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El fascismo progresista. Reflexiones a propósito de la obra de Jonah Goldberg

J. Goldberg, Liberal Fascism. The Secret History of American Left, from Mussolini to the Politics of Meaning, Doubleday, New York, 2007. Nueva edición en paperback, con el título ligeramente modificado: Liberal Fascism. The Secret History of the American Left, from Mussolini to the Politics of Change (con una nueva posdata, de 17 páginas, titulada "Barack Obama and the Old Familiar Change"), Doubleday, New York, 2009. V. asimismo, dos artículos del mismo autor: "Obama's Playbook, in paperback. Liberal Fascismand its critics", National Review, 22-VI-2009; "Hunting Nazis", National Review, 7-IX-2009. Con anterioridad había publicado otro ensayo: "All about Fascism. The word of the day", National Review, 25-IX-2006; y, posteriormente, "The Shrine of FDR. Why the Left worships there", National Review, 26-I-2009, y "Mortal Remains. The wisdom and folly in Albert Jay Nock's anti-statism", National Review, 4-V- 2009, en los que reflexiona sobre la misma temática.

A Stanley G. Payne, como homenaje.

Aunque durante muchos años he sido un modesto estudioso del fascismo, leal discípulo y admirador del eminente especialista, historiador e hispanista de la Universidad de Wisconsin en Madison Stanley G. Payne[1], considerado hoy con justicia la máxima autoridad en la materia, admito que fue durante el pasado 2008, como atento observador en la campaña de las elecciones presidenciales norteamericanas de la emergencia del fenómeno Obama y la obamamanía, cuando tuve la oportunidad de leer dos libros que casi han roto todos mis esquemas anteriores sobre el fascismo: The Pink Swastika (cuarta edición, ampliada, 2002), de Scott Lively y Kevin Abrams, y especialmente Liberal Fascism (2007), de Jonah Goldberg. Sobre la polémica tesis del primero (el nazi sería el primer partido político predominantemente gay –corriente Butch– de la historia, por mucho que sus primeras víctimas fueran los homosexuales Fem, ¡todo un reto para los hoy de moda gender studies!), dejo para otra ocasión un análisis y un comentario más detallados[2].

He titulado este ensayo "El fascismo progresista" porque resulta más inteligible para el lector español o europeo, que el del propio Goldberg: Liberal Fascism (la expresión, como ha investigado el autor, ya fue empleada elogiosamente a finales de los años veinte por el socialista fabiano H. G. Wells, al tiempo que desde la Komintern se divulgaba perversamente las de socialfascismo y liberalfascismo), ya que en Estados Unidos el término liberal carece hoy de las connotaciones clásicas o tradicionales y se traduce mejor como progresista. Uno de los pocos que, al parecer, han leído el libro en España, Jon Juaristi (v. "Liberales", en ABC, Madrid, 1-III-2009), proponía traducir el título como "Fascismo de izquierdas", pero sería confuso, ya que implicaría que hay también un fascismo de derechas, lo cual es incongruente, ya que la peculiar combinación de estatismo y colectivismo hace izquierdista a todo fascismo. Además, paradójicamente, la original tesis del autor es que el fascismo en general, y el italiano en particular, se inspiró en gran medida en el progresismo americano. De hecho, en 1923 Isaac F. Marcosson, un periodista delNew York Times,caracterizó a Mussolini como "el Roosevelt latino"[3]. Teddy Roosevelt era todavía para muchos (equívocamente) la primera encarnación del progresismo, antes que su continuador más genuino, el demócrata Woodrow Wilson. Y aún en 1929 el conocido historiador progresista Charles Beard, en un artículo publicado por la revista progresista por antonomasia, The New Republic, reconocía con admiración en el estilo dictatorial de Mussolini algo consistente con el "American gospel of action, action, action"[4].

Una de las expresiones tradicionalmente relacionadas con el excepcionalismo americano ha sido It can’t happen here (así se titula, precisamente, una novela de Sinclair Lewis); es decir, que el fascismo era algo ajeno a la cultura política norteamericana; de la misma manera que también lo era el socialismo, según otra tradición sociológica que va desde Friedrich Engels y Werner Sombart hasta Seymour M. Lipset y Gary Marks, autores los dos últimos de un libro titulado, precisamente, It Didn't Happen Here. Why Socialism Failed in the United States[5]. La razón, en ambos casos, es el rechazo del colectivismo y del estatismo, características esenciales y denominador común de sendas ideologías, en la cultura liberal e individualista de los Estados Unidos.

Curiosamente, el propio Lewis, en su citada novela-distopía, imagina la posibilidad de un fascismo americano liderado por el senador Berzelius Windrip, probablemente inspirado en la personalidad de Huey Long, senador de Louisiana y rival de F. D. Roosevelt –nótese– dentro del Partido Demócrata, desde una posición más izquierdista. (Es significativo que el comentarista conservador George Will haya descrito a Obama como "an Ivy League Huey Long" –v. la revista Newsweek del 7 de septiembre de 2009–). Lewis ya había sutilmente tocado el tema del fascismo latente en otras novelas suyas, por ejemplo en Babbitt (1922) y en Elmer Gantry (1927), donde el personaje central se postula como dictador moral de la nación al frente de su National Association for the Purification of the Arts and the Press (Napap). También dentro del género de la historia-ficción está la relativamente reciente novela de Philip Roth The Plot Against America (2004), sobre una hipotética dictadura filonazi encabezada por el héroe popular Charles A. Lindbergh (convenientemente nominado para la Presidencia, en la fantasía progre del autor, por el Partido Republicano), con su movimiento populista America First.

