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Un nuevo tipo de guerra

Un nuevo tipo de guerra
Por Pío Moa

Hace años escribí que, por suerte -muy relativa-, los terroristas mostraban en general una absoluta falta de imaginación, pero eso ya no puede decirse desde el tremendo atentado del martes. Algo impensable para la Unión Soviética con todo su poder, salvo si por locura hubiera resuelto ir a la guerra mundial, lo ha hecho un grupo de fanáticos sin necesidad de grandes medios. El inmenso poder de la técnica actual, combinado con la complejidad de la sociedad -complejidad que funciona gracias a la confianza derivada de unas normas culturales comunmente aceptadas, mucho más que por el castigo a quienes las incumplan- hacen que grupos pequeños, y hasta individuos aislados, puedan causar daños de enorme gravedad. Ésta es la otra cara, u otra de las caras, del progreso material. La racionalidad de la técnica, incapaz de solucionar el problema del bien y el mal, puede ser usada en un sentido o en otro, como lo han sido ahora los aviones más modernos del mundo. El hombre es un animal moral, antes que racional. Creo que esa es su característica clave.

Pero vayamos a la práctica. Se ha hablado de "declaración de guerra". La guerra estaba declarada hace tiempo por parte del terrorismo, pero hasta ahora no había dado lugar a un episodio tan asombroso. Es éste el que ha hecho tomar conciencia a muchos de que esa declaración no puede tomarse a broma, siendo preciso replicar con la misma determinación que si de una guerra se tratase. Sin embargo, se trata de una guerra de un carácter muy especial, y en ella los ejércitos normales no pueden desempeñar un papel decisivo. Naturalmente, los terroristas operan con la cobertura de diversos países (en el caso de España, Francia ha actuado durante veinte años como santuario del terrorismo etarra, comportándose no mejor que Argelia o los talibanes). ¿Se deduce de ahí que castigando a esos gobiernos se vencerá el terrorismo? El castigo, desde luego, es necesario, y vale la pena recordar cómo el ataque de Reagan a Gadafi volvió a éste mucho más prudente.

Pero eso no bastará. El terrorismo islámico, con mucho el más peligroso hoy día, refleja una diferencia, o más bien un enfrentamiento de culturas que no tiene por qué ser bélico, pero que lo está siendo en parte, y tener manifestaciones mucho más peligrosas si diversos países islámicos logran dotarse de armas atómicas, por ejemplo. Algún comentarista frívolo ha dicho que los atentados del martes dejan en ridículo el plan de escudo antimisiles de Bush. Nada más lejos de la realidad. Pero da la impresión de que está por diseñar una estrategia adecuada a este nuevo tipo de guerra.

¡El tipo de guerra y de desafío del siglo XXI!, dicen muchos con optimismo. Pero no: ahí está la inmensa China desperezándose. Ojalá la enorme diferencia cultural en este caso no derive en enfrentamiento.


No salir a luchar contra el terrorismo
Por Antonio Sánchez-Gijón

Por bien de la claridad de ideas que tan necesaria es en estos momentos de amenaza, es preciso dejar de pensar y emplear el término "guerra al terrorismo internacional". No se puede declarar la guerra al terrorismo, como no se puede declarar la guerra a "la guerrilla". El terrorismo y la guerrilla son formas de combate, y uno no busca la lucha contra las formas sino contra las sustancias. Y la sustancia de que está hecho el mundo es el "poder" en sus múltiples manifestaciones. El poder es una categoría mental perteneciente a los órdenes natural y racional. Gran parte de la sabiduría política de Occidente se fundó en identificar, crear y disolver las coaliciones favorables o adversas a los intereses de los diversos agentes del sistema internacional.

La única coalición de poder razonablemente estable en el mundo es la que agrupa a Europa occidental, Japón y Norteamérica. Para crearla y conservarla hubo que pasar por dos guerras mundiales y sobrevivir a una confrontación ideológica entre Occidente y la URSS que duró cuarenta y cinco años. El resto de grandes y medianas potencias se hallan inmersas en una febril carrera de formación de coaliciones interestatales, al tiempo que, en el plano infraestatal, grupos étnicos, religiosos e ideológicos se dan la mano tratando también de coligarse, para actuar a favor o en contra de determinado estado o coalición de estados. Esto ocurre de modo semejante a lo que pasó durante la Guerra Fría, con los partidos comunistas de los países occidentales y la guerrilla latinoamericana de un lado, y los movimientos nacionalistas de Asia y Africa de otro, empleando a veces violencia extrema.

Los estados, lamentablemente, son más lentos y torpes que los agentes infraestatales en la formación de sus coaliciones. La actividad extremista de muchos de los movimientos fundamentalistas islámicos ha llevado a la coagulación de formaciones de poder capaces de atacar en cualquier lugar del mundo. Esta coalición ha venido condicionando el comportamiento del gobierno de una potencia de primer rango, como Pakistán, y condiciona hasta términos intolerables la gestión de los intereses internacionales de muchos otros. Les han ganado por la mano.

Hay una gravísima falla tectónica, en términos de seguridad, a lo largo del eje geopolítico Afganistán-Pakistán. Las convulsiones en este eje afectan a los intereses de China, Rusia, Irán, la India y los estados de Asia Central. En un circuito más externo se hallan el Cáucaso, los estados del Golfo Pérsico y las naciones del Medio Oriente, cada uno de ellos confrontado con su forma particular de desafío interno, planteado por el fundamentalismo religioso extremista y el irredentismo árabe.

