas, ciertamente imposible) acceder los códigos de comunicación de Internet que protegen de los topos a los herméticos círculos neonazis. Pero lo que allí se piensa –poco– no es tan interesante como el alto grado de organización y de fantasía criminal que domina esos ámbitos. Según el reportaje de Salas, no puede haber ninguna duda de que la tristemente célebre librería Europa de Barcelona, una bolsa internacional de contactos para revisionistas y negadores de la existencia del "Holocausto", sigue siendo tan activa como hace años (véase F.A.Z. de 14 de abril de 2000) y de que los rumores sobre la violencia xenófoba de los clubs de hinchas de grandes equipos de fútbol como el Real Madrid y el FC Barcelona son una triste realidad. Lo que queda tras la lectura es decepción. La democracia española perdió a los cabezas rapadas en algún momento entre la muerte de Franco y el primer gobierno de González.



* Publicado en el Feuilleton del Frankfurter Allgemeine Zeitung, pág. 33, de 20 de mayo de 2003. Una lectora de Libertad Digital nos llamó la atención sobre él y, gentilmente, lo tradujo.

** Las palabras en cursiva aparecían en español en el original.

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