Parece que existe cierta fascinación perversa y masoquista en los escritores progres con el fascismo/nazismo, fascinación en la que incluso el propio Stalin caería durante su idilio con Hitler, entre 1939 y 1941. Por otra parte, son conocidos los precedentes históricos, en la senda de Mussolini, de antiguos socialistas o comunistas convertidos al fascismo (O. Mosley en Inglaterra, Jacques Doriot y Paul Laval en Francia, Gerardo Salvador Merino y Santiago Montero Díaz en España...). En Estados Unidos, Goldberg nos ofrece múltiples ejemplos de intelectuales liberales e izquierdistas fascinados por el fascismo –emulando en ello a los fabianos británicos G. B. Shaw y H. G. Wells–, y nos recuerda los elogios sin reservas que dicha ideología recibió en publicaciones como The New York Times,The Chicago Tribune oThe New Republic; ensayos más recientes delatan cierta actitud, como el de Susan Sontang "Fascinating Fascism" (1967), y el de Jeffrey T. Schnapp del mismo título (1996) o el de David Ramsey Steele "The Mystery of Fascism" (2007).

Sería injusto incluir a Harry Red Sinclair Lewis en este apartado. Aunque It Can’t Happen Here fue jaleada cuando apareció por la propaganda internacional frentepopulista como una denuncia anti-fascista, hoy, una lectura contextualizada, con los matices personales del autor que conocemos por sus biógrafos, nos revelaría una perspectiva más sutil, irónica, anticipatoria de las tesis de Goldberg. Incluso me atrevo a sugerir que Lewis fue entonces un pionero, digámoslo así, de un cierto neoconservadurismo avant la lettre, gentil, ya que marca el inicio de su distanciamiento de la izquierda norteamericana. La inspiración y la información le fueron proporcionados por una notoria experta en anti-fascismo y anti-comunismo: su propia esposa, Dorothy Thompson, la Casandra americana (por cierto: en su libro I Saw Hitler, de 1932, entre otras penetrantes observaciones encontramos insinuada la tesis del nazi como partido gay), cuyas convicciones eran, precisamente, liberal-conservadoras: su percepción del nuevo fenómeno político era que en Estados Unidos, como en Europa, sólo podría generarse en el seno del conglomerado ideológico de las izquierdas: viejo populismo y nuevo progresismo, sindicalismo y coalición demócrata del New Deal; es decir, sería un producto de la nueva oleada de estatismo sobrevenido en las sociedades occidentales después de la Gran Depresión.

Todo ello hace más inteligible la tesis central de Goldberg: el fascismo liberal norteamericano está históricamente vinculado al movimiento progresista, sería una ideología estrechamente relacionada con las corrientes populistas y el nuevo Partido Demócrata que emergen tras tras la Guerra de Secesión y se fusionan bajo el liderazgo de Woodrow Wilson y William Jennings Bryan, a comienzos del siglo XX. Berzelius Windrip y Elmer Gantry podían inspirarse perfectamente en el puritano profesor de Princeton y en el demagogo fundamentalista del proceso Scopes en Dayton, Tenneessee.

En todo caso, esos orígenes claramente izquierdistas nos permiten diferenciar el progresismo genuino, dominante en el Partido Demócrata de Wilson, del progresismo republicano de Teddy Roosevelt. Goldberg no es muy claro en esta distinción, a mi juicio fundamental, y es una de las pocas críticas que tengo que hacer a su obra, por lo demás excelente como historia de las ideas politicas[6].

A la hora de titular este ensayo he dudado entre "El fascismo progresista" y "El progresismo fascista". Para aclarar esta duda definitivamente: todo fascismo es o pretende ser progresista; no hay un fascismo conservador, o de derechas, como tópicamente se repite (volveremos sobre ello). Ahora bien, hay que admitir que no todo progresismo es fascista, aunque el riesgo de que lo sea o acabe siéndolo es grande cuando va acompañado de un estatismo centralizador sin garantías constitucionales para las libertades individuales fundamentales. Aquí es donde veo la gran diferencia entre el primer Roosevelt, de una parte, y Wilson y el segundo Roosevelt, de la otra. Teddy Roosevelt, a mi juicio, fue un político borderline, y, ciertamente, durante su breve episodio progresista (1912-1913) jugó con fuego, aunque no llegó a quemarse: con la Guerra Mundial rectificó y volvió al seno del republicanismo liberal-conservador, federalista y constitucional, que siempre había admirado; el de sus héroes Washington, Hamilton y Lincoln.

A partir de los años sesenta, con la Contracultura y la New Age,se producirá un cambio cualitativo en el fascismo progresista americano; hacia esa forma o estilo de fascismo nice, incluso cool, liberal, tecnocrático y políticamente correcto que nos describe Goldberg: el que definirá a algunos políticos y presidentes demócratas de nuestra época, caracterizados por su arrogancia, frivolidad, incompetencia y, en última instancia y en algunos casos, corrupción: los tres hermanos Kennedy (John, Robert y Edward) y sus imitadores, Jimmy Carter, el matrimonio Clinton y finalmente Obama. Resulta irónico que el pintoresco Huey Long, en cierta ocasión en que le acusaron de fascista, dijera aquello de que si el verdadero fascismo hacía alguna vez acto de presencia en EEUU lo haría más bien en la forma de "anti-fascismo"[7].

Sobre los Kennedy se ha escrito demasiado, y creo que predomina la literatura hagiográfica. De los tres, el presidente probablemente fue el más equilibrado en términos políticos; otra cosa es su neurótica frivolidad personal, que hoy resulta increíble (en todo caso, sus hazañas como macho fornicador no alcanzaron el récord del propio Mussolini). Sin duda sentó el precedente de convertir al Presidente de los Estados Unidos en una celebridad con glamour al estilo hollywoodiense: telegénico, arrogante, "sufría un gap entre la retórica y la substancia política", en opinión de Hans J. Morgenthau, inspirador del realismo político contemporáneo. Resulta patético –sólo es una anécdota, pero significativa– que dos escritores de la talla de Tennessee Williams y Gore Vidal, reconocidos homosexuales, luego de visitar al entonces presidenciable senador Kennedy en Palm Beach, estuvieran menos interesados en sus ideas que en comentar su atractivo y la perfección de su trasero. (Entre paréntesis, y como mera coincidencia, recuerdo que Dorothy Thompson describió a Hitler y a JFK con los mismos adjetivos: charismatic, spoiled y neurotic, según relata Peter Kurth; pero seguramente desconocía que ambos, además, compartieron un mismo objeto de admiración y deseo: Miss Dinamarca 1936, Inga Arvand, modelo de beldad aria, según Hitler. Inga Binga sería amante del joven teniente Kennedy, destinado en Inteligencia Naval: y posiblemente fue –al menos es lo que sospechaba el FBI– una espía o agente de información pro-nazi)[8].