La unánime decisión de los países de la Alianza Atlántica de unirse a Estados Unidos en la persecución y castigo de los culpables directos o por complicidad y tolerancia, puede llevar a la OTAN a implicarse en ciertos aspectos de la confusa lucha por formar coaliciones de poder. Ello es inevitable, y hace falta prepararse para asumir las consecuencias de lo que se dice defender.

La OTAN viene asomándose al escenario centroasiático desde hace algunos años. Lo ha hecho por invitación expresa de países vecinos de Afganistán, como son Turkmenistán, Uzbekistán y Kazakstán. El Consejo de Asociación Euroatlántica reúne a los países de la OTAN y muchos otros del este de Europa y Asia central, hasta un total de 44. Kazakstán hace no mucho tuvo interés en presentar unas maniobras conjuntas con las fuerzas de Estados Unidos como ejercicios de la OTAN, lo que no era el caso. Este acercamiento alarmó a un tiempo a China y a Rusia. Es muy probable que Rusia, que ha enfatizado públicamente su solidaridad con los Estados Unidos, esté más que deseosa de estimular el acercamiento de la OTAN en esta coyuntura, y favorezca una coalición "ad hoc" que golpee militarmente el poder talibán y el de los rebeldes chechenos. China, al contrario, hizo en su día agrios pronunciamientos contra las manifestaciones del interés de la OTAN por la región, y ahora ha menospreciado el ataque contra Estados Unidos, como queriendo quitar legitimidad a cualquier reacción dura que los americanos tengan. China, además, es poco menos que un aliado de Pakistán.

La India es una baza excelente para que Pakistán pague el costo de su protección al poder talibán y su tolerancia de Ben Laden. Irán, que lleva su juego turbio con todo lo que se relaciona con Oriente Medio, vería con satisfacción el castigo o la derrota de los talibanes. Iraq se frota las manos, mientras espera y alienta la explosión interna de Arabia Saudí por acción del extremismo fundamentalista.

La supuesta hegemonía mundial de los Estados Unidos, tan cacareada y denunciada por las fuerzas políticas que se autoproclaman "progresistas", no existió más que en sus mentes, como se ha puesto en evidencia en esta crisis, en la que se manifiesta la urgencia de formar una coalición de poder inédita y de límites inciertos, laboriosa de construir, precaria en su estructura y transitoria en el tiempo. Como hicieron siempre la grandes potencias que en el mundo han sido y tratan de hacer las que quieren serlo.


¿De problema de orden público a problema bélico?
Por Pío Moa

Hasta ahora, en la mayoría de los países el terrorismo no es problema militar, sino de orden público: un tipo de delincuencia cuyos miembros deben ser detenidos, juzgados y puestos a buen recaudo. El terrorista, por el contrario, ha declarado la guerra a la democracia y se considera algo así como un soldado. Ahora bien, en la práctica aprovecha al máximo las ventajas del delincuente: muy rara vez lucha al ser identificado y arrestado, explota a fondo las posibilidades de propaganda y de defensa legalista ofrecidas por el sistema, se apoya en un vasto entramado de políticos corruptos y encubiertamente enemigos de las libertades, que obstaculizan cuanto pueden -y suelen poder mucho- la acción de la justicia, mientras justifican el asesinato y lo utilizan para obtener beneficios políticos. En España, es el caso de ETA y sus "recogenueces peneúvicos".

Así, nada peor podría pasarles a los terroristas que la aceptación de sus pretensiones militares, convirtiéndose en objetivo militar a destruir o rendir sin más miramientos. Algo parecido hizo De Gaulle con la OAS, por ejemplo. La razón de que el terrorismo sea casi siempre un problema de orden público radica en que sus daños están por lo regular muy lejos del nivel bélico. Por eso no llega a imponer la elección drástica "o ellos (y sus comparsas) o nosotros". Evitar tal dilema es misión fundamental de la política. Pero cuando, por una política errónea o corrompida, los atentados se prolongan en exceso y con tendencia creciente, la capacidad desestabilizadora del terrorismo se hace muy peligrosa, y aplastarlo puede volverse una cuestión de supervivencia para la sociedad. En España, la espiral anarquista fue una causa clave de la quiebra de la Restauración y de la dictadura de Primo de Rivera. Otra situación en que cambiaría la posición del terrorismo es cuando, como ahora, logra causar daño a un nivel realmente de guerra.

USA tiene la experiencia histórica y la disciplina colectiva suficientes para encarar el problema sin necesidad de un golpe militar. El presidente puede recibir, como ahora ha ocurrido, plenos poderes para actuar, asumiendo posibilidades razonables de error, sin que los partidos le zancadilleen o se zancadilleen entre ellos por esta cuestión, paralizando cualquier iniciativa útil.

En cuanto a España, el problema está lejos aún de la disyuntiva "o ellos o nosotros", y una política inteligente podría hacer de la lucha contra el terror un factor de demolición de su causa principal: el nacionalismo aranista. Sin olvidar la necesaria solidaridad con las democracias -casi nunca recibida por España- frente a este problema global.


