Menú

Etología del progre

Con este nuevo libro, Pablo Molina nos conduce por el territorio en el que mejor se mueve, el de la enseñanza deleitosa, el de la ironía que sirve para desnudar la estupidez humana, para poner –en este caso– un espejo del Callejón del Gato al borde del camino de lo que en este principio de siglo nos ha quedado de la izquierda: el progre. No es que el progre no tenga, incluso avant la lettre, una larga trayectoria, al menos desde los años 70; pero entonces aún podían reconocérsele algunos principios, cierta ideología fundamentada en utopías que aún no habían sido completamente deshechas por la Historia, que aún no habían sido reveladas de modo incontrovertible en su miseria reaccionaria. Digamos que entonces todavía éramos los hard-progres, marxistas y aledaños de toda laya y condición, antifranquistas con melenas y Pink Floyd, sándalo y pana, "infame turba de nocturnas aves" (Góngora, no Cuerda) juveniles a la búsqueda del revolcón revolucionario. Todo aquello pasó, cayó el Muro de Berlín y entre sus ruinas vimos deambular a la vanguardia de las masas en pos de una nueva utopía, de un dogma renovado que les devolviera la conciencia de ser otra vez los buenos, de estar en el lado correcto y gozar de la gracia frente al infierno capitalista. Sin embargo, no había más nueva utopía que la democracia y la libertad que tanto habían denostado, y el progre, incapaz de aceptar la realidad, se quedó en light, en marxista vergonzante y descremado, en lo que va de Breznev a Llamazares, en un mero ir a la contra que fueron llenando de ecología de gaceta vecinal, antiamericanismo –del que venimos todos, pero que ellos han elevado desde la mera antipatía al rechazo satánico–, antioccidentalismo, pacifismo selectivo, boinas y trajes regionales y, en general, cuanto pudiera devolverles señas de identidad colectivas, un refugio frente a la soledad del pensamiento libre, y aliviarles de la culpa por su bienestar y de la frustración histórica por el triunfo de la civilización universalista a la que pertenecen.

No se me ocurre otra explicación, más que esta etiología religiosa, este intento de llenar un vacío vital de burgueses apesebrados, para entender la proliferación de esta nueva especie izquierdista, el light-progre, que ha hecho de Zapatero su icono. Creo que la clave del personaje (en el caso de ZP, de lo que vende: él sí cree en el mercado) y de los que le jalean hasta el éxtasis estriba en una vocación no realizada de santurronería y comunión, de recuperación de la superioridad moral que sólo la pertenencia a la religión verdadera proporciona. Y creo que como en toda religión sin Dios (en su más amplio sentido), en toda secta, los que la dirigen son, sobre todo, los impostores, los fariseos, los sepulcros blanqueados, los repugnantemente hipócritas, dobles, falsos. Sólo así, repito, por una especie de abducción sectaria, hija de la desorientación y la cobardía intelectual, por la necesidad de identificarse con un nuevo santoral que redima de los propios pecados de bien-vivir capitalista, en tanto que millonarios y atormentados, ejemplos de sufrimiento ante el caviar, podemos siquiera atisbar cómo una panda de estafadores semejante puede gozar de crédito y fortuna.

La gran virtud de Pablo Molina es la de hacernos pasar un rato divertido sobre tan despreciable material. Si la lectura de Cómo convertirse en un icono progre nos ha llevado a preguntarnos por su etiología ha sido porque su etología (conducta) está más que formidablemente explicada en el libro, hasta el punto de obligar a la interrogación sobre las causas del fenómeno, que es siempre la mejor cualidad de un libro. Porque es aquí, en los iconos de los funcionarios del bienestar, sobre ese bajorrelieve santurrón, donde Pablo ha puesto su espejo cóncavo para desnudar esta nueva forma de puritanismo tartufo y posmoderno que es la progresía. Se trata de un libro que se lee con una sonrisa sostenida, que por momentos se hace carcajada, y en otros inevitable indignación. Construido como parodia de los libros de autoayuda, utiliza un recurso retórico de larga tradición: el de presentarse como lo contrario de lo que es, es decir, eso en lo que consiste esencialmente la ironía. Y que sirve así a la perfección, desde el punto de vista formal, para resaltar aquello de lo que habla: la impostura progresista. El relato no se nos entrega como crítica, sino como enseñanza para que los lectores puedan lograr convertirse en iconos progres y, con ello, alcanzar la fama y la fortuna combatiendo lo que les ha hecho ricos, al modo en que lo han conseguido Chomsky, Moore, Gore, Sardá, Milá, Víctor y Ana o la universidad en pleno, la institución más progresistamente corrupta del occidente aniquilable. Riqueza y chanchullos subvencionados a los que no sólo no renuncian, sino que justifican, para asumir con frescura lo que a cualquiera con un mínimo de decencia le produciría sarpullidos. A ellos no, ellos son progresistas y, por tanto, como se encarga de subrayar Molina hasta convertirlo en uno de sus ejes, "todo les está permitido". La clave del progre será, por tanto, y aparece así desde la misma portada del libro, "el arte de hacer lo contrario de lo que se predica". Y más aún, de predicar lo contrario de lo que se es, sintiéndose, encima, moral e intelectualmente a salvo de contradicciones y reproches. En eso consiste su condición ejemplar, su capacidad de lavatorio de la mala conciencia de unos seguidores a los que ofrecen consuelo a cambio de enriquecerse un poquito. Al fin y al cabo, la ley del mercado.

Pablo Molina, Cómo convertirse en un icono progre, Libros Libres, Madrid, 2008, 159 páginas.

0
comentarios