Hay una foto muy conocida[9] de JFK, encabezando una marcha en el Bunker Hill Day de 1946, cuando comenzaba su carrera política, que pudiera simbolizar el inicio de su marcha sobre Washington DC. El joven Kennedy, trajeado y con un sombrero en la mano, desfila como líder de una centuria de jóvenes en formación paramilitar, sin chaquetas pero con camisas blancas y corbatas, que inevitablemente evoca otra formación paramilitasr, otra famosa marcha de camisas; pero en el caso americano se trataría de un fascismo extrañamente travestido, civilizado, de ejecutivos y managers, de una especie nueva tecnocrática, light y cool.

La conocida y polémica gurú del libertarismo contemporáneo, Ayn Rand, escribió dos ensayos con títulos brutalmente elocuentes sobre las administraciones demócratas de Kennedy y Johnson: The Fascist New Frontier (1963) y The New Fascism: Rule by Consensus (1965). En el último describe con gran claridad las raíces estatistas comunes al socialismo y al fascismo, y define este último como un sistema de "control", más que de "propiedad", de los medios de producción, en una economía mixta progresivamente controlada por el Estado y los managers o tecnócratas, desde una perspectiva "anti-ideológica", pragmatista (por otra parte, anticipada por los fabianos británicos, los progresistas norteamericanos y teóricos neoconservadores como James Burnham). El fascismo sería

a system in which the government does not nationalize the means of production, but assumes total control over the economy (...). It is true that the Welfare-statists are not socialists, that never advocated or intented the socialization of private propperty, that they want to preserve private property –with governmnt control of its use and disposal. But that is the fundamental characteristic of fascism[10].

Si Ayn Rand adopta una perspectiva que en Europa calificaríamos de liberal-conservadora, un escritor izquierdista como Norman Mailer, en sus ensayos sobre Kennedy y Johnson contenidos en Cannibals and Christians (1966) y The Idol and the Octupus (1968), detecta, si bien de una manera literaria, impresionista y con un sesgo político ácrata, un fenómeno nuevo, con un peligroso "potencial totalitario"[11], que asimismo había percibido Victor Lasky en JFK. The Man and the Myth (New York,1963), una biografía demoledora pero bien documentada, incluso en lo relacionado con las simpatías del protagonista hacia la Italia de Mussolini, la España de Franco, el appeasement ante la Alemania nazi, el senador McCarthy y la caza de brujas anti-comunista, etc., y cuya crítica había publicado el propio Mailer, que destacaba la emergencia del héroe "existencialista" y "cinematográfico", pleno de glamour y ambigüedad[12].

Cierta fascinación estética por el fascismo y otras formas de autoritarismo carismático tenía en Estados Unidos algunos precedentes conocidos. Jonah Goldberg menciona muy brevemente y de pasada a Ezra Pound (pp. 7 y 337), pero a mi juicio debería haberle dedicado todo un capítulo, ya que representa un caso, por decirlo así, emblemático del problema que trata su obra, esto es, la deriva o desviación fascista del pensamiento progresista americano.

Pound es sin duda uno de los genios de la literatura del siglo XX, un liberal progresista y un revolucionario de las ideas estéticas y la poesía contemporáneas. Su caso es paradigmático de cómo la ideología progresista desemboca o degenera fatalmente en el fascismo, algo que ahora sabemos gracias a historiadores como el italinao Renzo De Felice (1966 y ss.), el británico Alastair Hamilton (1971) o el norteamericano John Patrick Diggins (1972), pero que nadie cuestionó antes de los años treinta, hasta la llegada de Hitler al poder en Alemania: desde entonces ha sido una especie de "little dirty secret", como ha dicho el genial escritor Tom Wolfe; hasta la aparición del libro de Goldberg, aunque el polémico historiador alemán Ernst Nolte (1960 y ss.) ya había insinuado anteriormente las concomitancias y similaridades entre el fascismo de Mussolini y el socialismo o la socialdemocracia, anticipando así en cierto modo la dura confrontación del historiador Joachim Fest con el pasado nazi de los socialistas Jürgen Habermas, Günther Grass y muchos otros progresistas alemanes.

Mutatis mutandis, este fenómeno explica algo que en España es habitual pero sobre lo que no se ha reflexionado lo suficiente en el ámbito académico: el pasado falangista de tanto socialista. El fascismo español, es decir el falangismo, fue una corriente del socialismo no marxista de inspiración sindicalista (o nacional-sindicalista, aunque entre sus militantes también había antiguos socialistas, anarco-sindicalistas y comunistas); por tanto, no es extraño que muchos antiguos militantes de Falange Española de las JONS, o vinculados familiarmente a ella, que en su momento se enfrentaron con el "conservadurismo franquista" estén hoy cómodamente ubicados en el PSOE, incluso en posiciones de liderazgo.

