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Las alcantarillas revolucionarias

Sacralización de la violencia

El término revolución es ambiguo y contradictorio, como muchos otros, democracia, fascismo, etcétera, que se utilizan a menudo para expresar exactamente lo contrario de lo que significan. Dejando en la cuneta todas las "revoluciones" en la moda, el arte, el cine o el destino turístico de los yuppies, voy a referirme, claro, a las revoluciones políticas. No a las "grandes", tan diferentes, como la francesa, la norteamericana, la rusa, etcétera, sino más precisamente a la revolución como cambio violento; los revolucionarios, aquí, serían los partidarios de la lucha armada; y las alcantarillas, los evacuaderos en que vierten las heces. De esto voy a hablar, de las heces y alcantarillas revolucionarias.

De entrada, debo hacer una confesión: para ilustrar mi repulsa de la "sacralización de la metralleta", de "la violencia parturienta de la Historia" y demás peligrosos sofismas que constituyen el tronco común de comunistas, fascistas, nazis y anarquistas, y con tanta soberbia como ceguera, quise citar párrafos de mi panfleto Ni Dios, ni amo, ni CNT, escrito el verano de 1975 y que no había vuelto a leer desde hacía, por lo menos, veinte años. Se me cayó el alma a los pies. Me resulta total y absolutamente imposible citarme, mi masoquismo no da para tanto; sólo puedo precisar que ya entonces, al comienzo de mi "larga marcha", condenaba las organizaciones terroristas como ETA, la OLP, las Brigadas Rojas o la Rote Armee Fraktion (RAF); pero como organizaciones falsamente revolucionarias, ya que no luchaban por la "liberación", sino por el Terror. Dejando de lado, por favor, mi congénita estupidez, diré que nada ha cambiado en la mentalidad revolucionaria occidental, aunque la situación mundial haya cambiado muchísimo desde 1975.

Porque la mayoría de las organizaciones terroristas revolucionarias tenían, más o menos claro, un referente, un modelo, un centro. Los "comunistas combatientes" alemanes o italianos podían despotricar contra la URSS (nunca contra el Gulag, pero sí contra su "prudencia", "oportunismo" o "revisionismo"), pero sabían, o creían, que actuaban, peligrosa y audazmente, siempre a favor del comunismo, cuya capital, de todas formas, era Moscú. Y casi todos ellos, lógicamente, terminaron por estar subvencionados y controlados por el KGB y sus sucursales. Hasta el punto de que Enrico Berlinguer, secretario general del PCI, se quejó a Moscú porque ayudaba a las Brigadas Rojas incluso en contra de los "sagrados" intereses de su partido. Las cosas cambian, en parte, y no tanto como algunos se han creído, cuando Pekín quiso convertirse en el verdadero centro de la lucha revolucionaria mundial, contra la URSS "revisionista", lo cual logró en Asia (salvo en Vietnam) y en otros países del llamado Tercer Mundo, pero no en Europa, donde, pese a todos los conflictos entre maoístas y prosoviéticos, la referencia, el dinero, las armas provenían de Moscú.

Sin entrar en demasiados detalles, puede afirmarse que si bien en Italia, Alemania, España y demás países muchos "comunistas combatientes" tenían como referencia ideológica a Mao y su "revolución cultural", permanecían al mismo tiempo en la "zona de influencia soviética" y recibían sus dólares y sus órdenes de Moscú, a veces a través de Berlin Este, otras de Praga. En Italia los casos más vistosos, por así decirlo, fueron el asesinato de Aldo Moro y el intento de asesinato del Papa Juan Pablo II; con la peculiaridad, en este segundo atentado, de que prefirieron elegir a un turco como ejecutor, porque sospechaban que un italiano, incluso "comunista combatiente", no se atrevería a asesinar a un Papa.

No todos los grupos terroristas han tenido esos lazos ambiguos y clandestinos con Moscú y el KGB. En España se ha dado el caso del Grapo, claramente prochino, pero con poca o ninguna ayuda, lo cual le obligaba a robar armas y a cometer atracos (además de asesinar). Sin embargo, el "oro de Pekín" existía, paralelamente al de Moscú: transitaba por Albania, luego (en todo caso, durante un periodo) por Bruselas, donde existía un grupo disidente del PC belga prochino que controlaba y repartía importantes sumas de dinero; pero por lo visto no llegaban a los grapos, que se han convertido en "atracadores profesionales revolucionarios".

