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Progreso

Este texto es una versión editada del epílogo de Progreso, el más reciente libro de Johan Norberg, publicado en España por Deusto (2017).

"Corren malos tiempos y el mundo se está volviendo viejo y malvado. La política es cada vez más corrupta. Los niños ya no son respetuosos con sus padres". Inscripción en una piedra de Caldea, 3.800 a. C.1

Escribir un libro con un mensaje positivo sobre el mundo supone predicar algo distinto a lo que la mayoría quisiera escuchar. Ronald Bailey es un autor que ha hecho mucho para luchar contra la percepción de que vamos hacia la perdición y el desastre inminente, pero cuando presentó a su editor una propuesta de libro que tocaba estas cuestiones, recibió una respuesta muy reveladora: "Ron, publicaremos este libro y quizá haremos algo de dinero, pero si me hubieras traído un libro que predijera el fin del mundo, entonces podría haberte hecho rico...".2

Es legítimo que, en general, la visión esperanzadora del mundo que presento en este libro esté alejada de la mirada de las mayorías. En Australia, Canadá, Estados Unidos y el Reino Unido, el 54 por ciento de la población encuestada cree que hay al menos un 50 por ciento de probabilidad de que nuestro modo de vida acabe siendo destruido durante el próximo siglo, mientras que una cuarta parte otorga más de un 50 por ciento de probabilidad a la extinción de la humanidad.3

Hace un par de años, encargué un estudio en el que se formularon ocho preguntas a mil ciudadanos suecos, todas relacionadas con el desarrollo global. La falta de información que revelaban las encuestas era impresionante. Da igual la edad o el tramo de ingresos: en todos los subgrupos destacaban las respuestas equivocadas sobre la evolución del mundo. Predominaba, por tanto, la visión pesimista que mantiene que todo está mal y, además, el futuro será peor. El reconocimiento del progreso alcanzado no se reflejaba por ningún lado. Un 73 por ciento creía que el hambre iba en aumento y un 67 por ciento opinaba que la extrema pobreza estaba creciendo, precisamente ahora que ambos indicadores se reducen como nunca antes había ocurrido.4 Entre los encuestados que habían pasado por la educación superior, las respuestas eran aún más pesimistas. Uno se pregunta con qué libros de texto están estudiando estos jóvenes y qué lecciones les están transmitiendo...

Otros trabajos confirman que la mayoría de las personas pasa por alto el importante progreso que vive el mundo. La Fundación Gapminder ha hecho varias encuestas con respuesta múltiple para medir hasta qué punto ignoramos el avance socioeconómico ocurrido en los últimos tiempos. En Reino Unido, sólo un 10 por ciento respondió que la pobreza había bajado en los treinta últimos años, mientras que más de la mitad opinaba que la miseria había aumentado. En Estados Unidos, un cinco por ciento respondía correctamente y afirmaba que la pobreza mundial se ha reducido en un 50 por ciento en los veinte últimos años, mientras que un 66 por ciento declaraba que no sólo no ha disminuido, sino que se ha duplicado durante este período.5 Puesto que era posible decir que la pobreza había permanecido igual, hubiera bastado con responder al azar para tener un 33 por ciento de respuestas correctas, de manera que los resultados de los encuestados fueron significativamente peores que los de un chimpancé... En esta línea, Gapminder subraya que no cabe hablar de ignorancia cuando el porcentaje de aciertos es claramente superior al que arrojaría una respuesta aleatoria, de manera que la mayor parte de la distorsión viene de suposiciones inexactas que parten de informaciones engañosas y desactualizadas.

Esa distorsión viene, en numerosas ocasiones, del papel que juegan los medios de comunicación, con su enfoque en lo dramático y lo sorprendente. Esta particular visión del mundo hace que primen las noticias más escandalosas o negativas: las guerras, los asesinatos, los desastres naturales... Parecería que, cuanta más gente ve programas informativos en televisión, más probable es que exagere el alcance de estos males. Por ejemplo, un estudio realizado en el territorio estadounidense de Baltimore, donde la delincuencia ha bajado drásticamente, demostró que el 73 por ciento de quienes veían las noticias a diario evitaban quedarse en la ciudad por la tarde, comparado con el 54 por ciento de quienes veían las noticias de manera más esporádica (menos de dos veces por semana). La práctica totalidad de los encuestados opinaba que el crimen en la ciudad era "rampante", si bien todos admitían que su zona no se veía muy afectada y los delitos tenían lugar en otras partes de la ciudad... El 84 por ciento señalaba su temor a que los delincuentes agredieran a sus familias, mientras que el 92 por ciento decía sentirse seguro en su vecindario. En última instancia, estamos ante una paradoja: los residentes de Baltimore reconocen que llevan una vida tranquila... pero, al mismo tiempo, creen que su ciudad es peligrosa.6