El origen de esta peculiar y poco conocida disidencia política ha sido investigada por Payne y alguno de sus discípulos: está en la crítica al régimen de Franco por ser poco fascista o totalitario (léase poco socialista o colectivista), que se sirve retóricamente de los conocidos precedentes marginales jonsistas de Ramiro Ledesma y otros partidarios de la revolución pendiente antes y después del Decreto de Unificación (1937) y que fue iniciada públicamente allá por la primavera de 1941 por el profesor falangista José Antonio Maravall, con un artículo en Arriba en el que reclamaba –actuando como peón de Ramón Serrano Súñer– el poder para los políticos (ideólogos)frente a los técnicos (pragmáticos). Obsérvese, por ejemplo, la facilidad con que el conocido falangista Dionisio Ridruejo evolucionó hacia la socialdemocracia; en tiempos más recientes tenemos el caso de Jorge Vestrynge, que lo hizo desde la militancia en grupos fascistas a la extrema izquierda (en ambos casos, con cierta coherencia anti-franquista), pasando, con manifiesta insatisfacción, por la conservadora Alianza Popular de Fraga Iribarne, de la que llegó a ser secretario general. En la reciente obra del periodista Sebastián Moreno Camaleones, desmemoriados y conversos (2010) se confirma lo que venimos diciendo con una nutrida lista de políticos, intelectuales y empresarios, en lo que parece una transitada avenida de doble dirección entre el falangismo/franquismo y el socialismo/progresismo: Dionisio Ridruejo, Antonio Tovar, Pedro Laín Entralgo, Gonzalo Torrente Ballester, Luis Rosales, Leopoldo Panero, José Luis López Aranguren, José Antonio Maravall, Eduardo Haro Teglen, Jesús Polanco, Juan Luis Cebrián, Francisco Fernández Ordoñez, Javier Pradera, Jorge Verstrynge, José Bono, Mariano Fernández Bermejo...; a los que podríamos añadir, ciertamente, una lista aún más extensa de profesores universitarios, altos funcionarios y periodistas que hoy militan en el PSOE o exhiben posiciones progresistas[13].

Pero retomemos el asunto Pound. Desde la publicación de su libro Jefferson and/or Mussolini: L'idea Statale. Fascism as I have seen It[14], el gran poeta, escritor y líder indiscutible del modernismo anglo-americano se va a convertir en el chivo expiatorio de la mala conciencia de liberales y progresistas. En vano intentó razonar con los intelectuales, artistas y amigos que su nueva posición política era perfectamente coherente con su pasado liberal progresista, en la tradición jeffersoniana del Partido Demócrata. Fue estigmatizado, excomulgado y condenado. No hubo proceso judicial porque le declararon demente, pero fue recluido durante doce años en una cárcel-sanatorio mental, el St. Elizabeth's Hospital de Washington DC. Las raíces de la traición, como muy bien ha analizado el psiquiatra E. Fuller Torrey, tenían un componente de arrogancia ideológica que iba más allá de las manías o desviaciones psíquicas del personaje. Significativamente, vinculaba la figura de Jefferson, icono y padre fundador de todo el progresismo americano (excepto –también muy significativamente– de Teddy Roosevelt, líder del otro tipo de progresismo –de breve recorrido–, eso sí, que aborrecía al virginiano), con el fundador del fascismo. Se convertiría así, a partir de la segunda mitad de los años treinta, en unhereje y en la primera víctima ilustre de la nueva inquisición progresista, la Corrección Política de la época, el anti-fascismo, como percibieron agudamente, antes que nadie, el demócrata populista Huey Long y, desde otra perspectiva, el gran escritor anti-socialista y anti-fascista, pero con empatía para con el drama personal del interno en St. Elizabeth, H. L. Mencken[15].

Pound nunca ocultó que, antes de ser fascista, y como el propio Mussolini hasta 1914 –es decir, hasta la Primera Guerra Mundial y la traición de la Segunda Internacional–, había sido socialista, incluso simpatizó brevemente con Lenin y el comunismo soviético (en 1911, el propio Lenin, aún en el exilio, había expresado públicamente en Pravda su admiración por Mussolini). En su libro, Pound cita con aprobación a un ministro del Duce, que, al referirse a éste, le dijo –durante la visita del norteamericano al Palacio Venezia–: "Uomo di sinistra, sempre sinistra" (algo así como "El hombre de izquierdas siempre será de izquierdas")[16].

Pound, pese a ser un intelectual notorio, estaba al margen de la política norteamericana. El primer intelectual izquierdista –es decir, socialista genérico– que va a alcanzar una estatura pública considerable no como intelectual sino como político en EEUU es Lyndon LaRouche, antiguo trotskista, neomarxista reciclado del detritus SDS-New Left y finalmente neofascista anti-semita, frustrado candidato demócrata a la Presidencia en repetidas ocasiones. El último, el propio Barack Hussein Obama, 44º presidente de la nación. Hillary Clinton (a la que, por cierto, Jonah Goldberg describió irónicamente en una ocasión como "soccer mom's socialist") nunca ha tenido un perfil tan nítidamente socialista como el de Obama, al menos desde que obtuvo notoriedad pública[17]. Ahora bien, según sus biografías políticas secretas, la señora Clinton y Obama habían tenido –ella directamente, él indirectamente– el mismo gurú ideológico: el intelectual radical, socialista y organizador comunitario en el área de Chicago Saul Alinsky (1909-1970)[18].

Lyndon LaRouche es un caso emblemático, aunque poco publicitado: y es que, para el Partido Demócrata, hablar de él es una suerte de tabú. Junto con Pound, LaRouche fue uno de los pocos intelectuales progresistas que no tuvieron escrúpulos en admitir su propia evolución hacia el fascismo:

It is not neccessary to wear brown shirts to be a fascist... It is not neccessary to wear a swastika to be fascist... It is not neccessary to call oneself a fascist to be a fascist. It is simply necessary to be one![19]

Sin embargo, a nadie le escandalizó esta otra frase que apareció en un best seller muy conocido tres décadas antes, y que probablemente capta muy bien la esencia de la tesis de Goldberg:

I do not believe that fighting a fascist country, you have to set up Fascism, but I do believe that certain aspects of democracy and capitalist economy must go when a nation is at war with a totalitarian nation.

¿Quién la escribió? El joven John F. Kennedy. ¿Dónde? En su libro Why England Slept, publicado en 1940[20].

