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¿Dónde está el maldito agujero?

Los neobrujos

Como uno ya va teniendo sus añitos, no puedo evitar echar la vista atrás y establecer comparaciones. Quizá sea por eso que no pueda dejar de sonreír cada vez que oigo hablar del calentamiento global a los neoprofetas del ecologismo. Ya he visto la jugada demasiadas veces, así que no me resulta difícil olvidarme de la anécdota para fijarme en la categoría.

Recuerdo, por ejemplo, cómo a finales de los 70 y principios de los 80 lo que se leía en los periódicos eran alarmistas predicciones de que el mundo se encaminaba hacia una nueva época glacial. Según los datos disponibles, las temperaturas venían bajando de manera sistemática desde la década de los 30. Por supuesto, el culpable de dicho enfriamiento era el género humano, que, con sus actividades depredadoras y rapiñescas, especialmente en los países capitalistas, estaba destruyendo el tan preciado equilibrio natural.

Diez años después, a finales de los 80 y principios de los 90, lo del enfriamiento había desaparecido de la escena, desplazado por otras predicciones no menos catastrofistas. Se avecinaba la desertización del planeta, como podía deducirse del avance imparable de los desiertos. Por supuesto, la responsabilidad recaía sobre el capitalismo feroz y voraz. ¿Por qué habíamos pasado del enfriamiento global a la desertización? Pues por la simple razón de que las temperaturas, de acuerdo con los ciclos mutidecádicos naturales, habían dejado de bajar y estaban empezando a subir, según todos los registros.

Allá por la segunda mitad los 90 el rollo de la desertización había pasado de moda, supongo que porque los datos no eran lo suficientemente alarmantes. Así que dejó su lugar a otra amenaza formidable: el agujero de la capa de ozono. La culpa, faltaría más, era de los seres humanos, esos enemigos implacables de la Naturaleza.

Los lectores más jóvenes no recordarán ni la moda del enfriamiento global ni las predicciones sobre la desertización, pero seguro que todos recordamos cómo, hasta no hace muchos años, lo que se imponía en materia de amenazas era lo del agujero de la capa de ozono. ¡La cantidad de libros, artículos y noticias que habremos podido leer sobre los peligros aparejados a la desaparición del ozono! ¡La cantidad de majaderías seudocientíficas que hemos tenido que tragarnos! ¡Íbamos a acabar todos padeciendo cáncer de piel! ¿Se acuerdan?

Para mí, lo verdaderamente sorprendente no es que haya jetas que se escuden en un lenguaje y unos datos seudocientíficos para explotar el miedo de sus semejantes y obtener algún tipo de ventaja: esa figura humana la conocemos desde que el brujo de la tribu se dedicaba, en la época de las cavernas, a explicar a los demás que los rayos, o los terremotos, eran consecuencia directa de la falta de respeto a los dioses... y al brujo, por supuesto; lo verdaderamente sorprendente, digo, no es que haya neobrujos, sino que siga habiendo pardillos que caigan siempre en las mismas trampas. A veces pienso que los seres humanos necesitamos, por algún motivo, que nos hagan sentirnos culpables; tanto, que estamos dispuestos a dejar que quienes nos acusan con el dedo se forren a nuestra costa.

La mecánica es siempre la misma: de repente, después de un bombardeo de años con, por ejemplo, la matraca del agujero de la capa de ozono, se produce el silencio absoluto. Tan de sopetón como vino, el agujero de marras se fue, dejando el terreno libre a la nueva moda del calentamiento global. De nuevo, el brujo vuelve a salir a la entrada de la caverna para clamar: "¡Arrepentíos, humanos, que vuestros pecados están precipitando vuestra destrucción!"; y de nuevo vuelve a anunciar que se aproxima una catástrofe apocalíptica.

Ahora le ha llegado el turno al calentamiento global, porque las temperaturas no paran de subir desde finales de los años 80 (aunque seguimos sin alcanzar las registradas en la década de los 30). ¿Y a quién hay que pedir cuentas? Pues... al ser humano, que, ya se sabe, está cargándose el delicado equilibro natural. El calentamiento hará que se fundan los casquetes polares, suba el nivel del mar, se inunden las zonas costeras; que desaparezca, abrasado, el propio hombre.