Errores prospectivos
Por Antonio López Campillo

Hace unos meses apareció en Francia un libro titulado Les Guerres qui menacent le Monde (Las guerras que amenazan el Mundo) que recogía las opiniones de los expertos franceses más importantes en estos asuntos. Entre ellos, se encontraban especialistas del Instituto Francés de Relaciones Internacionales, del Centro Nacional de la Investigación Científica, de la escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, de la Fundación para la investigación estratégica, y del Instituto de Estudios políticos; es decir, la flor y nata de la especialidad. Pues bien, el atentado de Nueva York y el Pentágono les ha puesto en un ridículo serio. Las profecías las suele matar la realidad, dejando maltrechos a los profetas ("científicos") reconocidos.

Todos ellos afirmaban que el terrorismo no sería una gran amenaza para las democracias, que nunca supondría un problema estratégico; y la mayoría convenía en que el islamismo radical sólo podría alimentar conflictos locales, jamás uno internacional.

Citaremos algunas declaraciones, escritas, de estos augures:

P. Boniface, especialista en relaciones internacionales y estratégicas dice: "No creo en un desarrollo del terrorismo masivo...No pienso, contra lo que piensan algunos, que veamos actos terroristas que impliquen miles de víctimas".

Según el sociólogo Wieviorka. "El Isalmismo radical continuará alimentando conflictos localizados, y hoy día no es una amenaza internacional".

O. Roy investigador social declara que: "El terrorismo no me parece que sea un problema estratégico. Es siempre resultado de la acción de minorías, y jamás se insertará en las grandes reivindicaciones de identidad o religiosas".

G. Kepel, un gran especialista en el Islam y profesor del Instituto de Estudios Políticos, afirma: "Aún habrá, por aquí y por allá, explosiones de violencia, pero el islamismo radical no es la gran amenaza que pesa sobre la paz del mundo".

En la portada del libro citado se dice que es "El análisis de los grandes expertos franceses". Más les hubiera valido decir, a los que presentaban el libro, que se trataba de Grandes Visionarios franceses. Pero ellos tampoco eran profetas, ni Grandes Expertos.

Los asuntos humanos no pueden preverse como muchos procesos físicos o químicos, porque las causas que los determinan son múltiples y cambiantes. Se podría decir que "los caminos de los humanos son inescrutables" (también). Hay que desconfiar de lo que dicen los expertos cuando se atreven, que hace falta atrevimiento para hacerlo, a contarnos lo que va a pasar. El ejemplo del libro que comentamos es importante, pues los expertos eran, y son, los mejores de ese país.

No cabe duda, por los títulos que han aparecido estos últimos meses en las librerías, que las obras que hablan del futuro se venden bien. La ciencia del siglo XXI. Lo que nos espera en este siglo nuevo, y muchos otros títulos por el estilo.

Es posible que sea un buen negocio, pero es sumamente arriesgado. Ya lo anunciaba brillantemente Amando de Miguel en su libro Las Profecías no se cumplieron.

En vez de esperar que alguien nos diga lo que va a pasar, lo más adecuado es, simplemente, "estar al loro"


Tiempos nuevos, guerras nuevas
Por Antonio López Campillo

Los expertos nos dicen lo peligrosa que puede ser, para los ejércitos occidentales una guerra en Afganistán. Nos lo repiten constantemente, los talibanes tienen un ejército que es una masa de guerrillas, que conoce perfectamente el terreno y que causaría destrozos en un ejercito invasor, por moderno que este sea. Y es cierto, los talibanes conocen el terreno bien y han demostrado que saben actuar como guerrilla. Los afganos se lo demostraron al ejercito soviético hace poco. Todo esto es evidente, y es en lo que se basan los expertos, europeos en su mayoría, al hablar de lo que puede ser la respuesta de EEUU. Conocen lo que pasó, y como piensan por analogía, lo proyectan a la futura contienda. Y acaso tengan razón si existe un ejército invasor, como fue el caso cuando los soviéticos ocuparon el país.

Hay otra realidad que se comenta menos, y es que los guerrilleros talibanes no han conseguido eliminar a los guerrilleros del difunto Masud. Aun a pesar de que ambas guerrillas conocen el terreno como la palma de la mano; esa guerra civil está resultando ser una guerra larga y sucia.

Los medios nos informan de que los Estados Unidos están movilizando tropas, que han llamado a filas unas 50.000 personas (no se dice ahora "hombres", pues hay mujeres en el ejercito), que están destinadas, en parte, a la protección de lugares en los USA, y en parte, a sustituir a los soldados de élite que saldrán o han salido a las zonas del futuro conflicto. El numero no es muy importante, y eso debe significar algo. Es también indicativo que las tropas expedicionarias sean unidades de choque, de élite, fuerzas que por su entrenamiento y formación tienen como función realizar acciones puntuales y no están destinadas a ocupar el terreno. En el área del mar de Arabia, además de las fuerzas navales y aéreas, los Estados Unidos disponen de algo más de 6000 soldados de infantería. Con los envíos de tropas anunciados, las fuerzas expedicionarias norteamericanas no superarán los 40.000 soldados, más el personal de los navíos y fuerzas aéreas. Lo que es evidentemente escaso para enfrentarse con los cerca de 80.000 hombres del ejercito afgano y los numerosos voluntarios procedentes de los países musulmanes de su entorno.

