Menú

Polonia, 1956

La URSS, contra la blanca Polonia

Polonia perdió su independencia en 1945. Los fines y la política del nuevo Estado satélite de la URSS fueron subordinados a los intereses soviéticos. El dominio bolchevique supuso la continuación del imperialismo ruso; ahora bien, esta vez el proyecto de expansión de las fronteras rusas fue muy hábilmente disfrazado con una ideología atractiva para numerosos círculos ultraizquierdistas de fuera de la URSS. De algún modo, se repetía la situación de los años 1815-1830, cuando los rusos, partícipes de la división del Estado polaco independiente, crearon una especie de Reino de Polonia sometido al zar que los polacos consideraron una nueva forma de ocupación, como quedó de manifiesto en el gran levantamiento de 1830-1831.

Con la llegada al poder de los bolcheviques, la tradicional política rusa hacia Polonia no hizo sino agravarse. Un momento clave lo encontramos en 1920, con la gran victoria del Ejército polaco, comandado por el padre de la independencia, Józef Pilsudski, sobre las tropas soviéticas. Pilsudski salvó la independencia nacional e impidió que los revolucionarios comunistas de Rusia y Alemania se unieran para llevar la tea incendiaria del golpismo soviético a toda Europa Occidental. Como consecuencia de ello, la aversión de Moscú hacia la blanca Polonia cobró aún más intensidad.[1]

Durante el periodo de entreguerras, la República de Polonia (uno de los frutos del Tratado de Versalles) trato de poner coto a las amenazas a su seguridad procedentes tanto del Este como del Oeste. A finales de agosto de 1939 sus dos vecinos, Alemania y la Unión Soviética, sellaron un pacto, realmente una especie de alianza entre el nazismo y el comunismo, con el objeto de desatar la guerra contra el Estado polaco y repartirse los territorios de Europa Central y Oriental. El 1 de septiembre Alemania atacó Polonia (previamente, las autoridades polacas, decididas a mantener la independencia nacional por encima de todo, se habían negado a invadir junto a Hitler la Rusia soviética); el 17 del mismo mes, y de acuerdo con lo estipulado en el Pacto Ribbentrop-Molotov, la URSS invadió la zona oriental del país: ocupó el 52% del territorio, un área en la que vivían 13 millones de personas.

Los polacos se vieron, pues, sometidos a una doble ocupación. Tanto los nazis como los soviéticos practicaron el terror contra las élites intelectuales y sociales del país. Los nazis se dieron al genocidio masivo y el terror universal; los soviéticos, al genocidio selectivo y el terror universal.

De todas las resistencias que vieron la luz durante la Segunda Guerra Mundial, la polaca, organizada en torno al Estado subterráneo y al Ejército Nacional, fue la más extendida. Asimismo, las tropas polacas, que combatieron en los frentes locales de la contienda, disponían de uno de los mejores servicios de inteligencia del mundo: a ellos se debió, en buena medida, que los Aliados consiguieran desentrañar los mensajes ultrasecretos que, a través de las célebres máquinas Enigma, se intercambiaba la jerarquía nazi[2]. Con todo, en pleno conflicto entró en vías de realización el plan de Stalin para implantar regímenes soviéticos en Polonia y otros países de la región, plan aprobado finalmente por los Aliados en las conferencias de Teherán y Yalta[3].

En enero de 1944 el Ejército Rojo cruzó la frontera polaca y procedió a establecer el poder soviético por medio del terror masivo, del que también hicieron uso los comunistas locales. Muchos de éstos eran agentes de Moscú; a menudo eran de origen no polaco y hablaban mal el idioma de la nación que iban a dominar.

A diferencia de otros pueblos europeos, que hubieran deseado entonces que el Ejército Rojo penetrara en sus países, los polacos ya tenían experiencia en el trato con los bolcheviques. Los acontecimientos de 1920 hicieron que el marxismo soviético fuera marginal en Polonia. Muy poco popular, se le tachaba de totalitario y traidor. Además, se mantenía vivo el recuerdo del terror "bárbaro" de aquellos días: los polacos lo relacionaban con la veta asiática presente en la mentalidad rusa, y consideraban que el empleo de la violencia masiva era un elemento clave y no extraordinario de la cultura política del país vecino. También estaban el rechazo al sistema soviético (expropiaciones, colectivización, erradicación de las libertades de expresión y confesión, etcétera) y la falta de atracción por la cultura que parecían mostrar los invasores[4], así como la memoria de la persecución a que habían sido sometidos los polacos en la URSS ya antes de la II Guerra Mundial.