Joaquín Estefanía tuvo más suerte, no necesitó atracar ningún banco: la embajada de China en Madrid le pagaba directamente por publicar su revista maoísta.

El Sendero Luminoso de Perú también fue "maoísta auténtico", y de un delirio criminal aún más auténtico, aunque no supo realizar tantas masacres como los jemeres rojos en Camboya, pero iba por la misma senda maoísta. Como bien es sabido, las guerrillas latinoamericanas –armadas, y por lo tanto revolucionarias– dependían en su mayoría de La Habana y del político más rico del mundo, Castro, y por lo tanto, in fine, de Moscú. Si la línea general soviética, aplicada por el KGB, era la de mantener al máximo y en el máximo de países (incluyendo África del Sur, algo que, curiosamente, nadie analiza) una situación de inseguridad y violencia, para obstaculizar en lo posible el desarrollo de la democracia representativa y la economía capitalista, Moscú podía, en tal o cual país, y en tal o cual situación, ordenar el cese de la "lucha armada", para congraciarse con tal o cual Gobierno y obtener, a cambio, alguna ventaja política o económica (sobre todo de este segundo tipo). Douglas Bravo y sus guerrillas venezolanas constituyen un buen ejemplo de dicha realpolitik soviético-castrista.

El caso de Ernesto Che Guevara en Bolivia es, a la vez, semejante y diferente. Fue abandonado por Castro para que le mataran y poder, así, desembarazarse de un personaje molesto, cada vez más prochino, y al mismo tiempo utilizar al máximo sus reliquias y su muerte, a manos "de la más negra reacción y del imperialismo". Estafa genial, obra maestra de cinismo, sumamente rentable para la Cuba socialista.

El narcotráfico guerrillero constituye un capítulo aparte, no porque no sea la actividad principal de muchas guerrillas, que lo es, sino porque no tengo suficientes informaciones concretas al respecto, salvo que constituye el "nervio de la guerra" para, por ejemplo, las eternas guerrillas colombianas.

Dejando de lado las polémicas y conflictos que conocieron hace pocos años aún los grupos terroristas de izquierda revolucionaria, señalaré que no todos, ni mucho menos, han podido actuar como peces en el agua; al contrario, muchas veces se han enfrentado a la hostilidad no sólo de los ciudadanos (y de la policía), también de los partidos de izquierda. Si organizaciones como el IRA y la ETA, pese a las grandes diferencias entre ambas situaciones histórico-políticas, han contado, si no siempre, en varias ocasiones, con lo que se califica de "apoyo popular", que puede traducirse por miedo, no se puede decir lo mismo, en absoluto, de la RAF en Alemania, de Action Directe en Francia o del Grapo en España, por ejemplo. Fueron grupos muy aislados, en un entorno hostil, y si la RAF se mantuvo casi exclusivamente con las subvenciones y el control de la Stasi, Action Directe y el Grapo estuvieron mucho más aislaos, y así se explica su giro al bandidismo puro y duro.

En Italia la situación fue diferente. Durante todo un periodo, a partir de los años 1968-69, las Brigadas Rojas y el archipiélago de grupos terroristas afines fueron considerados por importantes sectores de la sociedad acomodada como un fatto di moda; sería exagerado decir que cada familia se vanagloriaba de tener un brigadista en su seno, pero muchas sí, y se mostraban, si no siempre cómplices, a menudo tolerantes y bienintencionadas con esa juventud "romántica", rebelde, que no soportaba las injusticias. Sus métodos podían ser equivocados, y hasta crueles, pero demostraban un admirable "espíritu de sacrificio". No es ninguna broma, y cualquier italiano mínimamente informado que viviera esos "años de plomo" lo sabe. Oficialmente, los partidos y sindicatos, los medios, los políticos, condenaban el terrorismo, incluso cuando, a nivel personal o familiar, muchos aceptaban y hasta ayudaban a los terroristas.

