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Dos documentales sobre el calentamiento global

A lo largo del último año dos documentales han servido de punto de apoyo para el debate sobre la teoría del calentamiento global presuntamente producido por las emisiones de CO2 debidas a la acción del hombre. El primero y sin duda más exitoso y difundido es la obra de David Guggenheim galardonada con un Óscar Una verdad incómoda. El segundo, menos conocido en España por haberse realizado para televisión y no haberse emitido aún aquí, se lo debemos a Martin Durkin y se titula The Great Global Warming Swindle (El gran timo del calentamiento global).

Ambas obras abordan el papel de la política, los incentivos para apoyar o dudar de la teoría y el supuesto consenso que está de acuerdo con ella. De hecho, uno de los puntos en los que más énfasis pone Al Gore en su documental es que existe un consenso y sólo grupos de presión y personas a sueldo de empresas con intereses en no hacer nada lo ponen en duda. Para ello cita un estudio que asegura que, de una muestra de 928 artículos sobre el cambio climático en las principales revistas científicas, ninguno pone en duda la teoría del calentamiento debido a causas antropogénicas. Es un estudio que no ha podido replicarse. Su autora, Naomi Oreskes, profesora de historia y ciencia, asegura que el 75% de dichos artículos apoyan la teoría explícita o implícitamente. Sin embargo, sólo 13 lo hacen, y hay un buen número que la rechaza. Quizá se pueda considerar que todos los demás lo apoyan implícitamente, pero resulta difícil decirlo, cuando la mayoría ni siquiera menciona el asunto...

El artículo se publicó en Science pocos días antes de una conferencia internacional sobre cambio climático (estas oportunas coincidencias suceden a menudo en este ámbito). Esa misma revista decidió rechazar, en cambio, una encuesta realizada a 500 científicos del área del clima en la que se mostraba que un buen número de ellos, alrededor de un cuarto, ponía en duda la teoría. Tampoco publicó las cartas que criticaban el estudio de Oreskes. Si todo está tan claro, cabe preguntarse por qué es necesario presentar y defender tan ardorosamente un artículo mal hecho como prueba de que existe consenso.

La película de Al Gore comenta, sin citar un solo nombre, que muchos científicos perdieron su puesto de trabajo por poner de relieve esta verdad incómoda que es el calentamiento global. Después, para explicar la resistencia a creer en el cambio climático, cita a Upton Sinclair: "Es difícil conseguir que un hombre comprenda algo cuando su salario depende de que no lo comprenda". Martin Durkin estaría plenamente de acuerdo con la frase, pero se la aplicaría a los científicos que defienden la versión oficial, cuyos fondos públicos de investigación disminuirían drásticamente si se demostrara falsa.

Pero las afirmaciones sobre las motivaciones que puedan tener unos y otros para defender sus teorías son en buena medida ataques ad hominem. Aun cuando fueran ciertas, recurrir a ellas para refutar teorías científicas es una falacia lógica de gran calibre. Sin duda, resultaría de gran interés un artículo extenso sobre las fuentes de financiación de la investigación del clima, sobre el origen de la teoría del calentamiento global provocado por el hombre, pero es, pensamos, un tema aparte. De modo que solamente nos referiremos a la ciencia que exhiben ambos documentales, las consecuencias que prevén que podría tener el calentamiento y las consecuencias económicas que tiene ya hoy día dicha teoría.

Una verdad incómoda

El documental de Davis Guggenheim está basado en una conferencia de Al Gore, así como en diversas digresiones del ex vicepresidente norteamericano sobre un detalle u otro del problema o de su vida. Gore comienza contando una historia: en su colegio, un niño preguntó al profesor de Geografía si Sudamérica y África alguna vez estuvieron unidas. El maestro respondió que no. Era lo que se pensaba entonces. Del mismo modo, asegura Gore, muchos piensan ahora que "no puede ser" esto del calentamiento global. Pero sí puede ser: la atmósfera es una capa muy fina y podemos alterar su composición.