Pero la clave fue la ocupación soviética previa, los asesinatos y deportaciones a la URSS de los "enemigos de clase" (cualquiera podía serlo por el mero hecho de ser polaco), la matanza de Katyn[5] (primavera de 1940), en la que fueron asesinados 15.000 prisioneros de guerra polacos (y que los comunistas atribuyeron a los nazis hasta 1989), y el Gulag, que también engulló a numerosos independentistas a partir de 1944.[6]

Polonia perdió su soberanía a manos de un país totalitario que además era inferior tanto económica como culturalmente hablando. Los comunistas, rechazados por una abrumadora mayoría de la sociedad, se instalaron y mantuvieron en el poder gracias al Ejército Rojo y al NKVD. Si bien hubo organizaciones clandestinas que lucharon con las armas durante cerca de cuatro años, a los bolcheviques les resultó sencillo apoderarse de una nación desangrada, destrozada, diezmada. La destrucción se había cernido sobre el 40% de los bienes y el 65% de las fábricas, sobre la quinta parte de los pueblos y aldeas. La capital, Varsovia, había sido arrasada por orden de Hitler.[7] Durante la guerra murieron (de hambre, heridas y enfermedades) entre 5,5 y 6 millones de polacos, de los que 2,8 eran judíos o de origen judío. Otras 650.000 personas, civiles y militares, perdieron la vida en el transcurso de las operaciones bélicas. Los campeones de la devastación fueron, en este orden, el Tercer Reich y la Unión Soviética.

La toma comunista del poder

El referéndum de 1946 fue crucial para el establecimiento del régimen comunista. El bloque controlado por los nuevos amos del país cosechó una sonora derrota en las urnas: a pesar de la represión, sólo obtuvo el 27% de los votos, mientras que la aún no liquidada oposición se hacía con el 73%; sin embargo, los resultados oficiales arrojaron un 68-32 a favor de los comunistas. Las siguientes elecciones, celebradas en enero de 1947, fueron igualmente falsificadas: esta vez se decidió que los comunistas habían conseguido el 80% de los sufragios. A partir de ese momento la represión sobre los opositores se recrudeció.

Polonia fue sovietizada a marchas forzadas. En 1946 se nacionalizó la industria, y en 1947 se comenzó a limitar el comercio privado. Por otro lado, los nuevos dirigentes se atrajeron no pocas simpatías cuando concedieron tierras a un millón de campesinos, redujeron el paro entre los obreros y dieron empleo a numerosas gentes del campo en las ciudades industriales (valga como ejemplo de la Polonia sovietizada la ciudad de Nowa Huta –Nueva Fábrica–, erigida en las proximidades de la reaccionaria Cracovia). En los beneficiarios de tales medidas cifraban los bolcheviques su esperanza.

Cuando la autoridad de los comunistas se fortaleció, Stalin dio la orden de que se completara el proceso de sovietización. En 1949 se nombró ministro de Defensa al mariscal soviético Konstantin Rokossovsky. Al mismo tiempo, casi todos los mandos del Ejército fueron a parar a manos de generales soviéticos. De hecho, el Ejército polaco pasó a ser un apéndice del Rojo. También se agudizó el sometimiento a la URSS en el ámbito económico –lo que condujo a una explotación cada vez mayor del país[8]–, como quedó de manifiesto con el rechazo del Plan Marshall por orden de Moscú.

Con la sovietización se agudizó el terror, la búsqueda de enemigos en la sociedad y en el seno del propio Partido Obrero Unificado de Polonia (POUP). Se detenía y torturaba a gentes cuyos crímenes consistían, por ejemplo, en comentar la información emitida por las radios extranjeras o en contar chistes anticomunistas. Se persiguió sañudamente a la Iglesia Católica, que, una vez más, se erigió en símbolo de resistencia cultural y nacional ante el invasor.

Los polacos ya sabían que el totalitarismo soviético iba a ser mucho más radical que el nazi, dado que éste tenía la vieja costumbre burguesa de no dañar a sus partidarios. Por ejemplo, si uno era simpatizante del Partido Nacionalsocialista de Hitler y apoyaba su programa, podía considerarse a salvo; de hecho, en los países ocupados los colaboracionistas gozaban de protección. En cambio, los comunistas se distinguían por su incesante búsqueda de quintacolumnistas y por aplicar el terror preventivo, que alcanzaba tanto al mendigo (oficialmente inexistente) como, prácticamente, al primer secretario del POUP. De ahí que formar en las filas de los ocupantes no representara garantía alguna.