Por supuesto, estas predicciones son tan seudocientíficas como las que nos endilgaron en épocas pasadas. Por supuesto, cada vez que un científico pone sobre la mesa datos que demuestran que son erróneas, los defensores del catastrofismo se dedican a descalificarle, a llamarle lacayo de las multinacionales, en lugar de a presentar datos en respaldo de sus tesis o que refuten las del disidente. Y, por supuesto, entre tanto, los neobrujos se sirven de esa candidez que hace que la gente acepte cualquier estupidez que se le presente –siempre y cuando vaya envuelta en ropajes y terminologías pretendidamente científicas– para hacer caja.

La amenaza de los CFC

Analicemos más en detalle la irrupción de la capa de ozono en el teatro del catastrofismo, así como los motivos de su discreta y reciente salida de escena. Así podremos entender mejor los planteamientos y actitudes de los neobrujos y analizar con objetividad sus afirmaciones acerca del calentamiento global. Como tendremos oportunidad de comprobar, se trata de una historia muy entretenida.

Todo comenzó a finales de la década de los 60, cuando un científico británico, Lovelock, descubrió que en el Hemisferio Sur, en las capas altas de la atmósfera, había trazas de unos compuestos químicos denominados clorofluorocarbonos (CFC). Era un descubrimiento sorprendente, porque los CFC no se producen de forma natural: son una creación humana. Se trata de unos gases inertes, no tóxicos y muy estables que se emplean, por ejemplo, en la industria de la alimentación y en la fabricación de aparatos de aire acondicionado. Aquellas trazas en el Hemisferio Sur, lejos de los centros industriales, indicaban que esos compuestos de fabricación humana se propagaban por la atmósfera a grandes distancias.

El descubrimiento no habría pasado de ser una curiosidad académica de no ser por la labor de dos científicos de la Universidad de Irvine (California): F. S. Rowland y Mario Molina. En 1974 Rowland y Molina publicaron un estudio en la revista Nature acerca de la influencia de las moléculas de CFC en la atmósfera, y llegaron a unas conclusiones enormemente preocupantes: las susodichas moléculas, que en condiciones normales son inertes y no reaccionan químicamente con nada, podían llegar a ser muy peligrosas cuando ascendían a las capas altas de la atmósfera.

La razón era la siguiente: en esas capas altas (estratosfera) la radiación ultravioleta puede descomponer las moléculas de CFC y dar lugar a la liberación de átomos de cloro. A su vez, los átomos de cloro pueden reaccionar ante el ozono y transformarlo en moléculas de oxígeno. ¿Y qué importancia puede tener que se destruya el ozono en la estratosfera? Pues mucha, porque el ozono hace de pantalla contra los rayos ultravioleta: sin la capa de ozono, éstos dañarían a las plantas y a los seres marinos y harían estragos en personas y animales, en forma de cánceres de piel o alteraciones en sus sistemas inmunológicos.

Para colmo, las reacciones químicas descritas por Rowland y Molina eran de tal naturaleza que el cloro, después de transformar algunas moléculas de ozono en oxígeno, seguía quedando libre para destruir más moléculas de ozono. Lo cual quería decir que, a medida que se fuera liberando CFC a la atmósfera, iría incrementándose acumulativamente la cantidad de átomos libres de cloro, por lo que el ozono estratosférico se iría destruyendo a una velocidad cada vez mayor. Además, según los cálculos de Rowland y Molina, la alta estabilidad de las moléculas de CFC implicaba que, aunque se dejara de fabricar CFC inmediatamente, sus efectos perniciosos tardarían décadas en desaparecer. A juicio de Rowland y Molina, determinadas moléculas de CFC podían permanecer en la estratosfera entre 75 y 100 años.

¿Y los datos?

Observe el lector cómo los trabajos de Rowland y Molina tenían absolutamente todos los componentes que tanto gustan a los neobrujos:

  • Una amenaza de grandes catástrofes. Todos moriremos de cáncer de piel, y la vida en la Tierra se verá seriamente afectada como consecuencia de la desaparición del ozono.
  • Un chivo expiatorio: el ser humano.Son los CFC, que sólo nosotros producimos, los causantes de la destrucción del ozono.
  • Una presentación pretendidamente científica. Lo que Rowland y Molina describían era científicamente posible, y estaba bien argumentado. Esto no quiere decir que estuvieran en lo cierto, como veremos a continuación, pero ¿qué le importa a los neobrujos que las anunciadas catástrofes no vayan a producirse?

De hecho, las tesis de Rowlan y Molina tenían un atractivo catastrofista particularmente intenso: no sólo estábamos destruyendo la capa de ozono, sino que los efectos de los CFC se harían sentir décadas después de que dejáramos de producirlos (lo cual produce un mayor sentimiento de culpa. De esto saben un rato aquellos fumadores que tienen que oír frases del tipo: "No notará usted una mejoría en sus pulmones hasta chorrocientos años después de dejar de fumar").