Hay muchos periodistas que admiten esta problemática. En la radio pública estadounidense, el periodista Eric Weiner afirmó lo siguiente: "Muchas de las mejores historias son las de gente triste viviendo en lugares tristes".7 En Suecia, el presentador de noticias Freddie Ekman fue preguntado por las principales noticias que había dado en sus casi cincuenta años al frente de programas informativos de televisión. En su respuesta, Ekman citó el asesinato del primer ministro Olof Palme en 1986, el hundimiento del crucero Estonia en 1994 y los atentados terroristas del 11-S en Nueva York. A continuación, Ekman fue preguntado por las noticias más positivas que dio durante el mismo período. ¿Su respuesta? "Ninguna tuvo relevancia, por lo que tiendo a olvidarlas...".8

En la radio danesa, Ulrik Hagerup ha explicado que la mayor parte de los periodistas se centra en hablar de los agujeros del queso (problemas, conflictos...) en vez de hablar del queso en sí mismo (la sociedad y su progreso). Mikael Österlund, presentador de noticias de la radio sueca, apunta que algunos de sus oyentes le preguntan por qué describen el mundo como un lugar imposible. Österlund les responde que su trabajo es "hablar de las cosas malas para que la gente se plantee si quiere seguir tolerándolas". Desde esta óptica, sólo cuentan las desviaciones: esperamos que los aviones despeguen y aterricen con seguridad, de modo que sólo un accidente será noticia.9

Esta manera de ver las cosas tiene sentido desde la perspectiva del medio de comunicación. De hecho, la audiencia se interesa más por este tipo de noticias. Pero esto no significa que debamos limitar nuestra perspectiva del mundo a lo que aprendemos a diario en las noticias. También necesitamos antecedentes, contexto, historia, estadísticas... Cada año hay cuarenta millones de aviones despegando en algún lugar del mundo y la inmensa mayoría cumple su trayecto con normalidad. Desde los años setenta hasta hoy, el número de viajeros se ha multiplicado por diez y los accidentes se han reducido a la mitad. Pero eso no aparecerá en las noticias.10

Max Roser, economista de la Universidad de Oxford que recopila datos sobre el desarrollo del mundo, lo expresa de esta forma: "En la BBC y en la CNN nadie dice que 'hoy no hay hambre en el sur de Londres' o que 'la mortalidad ha bajado hoy un 0,005 por ciento en Botsuana'. Lo que sí cuentan los titulares son noticias que suceden de manera abrupta y que a menudo son malas. Un terremoto, un asesinato, un atentado...".11

Los periodistas siempre están pendientes de encontrar la historia más dramática y chocante, ceñidos a menudo al área geográfica que cubren. La cobertura casi instantánea de estas noticias, a través de la televisión y de internet, tiene también efectos beneficiosos. Ahora sabemos mejor lo que ocurre en otras partes del mundo y además lo conocemos con más rapidez. No obstante, esto también hace que el ciclo informativo se retroalimente, buscando noticias impactantes. Y, por desgracia, siempre se puede encontrar una guerra, un conflicto, un asesinato... De manera que, cuando vemos todas las noticias del día, esos episodios puntuales pero dramáticos se convierten en el pan de cada día y se nos antojan cotidianos.