En 1952 se promulgó una nueva Constitución, supervisada por Stalin, por la que se cambiaba el nombre del Estado; de ahí en adelante pasó a ser la República Popular Polaca.

La desestalinización

El proceso de desestalinización de Polonia comenzó al morir Stalin (si bien en determinados aspectos la represión alcanzó su apogeo una vez desaparecido el georgiano). Fue lo que se denominó "el deshielo". El POUP pretendía rebajar la represión y comandar los limitados cambios previstos. Así pues, se redujo el número de detenciones, se aligeró la censura y se permitió a la prensa una cierta crítica de la labor de las autoridades. En diciembre de 1954 se liquidó el Ministerio de Seguridad Pública (MBP), el odiado símbolo de la nueva Polonia, donde, curiosamente, trabajaban muchos brigadistas internacionales que habían combatido en la guerra civil española. Por otro lado, se redujo tanto la inversión en la industria pesada como el gasto en armamento, y se puso freno a la colectivización de la agricultura. Y por todas partes surgieron clubes de debate, en buena parte conformados por jóvenes intelectuales relacionados con el poder.

En febrero de 1956 tuvo lugar en Moscú el célebre XX Congreso del PCUS, en el que la dirigencia soviética criticó, en secreto, el culto a Stalin y algunos de los desmanes cometidos por éste. Un mes más tarde, y también en la capital rusa, moriría en extrañas circunstancias el líder estalinista Boleslaw Bierut, a quien sustituirá al frente del POUP el igualmente dogmático, si bien más moderado, Edward Ochab.

Entre tanto, Polonia vivía momentos de crisis política y social. La sociedad percibía que el todopoderoso POUP se encontraba muy debilitado. Cada vez eran más los polacos que reclamaban transparencia a las autoridades, la liberación de los presos políticos, la rehabilitación de quienes habían sido injustamente castigados, el castigo de los torturadores, el arrumbamiento del realismo socialista en el ámbito de la cultura, el fin de los privilegios de que disfrutaba la oligarquía (sobre todo en las tiendas), la introducción de cambios de envergadura en la dirección económica del país y la supresión de la enseñanza del ruso en las escuelas. Entre abril y mayo de 1956 salieron a la calle 35.000 presos (7.000 de ellos políticos). Algunos, además, fueron rehabilitados (la mayoría, ex miembros del POUP).

Poznan

A medida que pasaban los días aumentaban las demandas de cambio y el desconcierto de los comunistas. Así las cosas, el 28 de junio estalló en Poznan una revuelta popular que acabó dejando una huella indeleble en la historia polaca. Los obreros habían dado en enarbolar la bandera de la libertad nacional.

La huelga general dio paso a una manifestación masiva y pacífica, y ésta a una auténtica insurrección popular, finalmente sofocada por el Ejército, el Cuerpo de Seguridad Interna (KBW) y la Milicia Ciudadana (MO).

Poznan es la capital de la Gran Polonia (Wielkopolska), tradicionalmente la región más rica del país. Sus habitantes han tenido siempre fama de patriotas, y se han batido ardorosamente contra alemanes y rusos. Estos últimos procedieron a demoler el sistema agrario mediante la persecución de los kulaks (grandes y medianos propietarios de tierras), en buena medida artífices de la prosperidad de la región. La deskulakización trajo consigo una drástica caída del rendimiento de las tierras, y por tanto una grave crisis en el sector de la alimentación. Por si esto fuera poco, a Wielkopolska se le castigó con unas cuotas de producción muy elevadas y unas muy escasas partidas presupuestarias (en este sentido, fue la región menos dotada del país).

Los planificadores de la economía pretendían recortar gastos reduciendo el salario de los obreros y fijando cuotas de producción cada vez más elevadas. No es, pues, de extrañar que en la primavera de 1956 el ambiente en las fábricas de Poznan fuera muy tenso. Los obreros, que constituían un proletariado bien asentado y de larga data, estaban peor pagados que antes de la guerra, incluso peor que durante la ocupación alemana (Wielkopolska fue anexionada al Tercer Reich). Los trabajadores de Poznan (y de muchas otras partes de Polonia) advertían de continuo a las autoridades de que estaban dispuestos a ir a la huelga.

Todo comenzó en la mañana del día 28, cuando los obreros de la fábrica Stalin (antigua Hipolit Cegielski) se declararon en huelga y salieron a la calle. La primera muestra de que las reivindicaciones no eran sólo laborales fue que los huelguistas procedieron a retirar el rótulo con el nombre del odiado dictador soviético. A medida que se acercaban al centro de la ciudad, se les iban sumando trabajadores de otras factorías y gentes de todo tipo y condición: tranviarios, costureras, funcionarios, miembros de la intelligentsia, incluso niños. Para cuando llegaron al Consejo Nacional de la Ciudad (ayuntamiento), los 10.000 manifestantes se habían convertido en 100.000.