Dicho sea de paso, el terrorismo de izquierdas inspiró a la mafia, y a ciertos servicios policiales y "secretos", acciones semejantes, que la prensa se apresuró a calificar de "neofascistas" para tranquilizarse; como si los atentados sin culpables conocidos y clasificables, sin explicación evidente, fueran más aterradores que los cometidos por grupos calificables de "extrema izquierda" o "extrema derecha". Hubo pescadores de la mafia en río revuelto que pensaron sacar tajada económica del caos, y algunos sectores político-policiales muy minoritarios también pensaron sacar provecho, pero no siempre el mismo provecho, ni con los mismo objetivos. De todas formas, ese terrorismo "negro" fue muy marginal.

Quien se encontró en un apuro fue el PCI. Las primeras armas de los brigadistas provenían de los depósitos clandestinos que los comunistas habían escondido después de la guerra y de la resistencia; y los brigadistas estaban ayudados, in fine, por el KGB, o sea Moscú, o sea la referencia político-ideológica esencial del PCI. Por lo tanto, no podían colaborar plenamente con los órganos de seguridad del Estado en la caza y captura de los brigadistas, pero al mismo tiempo tenían que condenar oficialmente el terrorismo: si no, se hubieran "alejado de las masas", que condenaban sin vacilaciones los métodos criminales de los terroristas.

No era una situación fácil: junto a la imposibilidad de alcanzar el poder por las urnas y, sobre todo, a la larga agonía del movimiento comunista internacional, precipitó la crisis del PCI y su transformismo en "demócratas siniestros" (o de sinistra); dejando abierta, por si las moscas, la caseta "ortodoxa" y dogmática de Refundación Comunista.

Pero claro, la complicidad pasiva, y a veces activa, de sectores acomodados, repito, y no populares (ni obreros, aunque declararan los "comunistas combatientes" actuar en nombre de la "clase obrera"), de la sociedad italiana, intelectuales, universitarios, profesionales, etcétera, con el terrorismo fue un aquelarre de moda, un delirio que no podía durar. Al mismo tiempo, el desencanto de los propios militantes terroristas, al ver que no llegaban a nada y que, por el contrario, la policía les asestaba golpes cada vez más duros, así como la Justicia, con su política cínica pero eficaz con los "arrepentidos", que se pusieron a cantar las cuarenta, precipitó la caída y desaparición casi completa del terrorismo italiano, el más importante terrorismo comunista de aquellos años en Europa.

Aunque ETA no sea el tema central de este artículo, constituye el centro de la lucha política en España. Su singularidad en relación con otros grupos es evidente: es la única organización terrorista de Europa que ha logrado imponerse a un Gobierno, y eso sin entregar una pistola ni ceder un ápice en sus más estrambóticas exigencias políticas, territoriales, gangsteriles, ultranacionalistas. Esto se debe en gran parte a que se presenta como organización nacionalista "de izquierdas", y cuando, por motivos obvios, sus organizaciones paralelas, "legales", no pueden presentarse a elecciones como "izquierda vasca" lo hacen como "comunistas vascos", y funciona a las mil maravillas.

Esto viene de lejos, porque durante la dictadura fuimos poquísimos los que denunciamos su carácter terrorista: casi todo el antifranquismo militante consideraba con simpatía a los etarras, y hasta se entusiasmaba con sus atentados, como en el caso del asesinato de Carrero Blanco, saludado por tantos como la hazaña del siglo. Esos imbéciles se creían que ETA era antifranquista, cuando es antiespañola, y además odia la democracia, como cualquier nacionalsocialista.

"La heroica lucha del pueblo palestino"

Y, de pronto, al mismo tiempo y en diversas regiones del mundo estalla un violento antisemitismo de izquierdas. Dato aparentemente nuevo, ya que enciclopedias, partidos, universidades, medios, jefes de Estado y gobierno solían describir el antisemitismo como fenómeno exclusivamente nazi, o neonazi; pero ahí estaba Carlos Marx, el más célebre de los judíos antisemitas. Lo cierto es que, por primera vez desde la II Guerra Mundial y el escándalo de la Shoá, se ha desfilado en París y otras ciudades europeas al grito de "¡Mueran los judíos!".