Últimamente se ha anunciado la acción de un comando inglés en las cercanías de Kabul. Se sabe que los británicos disponen en la región de unas fuerzas navales, aéreas y de choque, que se elevan a unos 20.000 combatientes.

Las guerrillas son de gran eficacia contra un ejercito numeroso, formado por regimientos, brigadas, divisiones y cuerpos de ejercito. La superioridad de la guerrilla reside en su elevada movilidad y en sus reducidas dimensiones. Esa superioridad deja de existir si se enfrenta con un enemigo organizado en pequeños comandos rápidos. La lucha entre talibanes y las fuerzas de Masud lo está demostrando.

Es más que probable que los Estados Unidos inicien un tipo de guerra nuevo, con comandos ligeros informados, constantemente, de la situación en el terreno por la red de control de los satélites espías. Un ejercito de "guerrillas" en las que el clásico pastor de vejas que informa, está sustituido por una red de satélites.

Los que decían que vivimos en un mundo en el que predomina la información, van a tener razón. Los que razonan por analogía, menos.


Justicia global
Por Maite Cunchillos

La supuesta célula islámica terrorista que actuaba en nuestro país ya está en prisión, pero, ¿sus miembros estarían en la cárcel si no hubiese ocurrido el triste atentado de Nueva York? Probablemente, la respuesta a esta pregunta sería no. Todo parece indicar que la operación judicial y policial desarrollada en nuestro país contra el terrorismo islámico ha ido a remolque de los desgraciados acontecimientos y la actuación de todos los protagonistas era francamente mejorable.

Lo primero que llama la atención es la actuación de la Justicia belga: con gran alarma solicitaron la detención de estos supuestos terroristas argelinos; una comisión rogatoria iba a canalizar los trámites; pues bien, ningún juez ni ningún funcionario de los tribunales belgas se ha personado en la Audiencia Nacional para participar en los interrogatorios de los detenidos. Fuentes de ese tribunal reconocían el "repentino desinterés de la Justicia belga por esta investigación".

Con belgas o sin ellos, los detenidos estaban en dependencias policiales y había que tomarles declaración. El segundo punto no menos curioso es que la Policía no ha enviado a la juez ni los vídeos incautados en los registros, ni la agenda del supuesto terrorista suicida. Al parecer, Interior tenía mucho más interés en mostrárselos a la prensa que en ponerlos a disposición del juzgado, que es donde tienen que estar esas cintas de vídeo y esa agenda incautadas. La juez Palacios no ha podido preguntar a los detenidos por estas pruebas que sólo conoce por la prensa.

El nombre de Ben Laden tampoco fue mencionado en los interrogatorios judiciales. Ni juez ni fiscal han preguntado por el terrorista saudí. Según fuentes de la Audiencia, en las diligencias policiales tampoco aparecen menciones al líder del terrorismo islámico.

Tres de los detenidos han quedado en libertad. Sin dinero y con lo puesto, los tres argelinos preguntaban por la parada de metro más cercana. Uno de ellos pretendía volver a Lepe; los otros dos, a Valencia. Los otros seis están ya en prisión acusados de pertenencia a banda armada y falsificación de documentos. Es probable que sean unos perversos terroristas, pero la justicia no puede aparentar que actúa a golpe de acontecimientos por muy duros que éstos sean. La globalización de la Justicia todavía deja mucho que desear.


Washington no es un tigre de papel
Por Aníbal Romero

El indudable y atroz éxito táctico de los terroristas podría convertirse en una severa derrota estratégica. Ello dependerá de la claridad de miras, firmeza de propósitos y capacidad operacional de la respuesta que Washington prepara, y cuyo desarrollo apenas comienza. Si esa respuesta se concentra solamente en objetivos inmediatos, sin un sustento político a largo plazo, los triunfos tácticos podrían también desembocar en un revés estratégico para Estados Unidos.

Los recientes ataques terroristas son resultado directo de la debilidad de la política exterior norteamericana después del fin de la Guerra Fría. En lugar de reforzar los mecanismos de disuasión frente a las nuevas amenazas, que con toda claridad se perfilaban después del derrumbe soviético y el colapso del comunismo, los Estados Unidos adoptaron una línea estratégica pasiva y tolerante, que ha alimentado la ambición, nutrido el odio y estimulado la audacia de todos los enemigos de Occidente.

Haber permitido a Saddam Hussein seguir en el poder fue un error imperdonable. También lo fueron los intentos de Clinton de "castigar" a Osama ben Laden disparando, sin riesgo alguno, misiles a larga distancia contra sus bases, así como el tipo de guerra que las fuerzas norteamericanas ejecutaron en Kosovo: una guerra puramente aérea, basada en la premisa absurda de que se puede ir al combate sin que haya bajas. Con estas y otras acciones (y omisiones), caracterizadas por una timidez suicida, Washington perdió el respeto de sus adversarios. Saddam Hussein, Gadafi, los Ayatolas iraníes, Ben Laden, Castro, Chávez; todos éstos y otros terminaron por convencerse de que Estados Unidos es un tigre de papel.