La conferencia menciona la teoría de los gases de efecto invernadero y atiende especialmente a la figura de Roger Revelle, profesor de Gore y pionero tanto de la medición del CO2 atmosférico como de la sugerencia de que podría aumentar la temperatura global, dado que su concentración ha aumentado continuamente desde que empezó a ser medido.

Entonces pasa a los efectos del fenómeno. Comienza con el Kilimanjaro, que se está quedando sin sus nieves perpetuas. Luego muestra el retroceso de un buen número de glaciares, lo que puede suponer un grave problema, ya que el 40% de la población mundial obtiene el agua de fuentes cuyo origen está en el deshielo de los glaciares: si éstos se retiran, la disponibilidad de agua potable puede verse afectada.

Tras explicar cómo se obtienen del hielo los registros tanto de temperatura como de concentración de CO2, Al Gore muestra el registro de los últimos 1.000 años, según la famosa gráfica de Michael Mann conocida como el palo de hockey, pues parece, efectivamente, eso, un palo de hockey tumbado: las temperaturas anteriores al siglo XIX son más o menos estables (planas), y al final se incrementan bruscamente. En uno de los momentos más impactantes de la cinta, enseña un gráfico que llega a 650.000 años de antigüedad y en el que se puede ver la estrecha relación entre temperatura y concentración de CO2. Gore pone especial énfasis en mostrar que los niveles actuales y previstos de CO2 atmosférico son muy superiores a los normales durante los últimos miles de años.

En el documental se afirma que los diez años más calurosos desde que se tienen registros son todos posteriores a 1990, siendo el más cálido 2005. Esta afirmación resulta ahora falsa, después de que la NASA descubriera un error en el programa de procesamiento de datos. Gore habla de la ola de calor de 2003 que tuvo lugar en Europa, y enlaza el aumento de las temperaturas con el incremento en el número de huracanes y tormentas tropicales. Por supuesto, menciona el Katrina. También asegura que el calentamiento global aumenta las precipitaciones y altera su distribución geográfica y temporal, de modo que conviven grandes precipitaciones e inundaciones con largas sequías, y muestra los límites del Sáhara y los problemas de Darfur y Níger como consecuencia de estas últimas.

En cuanto al hielo, se centra primero en el Ártico, donde el grosor y la extensión del mismo habría caído un 40%. El problema no es que con su derretimiento aumente el nivel del mar (es hielo flotante), sino que el hielo blanco refleja la luz del sol (su albedo es muy alto), mientras que el agua la absorbe: la desaparición de los hielos polares sería un mecanismo de realimentación positiva que aceleraría el calentamiento. Esto podría afectarnos debido a los cambios que podría suponer para las corrientes marinas, las cuales dependen de la temperatura y la salinidad del agua; ya sucedió al final de la última era glacial, y podría repetirse ahora.

El calentamiento está permitiendo que muchas especies invasoras ocupen nichos ecológicos que antes tenían vedados, desplazando a su vez a otras. Insectos que antes morían en los inviernos ahora sobreviven, atacando a los árboles. Se propagan nuevos virus y desaparecen especies a un ritmo supuestamente 1.000 veces superior al normal.

Cerca del final, Gore vuelva a concentrarse en el hielo, pero esta vez en el de la Antártida, fijándose especialmente en la península antártica, que lo está perdiendo. Si se derritiera el hielo de este continente o el de Groenlandia, que está sobre tierra y no flotando sobre el agua, el nivel del mar crecería unos seis metros en cada caso. Una simulación muestra las inundaciones que se producirían en varias zonas costeras del mundo: Florida, Holanda, Calcuta, Shanghai, etc.

El documental termina con llamadas a la acción, que van desde cambios personales, como comprar coches híbridos o usar bombillas de bajo consumo, a políticos, como exigir a los mandatarios estadounidenses que ratifiquen Kioto.

The Great Global Warming Swindle

Martin Durkin elaboró un documental para la televisión británica al que se le nota mucho el formato, con los cortes para publicidad y la necesidad de tener a los espectadores enganchados permanentemente y de recordarles lo que se contó antes de la última pausa.