En Durban (África del Sur), en agosto de 2001, se celebró una Conferencia contra el Racismo patrocinada por la ONU y presidida por su secretario general, el impresentable Kofi Annan, que se convirtió en la más gigantesca manifestación racista antisemita que haya tenido lugar en un marco onusiano, o de cualquier otro tipo, salvo en el mundo musulmán, donde son diarias. Se condenó a Israel, no faltaba más, se comparó a los israelíes con los nazis, a Sharon con Hitler, obviamente, y al sionismo con un movimiento racista y terrorista. Los muros de la ciudad se cubrieron de carteles con la foto del Führer y el eslogan "¡Hitler tenía razón!", con el beneplácito de la policía local.

Claro, Israel y EEUU retiraron sus delegaciones ante tamaña canallada, presidida y vitoreada por Kofi Annan, cuyo discurso en aquella ocasión pareció redactado por José Samarago. Pues no sólo nadie exigió la dimisión de Annan, no sólo las delegaciones musulmanas y tercermundistas celebraron el evento, sino que la delegación de la UE permaneció en Durban y se hizo cómplice de esa canallada, y cuando algunos, muy pocos, en el Parlamento Europeo, criticaron esa complicidad, su entonces presidente, la tonta de Nicole Fontaine, declaró: "Si nos hubiéramos ido habría sido peor". ¿Peor? ¿Habrá evitado su señoría la apertura de nuevos Auschwitz en la República popular de África del Sur?

La infamia de Durban, organizada, patrocinada y presidida por la ONU, demuestra a todas luces lo que puede dar de sí esa Organización de las Naciones Desunidas y la necesidad de su reforma, o aún mejor, su sustitución por una organización que defienda realmente la democracia en el mundo, y de la que estarían excluidas las tiranías y las dictaduras, que hoy son mayoritarias en la Asamblea General.

Paralelamente a Durban han tenido lugar, en varias regiones del mundo, las violentas manifestaciones de quienes se califican de "altermundialistas" (debido, tal vez, a la influencia de Susan George), pero que yo seguiré nombrando por su nombre de "antimundialistas", o sea anticapitalistas, antiyanquis y antisionistas (demasiados anti para construir algo). Pero si Durban –como muchas otras ceremonias fúnebres en los países musulmanes– estuvo claramente dominada por el islam radical y sus organizaciones, como la Liga Árabe (que vendía los Protocolos de los Sabios de Sión), la Islamic Human Rights Comission, cantidad de oenegés, diversos movimientos palestinos y propalestinos, la ralea izquierdista europea y americana (y hasta Fidel Castro) comulgó con entusiasmo en esa explosión de odio antisemita en otras manifestaciones antimundialistas, en Seattle, Génova, Davos, Niza, etcétera, y hasta en Brasil. Si el antisemitismo apenas disfrazado en antisionismo estaba, en fin, muy presente, lo que dominaba era el anticapitalismo, con su precisión "fenomenológica" de antiliberalismo.

El uso predominante del término liberal en detrimento de capitalista no se debe al analfabetismo de los militantes, se debe sobre todo a que odian las libertades de mercado, comerciales, etcétera, pero sobre todo la libertad, a secas. Siguen soñando con dictaduras "buenas", si no ya siempre "proletarias", sí, en cambio, dictaduras de los "pobres", los "descamisados", los "explotados y humillados", y por lo tanto, y en primer lugar, los islamistas, con lo que convierten, en su delirio izquierdista, a los terroristas islámicos en la vanguardia proletaria; especialmente a los heroicos palestinos.

La formidable pérdida de influencia del marxismo-leninismo, si tiene indudables ventajas, produce también una extrema confusión e incoherencia. Y es así como hemos podido ver a José Bové, partidario de una agricultura cara para consumidores ricos pero antisemita, y por lo tanto de extrema izquierda, paseado como santón por los foros sociales y todas las manifestaciones violentas; como el abanderado de los campesinos sin tierra brasileños, cuando es su peor enemigo, o de los pobres del mundo, cuando, si se aplicaran sus tesis "antiproductivistas", el hambre crecería por doquier.