Pedían "pan y libertad", y gritaban consignas como las que siguen: "¡Fuera los bolcheviques!", "¡Fuera la burguesía roja!", "¡Fuera los rusos!", "¡Queremos elecciones libres bajo supervisión de la ONU!", "¡Que viva Mikolajczyk[9]!", "¡Queremos que se enseñe religión en las escuelas!". Asimismo, entonaban el himno nacional y canciones patrióticas y religiosas. Las pancartas rezaban: "¡Queremos libertad!", "¡Muerte a los traidores!", "¡Queremos a Dios!", "¡Exigimos una Polonia libre!". En un tranvía inmovilizado se escribió: "¡Abajo la dictadura!".

Los manifestantes irrumpieron en edificios públicos como el que albergaba al Comité Regional del POUP, donde destruyeron tanto los símbolos de la dictadura comunista, que reemplazaron con banderas nacionales polacas, como los aparatos que interceptaban la señal de las radios polacas anticomunistas que emitían desde el extranjero. Cuando penetraron en la sede de la MO, los funcionarios allí presentes les facilitaron armas. Semejante falta de reacción hizo que cobraran fuerza los rumores que hablaban de una vasta rebelión nacional.

Las autoridades locales reclamaron que se pusiera fin a la revuelta manu militari. La decisión final estaba en manos del politburó del POUP, que encomendó al viceministro de Defensa, el general soviético Stanislaw Poplawski (su nombre real era Serguéi Gorojov), la pacificación de la ciudad.

Mientras el Buró Político deliberaba, entre la multitud corrió el rumor de la detención de los miembros de la delegación obrera que había estado en Varsovia los días inmediatamente anteriores para negociar con las autoridades las demandas de los trabajadores. No era cierto, pero los manifestantes decidieron entonces liberar a los presos políticos y cercar la sede regional de la odiada Dirección de Seguridad Pública (UB), símbolo del terror comunista y de la sumisión a Moscú.

Empezaron tirando piedras. Desde la sede de la UB se replicó con fuego real. Cayeron los primeros muertos. Los manifestantes se dispersaron, pero pronto volvieron a la carga, pertrechados ya con cócteles molotov y algunas armas.

Los primeros tanques enviados a proteger el edificio de la UB no pudieron cumplir su cometido porque no disponían de armamento pesado. Los insurrectos consiguieron destruir algunos. Las mujeres gritaban a los soldados: "¿Acaso vais a disparar contra unas madres?". Algunos se dejaron desarmar y se sumaron a las filas de los anticomunistas.

Los comunistas asesinaron en unas dependencias de la Seguridad al muchacho de 13 años Roman Strzalkowski. Otro chaval cayó muerto cuando, en medio de una lluvia de balas, tomó de manos de una tranviaria herida la enseña nacional. Aún hoy se ignora cuál era su nombre. Un adolescente de 16 años que se defendía con las armas en la mano fue asimismo asesinado por funcionarios de la UB.

Los insurrectos trataron, sin éxito, de extender el levantamiento más allá de Poznan. Finalmente, las autoridades enviaron a la ciudad cuatro divisiones del Ejército, más de 10.000 soldados, con 420 tanques, cañones y carros blindados, para sofocar la rebelión. Enfrente, los insurrectos apenas contaban con dos centenares de armas, varias granadas de mano y algunas botellas con gasolina. Los oficiales políticos de las divisiones contaban a los soldados que la rebelión estaba instigada por unos saboteadores occidentales que pretendían anexionar Polonia a Alemania.

Finalmente, las fuerzas represivas lograron hacerse con el control de la ciudad durante la mañana del 29 de junio. Se conocen los nombres de 58 personas que perdieron la vida en la sublevación: 50 civiles, cuatro soldados, tres miembros de la UB y un miliciano. Probablemente se ejecutó a una decena de soldados por negarse a cumplir la orden de disparar contra el pueblo. Cientos de personas resultaron heridas, y fueron detenidas 746, la mayoría de ellas obreros.

Por la noche, en un discurso transmitido por la radio, el primer ministro, Józef Cyrankiewicz, atribuyó el levantamiento, una "provocación criminal", a los agentes del "imperialismo", que se habían aprovechado del descontento reinante en algunos centros de trabajo. Haciendo uso de la retórica estalinista, remachó: "A los provocadores o locos que se atrevan a levantar la mano contra la autoridad popular, no les quepa duda de que la autoridad popular les cortará esa mano".

