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ECONOMÍA

Crecimiento y libertad

Como la psicología o el fútbol, la Economía ha pasado a ser algo sobre lo que todos opinan con aparente fundamento. No es extraño: los mismos economistas no solo discrepan de qué medidas deben adoptarse, sino incluso de cuáles se adoptaron en el pasado, de la naturaleza y motivos de crisis anteriores y de las formas en que se superaron. Hay quien dice que el estéril empeño de los economistas por predecir el futuro viene de su probada incapacidad para explicar el pasado.


	Como la psicología o el fútbol, la Economía ha pasado a ser algo sobre lo que todos opinan con aparente fundamento. No es extraño: los mismos economistas no solo discrepan de qué medidas deben adoptarse, sino incluso de cuáles se adoptaron en el pasado, de la naturaleza y motivos de crisis anteriores y de las formas en que se superaron. Hay quien dice que el estéril empeño de los economistas por predecir el futuro viene de su probada incapacidad para explicar el pasado.

El motivo principal es de fácil comprensión: los protagonistas de la Economía no son mecanismos, organizaciones, estadísticas o curvas de oferta y demanda. Son las personas. Hasta lo más abstracto del razonamiento económico tiene al final como agente al ser humano. Sus necesidades y deseos, sus creencias y experiencias, sus sentimientos y recuerdos, cuanto sabe y cuanto ignora. Encerrar todo ello en una ecuación es quizá un interesante ejercicio, pero no puede pretenderse que emule algo tan inasible como la acción humana.

Esta concepción de la Economía es, a la vez, un ejercicio de humildad y eficacia. Reconocer los límites de la disciplina lleva a conocer cuál puede ser su utilidad y su función. Esta no es predecir el futuro, sino intentar comprender cómo funcionan las sociedades humanas y cómo surge el orden social a partir de la acción de sus individuos. No se puede determinar su comportamiento, pero sí entender que tienden a responder de formas distintas ante las distintas circunstancias. La Economía –y no solo la Economía– sabe que respondemos a incentivos.

Por ello, toda doctrina económica, lo quiera o no, tiene que ver con la libertad de los individuos. En realidad, cualquier concepción del orden social implica una determinada idea de la libertad individual, y de cómo se ve afectada por la convivencia y las normas que, de un modo u otro, rigen en todo grupo humano. Entender que la evolución y el progreso de la humanidad tienen como motor la libertad de los individuos que buscaron satisfacer sus necesidades materiales y espirituales según les dictaba su libre albedrío tiene consecuencias muy distintas a las de pensar que las personas se comportan con carácter general de manera contraria a la que les conviene, y que el progreso proviene de la capacidad que tengan los individuos más sensatos de imponer a los demás la conducta más correcta.

Lejos de pretender una reflexión sin aplicaciones prácticas, considero que la forma de entender la Economía y la Historia proporciona pautas útiles para los problemas más acuciantes. Si cualquier doctrina económica tiene que ver con la libertad de las personas, le ocurre igual a cualquier decisión económica. Escuchamos términos como déficit, impuestos, consumo, rescate, intervención... Ninguna decisión relacionada con cualquiera de estos conceptos deja de estar relacionada con la libertad de los individuos.

Deberíamos, por ello, preguntarnos siempre qué influencia tiene cada decisión económica que adopten las autoridades en la capacidad de los individuos para tomar sus propias decisiones económicas. En este sentido, el debate entre ajuste y crecimiento que estos días inunda los periódicos es un falso debate. La cuestión no es si se crece o no se crece, sino si la estrategia seguida por los individuos en respuesta a una determinada situación es o no adecuada. Incurrir en déficit público implica sustituir la decisión de los ciudadanos de no invertir o consumir por la decisión del Estado, que lo hace por ellos. Por ellos... y con el dinero de ellos, pues tal déficit se financia con deuda pública (impuestos diferidos) o emitiendo más dinero, que devalúa el efectivo en poder de los ciudadanos.

Si se considera que la ausencia de inversión y consumo proviene de circunstancias adversas impuestas coactivamente –como los altos impuestos o las regulaciones–, rebajar o eliminar estas sería la decisión correcta. Si, por el contrario, se considera que los ciudadanos no hacen un uso adecuado de su libertad, y por tanto hay que enmendar su conducta de forma coactiva, estamos ante una concreta concepción de la sociedad. La que lleva a la restricción de la libertad y, por tanto, a una sociedad menos libre. Quienes pensamos que libertad y prosperidad son causa y efecto tenemos pocas dudas al respecto.

 

twitter.com/AsisTimermans

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