Ahora bien, ¿corroboraban los datos unas predicciones tan catastrofistas? Pues la respuesta es que no. No existía, por aquel entonces, evidencia experimental alguna de esa pretendida destrucción de la capa de ozono, así que el trabajo de Rowland y Molina fue acogido con cautela por la comunidad científica. A pesar de ello, Estados Unidos prohibió determinadas aplicaciones de los CFC en 1977 (concretamente, prohibió su uso en aerosoles para alimentación).

Aparece el agujero

Tuvieron que pasar once años antes de que los neobrujos vieran que las tesis de Rowland y Molina les podían ser útiles. En 1985 unos científicos británicos anunciaron que habían descubierto sobre la Antártida un agujero en la capa de ozono de proporciones colosales. Aquello fue lo que marcó el inicio de toda la cadena de proclamas catastrofistas que tendríamos que soportar durante los años siguientes.

En realidad, el dichoso agujero no era tal. Lo que se había detectado era que, en una extensa zona situada sobre la Antártida, la concentración de ozono en la estratosfera era más tenue: no es que el ozono hubiera desaparecido, sino que había menos. En realidad, ni siquiera era un agujero permanente. Como ponían de manifiesto las mediciones efectuadas, se trataba de un fenómeno cíclico: al llegar la primavera al Hemisferio Sur (septiembre-octubre), la concentración de ozono sobre la Antártida disminuía significativamente, para volver luego a crecer hasta los niveles normales. En realidad, las características del agujero ni siquiera se correspondían con los modelos que los científicos habían desarrollado para predecir la destrucción de la capa de ozono. Según tales modelos, el descenso en la concentración de ozono no podía ser tan brusco como el que se detectaba en la primavera antártica. En realidad, la presencia del agujero, lejos de corroborar las teorías en boga, daba lugar al planteamiento de más preguntas: ¿por qué en el Hemisferio Norte, o sea, donde se concentra la mayor parte de la actividad industrial, no había un agujero semejante? ¿Por qué en el Ecuador la concentración de ozono era constante? ¿Por qué todos los años, y cíclicamente, el agujero aparecía y desaparecía?

Así pues, los datos recabados por los científicos británicos no sólo no corroboraban los modelos teóricos desarrollados a partir de los trabajos de Rowland y Molina, sino que venían a plantear una serie de cuestiones que ponían en evidencia que... sabíamos muy poco sobre la estratosfera, sobre el ozono y sobre los posibles efectos perniciosos de los CFC.

Pero el agujero era la excusa perfecta para transformar en una nueva amenaza mundial lo que hasta el momento no era sino una teoría que no había tenido demasiado éxito a la hora de las corroboraciones experimentales. Era la excusa perfecta porque existía, era mensurable y además crecía con cada año que pasaba.

Las mediciones del referido agujero estacional comenzaron en 1982, y arrojaron las siguientes cifras, que hemos tomado de la NASA:

  • 1982: 4 millones de km2.
  • 1983: 8 millones de km2.
  • 1984: 10 millones de km2.
  • 1985: 14 millones de km2.
  • 1986: 11 millones de km2.
  • 1987: 19 millones de km2.

A los neobrujos les bastaba y sobraba. "¡Vosotros, humanos, vais a causar la destrucción del planeta con vuestros malditos CFC, como demuestra ese agujero que crece y crece en la Antártida y que pronto nos devorará a todos! ¡Arrepentíos y prohibid los CFC, antes de que sea demasiado tarde!". ¿Qué mas daba que no fuera un verdadero agujero, que sólo tuviera un carácter estacional y que sólo apareciera en la Antártida? ¿Que fuera imposible de explicar con los modelos teóricos existentes? ¿Que la serie de datos fuera tan pequeña que nadie en su sano juicio podía descartar que se tratara de un fenómeno cíclico perfectamente natural? ¿Qué importaba que nadie hubiera demostrado científicamente la relación entre el agujero y el uso de los CFC? ¡Lo importante es que ya había algo a lo que agarrarse!

En los años siguientes lo que se hizo fue, básicamente, emprender una multitud de programas de investigación (financiados, claro está, con dinero público) sobre el agujero de la capa de ozono, desarrollar una serie de complejas teorías para explicar por qué sólo aparecía en la Antártida y sólo en primavera –teorías que mezclaban la química de los CFC con consideraciones climatológicas y eólicas (el peligro de los CFC sólo se materializaba bajo ciertas y muy particulares condiciones)–, bombardear al personal con noticias cada vez más alarmistas (todas ellas enunciadas por sesudos profesores y funcionarios en un lenguaje pretendidamente científico) y poner en marcha una vasta campaña para la prohibición de los CFC.