Los sucesos de Poznan conmovieron a la sociedad polaca, agravaron las luchas intestinas en el POUP e instilaron el pánico entre los comunistas, pues los habían protagonizado aquellos que, teóricamente, eran la vanguardia de la revolución (con todo, la propaganda hablaba de elementos "reaccionarios"). Asimismo, suscitaron protestas más allá de las fronteras polacas[10], debido, entre otras cosas, a que entre los testigos presenciales se contaban bastantes extranjeros (por esas fechas se estaba celebrando la Feria Internacional de Poznan) y a las emisiones de la sección polaca de Radio Free Europe, que informaba con puntualidad de lo que pasaba y hacía llegar a los polacos el apoyo de Occidente al levantamiento, si bien con el temor de que se le acusara de ser la fuente de la insurrección y, al mismo tiempo, del ahogamiento de las protestas en un mar de sangre. De manera increíblemente irresponsable, elementos oficiales de EEUU presionaban para que la emisora incitase a los obreros de Poznan. Sin embargo, el director de la misma, Jan Nowak-Jezioranski, no cedió. Sí lo hizo, en noviembre, la sección húngara, que alentó a los insurrectos con promesas de una ayuda de Occidente que jamás llegaría.[11]

El régimen comunista acabó culpando de la insurrección a 22 personas; fueron sometidas a un aparatoso proceso en el que se pretendía demostrar que los "sucesos" habían sido encabezados por unos gamberros, a pesar de que la tesis de la Fiscalía era la de que se trataba de una "provocación" organizada tanto por los servicios secretos de EEUU y la República Federal Alemana como por el elemento "reaccionario" local. Finalmente, y gracias al golpe de timón que dio el régimen en octubre, sólo tres personas, juzgadas por la muerte de un funcionario de la UB, fueron a parar a la cárcel.

Pero muchos otros fueron condenados de otra manera: sufrieron esa represión callada que sólo puede darse en un sistema de economía socialista, donde el Estado controla casi todo y no es posible conseguir un trabajo deseable, o ninguno en absoluto, sin el consentimiento de las autoridades. Así, los comunistas nunca perdonaron su brillante actuación al más valiente de los abogados defensores de los acusados, Stanislaw Hejmowski, que se atrevió a proclamar ante los tribunales herejías como que la gente se dispersó en busca de armas después de que se le disparara desde el edificio de la UB. La presión contra Hejmowski no se relajó ni siquiera tras la apertura de octubre: se le imponían altísimos impuestos, fijados arbitrariamente, se vigilaba e interrogaba a sus clientes... Acosado, Hejmowski murió prematuramente en 1969.

Gomulka

Tras los sucesos de Poznan, los comunistas llegaron a la conclusión de que había que liberalizar el sistema y, a la vez, cerrar filas, pues la aversión que les profesaba la mayoría de la población les podía costar caro. Durante el transcurso del VII Pleno del Comité Central del POUP, celebrado entre el 18 y 28 de julio, muchos dirigentes comunistas, como Ochab, parecían no entender que era posible que los obreros saliesen a la calle contra la autoridad "popular"; otros, en cambio, percibían que no había complot imperialista alguno y buscaban a cualquier precio la manera de ofrecer a las masas algo que las tranquilizara. Nació así la leyenda de la importancia del ala liberal en un partido teledirigido desde Moscú. Nadie estaba seguro de a qué tendencia iban a apoyar los camaradas soviéticos, y qué significaba realmente el informe de Nikita Jrushchov. Por cierto, la posición de éste hubo de sorprender a muchos, especialmente porque su papel en el genocidio ucraniano (que afectó también a los polacos) era por todos conocido. El informe, además, debilitaba sobremanera al partido.

Paradójicamente, los sucesos de Poznan fueron interpretados como una señal de debilidad del POUP. A partir de julio de 1956 se multiplicaron las demandas salariales, se crearon comités de autogestión en las fábricas y se liquidaron cooperativas comunistas en el campo. Entre tanto, los comunistas parecían carecer de liderazgo. El candidato al cargo de primer secretario del partido, Wladyslaw Gomulka, que había desempeñado un papel fundamental en la implantación del comunismo en el país pero que había sido apartado del poder tras ser considerado una especie de liberal y el símbolo de una hipotética vía polaca al socialismo, obtuvo el plácet tanto de los duros como de los menos duros. Los comunistas sabían que para mantenerse en el poder debían canalizar las protestas de las masas. De ahí que el propio POUP se pusiera a organizar mítines y a incitar a la gente a salir a la calle en demanda de los inevitables cambios.