El LaRouche que disputó las primarias demócratas fue una especie de Bautista anticipando al Mesías Obama. También él obtuvo una fuerte implantación en las áreas metropolitanas de Illinois, en un entorno con presencia de radicalismo político de distintos colores, mafia, Nación del Islam, etc., todo bajo cierto control de la famosa y corrupta maquinaria demócrata de Chicago. Algunos politólogos liberales percibieron el peligro que representaban los seguidores de LaRouche: "The strangest thing that's ever happened in an election in my memory" (Mike Royko), "This is the face American fascism will wear" (Max Lerner), "A failure of the [Democratic] party's immune system" (Daniel Patrick Moynihan)...

Como se ha dicho, el libro de Goldberg tiene un gran valor como estudio de las ideas políticas norteamericanas, especialmente de la deriva autoritaria del progresismo de orígenes jeffersonianos, aunque todavía hay mucho por investigar (sin duda el propio Goldberg está muy cualificado para hacerlo, como nos muestra en su último ensayo sobre uno de los ideólogos orininarios del progresismo norteamericano, Richard Ely, publicado en la National Review el 31 de diciembre de 2009). Es asimismo interesante contrastar el diferente análisis que hacen de la figura de Jefferson otros intelectuales contemporáneos de Pound, como los más veteranos Henry Adams y Theodore Roosevelt o los más jóvenes y próximos generacionalmente a aquél –del que, de hecho, eran amigos– Albert Jay Nock y Henry Louis Mencken. Adams, Nock y Mencken son simpatizantes –con matices el primero– de Jefferson; Roosevelt es claramente muy crítico con el personaje y con la tradición jeffersoniana populista y demócrata, que tampoco es del agrado de Mencken. Es curioso que Goldberg se haya inspirado metodológicamente en el anti-estatismo de Nock y no haya aprovechado los insights de Mencken; sea como fuere, estos dos disponían de una perspectiva más amplia para valorar el fenómeno fascista, que ni Adams (muerto en 1918) ni Roosevelt (muerto en 1919) llegarían a vivir. Pero este es un tema que nos llevaría mucho tiempo y muchas páginas. En resumen: ninguno de ellos iría tan lejos como Pound al vincular a Jefferson con Mussolini, si bien es cierto que Mencken y Nock denunciaron los riesgos que representaban sus descendientes ideológicos, W. Wilson, F. D. Roosevelt y los intelectuales del New Deal, como algo próximo al fascismo y al nacional-socialismo.

Dos años antes de la irrupción de Obama en la escena política, David Horowitz y Richard Rose analizaron las derivas anti-democráticas del Partido Demócrata en una obra que no recibió la atención que merecía: The Shadow Party. How George Soros, Hillary Clinton and the Sixties Radicals seized control of the Democratic Party (Nelson Current, Nashville, Tennessee, 2006). Muchos de los factores y elementos que conforman el fenómeno Obama estaban descritos en ese libro, si bien en relación con Hillary Clinton, a la que tantos veían por entonces como la futura candidata demócrata a la Presidencia.

Lo que no podía prever la senadora de New York es que surgiera un candidato más progresista que ella, con un perfil más multiculturalista, buenista; y para colmo negro ("An fairy tale", comentó con sarcasmo resentido su esposo, el ex presidente). Era imposible encontrar un candidato más perfecto para los nuevos inquisidores de la Corrección Política, para la movilización del resentimiento histórico subliminal, racista y clasista en la fórmula novísima de un progresismo fascistoide light, integrador, amable, de conformismo demócrata autoritario. Así lo comprendieron muy pronto los expertos en manipulación del clan Kennedy, y otros al servicio de George Soros, que sin previo aviso abandonó a la senadora para apoyar al senador.

Como han denunciado algunos críticos, y en particular Glenn Beck, el numeroso conglomerado de asesores y consejeros especiales de la Casa Blanca, junto con los zares responsables de distintas áreas y funcionando como Administración ideológica, partidista (de un partido obamista en la sombra) y paralela a la del Gobierno federal –con el correspondiente caos administrativo–, pero sin responsabilidades ante el Congreso, conforma una estructura típica de los proyectos totalitarios comunista y fascista, en los que gradualmente el Partido se superpone al Estado. Como vieron agudamente Heinz Guderian (Memorias de un soldado) y Carl Schmitt (Teoria del partisano), es el partido totalitario quien crea el totalitarismo, no el Estado, que al final es una víctima más del proceso de destrucción de la Constitución y las instituciones tradicionales.

El proceso de transformación de la democracia americana en Estado Federal-Sindicalista, que había comenzado con el presidente Kennedy, al propiciar la sindicación de los funcionarios públicos con la orden ejecutiva 10988 (1962), que cambió radicalmente el sistema político americano (como ha apuntado Daniel Henninger en "The Fall of the House of Kennedy", The Wall Street Journal,21-I-2010), ha cobrado un nuevo vigor con la Administración Obama, la primera nacida "en la burbuja del sector público (...) con cero miembros en el Gobierno representativos del sector privado" y los firmes apoyos del sindicato de Andrew Stern, SEIU y su tropa de choque de agitadores comunitarios, Acorn. El objetivo, tan caro a las Administraciones demócratas, de una sanidad pública universal, que tuvo en el senador Ted Kennedy a su adalid más radical ("La causa mi vida", como expresó melodramáticmente al final de la misma, y al parecer condición del aval decisivo del clan a la candidatura presidencial del senador negro), ha sido asumido finalmente por Obama. El Obamacare ha significado, no sólo simbólicamente, sino en términos económicos y políticos, el paso definitivo a una mutación cualitativa de la cultura norteamericana, en un sentido estatista y colectivista. Si el movimiento liberal-conservador y los republicanos no lo impiden, solo queda por ver qué forma adoptará en el futuro y posible escenario de una crisis global del capitalismo y de conflicto de civilizaciones, con ramificaciones terroristas que han arruinado definitivamente la visión optimista del fin de la historia.