El programa expone –sin intromisión de ningún palo de hockey– los periodos conocidos como Pequeña Edad de Hielo (mostrando ilustraciones de cuando el Támesis se congelaba en invierno) y Óptimo Climático Medieval (enseñando los recuerdos que quedan de los viñedos en los nombres de las calles de Londres). Tras recordar que se acusa a la sociedad industrial del aumento de las temperaturas, se señala que gran parte del calentamiento fue anterior a la Segunda Guerra Mundial, cuando las emisiones eran relativamente pequeñas, y que las temperaturas descendieron después de la conflagración hasta los años 70, cuando las riquezas del mundo industrial, del comercio y de las comunicaciones alcanzaron a más y más personas de todo el mundo.

La presunta culpabilidad del CO2 se reduce entonces de varias maneras: primero, los gases de efecto invernadero son una parte pequeña de la atmósfera, y de lejos el más importante es el vapor de agua, no el CO2; por otro lado, la teoría y los modelos climáticos predicen que el calentamiento, excepto en las regiones polares, debería ser mayor a unos 10-12 kilómetros de altitud que en la superficie, pero parece ser al revés; y finalmente se critica la correlación que hace Al Gore entre temperatura y CO2, ya que no es el segundo el que causa la primera, sino al revés. Los datos extraídos del hielo muestran que la cantidad de CO2 en la atmósfera sigue a las subidas y bajadas de la temperatura con un retraso de unos 800 años. La razón estaría en los océanos: cuanto más frías son sus superficies, más dióxido absorben, y según se calientan, menos. La razón del lapso de 800 años es que el océano es muy grande y tiene mucha inercia, por lo que tarda bastante en cambiar de temperatura.

El culpable, para Martin Durkin, es el sol. Las manchas solares son campos magnéticos que se forman en periodos de especial intensidad de la actividad solar. Hace siglos que muchos astrónomos las observaban, y por eso es posible estudiar si tienen alguna influencia sobre el clima. Efectivamente, analizando tanto el último siglo como cuatrocientos años atrás, se observa una gran correlación entre la temperatura y las manchas solares. Esto parece deberse a que la cantidad de rayos cósmicos que alcanzan la atmósfera depende de la actividad magnética del sol, y estos rayos cósmicos son cruciales para la formación de las nubes, que impiden la llegada de la radiación solar a la superficie terrestre (los rayos cósmicos son partículas muy energéticas que pueden ionizar moléculas que actúan como semillas para la formación de gotas en las nubes). Registros de 600 millones de años de temperaturas y rayos cósmicos muestran una fuerte correlación inversa: cuanto mayor es uno, menor es el otro.

En cuanto a los modelos climáticos, son tan buenos como las suposiciones en las que se basan, y todos los que emplea el IPCC tienen como suposición fundamental que el CO2 provoca el aumento de la temperatura, de modo que si en el futuro aumenta su concentración, los modelos ofrecen como resultado un aumento de las temperaturas. Pero mientras no se comprenda bien el papel del sol, del vapor de agua, de las nubes, y cómo interaccionan entre sí, los modelos no servirán de gran cosa. Además, las predicciones a largo plazo tienen un problema de incentivos: se han olvidado cuando llega el momento de evaluar si se han cumplido, pero sólo reciben atención en el presente si predicen algo interesante. Como, por ejemplo, un aumento brutal de las temperaturas.