El resultado de todo ello fue Octubre de 1956, con sus protestas antisoviéticas, pronacionales y prorreligiosas. Como no se podía ir directamente contra el partido y la dictadura, se atentaba contra lo que más dolía a los comunistas, pero aparentemente sin pretender el derribo del régimen. La sociedad polaca tenía muchas preguntas que hacer a las autoridades: ¿quién estaba detrás de la matanza de Katyn?, ¿cómo se explicaban los comunistas el levantamiento de Varsovia de 1944?, ¿qué opinaban éstos de la invasión soviética de septiembre de 1939, fruto de un pacto entre nazis y bolcheviques? Crecían las comparaciones entre Hitler y Stalin (y entre los totalitarismos nazi y comunista), se pedía el fin de la ocupación soviética y el regreso del Gobierno en el exilio (instalado en Londres), incluso la devolución de Lvov y Vilna. Hasta se llegó a pedir la democracia; como si ésta fuera compatible con el sistema comunista.

Para no perder el control de los acontecimientos, los dirigentes del POUP decidieron introducir cambios en la cúpula del partido sin consultar a Moscú. Así las cosas, cuando, el 19 de octubre, se convocó el pleno del Comité Central, las unidades del Ejército Rojo estacionadas en Polonia[12] comenzaron a marchar sobre la capital. El mismo día, inesperadamente, llegaba a la propia Varsovia Jruschov, al frente de la delegación del Comité Central del PCUS. Enterado de los movimientos del Ejército Rojo, Ochab declaró que no hablaría con los dirigentes soviéticos bajo presión militar; incluso pretendía dirigirse por radio a la nación.

Finalmente, polacos y soviéticos mantuvieron un encuentro los días 19 y 20 de octubre. Gomulka convenció a Jruschov de que no se iban a alterar los fundamentos del sistema, lo cual contribuyó a alejar la amenaza de invasión[13] y posibilitó la elección de aquél como primer secretario del POUP.

Para calibrar el estado de cosas en la Polonia de aquellos días, nada mejor que reparar en las palabras que Gomulka dirigió a la multitud el día 24 en Varsovia: "La clase obrera ha dado una dolorosa lección a la dirigencia del partido y al Gobierno. Aquel jueves negro de junio, los obreros de Poznan gritaron a voz en cuello: '¡Basta ya! ¡Así no se puede seguir!'". Era la primera vez (y la última) que un dirigente comunista decía tales cosas en público. Quién sabe si Gomulka, a quien en tiempos se llamó el Pequeño Stalin (antes de que otros estalinistas lo apartaran del poder), se daba cuenta de su herejía. Es probable que sí.

Con todo, ni siquiera entonces se ascendió a Gomulka a la categoría de héroe nacional: al fin y al cabo, era un comunista ortodoxo, cuya simpleza intelectual lo alejaba de numerosos polacos. Ahora bien, supo sacar provecho de la imagen que se tenía de él en aquel momento: unos lo consideraban el mal menor; otros, incluso, una suerte de Imre Nagy polaco.

Pronto quedó claro que eso del "Imre Nagy polaco" no era sino un malentendido. Gomulka fue, más bien, un héroe momentáneo del partido, que lo utilizó como amortiguador. Los comunistas andaban haciendo todo lo posible por presentarse casi como demócratas puros: rechazaban la violencia masiva de los años anteriores, como si hubiera sido obra de un grupo muy reducido de personas de procedencia enigmática, y acusaban de los "errores y desviaciones" a la URSS, en voz baja, y, a voz en cuello, a la Seguridad y a Bierut. Eso sí, no decían una palabra de perseguir a los criminales. También se sirvieron de él los jerarcas que ya no se creían los lemas comunistas pero pretendían seguir disfrutando de su situación privilegiada.

En 1968 el Pequeño Stalin mandaría abrir fuego no contra una multitud que estuviera cercando edificios comunistas, sino contra unos obreros que acudían a sus puestos de trabajo, unos astilleros situados en la costa. Este rebrote del terror acabaría descabalgándole del poder. Le sustituyó un jerarca de la región minera de Silesia, Edward Gierek, que, si bien tenía fama de liberal, había estado en Poznan en el 56 como delegado del POUP y debió de tomar parte en las decisiones que pusieron punto final a la revuelta. Sea como fuere, lo cierto es que, durante los funerales que organizó el Estado después de la insurrección, Gierek se deshizo en elogios hacia los "heroicos defensores de la legalidad popular".