Por supuesto, los partidos políticos, los activistas y los grupos de presión explotan el miedo que genera esta corriente y avanzan así en la promoción de sus principales objetivos. El brote de ébola en África, ocurrido entre 2014 y 2015, da buena cuenta de la pinza que acabaron haciendo unos y otros, con el resultado final de asustar a buena parte de la población mundial. En septiembre de 2014, los titulares anunciaban de manera alarmante que Estados Unidos creía que la infección podía llegar a un millón cuatrocientas mil personas. La cifra venía de un estudio del Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades. Se trataba del escenario más pesimista planteado por un informe en el que, además, se asumía de manera especulativa que la mayoría de los casos eran desconocidos. Peor aún, el documento no asumía ninguna intervención ante lo ocurrido12. Pero la cifra era alta y, por tanto, no tardó en llamar la atención de los periodistas, que la fijaron en el imaginario colectivo a través de la difusión que tienen los medios.

En los meses que siguieron, los diversos informes que se publicaron suponían que los ciudadanos de las zonas afectadas en África asumirían comportamientos potencialmente de riesgo, como si no fuesen conscientes de ello. En octubre de 2014, la detección de nuevos casos rondaba los mil contagios semanales, aunque la Organización Mundial de la Salud anticipaba que podríamos llegar a cinco mil o diez mil contagios semanales. No tardaron en publicarse los titulares en los que se decía que la OMS esperaba diez mil nuevos infectados por semana. Al final, el número total de casos detectados en todo el mundo fue de... treinta mil personas. Lejos, sin duda, de los parámetros que se habían manejado (un millón cuatrocientos mil, diez mil nuevos infectados por semana, etc.).

En cierto modo, todos los actores del proceso estaban cumpliendo con su trabajo. Las instituciones trataban de movilizar a la comunidad mundial con pronósticos duros y los medios de comunicación consideraban su deber advertirnos sobre lo peor que podría llegar a pasar. Pero, en algún lugar del camino, todos se olvidaron de recordarnos que estábamos hablando de los escenarios más pesimistas. Por eso, el resultado final fue una imagen completamente distorsionada de los riesgos asociados a la crisis del ébola. Por supuesto, este alarmismo pudo haber alentado las mismas intervenciones que acabaron con él, pero, como señala The Economist: "Cuando las autoridades te dicen constantemente que viene el lobo, será cada vez más difícil captar la atención del mundo...".13 Poco a poco, esta crisis irá pasando al olvido y no reflexionaremos sobre el hecho de que los peores pronósticos se hayan quedado muy lejos de la realidad. Lo que haremos será fijarnos en el siguiente caso y, probablemente, volver a estudiarlo en función de la visión más pesimista que se nos presente.

¿Cómo evitar esas distorsiones? Quizá podemos seguir únicamente las noticias locales. Dado que sólo cubren una zona geográfica muy pequeña, resulta más difícil encontrar historias horribles, lo que significa que dan una descripción más precisa de lo que es la vida cotidiana para la mayoría de personas. Un verano decidí leer solamente el Strömstads Tidning, un periódico que cubre una ciudad de apenas seis mil habitantes, ubicada en la costa oeste de Suecia. Sus noticias eran muy diferentes y, desde luego, mucho menos dramáticas de lo que me encontraba en los medios nacionales, en la BBC o en Twitter. Quizá mi publicación favorita de todas las que leí aquel verano fue una que ocupó la portada del diario y llevaba como titular "Todo acabó bien". Al parecer, un conductor no permitió que le adelantasen. La policía fue alertada. ¿Estaba ebrio, drogado...? Las autoridades actuaron y detuvieron al conductor al norte de Strömstad... pero pronto comprobaron que el conductor estaba en perfectas condiciones y que lo ocurrido debía haber sido simplemente algún error de conducción.14

El periodista Anders Bolling preguntó en una ocasión a un compañero por sus noticias sobre crímenes y delitos. Cuando le propuso contar con criminólogos para disponer de una visión más amplia de las tendencias delictivas, su colega le explicó que eso sería "aburrido, porque lo único que nos dicen es que el crimen está bajando..."15. En sus trabajos sobre esta cuestión, Bolling ha concluido que no es constructivo ver las noticias si ésta es la única fuente que tomamos para saber cómo van las cosas. No es que las noticias sean falsas, sino que nos dan apenas una pequeña selección de las peores cosas que han ocurrido en las últimas horas. El efecto combinado de esta sucesión de noticias es un filtro distorsionado que hace que el mundo nos parezca peor y más peligroso de lo que realmente es.