Por otro lado, la predicción de que a mayor temperatura tendremos más sucesos meteorológicos extremos tampoco parece cierta. La causa de estos desastres climáticos es en buena medida la diferencia de temperatura entre los trópicos y el polo, y ésta será menor si aumenta la temperatura global (el calentamiento por dióxido de carbono tiene lugar principalmente de noche, en invierno y en las zonas más frías). Tampoco parece claro que el nivel del mar vaya a aumentar dramáticamente, pues tenemos registros de épocas en las que Groenlandia era más cálida, o el permafrost se fundió más que ahora. Las imágenes del hielo rompiéndose en el Ártico suceden todos los años; son como las hojas cayendo de los árboles en otoño. Los cambios en el nivel del mar son de dos tipos: locales, que tienen más que ver con cambios isostáticos (movimientos verticales) en la tierra y no en el mar, y globales, que actualmente se deben principalmente a la expansión térmica del agua, que es algo, como vimos al hablar de la absorción de CO2, bastante lento (también influye el incremento de la cantidad de agua de los océanos, de momento relativamente pequeño). Por último, los mosquitos que transmiten la malaria también sobreviven en el frío, y su expansión tiene más que ver con el incremento de los movimientos humanos que con los cambios ambientales.

Finalmente, el documental critica el uso del principio de precaución, según el cual está bien ser cauteloso, al precio que sea, aunque luego la teoría utilizada resulte equivocada. Mejor prevenir que lamentar. Sin embargo, es un principio que se usa siempre en una única dirección. Sólo tiene en cuenta los riesgos de emplear una determinada tecnología, como la quema de combustibles fósiles para obtener energía, pero nunca los riesgos de no emplearla. Así, se argumenta que los países pobres deberían emplear sólo las energías solar y eólica, pero ésta son tan caras que en la práctica significaría condenarles al eterno subdesarrollo.

La ciencia

Durante muchos años, ni siquiera la realidad de que se había producido un calentamiento global a lo largo del último siglo era clara, debido a las discrepancias entre las mediciones en estaciones terrestres y las realizadas por satélites y globos. Es una de tantas razones para concluir que lo más importante que debe saberse sobre la ciencia del clima es que es extremadamente compleja y que, pese a la lluvia de millones que le ha caído en los últimos tiempos, aún está en su infancia. De hecho, el mismo Roger Revelle (el profesor de Al Gore al que éste rinde homenaje en su documental) argumentó en 1991, poco antes de morir, que "la base científica de un calentamiento basado en los gases de efecto invernadero es demasiado incierta como para justificar acciones drásticas en este momento". Hay cosas que siguen sin explicarse. Sin ir más lejos, uno de los gases de efecto invernadero, el metano, ha dejado de aumentar desde hace años, pero no se sabe por qué. Los modelos siguen suponiendo que se incrementará durante el próximo siglo.

El aumento reciente del CO2 atmosférico es en parte antropogénico y en parte consecuencia de un calentamiento previo. Siendo un gas de efecto invernadero, es obvio que también colabora en el incremento de las temperaturas, pero conviene recordar que su efecto no es lineal. Cada nueva molécula de CO2 que hay en la atmósfera colabora menos a calentarla que la anterior. Aunque en la historia del clima de la Tierra haya sido un factor menor, no puede descartarse sin más que una parte importante del calentamiento reciente, que muchos científicos consideran extraño por su rapidez, sea causado por el CO2 emitido por las actividades humanas.

El principal problema que aqueja ambos trabajos es la necesidad que aparentan de encontrar un culpable único del fenómeno del calentamiento. Es evidente, o debería serlo, que tanto el sol como el dióxido de carbono desempeñan un papel, y una teoría que deseche por completo uno de ellos, como si desechara otros muchos factores, está casi diseñada para equivocarse. La climatología es una ciencia que se ocupa de un sistema extremadamente complejo, en el que coexiste una gran cantidad de elementos y mecanismos que se realimentan entre sí de múltiples maneras, por lo que resulta difícil hacer predicciones acertadas.

Lo que sí parece establecido es la falsedad del palo de hockey, hasta el extremo de que, después de formar parte del resumen para políticos del anterior informe del IPCC, en el más reciente no aparece. El año más caluroso desde que se tienen registros no es 2005; el año reciente más cálido es 1998, y desde entonces la temperatura parece haberse mantenido todo lo estable que las variaciones anuales permiten.