Pero volvamos a 1956, a los cambios que experimentó Polonia. Se puso fin a la estalinización y al terror universal. Hubo cierta liberalización. Y se reconoció la independencia de la Iglesia. El cardenal primado, Stefan Wyszynski, detenido en 1953, fue puesto en libertad. Las autoridades comunistas y la Iglesia suscribieron un acuerdo que afectaba a los nombramientos eclesiásticos y por el que se devolvía la religión a las escuelas. Asimismo, se renovó la cúpula militar (el mariscal Rokossovsky y los generales soviéticos se marcharon a la URSS; eso sí, sin pagar por los crímenes que habían cometido), se rehabilitó a numerosas personas condenadas en procesos políticos y se relajó el control sobre la cultura. Se permitió a las empresas estatales disponer de consejos obreros y se introdujeron algunas mejores en la administración de la economía, con el objetivo de "capitalizar el socialismo". Se detuvo la colectivización, y se permitió la desintegración del 80% de las cooperativas rurales[14]. Donde no hubo cambio alguno fue en los elementos fundamentales del sistema: partido único, monopolio informativo, Estado policíaco, primacía de la propiedad estatal, incardinación en el bloque soviético, sometimiento absoluto a Moscú.

En enero de 1957 Gomulka llamó a elecciones. Eran como siempre. Y se volvió a lo de siempre: en mayo, el Pleno del Comité Central del POUP condenó por "revisionistas" a los partidarios de seguir adelante con los cambios (algunos, de hecho, acabaron siendo expulsados del partido), y en octubre se echó el cierre al semanario Po Prostu ("simplemente"), símbolo de las reformas del año anterior. El régimen iba olvidándose de los cambios, pero también es cierto que la etapa estalinista ya había pasado a la historia.

Conclusiones

El 28 de junio de 1956 cien mil personas salieron a las calles de Poznan para pedir Pan, Libertad y Dios, es decir, una Polonia libre. El estallido de furia de los obreros fue espontáneo, y aunque la causa directa fuera la cada vez más desastrosa situación económica, se trató de una revuelta eminentemente política. Fue una protesta contra el terror y la miseria, no tan famosa como las de Berlín 1953, Budapest 1956 o Praga 1968 pero no menos importante. Los polacos experimentaron la necesidad de sentirse libres a cualquier precio, aunque sólo fuera por unas horas.

Los obreros de Poznan no tenían una ideología concreta ni líderes con ambiciones políticas. No les dio tiempo. El caso es que "el pueblo penetró en el centro de la ciudad" para reclamar sus derechos. Clamaban por una Polonia democrática y soberana, no sólo por un pedazo de pan. En aquel entonces no había crimen más grave que proclamar tales lemas. Fue un caso típico de situación revolucionaria, según los patrones fijados por Lenin. Los gobernantes ya no podían prevalecer como lo habían hecho hasta ese momento, y los gobernados no iban a aceptar que las cosas siguieran igual. Una vez más, los comunistas sólo pudieron legitimarse mediante el terror y los tanques.

Los obreros de Poznan hablaron en nombre de Polonia. Por eso prendió con tanta facilidad el rumor de que la insurrección se había extendido por todo el país. Entre bambalinas no había "conspiración imperialista" alguna, ni "provocadores criminales", ni "elementos reaccionarios clandestinos". Poznan 1956 fue un shock para las autoridades, que en adelante no dejaron de temer un estallido similar. Y fue trascendental porque, como demuestra la historia de los vecinos de Polonia, la liquidación del estalinismo pudo ser mucho más lenta. Fueron los obreros de Poznan quienes acabaron, con su efímera revolución, con la etapa más siniestra del comunismo en Polonia. Ya no volvería a imperar el terror estalinista: el sistema no tendría "rostro humano", pero sí los "dientes rotos", por obra y gracia de los obreros de Poznan[15]. El comunismo nunca volvió a ser fuerte en el país; para muchos, lo único que hizo fue retardar el desarrollo por una o dos generaciones.

Con todo, el régimen salió bien parado de los sucesos de 1956, pues sobrevivió otros treinta años largos. Consiguió contener la oleada democratizadora e instilar el fatalismo en la sociedad polaca, que padeció sus efectos hasta finales de la década de los 60. Luego llegaron las protestas de marzo del 68, diciembre del 70, junio del 76, agosto del 80... y junio del 89.

Es en Poznan 1956 donde hay que rastrear los orígenes del movimiento Solidaridad, que finalmente consiguió doblegar a los comunistas. La huelga de los obreros de la Cegielski fue la semilla de la que brotaron, ya en los 80, los sindicatos libres, instituciones completamente extrañas a la ortodoxia comunista.