Entonces, podríamos hacerlo fácil y culpar a los medios de comunicación, pero la verdadera culpa es nuestra. En primer lugar, porque las audiencias acreditan el interés por este tipo de informaciones. En segundo lugar, porque nosotros somos los primeros que, cuando hay lagunas informativas, nos ponemos en el peor de los casos.

Los psicólogos Daniel Kahneman y Amos Tversky nos han hablado de la heurística de disponibilidad, una suerte de atajo mental que nos sirve para llegar a conclusiones dependiendo de nuestras experiencias o recuerdos, en vez de buscar datos y contexto.16 Esta heurística de disponibilidad significa que, cuanto más recordemos un episodio, más probable se nos antojará su repetición. Por este motivo, las situaciones más horribles o chocantes permanecerán en nuestra mente, aunque no sean tan comunes y frecuentes.

Quizá el desarrollo nos ha conducido a preocuparnos más. Nos interesamos por las excepciones. Nos percatamos de las cosas nuevas, de lo extraño y de lo inesperado. Es natural. No tenemos que explicar y entender las cosas normales, del día a día, pero necesitamos entender las excepciones. Cuando llegamos a casa, no describimos la ruta ordinaria que hemos seguido, pero sí contaremos a los nuestros cualquier episodio extraño que pueda habernos ocurrido en el camino. Hemos sido programados de esta manera por la evolución. El miedo y la preocupación son herramientas para la supervivencia. Los cazadores y recolectores que sobrevivieron a las tormentas repentinas y a los depredadores eran los primeros que no se conformaban con estar relajados y satisfechos, sino que exploraban continuamente su entorno, para anticipar posibles amenazas. El coste de sobrerreaccionar era, por aquel entonces, mucho menor que el de no hacer nada. Y nuestros genes provienen de los que sobrevivieron aquella era.

Estamos tan interesados en lo peligroso porque, si no lo hubiésemos estado, hoy seríamos una especie extinta. Si un edificio se está quemando, necesitamos saberlo inmediatamente. Y aunque el fuego sea muy lejos y sólo lo estemos siguiendo por la televisión, el episodio nos creará interés. En nuestro cerebro hay capas de abstracción, que reducen la sensibilización ante determinados episodios o problemas, pero nuestros cerebros también producen hormonas del estrés o la adrenalina, especialmente cuando estamos frente al televisor, viendo sin más las noticias.

Steven Pinker menciona tres sesgos psicológicos que nos hacen pensar que el mundo aún es peor de lo que realmente es.17 Uno es el hecho bien documentado de que "lo malo es más fuerte que lo bueno": es más probable que recordemos perder dinero, ser abandonados por amigos o recibir críticas que ganar dinero, tener nuevos amigos o recibir elogios... Los autores de un estudio sobre esta cuestión explican que "la información negativa se procesa más y contribuye con más fuerza a la impresión final que la información positiva".18

Otro sesgo emocional es la psicología de la moral. Quejarse de los problemas es una forma de enviar una señal de que los demás te preocupan, por lo que las críticas son más moralmente comprometidas. Thomas Hobbes, filósofo del siglo XVII, también señaló que criticar el presente es una forma de competir con nuestros rivales y contemporáneos, mientras que podemos elogiar fácilmente a las generaciones pasadas, porque no son nuestros competidores.

Un tercer sesgo es nuestra nostalgia de una edad de oro, en la que la vida era supuestamente más simple y mejor. El historiador cultural Arthur Herman ha observado que: "Prácticamente todas las culturas, pasadas o presentes, han creído que sus hombres y mujeres no están a la altura de sus progenitores y antepasados".19 En el siglo VII a. C., el poeta Hesíodo hablaba de una Edad de Oro ya pasada, en la que los seres humanos vivían en armonía con los dioses y no tenían que trabajar, ya que la naturaleza les proporcionaba alimento. Luego habría llegado una Edad de Plata, con conflictos y preocupaciones, y una Edad de Bronce, con aún más conflictos y preocupaciones. Hesíodo vivió en la Edad de Hierro, en la que "el conflicto y la inmoralidad reinaban" y "los humanos tenían que esforzarse para sobrevivir". Pero esa visión está presente en la mayoría de culturas, religiones e ideologías: siempre hay una mitología similar que relaciona nuestro decadente presente con un paraíso prehistórico que ya se ha perdido.