Tampoco se puede afirmar que el nivel de los mares vaya a aumentar dramáticamente en unas pocas décadas. El hielo en la Antártida esta incrementándose, no disminuyendo, y en cuanto a Groenlandia, estaba perdiendo hielo a un ritmo de 0,4% por siglo, y de hecho incluso parece que esa reducción se ha detenido. El IPCC ha bajado su previsión de incremento del nivel del mar, y quizá deba hacerlo aún más si el metano sigue sin aumentar su presencia en la atmósfera. De los seis o siete metros que afirma Al Gore (sin precisar fechas), hemos pasado a unas decenas de centímetros en cien años, que de convertirse en realidad probablemente no supongan graves problemas de adaptación.

Otros desastres que cita Gore son los incrementos de tornados, huracanes e inundaciones, es decir, los sucesos climáticos extremos. No parece que ninguno de ellos muestre ningún aumento significativo con la temperatura. De hecho, el único ejemplo numérico que se pone es el de los tornados, pero esto no se debe a que cada vez se produzcan con mayor frecuencia, sino a que se detectan más, debido a las mejoras tecnológicas y al aumento de la población.

Tampoco se sostiene que vaya a aumentar la malaria, o que enfermedades como la gripe aviar se deban al aumento de temperaturas. Los mosquitos pueden resistir bajas temperaturas; es la presencia de zonas pantanosas lo que provoca una mayor presencia. Muchas enfermedades contagiosas han saltado a otros continentes debido al incremento de comunicaciones entre ellos.

Por último, parece que todas las predicciones dejan de lado la posibilidad de la aparición de tecnologías disruptivas, que cambien por completo el panorama tal y como hoy lo conocemos en lo que se refiere a la emisión de gases de efecto invernadero. Aunque pueda parecer demasiado futurista y aventurado, lo cierto es que podemos estar más seguros de que se producirán que de lo contrario. La historia del siglo XX así lo demuestra. ¿Quién iba a imaginar a finales del siglo XIX que tendríamos un mundo con automóviles, aviones, ordenadores, telefonía móvil e internet, por citar sólo algunos ejemplos?

Economía y ética

Lo que parecen dejar de lado tanto catastrofistas como escépticos es que el hecho de que el hombre provoque o no el calentamiento global tan sólo permite plantear la cuestión sobre qué se debe hacer, pero no la responde. ¿Debemos prevenir su aparición tomando drásticas medidas, aunque afecten a nuestra economía, o nos limitamos a adaptarnos?

Uno de los puntos débiles del catastrofismo medioambiental es que nos muestra un mundo estático al que los desastres se le vienen encima sin que nadie haga nada para adaptarse. Especialmente gracioso resulta que Gore muestre las inundaciones que tendrían lugar en Holanda, cuando este país es precisamente un ejemplo de cómo el hombre emplea la tecnología para adaptar el entorno a sus necesidades. Tampoco es de recibo que asigne las muertes en Francia por la ola de calor de 2003 al calentamiento global (las muertes se produjeron por una ola de calor repentina e inesperada): si las temperaturas aumentan, los hombres adaptaremos nuestros edificios y nuestra forma de vida, probablemente usando más aire acondicionado. Por otro lado, Gore olvida mencionar que se muere mucho más a causa del frío en invierno que del calor en verano.

Podemos adaptarnos a temperaturas más altas, que no sólo tendrán consecuencias negativas, también las habrá positivas. Es difícil evaluar el coste de hacerlo, así como el de evitarlo, pues al fin y al cabo no estamos seguros de que estemos haciendo algo útil dejando de emitir CO2. Con todo, las estimaciones siempre han ofrecido un valor mucho mayor al coste de prevención que al de adaptación. Hasta que "oportunamente" llegó el Informe Stern, que produjo un eslogan repetido incesantemente desde entonces: por un 1% del PIB mundial todos los años, nos ahorramos unos gastos del 20% del PIB mundial dentro de unas décadas.

