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¿Es usted liberal?

¿Es usted liberal? La respuesta a esta pregunta le será más fácil cuando haya leído Liberalismo. Una aproximación, de David Boaz. Gota a Gota, la espléndida editorial de FAES, ha traducido (y bien) al español este libro, que compendia de forma eficaz e inteligente de dónde viene la filosofía de la libertad, cuál es su visión de la ética y del desempeño de la sociedad y cuáles sus respuestas a los problemas actuales. Escrita en esa década –entre el fracaso histórico del socialismo y el atentado islamista contra el corazón de los Estados Unidos– en que uno podía soñar con un feliz receso en la sempiterna lucha por la libertad, la de Boaz es una obra fruto del optimismo que muestra lo potente que puede ser esta cosmovisión del hombre y de la sociedad. Pero también advierte, con total honradez, de los obstáculos con que puede tropezar.

Derecho a la vida, propiedad y libertad: éste podría ser el trípode de la filosofía liberal, sobre el que se va construyendo, en realidad descubriendo, todo su armazón ético y teórico. Aunque pueda parecer una simplificación excesiva, y por recurrir al propio Boaz, "a lo largo de la historia no han existido más que dos filosofías políticas: libertad y poder". La filosofía que confía en el espontáneo desarrollo de la sociedad, que libremente y sin un diseño prefijado va elaborando las instituciones que le permiten sobrevivir, adaptarse a cambiantes circunstancias y ganar en riqueza y complejidad, es lo que hemos llamado liberalismo. Sus orígenes son varios, como variada es la experiencia humana de la libertad y la opresión y del pensamiento en torno a ambas.

Boaz da cuenta de los hitos de la filosofía de la libertad en el descubrimiento de la ley natural, de los conflictos por la creciente complejidad de la sociedad, que llevan a compromisos como la tolerancia o incluso la libertad religiosa, y, en fin, de las luchas de una parte de la sociedad contra la opresión. Beneficia en exceso las fuentes recogidas por la historiografía anglosajona (levellers, Locke, Revolución Gloriosa, Adam Smith, independencia de los Estados Unidos…) sobre una tradición continental en la que España, por las aportaciones del neotomismo de la Escuela de Salamanca, tiene cierto protagonismo. Se nota que está pensando en el lector estadounidense, lo cual, no obstante, no hace que la obra pierda interés para los demás.

Esa mezcla de ignorancia, buscada y lograda, y de sectarismo que abunda en el campo no liberal, sin anegar sus inmensas extensiones, explica en gran parte que se presente al liberalismo como lo que no es. Así, los socialistas lo identifican con el economicismo, lo cual resulta ciertamente paradójico. Porque ellos, cuando hablan de ética y derechos, se refieren pura y simplemente a la economía: que si una parte de la sociedad tiene menos renta o riqueza que otra, que si los trabajadores son explotados por los empresarios, que si una sociedad libre no atendería las necesidades de los más pobres… Cuando llenan sus discursos de referencias a la justicia, de lo único que hablan es de dinero. Eso no pasa con el liberalismo, que antes de hablar de los cuartos (y reconozcámosles a los socialistas que es un asunto importante) trata de la dignidad del individuo y de la necesidad de reconocerle un espacio propio, inviolable. El de su vida, en primer lugar. Y el de la propiedad, como una proyección de su industria sobre la realidad material, para seguir.

Boaz señala las lindes de este espacio protegido en torno al individuo, que es incompatible con los llamados "derechos colectivos". El libre juego, fruto de acciones concertadas voluntariamente, de estos derechos da lugar a una realidad de incesante cambio en la que las diferencias personales se permiten y se fomentan. Pero esas desigualdades económicas, que son la preocupación de los socialistas, no inquietan al liberal, que sin embargo defiende una igualdad radical de los individuos por lo que se refiere a su dignidad y sus derechos inalienables. ¿Cómo podría tal idea no oponerse al poder? "La humanidad no ha nacido con sillas de montar sobre sus espaldas, ni tampoco ha concedido botas y espuelas a unos pocos para que cabalguen legítimamente sobre los demás por la gracia de Dios", nos dice Jefferson desde el libro de David Boaz.

En el capítulo "Cuáles son nuestros derechos" se detiene (nunca demasiado: éste es un libro de síntesis) en los "falsos derechos", que son los que se refieren a una cantidad de tal o cual bien o servicio y acaban en invocaciones a la apropiación de lo ajeno. Son los derechos económicos que (otra vez) preocupan a los antiliberales. Como las necesidades humanas son potencialmente ilimitadas, serían incontables, explica Boaz, para a continuación afirmar: "Tenemos infinitos derechos contenidos en un solo derecho natural, el derecho fundamental del ser humano de vivir la vida como deseemos, siempre que no violemos los derechos iguales de los demás".