Muchos han percibido una conexión entre esta idealización del pasado con la idealización de nuestra infancia perdida y el deseo nostálgico de volver a un estado de mayor seguridad y comodidad. A medida que envejecemos, asumimos más responsabilidad. A veces, nos desilusionamos o nos aburrimos. Para colmo, experimentamos una progresiva degradación de nuestra capacidad física. Quizá es fácil confundir los cambios que vivimos nosotros mismos con los cambios de nuestros tiempos. A menudo, cuando pregunto a la gente acerca de su época ideal, me dicen que el momento de la historia que definen como más armonioso y feliz es el de la época en que crecieron. De ahí la nostalgia por los años cincuenta de los baby boomers. Como dice el abuelo Abe en Los Simpsons: «Yo estaba en la onda, pero luego cambiaron la onda. Y ahora resulta que estoy fuera de onda... La onda me resulta extraña y escalofriante. Y a ti te ocurrirá lo mismo».

La cultura de la Ilustración creía que el progreso era posible y que el mundo podía mejorar constantemente si la razón humana se liberaba pero, incluso entonces, algunos pensadores como Rousseau o los filósofos románticos sostenían que el mundo que habían creado era infinitamente peor de lo que había existido antes. Ésta ha sido una fuerte corriente en el mundo occidental, a pesar de todo el progreso que se ha logrado. Y a esa reserva acuden hoy todos los populistas y demagogos.

Una y otra vez recreamos nuestro pasado y reorganizamos nuestros recuerdos inconscientemente. Los viajeros Lasse Berg y Stig Karlsson, a los que hemos aludido en varios capítulos, se dieron cuenta de que todas sus predicciones sobre la fatalidad en Asia eran equivocadas y que la vida de las personas estaba mejorando a escala masiva. De hecho, mucha de la gente a la que conocieron en sus viajes no veía necesariamente ese progreso. En los años noventa, una de las mujeres con las que hablaron (Satto) se quejaba de que la vida era ahora más difícil y de que se veía obligada a trabajar duro para sacar adelante a sus hijos. Hablando con Berg y Karlsson, evocó su niñez, cuando todo era más fácil y agradable. Al respecto, Berg escribe que: "Si no hubiésemos estado allí veinte años antes, habríamos transmitido lo mismo que cualquier otro periodista que conociese su testimonio sin más". Pero Berg y Karlsson podían comprobar la nueva situación de la India con la de veinte años atrás. Y, gracias a ese ejercicio, ambos sabían que Satto no había tenido una niñez tan amable como recordaba. De hecho, había pasado buena parte de su infancia trabajando en el campo, día tras día.20

Berg volvió a la misma aldea en 2010. Satto estaba más feliz y el nivel de vida de su familia había aumentado notablemente. Declaró no recordar las quejas que expresó en los años noventa y, de hecho, afirmó que su vida por aquel entonces era mejor que la de ahora...21 ¡Por lo visto, nunca es demasiado tarde para decidir que hemos tenido una infancia feliz!

El hecho de que las cosas hayan mejorado de manera abrumadora no nos garantiza el progreso futuro. Después de años de crédito barato, se antoja realista que el exceso de deuda acumulado por gobiernos, empresas y familias pueda derivar en una crisis financiera a gran escala. El calentamiento global es una amenaza a los distintos ecosistemas y puede afectar la vida de millones de personas. Las guerras a gran escala entre grandes potencias nunca pueden descartarse por completo. Los terroristas pueden causar estragos, atacando a la población civil o logrando acceso a las tecnologías más poderosas de nuestro tiempo. Segmentos mayoritarios de la población pueden sentirse amenazados por el miedo al cambio y pueden acabar dando la espalda a la libertad y el aperturismo, que son nuestras principales fuentes de progreso.

