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Milton y Rose

Artículo publicado el 27 de noviembre en el suplemento "Ideas" de Libertad Digital.

En la fiesta del cincuenta aniversario de la Sociedad Mont Pèlerin, cómo estaban de compenetrados, qué buena pareja hacían Milton y Rose Friedman. Nos encontrábamos precisamente en el pueblo suizo de ese mismo nombre donde Hayek reunió en 1947 a un grupo de pensadores liberales para crear una sociedad que aún va adelante a toda marcha y que ha servido a los liberales clásicos de refugio en un mundo hostil a sus ideas.

A la primera reunión acudió un pequeño grupo de profesores americanos, entre otros Frank Knight, George Stigler y el propio Friedman. En la cena del cincuenta aniversario sonó un fox-trot: Milton y Rose, dos figuras de mínima estatura, bailaron unidos a la perfección. Esos pasos tan armónicos eran la representación de una vida de compañía y trabajo en común.

La familia de Rose había emigrado a EEUU, como otras muchas familias judías. Salieron desde lo que hoy es Ucrania, para residenciarse en Oregon, justo antes del estallido de la I Guerra Mundial. Milton, en cambio, nació en Nueva York, hijo de inmigrantes también judíos. La familia de ella, tenderos; la de él, sastres. Se conocieron y casaron en la Universidad de Chicago, adonde habían acudido con exiguas becas y la ayuda de sus familias. Tanto se embebieron en la atmósfera intelectual de esa universidad que luego Milton fue máximo representante de la Escuela de Economía de Chicago, que tanto bien ha hecho en el mundo con sus avances científicos y recomendaciones prácticas.

Durante la II Guerra Mundial vivieron en Washington, donde Milton trabajó como estadístico, curiosamente, entre otras cosas, en el cálculo del aumento de impuestos necesario para evitar una inflación bélica: una idea keynesiana de la que Friedman se confesó arrepentido en sus memorias, tituladas Dos personas con suerte (1998). Entonces estaba tan embebido en la atmósfera keynesiana que llegó a mantener que aparece inflación cuando una economía crece por encima de su máximo potencial – o, como dicen algunos economistas anticuados de hoy, cuando hay un "gap inflacionario" –, porque la demanda agregada es mayor que la oferta de bienes y servicios. Ni mención del exceso de creación de dinero y sus efectos, a lo que tanta importancia daría en años subsiguientes.

Conocí a Milton y Rose Friedman en Hong Kong en 1978, cuando se rodaba la serie de televisión Libertad de elegir, que él protagonizó. Milton había obtenido ya el premio Nobel de Economía (1976), lo que ayudó mucho a su difusión. Juntos escribieron el libro de la serie y su secuela, La tiranía del statu quo, dos excelentes ensayos de divulgación sobre las ventajes del libre mercado y las resistencias a su implantación. Apenas nacida la Constitución española del 78 conseguimos que la segunda cadena de TVE transmitiera los diez episodios, lo que marcó el renuevo de la lucha en España a favor del libre mercado, lucha que lentamente ha ido produciendo sus frutos que parecían imposibles de alcanzar. En esos libros y otros trabajos anteriores lanzó Friedman muchas de las ideas controvertidas que se están convirtiendo en políticas generalmente aceptadas: el bono escolar, la sustitución del servicio militar obligatorio por un ejército voluntario o el rechazo de los controles de precios y salarios.

Su primer asalto contra el keynesianismo reinante después de la guerra mundial tuvo lugar con Teoría de la función de consumo (1957). Este libro buscó echar abajo la idea tan típica de Keynes de que el consumo tiende a desmayar a medida que los individuos van obteniendo mayores ingresos, por lo que había que aumentar el gasto público, incluso consentir déficit presupuestarios, si se quería evitar que la economía cayera en el estancamiento y el desempleo. Para Friedman, por el contrario, los individuos dedicaban a lo largo del tiempo una proporción constante de su renta al consumo, y las economías tendían espontáneamente al pleno empleo si no lo impedían intervenciones ociosas de los gobiernos.

La colaboración más destacada de Friedman con una economista, Ana Schwartz, dio por fruto La historia monetaria de los EEUU (1963). Ese grueso volumen ha tenido importancia sobre todo por haber mostrado que la catastrófica prolongación de la gran depresión de 1929 se debió no a un fallo del capitalismo, como tantos creen aún hoy, sino a un error de la Reserva Federal agravado por la política económica del presidente Roosevelt. El Banco Central de los EEUU permitió que la oferta de dólares se redujera en casi un 25% en once meses, de 1931 a 1932, y Roosevelt empeoró la situación con unas vacaciones bancarias mal concebidas. Cuando ahora sentimos duramente los efectos en la coyuntura de una ligera reducción en el continuo aumento de la oferta monetaria, podemos imaginar las repercusiones de una reducción absoluta de un cuarto en la cantidad de dinero.

Friedman continuó con su crítica de las teorías keynesianas, primero con los Ensayos sobre la cantidad óptima de dinero (1969) y luego con su propuesta de dejar que los tipos de cambio de las monedas los fijara el mercado. Ya nadie se atreve a sostener que la mera creación de dinero por el Banco Central facilite el crecimiento real de un país, ni que lleve de por sí a fomentar el empleo.

Friedman ha dicho tantas verdades que ha tenido que sufrir feroces ataques: por ejemplo, alguna mente turbia le ha acusado de haber apoyado la dictadura de Pinochet, cuando sólo le visitó protocolariamente durante media hora, y no hablaron de economía. Quien dude de que era amigo de la libertad no conoce bien ni su persona ni su obra.

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