Resumiendo: el progresista que Goldberg observa en EEUU representa un nuevo arquetipo de la religión política estatista que es el fascismo (p. 23), generado en una cultura política democrática pero con unos ingredientes ideológicos de izquierdas y alternativos (comunitarismo, sindicalismo, multiculturalismo, new age, buenismo, corrección política) que contribuyen a acentuar la sumisión o el conformismo progresista, integrador y autoritario (inevitable recordar que Unamuno consideraba al fascismo, con cierto humor, fajismo), intervencionista y proto-colectivista. Respecto a Obama, apoyado por un populismo carismático artificialmente propagado y exagerado por los medios de comunicación, probablemente le sea de aplicación lo que dijo aquel ministro fascista de y sobre Mussolini, con el beneplácito de Ezra Pound: "Uomo di sinistra, sempre sinistra". Evan Thomas, editor de la revista Newsweek, como hijo del líder histórico del socialismo norteamericano, Norman Thomas, sabrá muy bien lo que significa el título que ha elegido para una de las más descaradas hagiografías que se han publicado sobre el actual presidente norteamericano: A Long Time Coming (Public Affairs, New York, 2009). Aunque haría bien en recordar que Stalin calificaría a su padre, con lógica perversa, de "socialfascista" por su anti-comunismo de la Guerra Fría.

En 1960 Ernst Nolte planteó su famosa tesis sobre la Época del fascismo: fue el inicio de la renovación sobre los estudios que llega a nuestros días. Muy recientemente (2008), Roger Griffin ha postulado la hipótesis de un Siglo del fascismo (con un excelente prólogo de Stanley G. Payne). En su libro, Jonah Goldberg propone, en el capítulo décimo, que asumamos la premisa "We're All Fascist Now", subyacente a la cultura de la New Age, que yo extendería a casi todas las propuestas de la posmodernidad, y que con una gota de humor llamaría la hipótesis del "corazoncito fascista". El filósofo Roger Scruton ha planteado la interesante e inquietante idea de una "Totalitarian Sentimentality"[21], que podríamos calificar también como una actitud, talante y potencial políticos, incluso como una desviación psíquica o perversión, que está en la base de la profecía o diagnóstico nietzscheano –descriptivo, no prescriptivo– de toda "voluntad de poder".

El síndrome característico del progresismo fascista quizás sea "la creencia estridente de que cualquiera que defienda la superioridad de una concepción moral, forma de vida o tipo humano distintivos" ha de ser elitista, antidemocrático e inmoral: Tocqueville lo caracterizó como la nueva, sutil, "tiranía mayoritaria", que, a propósito de una reflexión sobre la filosofía política de Leo Strauss, los discípulos de éste describen como "una presión tenue, no organizada, pero omnímoda para la conformidad igualitaria, que surge de la incapacidad del individuo psicológicamente depurada e intimidada de resistir la autoridad moral de la opinión pública de la mayoría (...) un moralismo uniformador que se disfraza de relativismo"[22]; en otras palabras: la muy conocida en nuestro tiempo corrección política. Completando la definición de Goldberg, el fascismo es una religión del Estado, un estatismo autoritario, que en nuestra época ha encontrado también su expresión en el seno de la democracia americana, en ese conformismo autoritario que se manifiesta ideológicamente en formas diversas de culto irracional a la personalidad del líder, una propaganda colectivista en distintos grados y el rechazo del individualismo genuinamente liberal-conservador. Las posibles incongruencias menores y algunas deficiencias metodológicas no restan valor a la original obra de Goldberg; incongruencias y deficiencias que siempre pueden corregirse –como asimismo nuestras propias valoraciones– acudiendo a la magnífica y sólida obra científica de Stanley G. Payne[23].

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Apéndice. Libros de Stanley G. Payne sobre fascismo, falangismo y franquismo.

1. Falange: A History of Spanish Fascism, Stanford University Press, Stanford, 1961.
2. Franco’s Spain,Thomas Y. Crowell, New York, 1967.
3. Fascism and National Socialism,Forum Press, St. Charles, 1975.
4. Fascism: Comparison and Definition, University of Wisconsin Press, Madison, 1980.
5. The Franco Regime, 1936-1975, University of Wisconsin Press, Madison, 1988.
6. Franco: el perfil de la historia, Espasa-Calpe, Madrid, 1992.
7. A History of Fascism 1914-1945, University of Wisconsin Press, Madison, 1996.
8. El primer franquismo, 1939-1959. Los años de la autarquía, Historia 16, Madrid, 1998.
9. Franco y José Antonio. El extraño caso del fascismo español, Planeta, Barcelona, 1998.
10. Fascism in Spain 1923-1977, University of Wisconsin Press, Madison, 1999.
11. La época de Franco, Espasa-Calpe, Madrid, 2000.
12. José Antonio Primo de Rivera (con Enrique de Aguinaga), Ediciones B, Barcelona, 2003.
13. Franco and Hitler. Spain, Germany and World War II, Yale University Press, New Haven, 2008.
14. Franco, mi padre. Testimonio de Carmen Franco, la hija del Caudillo (con Jesús Palacios), La Esfera de los Libros, Madrid, 2009.



