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La izquierda mutante

Antes de las elecciones de 2004, el Partido Socialista de José Luis Rodríguez Zapatero llegó a abogar por el tipo único en el IRPF: nada más alejado de la política fiscal propia de quienes conciben la historia como una sempiterna lucha de clases. Aunque al final todo quedó en mera retórica preelectoral, disponemos aquí de un buen ejemplo de la actitud y capacidad de adaptación de la izquierda europea del siglo XXI.

Paul Edward Gottfried, catedrático de Humanidades y profesor adjunto del Mises Institute, analiza esa sorprendente habilidad de la izquierda en La extraña muerte del marxismo. Este breve y documentado ensayo repasa el devenir de la izquierda desde el comunismo de posguerra hasta el postmarxismo como "religión política" que hoy padecemos, y que tan poco tiene ver con el viejo marxismo-leninismo.

Tras la Segunda Guerra Mundial, en la Europa devastada por el conflicto los partidos comunistas irradiaban optimismo: en Francia, el PCF cosechó el 26,1% de los votos en los comicios de 1945 y se mantuvo por encima del 25% hasta finales de la década de los 50; en Italia, votaban comunista dos millones de personas. La izquierda, comunista y socialista, avanzaba porque buena parte de la gente consideraba que votándola contribuía a la "reacción contra los nazis" y a consolidar una alternativa viable y capaz de acometer las reformas económicas necesarias. Asimismo, la Unión Soviética despertaba simpatías por su papel en la lucha contra el III Reich y su implicación en problemas comunes, como la reconstrucción y el combate contra la pobreza. No obstante, como destaca Gottfried, los comunistas necesitaban, para consolidar sus posiciones, que cayeran en el olvido pequeños detalles como la alianza entre Hitler y Stalin o el colaboracionismo del comunismo francés e italiano con el invasor alemán.

No obstante, a medida que el capitalismo generaba bienestar y riqueza sin grandes contradicciones que presagiaran su colapso, la izquierda fue abandonando el análisis científico materialista y abrazando un humanismo de corte idealista. La alienación capitalista y el existencialismo desplazaron a la ciencia marxista y los pretendidos herederos de Karl Marx pusieron el foco, a partir de los años 60, en la crítica de la expansión del imperialismo, es decir, en "la explotación de las poblaciones del Tercer Mundo". Gottfried ve en el auge de las interpretaciones antiimperialistas un "déficit de marxismo", en un periodo de cambios caracterizado por un "fatídico aumento de la influencia cultural y política americana". Asimismo, establece, de manera un tanto forzada, ciertas similitudes entre el "fin de la historia" que planteará Fukuyama en 1989 y el que plantearon los neomarxistas, que en este punto incidían en la liberación de la mujer y el desarrollo del Tercer Mundo.

El imposible contraste de la planificación marxista con la realidad fue haciendo mella en los neomarxistas, que se hicieron muy selectivos a la hora de las reivindicaciones pero mantuvieron la distinción socialismo-capitalismo por cuestiones de orden moral. El neomarxismo recurrió al concepto de alienación, presente en los escritos de Marx de la década de 1840, para sustentar su odio a la sociedad burguesa, a la que tenía por fascista. Será la Escuela de Frankfurt, instalada precisamente en EEUU, la que proporcione "los temas y los instrumentos" a la izquierda postmarxista: psicoanálisis, crítica social contra el prejuicio, feminismo igualitario...

Finalmente, en la década de los 80 el concepto de clase obrera prácticamente había desaparecido, y la caída del Muro de Berlín debilitó sobremanera a los partidos comunistas. Para entonces, los socialistas se habían adaptado con facilidad a los convulsos cambios sociales. Por su parte, el voto obrero, caladero natural de los comunistas, comenzaba a respaldar las candidaturas de la extrema derecha. Estratégicamente, el socialismo se hace entonces con la tradición comunista, de ahí que rehúse denunciar los crímenes comunistas, y promueve la revolución, pero entendida como agitación cultural. La opresión del Tercer Mundo, el feminismo radical, el combate contra el cambio climático o la apología del multiculturalismo serán algunas de sus banderas.

Para Gottfried, la izquierda postmarxista es una "religión política" heredera de un sistema de creencias tradicional "parasitario de los símbolos judeocristianos pero equipado con sus propios mitos transformacionales y su visión del fin de la historia". Se trata de un "despotismo blando" que, poco a poco, va impregnándolo todo, sin recurrir para ello a la coacción física, y que cuenta con dogmas como el de la "amnesia colectiva" para todo lo relacionado con la brutal historia del marxismo-leninismo. Para la izquierda postmarxista, comunismo y nazismo no son equiparables, pues, a su juicio, el primero tenía buenas intenciones y el segundo era una doctrina racista.

Gottfried mantiene que el postmarxismo europeo, que tanto debe a los Estados Unidos (Escuela de Frankfurt mediante), no es propiamente marxista. Quedan lamentaciones como la del inquisitorial Jürgen Habermas sobre la distorsión comunicativa que provoca el capitalismo, cantinelas como la del multiculturalismo o la lucha de sexos, pero ya no nos encontramos con "las inflexibles demandas de propiedad estatal de los medios de producción o de expropiación de la clase capitalista".

Esta ideología postmarxista, antioccidental, deforma profundamente la conciencia y altera la moral de las personas, sostiene Gottfried, quien, por otra parte, y tras reparar en el fenómeno de la inmigración, no es optimista respecto a un cambio de actitud de la sociedad europea. Así las cosas, augura un negro porvenir para el Viejo Continente si no emerge una élite intelectual que encabece una "campaña contra la agenda multicultural".

Paul E. Gottfried, La extraña muerte del marxismo, Ciudadela, Madrid, 2007, 205 páginas.

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