Poznan fue la primera y última vez, excepción hecha de las luchas de los años 40, en que se registró un levantamiento armado contra el poder comunista. Aun así, los orígenes de Solidaridad hay que buscarlos en las exigencias de la sociedad polaca, no en las reformas promovidas por la dictadura. Nadie lo olvide: sin Junio no hubiera habido Octubre del 56.



[1] P. S. Wandycz, Soviet-Polish Relations, 1917-1921, Cambridge, 1969; N. Davies, White Eagle, Red Star. The Polish-Soviet War 1919-20, and "the Miracle on the Vistula", Londres, 1993.
[2] Intelligence Co-operation Between Poland and Great Britain During World War II, v. I, The Report of the Anglo-Polish Historical Committee, (eds., T. Stirling, D. Nalecz, T. Dubicki. Coordinador de la versión inglesa de los papeles polacos: J. Ciechanowski), Londres-Portland, 2005; Polsko-brytyjska współpraca wywiadowcza podczas II wojny światowej/Intelligence Co-operation Between Poland and Great Britain During World War II, v. II, Wybór dokumentów/Documents (ed., J. S. Ciechanowski), Varsovia, 2005; Marian Rejewski 1905-1980. Living with the Enigma Secret, Bydgoszcz, 2005.
[3] Véase J. Ciechanowski, "Movimientos migratorios polacos de carácter político durante la Segunda Guerra Mundial, Lamusa Digital, Nº 6 (http://www.uclm.es/lamusa/ver_articulo.asp?articulo=138&lengua=es).
[4] En contraste, los polacos recordaban, estupefactos, la predilección de los brutales asesinos nazis por Mozart y otros grandes compositores, así como por el orden.
[5] J. Mackiewicz, Las fosas de Katyn, Zalla, 1960; E. Giménez Caballero, La matanza de Katyn (Visión sobre Rusia), Madrid, s. d.; E. A. Komorowski, J. L. Gilmore, La noche sin fin. La fosa de Katyn, Barcelona, 1974; C. Vidal, Paracuellos-Katyn. Un ensayo sobre el genocidio de la izquierda, Madrid, 2005, págs. 225-273.
[6] K. Sword, Deportation and Exile. Poles in the Soviet Union 1939-1948, Londres, 1996.
[7] Jamás llegó a Polonia reparación alguna por todo este daño.
[8] A partir de 1945 se enviaron a la URSS fábricas enteras y equipamiento desde la zona occidental de Polonia. Por otro lado, los precios de las exportaciones polacas eran bajísimos, y muy altos los de las importaciones procedentes de la URSS. Aun así, la propaganda comunista insistió, casi hasta el momento mismo del colapso del régimen, en que Polonia vivía prácticamente a costa de la URSS.
[9] Stanislaw Mikolajczyk, líder de la Agrupación del Pueblo Polaco y primer ministro del Gobierno en el exilio durante la II Guerra Mundial, hubo de huir del país luego del pucherazo de 1947. Falleció en EEUU en 1966.
[10] En París se celebró un mitin a favor de los obreros de Poznan, en el que intervino Albert Camus.
[11] En junio de 2006, a raíz de una visita de George W. Bush a Hungría, recobró vigor el debate sobre la no asistencia militar de EEUU a los "luchadores húngaros" por la libertad de 1956. Lo cierto es que nunca se planteó Washington tal cosa, en plena Guerra Fría y en plena "esfera de influencia" soviética. La Administración Eisenhower hablaba de sacar a los soviéticos de Europa, pero no tenía medios no planes para ello. Desde esta perspectiva, fue completamente irresponsable el proceder de la sección húngara de Radio Free Europe, que incluso llegó a dar la receta para confeccionar cócteles molotov.
[12] La Unión Soviética, y posteriormente Rusia, mantuvo tropas en Polonia hasta 1994.
[13] La mayoría de los historiadores polacos sostiene que Hungría salvó a Polonia de la intervención militar soviética. También tuvo su influencia la oposición china a la misma.
[14] En su momento de mayor esplendor, sólo representaban el 6% de las tierras cultivadas.
[15] A. Michnik, "Poznań przemówił w imieniu całej Polski" (Poznan habló en nombre de toda Polonia); en "Poznań był pierwszy. Czerwiec 1956" (Poznan fue primero. Junio de 1956], suplemento del número de Gazeta Wyborcza del 28 de junio de 2006.

0
comentarios
Acceda a los 2 comentarios guardados