Un Gran Poder no puede actuar de esa manera. Un Gran Poder, en especial los Estados Unidos, con las responsabilidades que le incumben, tiene que asumir a conciencia la tarea de hacerse respetar, elemento indispensable para que funcione la disuasión. Estoy convencido de que si Washington hubiese completado políticamente la Guerra del Golfo, si hubiese intervenido con tropas especiales contra Bin Laden años atrás, si hubiese demostrado su voluntad de pelear por lo que cree necesario, aceptando los costos que ello implica, otra sería la historia hoy. En tal sentido, los años de Clinton fueron desastrosos, pues si bien fue Bush padre quien dejó en el poder a Saddam Hussein, fue Clinton quien durante ocho largos años desmanteló la resolución político-sicológica y la capacidad de respuesta militar de Estados Unidos. Ocho años de sonrisas inútiles, de patéticos escándalos, de fiestas con estrellas de cine, de irrespeto a los militares, de gravísima erosión de las agencias de inteligencia, de paralizante temor a las bajas, de gobierno por encuestas, de irresponsable complacencia. Las consecuencias están a la vista.

La guerra que ahora empieza, exige visión a largo plazo. El "centro de gravedad" del enemigo no es la persona de Ben Laden, sino la voluntad de lucha de los terroristas. Esa voluntad tiene que ser psicológicamente eliminada, y para ello se requiere de una ofensiva política, diplomática y militar. Hay que definir claramente la victoria, que NO consiste en capturar o liquidar a un individuo o varios, sino en destruir los elementos sustanciales (operativos, políticos y psicológicos) en que se sostiene la actual generación de terroristas, y así impedir que pueda surgir la siguiente, que vendrá armada con armas atómicas, biológicas, y químicas, a menos que se les detenga a tiempo.

Los norteamericanos esperan resultados rápidos de esta guerra. Se equivocan. La lucha será ardua y prolongada, y sus costos muy elevados. El peor error sería confundir al enemigo: no es el "mundo islámico", sino el terrorismo. El proceso de comunicación y acercamiento entre Occidente y el mundo islámico, que ya lleva décadas, debe continuar, en función de la modernización, la libertad y la democracia. El enemigo es el terrorismo y el fundamentalismo fanatizados. No es imposible derrotarles. Se requiere decisión para prevalecer a toda costa, paciencia y lucidez sobre la naturaleza del desafío. Si estas cualidades faltan, los triunfos tácticos serán insuficientes y se abrirán las puertas de una derrota estratégica.

© AIPE. Aníbal Romero es profesor de ciencia política en la Universidad Simón Bolívar de Caracas.


Contra el terrorismo, el tiempo se cuenta en vidas
Por Federico Jiménez Losantos

Los abrumadores datos de que disponía la ONU sobre la estructura organizativa y financiera de Ben Laden mucho antes de la masacre del once de septiembre, pero que ni Estados Unidos ni la Unión Europea fueron capaces de utilizar eficazmente para perseguir esa organización criminal, muestran hasta qué punto los años desde la caída del Muro, y muy especialmente desde la Guerra del Golfo, han sido años perdidos en la lucha contra el terrorismo internacional. Ese tiempo desperdiciado ha costado ya miles de vidas y costará muchas más antes de recuperar la iniciativa frente a un fenómeno que no admite otro tratamiento que la represión implacable y permanente.

Ni la clase política ni los jueces europeos parecen haber entendido que esa ha sido siempre su obligación moral -inclumplida- pero que además esa es y será por mucho tiempo su principal tarea política. El comportamiento de Bélgica -archivo de siniestros disparates- en el caso de los terroristas islámicos detenidos en España a instancias suyas, y de los que al parecer se ha inhibido escandalosamente, muestra que hay estamentos completos a los que el fervor contra el terrorismo no les dura más de quince días. Pero si Bélgica es la caricatura, el resto de Europa, empezando por Francia, es la patética normalidad: nunca se puede contar con ella en serio para luchas contra el terrorismo; ni en España ni en Córcega. Tampoco en Toulouse. De creer a la prensa idiotizada, parece que el único peligro para Europa ligado al Islam se llama Berlusconi.

Por nuestra triste experiencia con ETA sabemos lo que cuesta recuperar el tiempo perdido por astucias de la banda, como la "tregua-trampa", o por ineficacia de los jueces -Audiencia Nacional, Tribunal Supremo y Tribunal Constitucional han fallado sucesiva y escandalosamente- o por el desarme moral de la sociedad a través de unos medios de comunicación anegados por la demagogia y la desinformación. En ese sentido, la lucha contra el terrorismo islámico global todavía no ha comenzado. En Europa, al menos, el que vivimos sigue siendo un tiempo perdido que miles de inocentes pagarán.


Ben Laden, jugador de ajedrez
Por Julio A. Cirino

Todos los medios del planeta se dedican estos días a dar minuciosa cobertura al ataque, por ahora aéreo, desencadenado contra el enemigo público número uno: Osama Ben Laden, su organización, Al Qaeda y el régimen Talibán que le cobija en tierras de Afganistán. Nuestra reflexión de hoy apunta a señalar que, tal vez, el asunto sea más profundo de lo que parecería a primera vista.