Stern llegó a estos resultados exagerando los costes de no hacer nada y disminuyendo los de actuar hoy. La principal crítica que se le ha hecho es haber elegido una tasa de descuento irreal y extremadamente baja. Vamos a explicar esto. Si el tipo de interés está al 4% anual y se tienen 100 euros en el banco, el año que viene tendremos 104, es decir 100*(1+0,04). Pero si lo que queremos es tener 100 euros en el banco el año que viene, ¿cuánto debemos ingresar hoy? La respuesta es que ha de ser 100/(1+0,04), es decir, 96,15 euros. Bueno, pues cuando se usa el interés para hacer este último tipo de cálculos, los economistas lo llaman tasa de descuento.

El economista inglés considera que, moralmente, sería injusto para las generaciones venideras emplear una tasa de descuento alta, léase realista, porque colocaríamos nuestras necesidades por encima de las suyas. Si le hacemos caso y damos exactamente la misma importancia a las generaciones futuras que a las actuales, un ahorro de 100 euros dentro de cien años merecería la pena aunque nos costara 99,99 hoy. Hablando de calentamiento global, significa que los costes que tendrán las catástrofes predichas por los creyentes en el apocalipsis climático para dentro de varias décadas tienen el mismo valor para nosotros que si sucedieran hoy mismo.

Tratar la tasa de descuento como un problema moral es un error. Los seres humanos, los de hoy y los del futuro, preferimos tener algo ahora que tenerlo más tarde. Así ha sido desde que el mundo es mundo. Sólo ahorramos cuando se nos ofrece algo suculento a cambio. Por ejemplo, un interés del 4%, que es la media histórica. Cuando se emplean cifras muy distintas a ésta se obtienen resultados absurdos. Pero incluso si se tratara de un asunto moral, la cosa no sería tan sencilla. En el futuro, la Humanidad será más rica, y los grandes costes que esos desastres provocarían hoy serían para ellos algo mucho menos importante. El gasto que propone Stern es un impuesto que redistribuye de los relativamente pobres que somos nosotros ahora mismo a los relativamente ricos que serán nuestros descendientes dentro de cien años.

Además del lioso asunto de la tasa de descuento, Stern hace otras cosas, que se resumen en que siempre escoge la peor opción. Demográficamente, elige un modelo del IPCC tremendamente irreal, con muy poco crecimiento económico per cápita pero mucho aumento de la población, especialmente en latitudes bajas, donde sería más perjudicial el calentamiento global. No tiene en cuenta la capacidad de adaptación del hombre hasta unos extremos ridículos: no piensa en la posibilidad de que se construyan presas contra las inundaciones, o que los granjeros cambien los granos que siembran al no ser los actuales adecuados para el nuevo clima, o, como mencionamos antes, que la gente no se morirá de calor porque se adaptará progresivamente a la temperatura. El caso es que, con estos trucos y otros parecidos, amplía el coste del 3% del PIB mundial para 2100 calculado por Nordhaus, y que ya está entre las estimaciones más altas, hasta llegar a un 20%.

Pero no estamos hablando sólo de costes económicos. La diferencia entre adaptarse y prevenir es principalmente ética. En un caso se hace según las personas lo vayan necesitando, localmente. En el segundo se exige un esfuerzo colectivo y obligatorio, a escala global, aunque muchos no vean la necesidad o incluso lo consideren contraproducente, pues existen muchas zonas del mundo en las que un aumento de temperatura sería bienvenido.

Conclusiones

Los dos documentales que han cobrado tanta importancia son trabajos de propaganda de mucha calidad, que expresan puntos de vista contrapuestos, sin conceder al adversario ni la más mínima posibilidad de estar en lo cierto. Sin embargo, es posible que en algunos puntos tenga razón uno y en otros el otro. Puede que la principal causa del calentamiento sea el sol, pero también que el dióxido de carbono emitido por el hombre haya hecho que éste sea más intenso. O no. Lo cierto es que estamos lejos de saber nada con certeza.

Sea cual sea su causa, las consecuencias del calentamiento, de producirse en el grado que estiman los modelos, no serían en todo caso catastróficas, y el hombre podría adaptarse a ellas a un coste menor que el previsto para prevenirlo, aun si tuviéramos la seguridad de que reducir las emisiones serviría de algo.

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