Matt Ridley, autor de El optimista racional, suele afirmar que nada le preocupa más que "la superstición y la burocracia», porque la superstición puede obstaculizar la acumulación de conocimiento y la burocracia puede impedirnos la aplicación de ese conocimiento a las nuevas tecnologías y negocios22. Muchos de los logros descritos en este libro podrían ser obstruidos por estas fuerzas. Los islamistas radicales impiden que las niñas aprendan y tratan de reinstaurar la esclavitud donde obtienen el poder. Un rumor falso (que la vacuna contra la poliomielitis "es una maniobra occidental para hacer a los musulmanes estériles») ha causado el retorno de la polio, que casi estaba erradicada. Del mismo modo, la absurda idea de que la vacuna contra el sarampión «puede causar autismo» ha resultado en un movimiento antivacunación que ha cobrado fuerza en Estados Unidos, dando pie a nuevos brotes de esta enfermedad.

Las causas del progreso humano están fuertemente arraigadas: el desarrollo de la ciencia y el conocimiento, la expansión de la cooperación y del comercio, y la libertad de actuar y de elegir. Pero, históricamente, estas fuerzas han sido bloqueadas y reprimidas por otras fuerzas reaccionarias que no aceptan el cambio, bien porque lo temen, bien porque amenaza su posición. Hace mil años, pocos habrían adivinado que Europa sería la cuna de la revolución industrial y científica. ¡En el año 797, el califa de Bagdad le concedió a Carlomagno un reloj tan elaborado que éste no entendió lo que era! Por aquel entonces, los árabes estaban muy por delante de Europa en ciencia y tecnología. Además, habían mantenido viva la filosofía griega, olvidada en Occidente. En paralelo, la dinastía Song gobernó una China pujante en lo económico y lo cultural. El Estado de Derecho y el alto grado de libertad económica dieron alas a la innovación. Sus inventores se afanaron en desarrollar la imprenta, la pólvora y la brújula, los tres inventos que Francis Bacon definió como los más importantes de la historia de la humanidad hasta 1620.

Sin embargo, la dinastía Ming (que tomó el poder en el siglo XIV) era hostil a la tecnología y a los extranjeros. Hizo de la navegación oceánica una ofensa del mayor rango y quemó barcos que se disponían a realizar grandes exploraciones por el resto del mundo. Algo similar ocurrió en el mundo islámico, que se encierra en sí mismo a raíz de las invasiones mongolas del siglo XIII y purga muchas de las ideas de la ciencia y la modernización. En el Imperio otomano se obstruyeron las nuevas tecnologías, la imprenta se retrasó durante trescientos años y el moderno observatorio Taqi ad-Din, construido en 1577 en Estambul, fue destruido tres años después por espiar a Dios.

Esto no quiere decir que las potencias europeas hicieran todo bien. Sus élites también se opusieron a nuevas ideas e innovaciones, pero el continente estaba fragmentado geográfica, política, económica y lingüísticamente, de manera que ningún grupo y ningún emperador podía controlarlo todo. En su libro El milagro europeo, el historiador económico Eric Jones explica que en el siglo XIV existían mil unidades políticas diferentes en Europa. En cierto modo, este pluralismo seguía vigente cuando se instituyó un sistema de Estados-Nación que rivalizaban entre sí.23

En uno u otro lugar se ponían a prueba nuevas teorías, inventos y modelos de negocios. Lo mejor terminaba extendiéndose y el progreso se imponía.

Por tanto, no se trata de que Europa tuviese pensadores más avanzados, inventores más capacitados o empresas más pujantes: ante todo, la clave radica en que las élites tuvieron mucho menos éxito a la hora de obstaculizar todas esas fuerzas productivas. Las ideas, la tecnología y el capital podían moverse entre distintos Estados que se veían obligados a competir y aprender unos de otros, empujándose mutuamente hacia la modernización. Esto es algo similar a nuestra era de globalización. Cada vez más países y más regiones tienen acceso a la suma del conocimiento de la humanidad y a las mejores innovaciones de otros lugares. En un mundo así, el progreso ya no depende del capricho de un solo emperador. Puede que el progreso sea bloqueado en un lugar, pero en muchos otros continuarán los avances.

Y, aunque la riqueza y la vida humana pueden ser destruidas, el conocimiento rara vez desaparece. Mejor aún: sigue creciendo. Por tanto, es improbable que cualquier tipo de retroceso arruine el progreso humano por completo. Pero no podemos olvidar que esta mejoría no es automática, sino que es el resultado del trabajo de científicos, de innovadores, de empresarios... en resumen, de gente trabajadora e individuos valientes que han luchado por su libertad para hacer las cosas de otra forma. Esa antorcha está ahora en nuestras manos y nos toca portarla para asegurarnos de que el progreso siga ganando terreno.


