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Capitalismo y libertad

Artículo publicado en Libertad Digital el 16 de noviembre de 2006.

Se ha producido la última noticia sobre la vida de Milton Friedman. Aun frisando los 94 años, el viejo economista seguía intelectualmente activo, como se podía comprobar en las entrevistas que, en los últimos meses, concedía a los medios, con cierto aire de despedida. Y de optimismo. Porque el optimismo fue siempre una de las características de este judío que se convirtió en líder intelectual de la Escuela de Chicago. Un optimismo que estaba movido por una fe inquebrantable en el poder de los hombres en libertad. Lean, si no, las últimas palabras del que quizás sea su mejor libro, Capitalismo y libertad:

Nuestra estructura básica de ideas y la entreverada red de instituciones libres prevalecerán, en gran medida. Tengo la convicción de que seremos capaces de preservar y extender la libertad a pesar del tamaño de los programas militares y de los poderes económicos concentrados en Washington. Pero sólo seremos capaces de hacerlo si somos conscientes de la amenaza a que nos enfrentamos; sólo si persuadimos a nuestros semejantes de que las instituciones libres ofrecen una ruta más segura, si bien en ocasiones más lenta, hacia los objetivos que anhelamos que el poder coercitivo del Estado. Y los destellos de cambio que están apareciendo en el clima intelectual son un augurio esperanzador.

De ese cambio sutil pero poderoso fue responsable Milton Friedman como muy pocos. Su gran batalla fue en el campo de la teoría económica; contra el keynesianismo, una corriente que era más bien una interpretación del libro más perdurable de John Keynes. Friedman se dirigió al establishment keynesiano en su propio lenguaje, y los venció. No es que no hubiera otros críticos certeros, pero no hablaban el mismo idioma. No era el caso de la Escuela de Chicago, en concreto de hombres como Stigler o Milton Friedman.

Dedicó un enorme esfuerzo intelectual a construir o reforzar una macroeconomía alternativa, el monetarismo, más comprensiva con los fenómenos del libre mercado y que retoma la importancia de la cantidad de dinero como instrumento de política económica. Y escribió un grueso volumen de historia monetaria de su país, junto con Anna Schwartz, que es un genuino esfuerzo por recomponer desde sus posiciones el aspecto menos aprensible de la historia económica. El premio Nobel se engrandeció con su nombramiento entre los galardonados, y lo hizo en plena crisis del paradigma keynesiano, en 1976.

Si me preguntan, diré que a Friedman le pasó lo que a Henry George o a otros economistas, que se especializó en el terreno menos propicio para sus sobresalientes dotes intelectuales. En cualquier caso, no es sólo su visión del dinero lo que le ha otorgado fama mundial. Milton Friedman ha sido quizás el intelectual que más ha hecho en el pasado siglo por extender el liberalismo. No sólo en su Capitalismo y libertad, de 1962; de 1966 a 1983 hizo gala de esa capacidad teórica y claridad de exposición para ofrecer a los lectores de Newsweek una visión de sus problemas cotidianos desde la perspectiva liberal. Y en 1980 publicó su celebérrimo Libertad de elegir, un excelente volumen en el que trata varios aspectos de la política y muestra convincentemente por qué la libertad supera a la coacción en su poder para que cumplamos nuestros deseos. Ahí expuso, por ejemplo, su propuesta del cheque escolar. Ese libro, por lo demás, era un compendio de la serie de televisión por la que se convirtió en teleprofesor de millones de estadounidenses. En España la UCD tuvo el acierto de pasarla por Televisión Española, una experiencia que hoy consideramos inconcebible.

Se le criticó por acudir al Chile de Pinochet a dar unas conferencias sobre cómo el libre mercado ayudaba a descentralizar el poder político. Nadie hizo lo mismo cuando, ese mismo 1975, se fue también a recomendar a los responsables de la dictadura china que hicieran lo contrario de lo que estaban haciendo. Lo cierto es que varios discípulos suyos sí asesoraron al dictador chileno, parece que no sin éxito. E inspiró las políticas desreguladoras de Ronald Reagan y Margaret Thatcher.

Pero Friedman no era sólo un teórico de la economía. Decía su amigo Hayek, a quien no llegó a comprender del todo, que un economista que sólo supiera de economía sería un mal economista. Y Friedman era de los buenos, como demuestra su excelente ensayo sobre la relación entre la libertad económica y las demás. Seguro que entre sus últimos pensamientos hubo uno que lo reconfortó por sus contribuciones a nuestras libertades.

Descanse en paz.

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