Ben Laden, ni es el primero, ni será el último de los terroristas que vio este mundo; sin embargo, tiene algunas características que, por ser únicas, merecen un comentario: En las últimas décadas, las organizaciones terroristas esgrimieron "reivindicaciones" basadas en temáticas más o menos locales, pero sin tratar de establecer paralelamente bases territoriales; ejemplos de lo dicho pueden ser el Ejército Rojo en Japón; la ETA en España; el IRA en Gran Bretaña o Sendero Luminoso en Perú. En todos estos casos encontramos grupos terroristas con planteamientos reivindicativos violentos, atados a problemáticas "locales", y lo que es más importante, con estructuras operativas nacionales y con blancos para sus ataques que también lo son.

Hoy por hoy, sólo existe una organización que se adjudica un territorio, del tamaño de Suiza. Se trata de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). El Estado colombiano no se disputa ese territorio, ya que fue éste quien accedió a establecer el santuario conocido como zona de distensión. Claro que, si bien las FARC son una organización terrorista que además se financia con narcotráfico y secuestros, no se conoce que opere -al menos por ahora- fuera del territorio colombiano; y si bien estableció "representaciones" en Europa, las mismas revisten un carácter más propagandístico que operativo. Finalmente, si bien se conocen alianzas más o menos explícitas de las FARC con otros grupos terroristas y narcotraficantes en el mundo, su estructura es básicamente piramidal, vertical, y no confederada, en el sentido de albergar grupos diversos bajo una organización paraguas.

La historia reciente de Al Qaeda en Afganistán es ya lo suficientemente conocida para volver a repetirla. Sin embargo, vale la pena señalar que tras de la derrota soviética, no fue Afganistán el lugar que eligió Osama Ben Laden como base de sus operaciones; por el contrario se trasladó a Arabia Saudita con el beneplácito de la familia real. Los problemas comenzarían cuando Irak invade Kuwait, en 1991. Ben Laden concibe la resistencia a la invasión como una tarea para el mundo islámico, unido contra el secular Saddam Hussein. Cuando la Casa de Saud prefiere unirse a Estados Unidos (los cruzados) en su lucha por recuperar Kuwait (y disuadir a Saddam de atacar a Arabia Saudita) se produce la ruptura más o menos abierta con Ben Laden.

A partir de allí, y luego de vincularse con Hassam al Turabi, líder intelectual de la revolución islámica en Sudán (donde Ben Laden vivirá por varios años) comienza el trabajo de integración de los diversos grupos que después darían origen a Al Qaeda, así también emprende la conformación de la red, creada ad-hoc, para gestionar su financiación. Para 1996-1997, las piezas están en su sitio, y se puede hablar de Al Qeada como una red montada a nivel global, con apoyo estatal encubierto, en no menos de 50 ciudades del planeta; al tiempo que Ben Laden y su estado mayor se establecen en Afganistán. El control territorial, si bien dio a Al Qaeda una mayor flexibilidad operativa, capacidad de entrenamiento y la facilidad para que sus lideres vivan "en superficie", no es una condición indispensable para el funcionamiento de la organización.

La ofensiva aérea contra Al Qaeda y los talibán continuará sin oposición, habida cuenta de la abismal brecha tecnológica que existe entre los contendientes; lo que, sin embargo, no garantiza ni que Ben Laden parta de Afganistán, ni que sea capturado o muerto, o que decida permanecer jugando al escondite en las montañas mientras otras células de su organización atacan en distintos puntos del planeta.

Desde el 11 de septiembre, Ben Laden tiene tanto espacio en los medios como un jefe de Estado o una superestrella del cine; sus declaraciones son repetidas en todos los idiomas, y su foto se convirtió casi en un objeto de consumo masivo. Es difícil de aceptar que, al disponer los ataques de septiembre, esta circunstancia no entrara en sus cálculos; así como que tampoco tuviera en cuenta que habría serias represalias. La dramática aparición televisiva de las últimas horas, con su estado mayor, no sólo le permite salir a disputarle a George Bush la primacía frente a las cámaras, sino que, por cuarta vez, convoca a la guerra santa, haciendo público su desafío.

Todo esto no parece ser la acción irreflexiva de un exaltado, sino más bien el frío cálculo de un jugador de ajedrez que, en medio de un proceso de escalada, "eleva la apuesta", siguiendo un rumbo previamente definido. ¿Es que Al Qaeda tiene muchos más operativos dispersos por el mundo, que gente tiene en Afganistán? ¿Se aplicará aquí la teoría del "iceberg", donde lo más importante está sumergido y lo que quedó en superficie quedó allí deliberadamente?

Quien planificó tan cuidadosamente los ataques del 11 de septiembre, no sólo en su ejecución sino en el efecto sobre la sociedad global, ¿dejó librado al azar lo que sucedería después? No se por qué, pero me resulta difícil de tragar.


Ántrax y otras amenazas
Por Enrique Coperías

El ántrax es una enfermedad que está causada por el Bacillus anthracis, una bacteria del tipo grampositivo que puede afectar a la piel, los pulmones y el aparato gastrointestinal. Hasta hace poco, esta patología recibía en España el nombre de carbunco y se reservaba el nombre de ántrax a una infección bacteriana de la piel, generalmente a nivel de la nuca, que se caracteriza por la aparición de unos furúnculos aislados que remiten lentamente y dejan una enorme cicatriz. En la actualidad, los médicos han adoptado el nombre de ántrax para referirse a la infección causada por el Bacillus anthracis.