1 White Patrick, George Thomas, «The new optimism», Popular Science Monthly (mayo 1913), p. 493.

2 Bailey, The End of Doom: Environmental Renewal in the Twenty-first Century, 2015, p. xvii.

3 Randle, Melanie y Richard Eckersley, «Public perceptions of future threats to humanity and different societal responses: a cross-national study», Futures, 72 (2015), pp. 4–16.

4 Norberg, Johan, «Rubriker som gör oss rädda», Timbro, Estocolmo, 2005.

5 Rosling,Hans,«Highlights from Ignorance Survey in the UK», 3 de noviembre de 2013, <http://www.gapminder.org/news/highlights- from-ignorance-survey-in-the-uk> (consultado el 22 de marzo de 2016); Gapminder, «The Ignorance Survey: United States», 2013, <http:// www.gapminder.org/GapminderMedia/wp-uploads/Results-from- the-Ignorance-Survey-in-the-US.pdf> (consultado el 12 abril de 2016).

6 Miller, Mark Crispin, «It’s a crime: the economic impact of the local TV news», Project on Media Ownership, Nueva York, 1998.

7 Weiner, Eric, The Geography of Bliss: One Grump’s Search for the Happiest Places in the World, Twelve, Nueva York, 2008. Versión castellana de Gabriel Dols Gallardo, La geografía de la felicidad, Grijalbo, Barcelona, 2009.

8 «De roliga nyheterna minns man inte», svt.se, 26 de septiembre de 2007, <http://www.svt.se/nyheter/inrikes/de-roliga-nyheter na-minns-man-inte> (consultado el 22 de marzo de 2016).

9 «Medierna i P1», Sveriges Radio, Swedish Public Radio, retransmitido el 7 de febrero de 2015.

10 «Fatal airliner hull loss accidents», Aviation Safety Network, <http://www.aviation-safety.net/statistics/period/stats.php?cat=A1> (consultado el 22 de marzo de 2016).

11 Cumming, Ed, «The scientists with reason to be cheerful», The Guardian, 15 de noviembre de 2015.

12 Meltzer, Martin I., Charisma Y. Atkins, Scott Santibanez, Barbara Knust, Brett W. Petersen, Elizabeth D. Ervin, Stuart T. Nichol, Inger K. Damon y Michael L. Washington, «Estimating the future number of cases in the Ebola epidemic – Liberia and Sierra Leone, 2014–2015», Morbidity and Mortality Weekly Report Supplements, 63, 3 (2014), pp. 1-14.

13 «Predictions with a Purpose», The Economist, 7 de febrero de 2015.

14 Strömstads Tidning, 30 de junio de 2007.

15 Bolling, Anders, Apokalypsens gosiga mörker, Bonniers, Estocolmo, 2009, p. 51.

16 Tversky, Amos y Daniel Kahneman, «Availability: a heuristic for judging frequency and probability», Cognitive Psychology, 5, 2 (1973), pp. 207–232.

17 Pinker, Steven, «If everything is getting better, why are people so pessimistic?», Cato Policy Report, enero/febrero 2015.

18 Baumeister, Roy F., Ellen Bratslavsky, Catrin Finkenauer y Kathleen D. Vohs, «Bad is stronger than good», Review of General Psychology, 5, 4 (2001), p. 323.

19 Herman, Arthur, The Idea of Decline in Western History, Free Press, Nueva York, 1997, cap. 1. Versión castellana de Carlos Gardini, La idea de decadencia en la historia occidental, Editorial Andrés Bello, Barcelona, 1998.

20 Berg, Lasse, Ut ur Kalahari: Drömmen om det goda livet, Ordfront, Estocolmo, 2014, p. 81.

21 Berg, 2014, p. 91.

22 Ridley, Matt, «World outlook: rosy, Europe outlook: awful», The Times, 2 de enero de 2013.

23 Jones, Eric, The European Miracle: Environments, Economies and Geopolitics in the History of Europe and Asia, Cambridge University Press, Cambridge, 1987.

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