Más adelante, Boaz recuerda que hay una crítica liberal al sexismo y al racismo que originó movimientos como el feminismo o el que se erigió en pro de los derechos civiles en los Estados Unidos de los 60. "Por desgracia –añade–, terminó perdiendo su fuerza y se desvinculó del objetivo de derechos iguales en virtud de la ley, debido a la proliferación de nuevas formas de defensa de la discriminación patrocinada por el Estado". Se está refiriendo a la discriminación positiva y a la imposición de cupos, medidas que en cierto país han llegado a producir cuotiministras, con lo que eso supone de menoscabo para la condición de la mujer.

El liberal no imagina un modelo de sociedad para luego imponérselo a los demás. Observa que, en la consecución de sus propios fines, los individuos crean una trama de relaciones interpersonales, consensuadas y voluntarias. Son fuertes, porque están cimentadas por el propio interés, pero no hegemónicas e imperativas, como las que caracterizan al nacionalismo o al socialismo. Boaz cita a Ernest Gellner, que habla de "relaciones con fines específicos mediante asociaciones limitadas", con "vínculos flexibles, específicos e instrumentales". Es la sociedad civil, que crea esa trama de usos comunes y asociaciones que responden al ingenio humano, puesto libremente al servicio de los deseos de los ciudadanos, sin necesidad de que intervenga el Estado. La sociedad civil también es capaz de segregar instituciones para la atención de los que menos tienen. La sociedad civil, de hecho, ha logrado arrancar de la miseria a más personas que el Estado de Bienestar.

Sí, los liberales también hablan de economía; y dicen muchas menos tonterías que los socialistas. El capítulo titulado "El proceso de mercado" trata del funcionamiento de esta institución con delicadeza y acierto. El lector que tenga la sospecha de que no acaba de comprender qué función social cumplen los beneficios y las pérdidas empresariales, por qué fracasó el socialismo, cómo es que en un supermercado miles de personas encuentran exactamente lo que necesitan o qué papel desempeña el comercio internacional obtendrá en estas páginas unas pistas seguras, y lo suficientemente atractivas como abrirle el apetito por saber más.

La némesis del mercado es el Estado, el Big Government –de difícil traducción a nuestro idioma; la traductora ha optado por "Gobierno grande"–. De él surgen la mayoría de los problemas sociales, o al menos los que más nos preocupan. "La evolución natural de las cosas es que la libertad ceda espacios y el gobierno los invada", reconocía Jefferson; y donde penetra no hace sino crear más problemas. Puesto que es nuestra experiencia diaria, entenderá el lector que pase varias páginas hasta detenerme en cómo, según el autor, el liberalismo atendería mejor los problemas contemporáneos que el procedimiento de ordeno y mando, incluso con un arma tan poderosa como es el Estado.

Crecimiento y prosperidad, empleo, jubilación, salud, tensiones sociales, medio ambiente, educación, libertades civiles, pobreza: nada escapa a la mirada del liberalismo, que se sirve de las experiencias de la gente para solventar los distintos problemas mejor que el Estado. Quienes tienden a desconfiar del libre desarrollo social se sorprenderán de observar cómo la libertad... ¡funciona!

¿Siempre? Boaz presta atención a los campos donde el liberalismo no ha dado, al menos por el momento, una respuesta plenamente satisfactoria. Pensemos, si es que alguna vez dejamos de hacerlo, en los impuestos. Si, como recuerda Boaz, el liberalismo aboga por una sociedad "libre de coacción", habría de postular la completa erradicación de los tributos. Pero ¿cómo se financiarían entonces las funciones legítimas del Estado? "Conozco varias respuestas a esta pregunta", responde Boaz, pero reconoce que "ninguna es del todo satisfactoria".

El apartado más flojo de Liberalismo. Una aproximación es el dedicado al pacifismo liberal. "Estados Unidos es un país seguro. No existe ninguna ideología agresiva que amenace la vida o la paz mundial", afirma Boaz, para justificar la retirada de Washington de los conflictos mundiales y una drástica reducción de las partidas presupuestarias destinadas a Defensa. Cuatro años después de que Boaz escribiera lo anterior, el terrorismo islámico redujo las Torres Gemelas a una nube de polvo. En cualquier caso, y como las respuestas son necesariamente breves (siempre lo son), ofrece al lector una bibliografía selecta y más que adecuada para apuntalar sus puntos de vista.

¿Es usted liberal? Sea cual fuere su respuesta antes de leer este libro, seguro que después será, cuando menos, un poco más afirmativa.

David Boaz, Liberalismo. Una aproximación, Gota a Gota, Madrid, 2007, 470 páginas.

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