De forma natural, el bacilo pasa a las personas a través de los animales, como ovejas, cabras y vacas, que suelen adquirirla cuando pastan en suelos contaminados. El B. Anthracis tiene la perversa facultad de inactivarse y transformarse en una espora, estado en el puede permanecer durante años e incluso décadas. En los humanos, la infección normalmente ocurre al entrar en contacto con animales infectados. La bacteria aprovecha pequeñas heridas o rasguños en la piel para adentrarse en nuestro cuerpo. Pero una persona también puede contagiarse al comer carne contaminada o inhalar esporas o bacterias que flotan en el ambiente. Antes de continuar, hay que decir que, aunque se trata de un mal muy contagioso y potencialmente mortal, el ántrax no se transmite de persona a persona. Sólo puede contraerse por exposición directa al bacilo: la dosis que se considera efectiva está entre 8.000 y 50.000 esporas, aunque hay que decir que no todas las personas que entran en contacto con el microbio llegan a enfermar.

Los síntomas de la infección cutánea pueden presentarse entre 12 horas y 5 días después de la exposición al Bacillus anthracis. Primero aparece una protuberancia de color marrón rojizo, hinchada por los bordes, que poco a poco aumenta de tamaño. La hinchazón se transforma en una ampolla, que se endurece y se rompe por el centro. Cuando esto ocurre, brota un líquido claro y la herida se cicatriza formando una costra negra que los médicos conocen como escara. En ocasiones, los ganglios linfáticos del área afectada se inflaman. Paralelamente, el paciente siente dolores de cabeza y musculares, así como fiebre, náuseas y vómitos. Si estos síntomas no se tratan o se interviene a destiempo, el 20 por 100 de los afectados por ántrax cutáneo fallece.

La enfermedad se desarrolla de forma distinta cuando las esporas son inhaladas. Entonces, los médicos hablan de carbunco pulmonar o enfermedad de los cardadores de lana, ya que era frecuente entre estos últimos. Al alcanzar el tracto respiratorio, las esporas se instalan y multiplican en los ganglios linfáticos próximos a los pulmones. Esto hace que los ganglios se rompan y comiencen a sangrar, lo que facilita la diseminación de la bacteria por las estructuras torácicas. Al comienzo, los síntomas son leves y recuerdan a los de la gripe. Pero esto sólo sucede al inicio de la infección, ya que después la fiebre empeora y en pocos días aparecen dificultades respiratorias, hemorragias internas, edema pulmonar y, en último extremo, shock y coma. También puede ocurrir que los bacilos alcancen el cerebro y se instalen en las meninges. Desgraciadamente, esta forma de ántrax es casi siempre mortal, aunque se trate de forma precoz. Las estadísticas revelan que el 90 por 100 de los infectados no sobrevive al tratamiento.

La tercera forma de carbunco, el ántrax gastrointestinal, es la menos frecuente. En este caso, el Bacillus anthracis se cuela en las paredes intestinales y libera toxinas que provocan una gran hemorragia y necrosis de los tejidos vecinos. Si la infección se extiende hasta el torrente sanguíneo, la situación del paciente puede ser comprometida. En este tipo de ántrax, entre el 25 y el 60 por 100 de los enfermos muere.

En los tres casos, la enfermedad se trata con antibióticos, como la penicilina, la tertraciclina, la eritromicina y el cloramfelicol. Normalmente, los médicos han de manejar combinaciones de éstos y otros antimicrobianos, debido a la existencia de cepas de bacterias resistentes a antibióticos. En el año 2000, la Food and Drug Administration (FDA) estadounidense aprobó el antibiótico ciprofloxacino para ser administrado en caso de guerra bacteriológica. Una de las bazas principales para combatir el ántrax, aparte de la medicación, es la rapidez de actuación. Así es; cuanto antes se trate la infección, mayor será la probabilidad de éxito. También existe la posibilidad de la inmunización contra el bacilo. En la actualidad, el carbunco se puede prevenir mediante vacunas. Ahora bien, la vacunación sólo se recomienda a las personas con alto riesgo de contraer la enfermedad. Éste es el caso de ganaderos, veterinarios, empleados de la industria textil que procesan la lana y el pelo de los animales, y manipuladores de productos cárnicos.

A fecha de hoy, casi nadie duda de que los casos de ántrax que han aparecido en Estados Unidos tienen que ver con un atentado bioterrorista. Los seguidores de Al-Qaeda tienen en sus manos un arma mortal, un agente muy resistente y relativamente fácil de producir en forma de esporas. Habrá que ver si los bacilos espolvoreados en los sobres recibidos por los estadounidenses son naturales o si, por el contrario, corresponden a versiones manipuladas genéticamente. La posibilidad, aunque remota, no se puede descartar. Los laboratorios clandestinos no sólo se dedican a cultivarlas sin más, sino que investigan cómo convertir a los microbios en supermicrobios, implacables e indestructibles.


Los errores de Estados Unidos
Por Enrique de Diego

El actual equipo de Bush tiene en su contra el nefasto precedente de la guerra del Golfo, cuando, bajo mandato de la ONU y de la mano de las petromonarquías, decidió dejar en el poder a Sadam Hussein para no mezclarse en la política interna iraquí ni dar bazas al vecino Irán. Esa falsa prudencia costó muchas vidas humanas, como miles de kurdos asesinados mediante un indiscriminado bioterrorismo. De aquellos polvos vienen estos terribles lodos que han sepultado a miles de personas en las Torres Gemelas.