Todo era un bluf

La campaña de concienciación sobre el agujero de la capa de ozono tuvo un éxito más que notable: en 1987 cuarenta naciones firmaron el Tratado de Montreal, por el que se comprometían a reducir el uso de los CFC. Básicamente, los que se adhirieron en un principio fueron los países desarrollados. Cinco años más tarde, 87 países firmaron en Copenhague un nuevo tratado, por el que se comprometían a prohibir completamente el uso de CFC en 1996. A lo largo de los años, y en buena medida debido a la presión de la comunidad internacional, los demás fueron entrando por el aro: así, casi todos los países han anunciado que dejarán de producir y consumir CFC para el año 2010.

El caso de los CFC y la capa de ozono debería ser exhibido como un auténtico triunfo por todos los movimientos ecologistas y por los sectores académicos que se involucraron en él. Sin embargo, ha desaparecido del debate público como por ensalmo. Ahora los neobrujos nos bombardean con otra matraca distinta, la del calentamiento global.

¿Por qué ha caído en el olvido? ¿Por qué los neobrujos han renunciado a agitar lo que en principio sólo cabría considerar como un triunfo de la conciencia ecológica? La explicación es muy sencilla: se trataba de un artificio insostenible, como los datos recabados en los años sucesivos se encargaron de poner de manifiesto. Los que siguen son de la NASA, y hacen referencia, nuevamente, a las dimensiones del agujero de la capa de ozono:

  • 1988: 10 millones de km2.
  • 1989: 18 millones de km2.
  • 1990: 19 millones de km2.
  • 1991: 18 millones de km2.
  • 1992: 22 millones de km2.
  • 1993: 23 millones de km2.
  • 1994: 22 millones de km2.
  • 1995: 22 millones de km2.

Como puede observarse, era cierto que el tamaño del agujero se había incrementado espectacularmente entre 1982 y 1989, pero los datos obtenidos en los siete años siguientes revelaban más bien una estabilización. A pesar de ello, fue a partir de entonces cuando comenzó a arreciar en los medios la campaña de concienciación social. Ya se sabe: no hay carencia de datos que una buena campaña de márketing no pueda remediar.

La Agencia Meteorológica Mundial (WMO), dependiente de la ONU, decidió poner en marcha su propio programa de monitorización del agujero de la capa de ozono y utilizar un método ligeramente distinto al de la NASA: mientras que ésta medía el tamaño medio del mismo entre el 7 de septiembre y el 13 de octubre de cada año, la WMO optó por publicar el tamaño máximo de cada año. He aquí las cifras obtenidas por la WMO en el período comprendido entre 1996 y 2002 (entre paréntesis se indican las obtenidas por la NASA):

  • 1996: 22 millones de km2 (22).
  • 1997: 23 millones de km2 (21).
  • 1998: 26 millones de km2 (26).
  • 1999: 24 millones de km2 (23).
  • 2000: 28 millones de km2 (24).
  • 2001: 25 millones de km2 (25).
  • 2002: 20 millones de km2 (12).

El agujero seguía teniendo un tamaño considerable, pero no aparecían por ningún lado los crecimientos exponenciales que habían encendido tantas alarmas en 1984. Con todo, cada vez que se batía un récord, los profetas del ecologismo anunciaban con grandes alharacas los resultados y celebraban ruedas de prensa para adelantar al mundo las catástrofes que se avecinaban. Pero claro, llegó el año 2002 con las rebajas y el chiringuito empezó a venirse abajo.

¿Cómo explicar la reducción del tamaño del agujero en 2002, de un 20% según la WMO y de más del 50% según la NASA? No se podía aducir como argumento la prohibición de los CFC porque, en primer lugar, sólo afectaba, principalmente, a los países industrializados. China, por ejemplo, que es el mayor productor y consumidor de CFC, no prohibirá completamente su uso hasta 2010. Por otra parte, en los países donde se habían prohibido existía un mercado negro que satisfacía las necesidades de ciertos sectores industriales. Así pues, los humanos seguíamos emitiendo a la atmósfera grandes cantidades de CFC, lo cual, según la teoría que decía que los clorofuorocarbonos se iban acumulando en la estratosfera, debería implicar un crecimiento cada vez mayor del agujero. Además, incluso aunque supusiéramos que ya no se emitía CFC a la atmósfera, el efecto (en forma de reducción del agujero) no debería observarse hasta pasadas varias décadas: ¿recuerdan ustedes las predicciones que anteriormente mencionábamos, sobre la permanencia de los CFC en la estratosfera durante 75 y hasta 100 años?