[1]El profesor Stanley G. Payne fue mi tutor durante la estancia, de casi dos años (1973-75), en la Universidad de Wisconsin en Madison como becario de investigación en historia y ciencia política. En ese tiempo asistí a sus clases sobre la historia política española contemporánea (especialmente el franquismo) y a un selecto seminario para estudiantes graduados sobre el fascismo, que codirigía con el ya desaparecido George L. Mosse. Como profesor en la Universidad Complutense, durante los últimos veinte años vengo utilizando su librito El fascismo (Alianza Editorial, Madrid, varias ediciones) como uno de los textos básicos obligatorios –Payne es autor de más de ochenta trabajos, entre libros y ensayos, relacionados con el tema–, y su enciclopédica obra A History of Fascism, 1914-1945, desde su aparición (1996), como obra esencial de consulta para mis estudiantes del último curso de licenciatura sobre Ideologías Políticas Contemporáneas. Jonah Goldberg, en la introducción de su libro, se refiere a Payne como "el más importante especialista vivo sobre el fascismo" (p. 3), afirmación que por supuesto comparto plenamente. La dedicatoria de este ensayo coincide con la concesión a tan ilustre historiador de la Gran Cruz de Isabel la Católica.
[2]Mi interés general y sostenido –aunque no propiamente como experto o especialista– por los estudios sobre el fascismo queda reflejado en los siguientes trabajos: "Bibliografía sobre el Fascismo" (BICP, 7, UCM, Madrid, 1971); "Fascismo versus Liberalismo" (BICP, 8, UCM, Madrid, 1971); Los orígenes del fascismo en España (Tucar, Madrid, 1975); "Un ensayo de fascismo español, 1930-1933: J. M. Albiñana y el Partido Nacionalista Español" (Tiempo de Historia, 8, Madrid, 1975); Universalidad y particularidad del fenómeno fascista (Tesis Doctoral, UCM, 1976); Ensayo sobre la dictadura: bonapartismo y fascismo (Tucar, Madrid, 1977); "Notas para una interpretación de la dictadura primorriverista" (REP, 6, Madrid, 1978); "Un esquema para el análisis del fascismo" (BIDP, 1, UNED, Madrid, 1978); "Modelos históricos del fascismo" (BICP, 2, UNED, Madrid, 1978); "El fascismo" (en M. Pastor, ed., Ideologías y movimientos políticos contemporáneos, UIMP, Madrid, 1980); "La naturaleza del franquismo" (El Siglo, suplemento especial, Madrid, 1992); "Las postrimerías del franquismo" (en R. Cotarelo, ed., Transición política..., CIS, Madrid, 1992); "A propósito del término islamofascismo" (La Ilustración Liberal, 31, Madrid, 2007). Asimismo, he participado en los programas "Los hombres de Hitler" (I y II) de la serie Corría el año..., dirigida y presentada por César Vidal (LD Televisión, 2008). Sobre ciertas derivas fascistoides –digámoslo así– del fenómeno Obama/Obamamanía, he publicado los artículos "Obama, Zero Hour" (Semanario Atlántico, enero de 2010) y "Obama, el populista" (Semanario Atlántico, enero de 2010 y Libertad Digital, febrero de 2010). Es preciso que recuerde que los trabajos aquí referidos pertenecen a una época juvenil de mi carrera académica, cuyos enfoques metodológicos han sido hoy casi totalmente superados, y debo admitir –aunque entonces no fuera plenamente consciente de ello– que el profesor Payne ha sido una especie de vacuna letal, positiva y benéfica, contra algunas influencias ideológicas negativas.
[3]I. F. Marcosson, "Calls Mussolini Latin Roosevelt", New York Times, 7-X-1923. Goldberg, pp. 27 y 433.
[4]Ch. Beard, "Making the Fascist State", New Republic, 23-I-1929. Goldberg, pp. 103-104 y 441.
[5]Los experimentos socialistas del utópico Robert Owen en el estado de Indiana, llevados a cabo durante la primera mitad del siglo XIX, habían fracasado estrepitosamente. Engels fue el primer ideólogo marxista importante en suscribir la tesis del excepcionalismo americano (Tocquevillela había planteado ya en la década de 1830) y en visitar los Estados Unidos, donde no vio un climafavorable para el socialismo. En 1886, la propia hija de Marx, Eleonor, con suesposo (Edward Aveling) escribióun panfleto sobre la clase trabajadora en América con el mismo tono pesimista, tras cursar una visita al Nuevo Continente. De una manera más sistemática y rigurosa analizaron el problema W. Sombart (¿Porqué no hay socialismo en los Estados Unidos?, 1905) y, sobre todo,S. M. Lipset y Gary Marks (It Didn’t Happen Here. Why Socialism Failed in the United States, Norton, New York, 2000). Lipset había iniciado sus reflexiones sobre el problema en los años 50 del siglo XX, y es autor de diversos ensayos sobre el mismo.
[6]Una observaciones menores. Mussolini no es el inventor de los neologismos totalitario y totalitarismo: los emplea por primera vez, en 1923 y con una intención crítica del nuevo régimen fascista, el liberal italiano Giovanni Amendola, como nos recuerda Stanley G. Payne en El régimen de Franco (Alianza Editorial, Madrid, 1987, pp. 656-657). Mussolini los aceptará gustoso, como también lo hará el comunista Antonio Gramsci, precisando éste con cierto candor que el fascismo es un totalitarismo falso, mientras el comunismo es un totalitarismo auténtico. Goldberg no entra a distinguir entre totalitarismo y autoritarismo, distinción fundamental que inicia probablemente en los años 30 el politólogo conservador, católico (y sentimental) y antiliberal Carl Schmitt, que, contra lo que dice Goldberg, nunca fue un ideólogo nazi propiamente dicho. Schmitt puede ser calificado de filofascista y autoritario, pero de ninguna manera de totalitario y nacional-socialista, aunque, por oportunismo y precaución –recomendada por Heidegger–, solicitara el carnet del partido. Los ideólogos nazis, las SA, las SS y el SD (servicio de inteligencia) jamás se fiaron de él, y con razón. Schmitt había sido amigo y consejero del general y canciller Kurt von Schleicher, asesinado, junto con su esposa, por los nazis en 1934, y probablemente estuvo implicado, si bien pasiva e indirectamente, en la conspiración contra Hitler (poseo información al respecto: directamente de la única hija de Schleicher, a través de la familia del Dr. Nissen, que la adoptó cuando quedó huérfana y de cuya amistad me honro).