Hay evidentes diferencias entre todos ellos, y, por ejemplo, los señoritos marxistas de Attac –con su portavoz, Le Monde Diplomatique, y su influencia en diarios como Le Monde, Libération, El País, etcétera; y, claro, en las televisiones, pero también en los partidos de izquierda– pretenden a todas luces crear una nueva Internacional Comunista, pero sin centro y sin obreros (ellos mismos se lamentaban en una de sus asambleas recientes por no tener un solo obrero en sus filas); y, las cosas como son, sin ideología. Sus "ideólogos", como Susan George o Ignacio Ramonet (!), se limitan a intentar conservar algo del difunto movimiento obrero –o mejor dicho, comunista, ya que rechazan la tradición socialdemócrata–, y como minusválidos se limitan a presentar tristes y torpes reivindicaciones antiliberales, antiyanquis, antisionistas, embadurnadas de tercermundismo.

La exaltación del FLN durante la Guerra de Argelia, las guerrillas latinoamericanas, la "heroica lucha del pueblo palestino" han desempeñado un gran papel, sustituyéndose en muchos casos el marxismo-leninismo obrerista; y, ya que ese tercermundismo se ha convertido al islam y al terrorismo, los señoritos de Attac invitan a sus "salones literarios" a bandidos como Tariq Ramadán, y a muchos otros del mismo calibre.

(De todas formas, si la clase obrera fue en el pasado revolucionaria, hace tiempo que dejó de serlo, según los criterios marxistas. El partido más votado por los obreros franceses es el Frente Nacional de Le Pen, y en España, según las regiones y las elecciones, los obreros votan tanto –o tan poco– al PP como al PSOE. Lo malo es que el PP ni se entera).

IS-IC

Bien sabido es que en Europa, y desde el siglo XIX, el llamado "movimiento obrero organizado" se dividió, ya en sus comienzos, entre "reformistas" y "revolucionarios". La división no se trazó sólo entre partidos "obreros" adversarios, sino prácticamente en el seno de cada formación. Para resumir, dejaré de lado, pese a su importancia en un pasado remoto, al difunto movimiento anarquista, cuya acta de defunción tiene fecha y lugar: mayo de 1937 y Barcelona, y por el que confieso tener, contra toda lógica, ciertas simpatías, aunque sólo fuera porque jamás aceparon la dictadura del proletariado, ni el Estado; me limitaré a la división clásica entre socialistas y comunistas.

La socialdemocracia, reformista por esencia, marxista sin demasiados dogmatismos y contraria al golpismo leninista, dominó el movimiento obrero europeo hasta la II Guerra Mundial. Si en 1917 triunfaron en Rusia los bolcheviques, los partidos comunistas que surgieron después por doquier fueron siempre muy minoritarios; y si, gracias al prestigio deleznable de la URSS, "vencedora del nazismo", aumentó considerablemente su influencia, jamás lograron conquistar el poder por las urnas.

Con la implosión de la URSS y la "contrarrevolución" capitalista, conducida por el PC chino, no sólo estalló el movimiento comunista en una serie de grupos, subgrupos, oenegés y sectas milenaristas, sino que la Teoría explotó asimismo en una serie de prejuicios, supersticiones, fobias y temores, climáticos como alimenticios, costumbristas como sanitarios, por lo general profundamente reaccionarios: exaltación de la Naturaleza, de la vida primitiva, del campo contra la ciudad, etcétera, que muchas veces copian, sin saberlo, temas de la ideología nazi, con su reverso de falsa permisividad sexual, falsa porque destruye la privacidad y la convierte en asunto de Estado, y que funcionan fundamentalmente como rechazo absoluto del progreso industrial, científico, tecnológico (con la diabolización de lo nuclear, por ejemplo), que constituyen las diversas máscaras del anticapitalismo (antiliberalismo), precisamente porque el capitalismo significa progreso.

En Europa, la socialdemocracia fue la gran vencedora de esta gigantesca batalla entre "reformistas" y "revolucionarios". Lo malo es que no lo sabe; peor aún: se acompleja como si fuera culpable y pretende renovarse con un "giro a la izquierda". Actuando como inmenso orfanato, ha acogido masivamente a los comunistas huérfanos, tras la muerte de su padre, Moscú, y de su madre, Pekín (o al revés: no me meto con el sexo de los "ángeles"); pero también, lo cual es infinitamente más grave, muchísimas de sus ideas y todos sus métodos. Y no se ha limitado a acostarse con los comunistas para parir el monstruo socialburócrata, sino que ha acogido en sus filas y en sus neveras el producto de todas las alcantarillas, el culto de las flores (la rosa sustituye en sus banderas a la hoz y el martillo), como la sacralización de la metralleta, a condición de que sea islámica.