Algunos de aquellos errores pueden estar reproduciéndose. Por ejemplo, la incidencia en el mandato ONU, reforzada por el estrambótico Premio Nobel, cuando las divisiones ¿humanitarias? de una organización donde toda tiranía tiene su asiento han sido cómplices de las lesiones a los derechos humanos -y específicamente a los de las mujeres-, perpetradas por los talibán.

Por ahora, frente a unos tiranos consumados, de chiste y de tragedia -que prohiben volar cometas o criar palomas como riesgos terribles para el Islam-, el gobierno norteamericano no parece estar ganando la batalla de la propaganda. No se ha sabido desacreditar lo que de burda manipulación representa la cadena de televisión Al Yazira. Ni se ha explicado el régimen de terror talibán. En lo que va de "guerra" lo que sí se ha conseguido es diabolizar a la Alianza del Norte, que, por mucho que se diga, son por de pronto los únicos dispuestos a luchar. ¿Quién va a entrar en Kabul? ¿Los marines?

Es un error de partida establecer como casi el único objetivo a Osama ben Laden, pues eso sitúa a los talibán poco menos que en el papel de inocentes víctimas. Hubiera sido preciso un mensaje de liberación del pueblo afgano; algo que empieza a señalar el secretario de Defensa, quien, por el momento, es el que parece más sólido.

La dependencia de Colin Powell respecto a Pakistán introduce un elemento de relativismo moral similar al de la guerra del Golfo, porque Pakistán es una tiranía y no puede contemplarse según esa repetida patraña de los países "árabes moderados". Hay moderaciones que matan con la sharia. El presidente pakistaní no tenía otro remedio que ayudar, pues él es quien tiene un grave problema interno de desestabilización. De paso, Powell parece dispuesto a incendiar Cachemira, abriendo nuevas vías de conflicto.

En muchos aspectos, estamos asistiendo a una guerra "políticamente correcta". Lo manifiesta esa extraña combinación de bombas y raciones de comida. ¿No deberían ser los talibán quienes alimentaran a su población? ¿O la misión de su gobierno es sólo llevarles al cielo con barba y burka, y muertos de hambre? También el hecho de que escapara el imán Omar -un ser sanguinario cuyas fechorías contra la población civil apenas si se han explicado- porque un general temió que la comitiva en la que huía fuera una caravana humanitaria. Otra manifestación de "corrección política" es la actitud de Powell, centrada en organizar el día después, cuando de momento estamos en el día antes. Es lo de vender la piel del oso antes de cazarlo

Según la prensa norteamericana, existen en el equipo Bush dos bandos con concepciones distintas de la estrategia. Uno, liderado por Donald Rumsfeld y otro por Colin Powell. El primero es partidario de avanzar y el segundo de ralentizar para seguir con pies de plomo por la vía diplomática, en la que al final se va de la mano de los que han montado, impulsado y financiado al terrorismo.


Al final, cuerpo a cuerpo
Por Alberto Míguez

Por mucha y muy avanzada tecnología militar que Estados Unidos esté invirtiendo en Afganistán, por muy sofisticados que sean los sistemas de captación de imágenes nocturnas, definición de objetivos mediante técnicas virtuales para los pilotos de helicópteros y por muy exactas que sean las informaciones recogidas por los aviones espías no tripulados y los satélites, el caso es que, al final, los comandos de operaciones especiales tendrán que bajar al terreno y muy probablemente enfrentarse con talibanes y guerrilleros islamistas en un cuerpo a cuerpo que se anuncia letal.

El Pentágono desearía repetir la estrategia de "cero bajas" que tan buenos resultados dio en la guerra del Golfo y en la batalla de Kósovo. Pero esta guerra es muy diferente: se trata de localizar a enemigos muy caracterizados, neutralizarlos y, si es posible, capturarlos para lograr informaciones y pistas que conduzcan a las redes terroristas en el terreno o fuera de él. Y parece obvio que estos kamikazes islamistas venderán cara su vida que para ellos y para sus jefes vale muy poco.

Que los aviones norteamericanos puedan ahora volar sin miedo un misil o las defensas antiaéreas facilita las cosas, pero no resuelve el gran desafío de esta guerra de bandas y comandos. Al enemigo hay que abatirlo en directo y allí donde se encuentre.

Ante una opinión pública impaciente, que pide un castigo ejemplar y rápido, y resultados instantáneos y victoriosos será muy difícil evitar el recurso al cuerpo a cuerpo, la lucha hombre a hombre. La tecnología no puede suplir ciertas limitaciones que sólo el hombre es capaz de resolver sobre el terreno. Los helicópteros o los vehículos blindados son también vulnerables y por sí solos no pueden distinguir dónde está el enemigo, qué enemigo y qué cantidad de enemigos.

Británicos y norteamericanos tendrán que mancharse las manos y algo más en los riscos afganos. Los rusos saben por experiencia lo que eso significa y, en las últimas semanas, explicaron minuciosamente a sus ahora aliados norteamericanos cuáles son las características del infierno.

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