El hecho cierto es que, de la misma manera que los modelos teóricos originales eran incapaces de explicar por qué ganaba tamaño el agujero, los modelos teóricos revisados para explicar dicho aumento eran incapaces de explicar su disminución.

Como consecuencia de estas "anomalías de los datos" (en realidad, lo anómalo eran las teorías barajadas, no los datos), el asunto del agujero en la capa de ozono empezó a perder impulso mediático. Poco a poco, los científicos fueron descolgándose, y los neobrujos empezaron a sacar a pasear un nuevo espantajo, el del calentamiento global.

Hubo, eso sí, algunos que se mostraban reacios a bajarse del carro. Desde la WMO siguieron agitando el fantasma una temporadita. Para algo son una agencia de la ONU. Y en 2003 nos anunciaron a bombo y platillo que, a pesar de la reducción experimentada el año anterior, las dimensiones del famoso agujero habían vuelto a alcanzar una cifra récord: 29 millones de km2 (25, según la NASA). El caso es que los datos de los siguientes ejercicios volvieron a arrojar las conocidas oscilaciones:

  • 2004: 24 millones de km2 (19).
  • 2005: 27 millones de km2 (24).
  • 2006: 27 millones de km2 (26).

A lo que los datos apuntan, cada vez más claramente, es a que podemos estar en presencia de un ciclo natural multidecádico como el de las temperaturas. Y a que ese agujero experimenta oscilaciones naturales de tamaño que tienen más que ver con el clima que con los productos industriales. Desde luego, si existe alguna relación entre el agujero y el uso de CFC, ni es tan simple como nos la pintaban, ni representa el peligro que nos querían hacer creer, porque la disminución de la concentración de ozono estratosférico no pasaría de ser un fenómeno estacional y circunscrito a la Antártida. En cualquier caso, se trataría de una relación que tendría que ser demostrada científicamente.

Todo esto no impidió que siguiéramos asistiendo a ciertos esperpentos mediáticos. Así, hubo quien llegó a publicar en 2005 como gran noticia que "se había alcanzado un tamaño casi récord en el agujero de la capa de ozono"[1]. Como ya no había récords, había que echar mano de un concepto tan científico como el de casi-récord. Tampoco nos ahorraron las manipulaciones sonrojantes, como cuando la WMO anunció en 2006 que el agujero había superado las dimensiones récord del año 2000[2]. El récord anterior, según la propia WMO, no databa del año 2000, sino de 2003, con 29 millones de km2, muy por encima de los 27,1 millones de 2006. Pero es que incluso el valor registrado en 2000: 28 millones de km2, era superior al de 2006. Creo que no hace falta más comentario para comprender hasta qué extremos puede llegar quien quiere mantener una teoría incluso en contra de los propios datos experimentales. Si los datos molestan, manipulémoslos apropiadamente.

Epílogo

La del agujero de la capa de ozono es la historia de una manipulación que ha tenido una influencia considerable sobre la sociedad y la economía. Sin embargo, sus responsables no sólo no pidieron disculpas cuando los datos dejaron en evidencia, sino que directamente han pasado a amenazarnos con un nuevo espantajo: el del calentamiento global. Decía al principio que no puedo evitar esbozar una sonrisa cuando oigo ahora a los neobrujos hablar del calentamiento global como antes hablaban del enfriamiento global, de la desertización del planeta o del agujero de la capa de ozono. Es siempre la misma manipulación, el mismo catastrofismo, la misma anticiencia.

Espero que el análisis de las manipulaciones relacionadas con el agujero de la capa de ozono ayude a los lectores a entender el tipo de catastrofismo seudocientífico al que nos enfrentamos desde hace décadas, así como las técnicas de manipulación a que recurren los profesionales del alarmismo para seguir sacándonos los cuartos. Con que sólo uno de ustedes haya abierto los ojos, me daré por satisfecho.

Y a los neobrujos, que se introduzcan el calentamiento global por el agujero de la capa de ozono. Yo ya estoy aburrido de tanta vuelta a la caverna.



[1] ABC News Online, "Ozone layer hole nears record size", 17-IX-2005.
[2] ABC News Online, "Ozone layer hole reaches record size", 4-X-2006.

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