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Las mentiras del 11-M

Si usted quiere enterarse de las miserias de la versión oficial, de las conclusiones a que han llegado hasta ahora las investigaciones periodísticas, este es el único libro que necesita. O, al menos, el único necesario a mediados de noviembre, que es cuando escribo estas líneas; quién sabe si cuando usted lea esto ya habrá sido preciso añadir otra decena a las 192 mentiras que Luis del Pino ha reunido en este volumen.

Dos años y medio después, con centenares de piezas de investigación publicadas en diferentes medios, se imponía que alguien recopilara toda esa información y la presentara en un formato comprensible y asequible, especialmente para quienes no han seguido el día a día de las novedades que el propio Luis, junto con varios periodistas de El Mundo, han ido poniendo sobre el tapete durante todo este tiempo. Las mentiras del 11-M se compone de 192 (en sentido homenaje a las víctimas de la masacre) pequeños textos, agrupados por grandes temas y dedicados, cada uno de ellos, a destapar una mentira, una incongruencia, una omisión, quién sabe si deliberada, en la investigación. Luis del Pino da así un repaso a todos y cada uno de los interrogantes suscitados por la verdad oficial del 11-M.

Nuestro ingeniero comienza su libro de forma contundente, con la mayor de las mentiras, la de que en los trenes estalló Goma-2 ECO. Recuerda en el primer epígrafe que se han ocultado los informes sobre los focos de explosión y que sólo se entregó al juez un resumen, en el que se decía que se encontraron "componentes genéricos de dinamita", como si existiera un componente de algo –sea dinamita o jarabe para la tos– sobre el que pudiera decirse de qué forma parte sin saber previamente qué es. Y es que la principal cortina de humo ha sido esa de alejarnos de los trenes y llevarnos a otros lugares –una furgoneta, una mochila, Leganés–, en los que se pudiera recrear una realidad más cómoda para la versión oficial. Pero lo cierto es que no conocemos el arma homicida, no sabemos quién colocó las bombas ni está del todo claro dónde las situó exactamente. La única prueba fehaciente de todo asesinato con bomba: la bomba, se nos ha hurtado durante dos años y medio.

En cuanto a las tres pruebas que sostienen la versión oficial, Luis del Pino comienza por la furgoneta y nos recuerda que, pese a que quien la condujera hasta Alcalá tuvo la precaución de ponerse guantes para no dejar restos de ADN ni huellas, sin embargo se dejó –o eso nos quieren hacer creer– su ropa. Los perros no detectaron explosivos en la célebre Kangoo, ni los agentes policiales vieron gran cosa en su interior, que sin embargo apareció repleto de objetos tras su paso por comisaría y con restos de un explosivo distinto al de la mochilla de Vallecas.

Qué decir de la mochila de Vallecas: por ejemplo, que tenía metralla (en los trenes no se ha hallado metralla procedente del explosivo), que era diferente de la que se explosionó controladamente en El Pozo, que el temporizador tenía la hora mal programada, que absolutamente nadie la vio en los trenes, que no hay manera de saber dónde estuvo en cada momento del día 11 y que no estaba preparada para estallar. Y que el comisario de Puente de Vallecas, donde apareció la madrugada del 11 al 12 de marzo, es el mismo Rodolfo Ruiz que fue condenado por falsificar pruebas para posibilitar la detención (ilegal) de dos militantes del PP, acusados falsamente de agredir al anterior ministro de Defensa, José Bono, durante una manifestación de víctimas del terrorismo.

La tercera prueba de la versión oficial, el Skoda Fabia, es la más flagrantemente falsa. Aparecido tres meses después de los atentados a pocos metros del lugar donde se encontró la furgoneta Kangoo, nadie ha mostrado prueba alguna de que estuviera allí el 11-M, pese a lo cual Olga Sánchez y Pilar Manjón apoyan la tesis de que se usó para transportar a los islamistas. Lo cierto es que no hay ninguna prueba gráfica de que estuviera allí, y que su matrícula no figura entre las consultadas por la policía en la base de datos correspondiente durante los días 11 y 12 de marzo. Para más inri, se trata de un vehículo que estaba marcado desde varios meses antes del atentado. Al final, el propio juez Del Olmo la quitó de entre las pruebas en su auto de procesamiento.

Esta demolición de las pruebas fundamentales del caso se complementa con numerosos interrogantes sobre otros elementos esenciales para la versión oficial: el suicidio de Leganés, el Chino, la casa de Morata, el carácter islamista de los pelanas; lo ocurrido el 13-M, las primeras detenciones y, sobre todo, la misma investigación policial. Y es que se ha limitado la información que se ha hecho llegar al juez, se han perdido pruebas, se han falseado algunas hasta extremos ridículos (¡la fotografía del explosivo de la Kangoo es una copia de la del explosivo de la bolsa de Vallecas!) y, como sabemos, se han llegado a falsificar informes de importancia secundaria –con el riesgo delictivo que ello conlleva– sólo por el hecho de que en ellos aparecía la palabra "ETA". La pregunta que se nos queda grabada tras la lectura de Las mentiras del 11-M no es si nos han mentido, sino quiénes y cuánto.

Este libro es, también, un antídoto contra todas las estupideces de El País, El Paisillo y algunos compañeros de viaje, que no dejan de hablar de "teorías conspirativas" y otras sandeces semejantes. Y es que este resumen de las investigaciones periodísticas no contiene ninguna teoría sobre la autoría de los atentados, ni conspirativa ni de ningún otro tipo. Principalmente porque, aunque se han dado algunas hipótesis, como no hay pruebas que las respalden, no se han formulado aún como tesis o acusación.

La investigación ha ido revelando la falsedad de la versión oficial hasta un extremo que ésta resulta imposible de mantener si no es por ignorancia o por intereses bastardos. Todas las pruebas que apuntaban a "los pelanas de Lavapiés" han sido desmontadas. Ni la furgoneta de Alcalá, ni el Skoda Fabia ni la bolsa de Vallecas son pruebas reales. Como bien comentó el mismo Luis en su blog: "Habéis acusado de conspiración a un grupo de traficantes, de chorizos de medio pelo, de esquizofrénicos y de confidentes policiales. Y, cuando se os pide que exhibáis las pruebas en que os basáis, resulta que no tenéis ninguna. ¿Quién es el conspiranoico?".

En definitiva, tanto si uno se ha perdido con tanto nombre árabe como si quiere averiguar qué han descubierto los medios de comunicación pero le da pereza ponerse a mirar periódicos viejos, el libro de Luis del Pino es todo lo que necesita leer sobre el 11-M. Hasta las próximas revelaciones, claro.

Luis del Pino, Las mentiras del 11-M, Libros Libres, Madrid, 256 páginas.

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