La experiencia del siglo XX nos enseña que ni la planificación central coercitiva ni la indicativa dieron buenos resultados. Los planes gubernamentales obstaculizaron las iniciativas de la sociedad civil para crear empresas y comercializar productos. La escasez y las colas, características de las economías socialistas donde se organiza la actividad económica por medio de planes estatales, mostraron la inutilidad y efectos dañinos de estos proyectos gubernamentales.
Lo más preocupante es que mientras Rusia y la mayoría de los países de la órbita soviética ya abandonaron los planes centrales, en México, por inercia y por mantener en nuestra Constitución artículos obsoletos, todavía seguimos con los inútiles "rollos" de los planes estatales de desarrollo. La verdadera y fundamental planeación del Estado se debe hacer a través del presupuesto nacional. Un buen presupuesto, austero, sano y equilibrado, sin déficit, ayuda mucho más al desarrollo, que un Plan Nacional de Desarrollo.
En una economía de mercado hay planificación, pero no del gobierno para los ciudadanos. El gobierno planifica sus ingresos y gastos, garantizando un orden jurídico dentro de cuya estructura los trabajadores, comerciantes, amas de casa, industriales y demás agentes económicos deciden en qué trabajar e invertir tanto su tiempo como sus recursos.
Ojalá pronto simplifiquemos la Constitución, derogando artículos perjudiciales y obsoletos que hacen que los funcionarios públicos pierdan tiempo y desperdicien los recursos de la nación inventando planes de desarrollo.
© AIPE
Luis Pazos es director del Centro de Investigaciones sobre la Libre Empresa de México.
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