La socialdemocracia, teóricamente vencedora, parece estar genéticamente condenada a perder, y si, como los ancianos moribundos que sufren, se inyecta dosis masivas de morfina comunista, se trata de morfina de mala calidad, porque es la morfina de vencidos, lo cual ni le permite reivindicar el abecé del marxismo: la abolición de la propiedad privada y su sustitución por la colectiva (léase estatal). Los nuevos socialistas, o socialburócratas, han renegado de sus tradiciones reformistas y han querido apoderarse de la leyenda comunista, sin lograrlo. No habrá un joven socialista en el mundo que conozca a Liebknecht (el padre), a Bebel, a Lassalle, a Bernstein o a Kautsky, en cambio todos conocen a Marx, a Engels, a Lenin, a Stalin (¿), a Mao, y hasta al Che Guevara; pero no les sirven para nada, puesto que en la práctica sus partidos se limitan a ser pésimos gerentes del capitalismo, incluso si, para mantener el entusiasmo de sus cachorros, organizan misas negras de apoyo a los revolucionarios, pero lo más lejos posible, en América Latina ayer, en Palestina y el mundo arabo-musulmán hoy: o sea, un apoyo electivo o virtual a los asesinos, con tal de que sean antiyanquis y antisionistas.

Cabe preguntarse cómo pueden aún gobernar, con tales alcantarillas en el cerebro. Pero, aparte de que el cerebro no es indispensable para gobernar, como se demuestra a diario, ocurre que la derecha europea es un desastre.

Notemos dos excepciones: en el Reino Unido, donde el Partido Laborista y sus trade unions dominan el espectro de la izquierda y los comunistas no pasaron de ser una modesta agencia de viajes a la URSS –y un vivero de espías–, se ha producido una verdadera reforma en las filas socialistas, con el New Labour Party y su "tercera vía", liderada por Tony Blair. Sin que se pueda hablar de éxito rotundo, estas reformas –en parte basadas en las más radicales de Margaret Thatcher– son interesantes por "social-liberales", y mantienen la solidaridad democrática atlántica y defenden el capitalismo. En Italia acaba de ocurrir exactamente lo contrario.

El PCI, que había liquidado prácticamente al partido socialista –pese a los malabarismos de Craxi–, ante el naufragio del comunismo reacciona como los piratas en las novelas de Salgari: asaltan y se apoderan de los buques, los uniformes, las oriflamas, las arcas, las corbatas del socialismo y llegan al poder. O casi, porque tienen que compartirlo con los traidores de la Democracia Cristiana y algunos "hortelanos".

Pero claro, en la Italia de hoy y en el mundo de hoy no pueden "revolucionar" nada, ni la sociedad italiana. Vale la pena señalar que cuando iban a las elecciones con la bandera comunista obtenían muchos más votos que ahora que han ganado, disfrazados de "demócratas de izquierda", miembros de una coalición electoral incoherente. Como buenos comunistas "pragmáticos", saben que su margen de maniobra es limitado, y que sólo pueden actuar para que Italia apoye una UE antiyanqui y, mediante una política "mediterránea", se alíe al mundo arabomusulmán, y en política interior se refuerce en lo posible la burocracia estatal y el capitalismo de Estado. De todas formas, está visto que Italia ha ingresado en el Club Mediterráneo de los Bellacos.

Poca cosa para los sueños revolucionarios de nuestras ratas, que acechan en las alcantarillas, y como además Attac está en crisis, los foros sociales son cada vez más académicos y todo el panorama revolucionario occidental está de capa caída –las bodas gay jamás podrán sustituir a las barricadas–, la única perspectiva que les queda a nuestros terroristas sin Terror es el islam radical. Podrá parecer imposible que marxistas-leninistas se unan a integristas musulmanes, cuando en los "textos sagrados" todo parece separarlos –empezando por el capitalismo–, pero el odio es capaz de levantar montañas. Y de odio se trata, y no de fe.

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