[7]Cit. por Daniel J. Flynn, Intellectual Morons, Crown, New York, 2004, p. 206.
[8]Gore Vidal, Ensayos, 1982-1988, Edhasa, Barcelona, 1991, p. 70. Las palabras de Hans J. Morgenthau referidas al presidente Kennedy estan citadas por John J. Tierney en The Intercollegiate Review, Winter- Spring, 1972, p. 73. Dorothy Thompson, citada por Peter Kurth, The American Cassandra. The Life of Dorothy Thompson, Little, Brown & Company, Boston, 1990, pp. 161-162. Para una nueva valoración de la obra de Sinclair Lewis, asimismo Kurth, pp. 203 y 210. Sobre la relación sentimental de Kennedy con Inga Arvand, amiga íntima de Hitler y otros jerarcas del régimen nazi, véanse las obras de Thomas C. Reeves, A Question of Character: A Life of John F. Kennedy, Macmillan, New York, 1991; Nigel Hamilton, JFK: Reckless Youth, Random House, New York, 1992, y Seymour M. Hersh, The Dark Side of Camelot, Boston, Litte, Brown & Company, 1997. La biografía clásica sobre el perfil más arrogante y autoritario del presidente sigue siendo la de Victor Lasky, JFK. The Man and the Myth(1963; edición ampliada: Dell Books, New York, 1977). La interesantísima y ciertamente inquietante obra de Gus Russo y Stephen Molten, Brothers in Arms: The Kennedys, The Castros, and the Politics of Murder, Bloomsbury, New York, 2008, ofrece una nueva perspectiva sobre el talante autoritario de los hermanos John y Robert Kennedy.
[9]V. Philip B. Kunhardt Jr,. Life in Camelot. The Kennedy Years,Time Inc., Little, Brown and Company, Boston, 1988, pp. 30-31.
[10]Ayn Rand, Capitalism: The Unknown Ideal, The New American Library/Signet Books, New York, 1967, pp. 202 y ss. Rand seguramente conocía la obra de Lawrence Dennis The Coming American Fascism (Harper , New York, 1936), que tuvo un gran impacto en la intelectualidad norteamericana, incluido el ex trotkista y neoconservador James Burnham, en cuya célebre obra The Managerial Revolution ( John Day, New York, 1941) describía el peligro o potencial totalitario del capitalismo corporativo y estatista, algo que reflejaría también la famosa novela 1984, de George Orwell, lector crítico de Burnham.
[11]Norman Mailer, "Superman Comes to the Supermarket", 1963; incluido en The Idol...,Dell Books, New York, 1968, pp. 31 y 55.
[12] N. Mailer, "The Leading Man: A Review...", 1963; incluida en The Idol..., pp. 104-112.
[13]La disidencia anti-franquista de Maravall, inducido por Serrano Suñer, ya fue señalada por L. Suárez Fernández en Francisco Franco y su tiempo, Azor, Madrid, 1984, tomo III, p. 254; véase S. G. Payne, Fascism in Spain1923-1977,Universiy of Wisconsin Press, Madison, 1999, p. 358, y J. M. Thomàs, en A. Gómez Molina y J. M. Thomàs, Ramón Serrano Súñer, Ediciones B, Barcelona, 2003, p. 254. Soy testigo muy personal de ese tipo de mutaciones: mi propio padre (que en paz descanse), un hombre absolutamente modesto y honrado, sin ambiciones políticas, con solo una educación primaria en el ambiente rural de la provincia de León, en su juventud simpatizó con la Falange, combatió durante la Guerra Civil en el bando nacional y después inició una lenta transición/mutación anti-franquista –como hijo suyo, tengo que agradecerle que nunca me inscribiera en el Frente de Juventudes o en cualquier otra organización falangista–, para terminar con carnet de Comisiones Obreras, ingenuamente pero sin fanatismo, y como votante primero del PSP (del que yo era dirigente) y después del PSOE (cuando ya me había hecho neoconservador). Por cierto, aunque Goldberg incluye el franquismo en la tipología genérica del fascismo, advierte las diferencias que le separaban de otros regímenes de dicho ámbito (Goldberg, p. 13). Véase asimismo S. Moreno, Camaleones, desmemoriados y conversos, La Esfera de los Libros, Madrid, 2010.
[14]Liveright, London & New York, 1935.
[15]E. Fuller Torrey, The Roots of Treason. Ezra Pound and the secrets of St. Elizabeths, Harcourt Brace Jovanovich, New York, 1984.
[16]E. Pound, ob. cit., p. 28.
[17]William Jefferson Clinton y su esposa, la senadora Hillary Rodham Clinton, aunque liberales e izquierdistas, problablemente no ser calificados propiamente de socialistas en ningún momento de sus carreras políticas. Bill Clinton llegó a la Presidencia con un perfil muy moderado. Hillary, es cierto, intentó radicalizar el primer mandato de su esposo desde la peculiar posición de zarina para la reforma de sistema sanitario, pero fracasó en el empeño. Curiosamente, entre los asesores de la señora Clinton para este proyecto frustrado de socialización de la sanidad estaba un marxista catalán, Vincent Navarro, hoy catedrático de Ciencia Política en la Universidad Pompeu Fabra.
[18]Este episodio radical de las biografías de ambos ha sido ya investigado, aunque no suficientemente divulgado. Véanse, entre otros, los libros de David Brock, The Seduction of Hillary Clinton (The Free Press, New York, 1996) y David Freddoso, The Case Against Barack Obama (Regnery, Washington DC, 2008), así como mi ensayo "El pensamiento político de Barack Hussein Obama" (Cuadernos de Pensamiento Político, 22, Madrid, abril-junio de 2009).
[19]Citado por Dennis King en Lyndon La Rouche and the New American Fascism, Doubleday, New York, 1989, p. Vii.
[20]V.Victor Lasky, JFK. The Man and the Myth,Dell, New York, 1977, p. 106.
[21]V. The American Spectator, diciembre de 2009-enero de 2010.
[22]N. Tarcov y T. L. Pangle, "Epílogo: Leo Strauss y la historia de la filosofía política", en Leo Strauss y Joseph Cropssey (eds.), Historia de la Filosofía Política, FCE, México, 1993, pp. 875-876.
[23]V. Apéndice.

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