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¿Qué es Occidente?

El Gobierno ha instaurado, en nombre de la paz, un estado de cosas donde todo da igual, todo vale lo mismo y nada tiene importancia. Ha hecho suyo y reinstaurado el hedonismo intelectual y moral como forma de vida, y aspira a eternizarlo haciendo todo discutible excepto su propio poder.

En este proyecto para los españoles, nada merece la pena; tampoco preservar una civilización occidental que vive una nueva crisis, quién sabe si la definitiva. Se propugna una nueva racionalidad política en la que la filosofía griega se sustituye por el pensamiento débil, el cristianismo por el culto al "ansia infinita de paz", el derecho por el relativismo jurídico y la democracia por la demagogia y el populismo. Lejos de preocuparse por el nihilismo intelectual y moral que cabalga desbocado por Europa, el frente gubernamental de Zapatero cabalga entusiasta sobre él.

"Conócete a ti mismo" era el lema del Oráculo, que hizo suyo Sócrates hace veinticinco siglos. "Europa, sé tú misma" fue el lema del papado de Juan Pablo II, cuando el continente andaba ya a la deriva. Ahora, los españoles pesimistas tienen motivos para la preocupación. Perdida entre la telebasura y las bravatas iletradas de Almodóvar, Zerolo o Boris Izaguirre, y herida de muerte por la Logse, la sociedad española parece olvidar quién es y de dónde viene, requisito imprescindible para saber adónde ir.

Contra ilusos, biempensantes y despistados, conviene subrayar que el relativismo y el nihilismo moral que nos rodean, el rechazo de cualquier verdad objetiva o supraindividual es el camino más directo al despotismo; al gobierno del cinismo, la propaganda y el dominio del más fuerte. Vaciar de pasado a una sociedad permite comenzar de cero, modelarla a voluntad. Precisamente eso es lo que los nuevos ingenieros de almas, con su Alianza de Civilizaciones y su Educación para la Ciudadanía, buscan con ahínco en la España de 2006; la del pacto con ETA, la de la entente con el yihadismo criminal, la de la cristofobia y el odio antiliberal. Difícil es negar hoy lo evidente; ante la distracción de unos y el pasmo de otros, hoy buscan para nuestros hijos una sociedad radicalmente opuesta a la que nos dejaron nuestros padres.

La obra ¿Qué es Occidente? se presenta como un buen antídoto intelectual y moral. Intelectual, porque recordará qué somos y por qué somos así: somos herederos de Aristóteles, de Tomás de Aquino, de Voltaire y de Karl Popper; moral, porque mostrará que no hay nada de qué avergonzarse, que esta herencia debe reivindicarse con orgullo y defenderse con ahínco. Antes de nada, recordemos a Benedicto XVI: Occidente debe amarse a sí mismo.

Su autor, Philippe Nemo, nacido en 1949, es miembro de instituciones prestigiosas como la École des Hautes Études Commerciales y el Centre de Recherche en Philosophie Économique. Nemo nos presenta un recorrido por los orígenes y el desarrollo de la personalidad de Occidente, así como un análisis de la situación presente y un proyecto de futuro. Dado el estado de cosas en nuestro país, esta obra no ha podido llegar en momento más oportuno.

Nemo enumera los cinco pilares en que se basa la civilización occidental, no por conocidos por todos suficientemente tratados en otras obras: la filosofía griega, el derecho romano, la religión cristiana, la revolución en seno de ésta que se produjo en el siglo XI y el surgimiento de la democracia liberal. La filosofía griega supuso el paso del mito y la magia a la razón, y con ella a la ciencia, la democracia, la enseñanza. Cuando el frente gubernamental de Zapatero busca erradicar la enseñanza de la filosofía, la alusión a Tales de Mileto, a Anaximandro, a Heráclito, a Sócrates o a Aristóteles se presenta como algo indispensable para entender qué es Occidente.

Tal legado racional fue recogido, ampliado y extendido por el Imperio Romano. Enfrentado a problemas reales y no abstractos, tuvo que concretarlo, juridificarlo. Así nació el derecho universal, aquél que diferencia a Occidente del resto del mundo. "No hay humanismo sin derecho privado y sin protección jurídica de la propiedad. Fue el progreso del derecho impulsado por Roma lo que originó el paso definitivo que sacó a la humanidad del tribalismo. Occidente vivirá ese avance al mismo tiempo que el del civismo griego. Oriente lo ignorará" (pág. 38).

El tercer pilar indiscutible de la civilización occidental es el cristianismo. Lejos de la levedad intelectual de la cristofobia mediática y pseudocultural, Nemo nos recuerda un aspecto teológico fundamental, demasiado sutil para la argumentación gruesa de la progresía europea: la ubicación del bien y la verdad por encima del ser humano son la mejor garantía de la libertad humana, porque ningún poder puede apropiarse de ellas. El cristianismo sitúa la idea de bien al margen de las debilidades humanas, y sólo así es posible que no sucumba a la ley del más fuerte; como no se impone en este mundo, la libertad del hombre queda a salvo.

Consideraciones teológicas, pero también políticas: la igualdad de todos los seres humanos conlleva necesariamente la compasión, esto es, la pasión con el otro. La solidaridad, mito fetichista de la izquierda anticristiana, es un invento cristiano; como tal será vilipendiado por Nietzsche. También la rebeldía contra el destino histórico: la asunción por parte del hombre de que no todo en este mundo está determinado es un impulso a la actuación genuinamente cristiano. Tal fue el carácter de la revolución papal de los siglos XI y XIII, acontecimiento elevado por Nemo a la categoría de histórico.

Tal revolución se produjo en el momento en que el hedonismo y el relativismo sumían a Europa en una crisis moral, en que se entregaba a una corrupción que afectaba a toda la sociedad. Una verdadera ética de mínimos, en la que todo daba igual y todo valía lo mismo, dejaba la sociedad en manos de gobernantes oportunistas. "Privar al pueblo de la felicidad sórdida pero sólida de que disfruta gracias a la sabiduría de sus desengañados caudillos. Y esto no lo va a permitir el Gran Inquisidor. En consecuencia, al alba Jesús será quemado en la hoguera" (pág. 63). Nemo recupera Los hermanos Karamazov de Dostoievski, al tiempo que el lector atento lo recuperará para la España de hoy. ¿Acontecimiento histórico o análisis sociológico actual?, se dirá el español preocupado.

Nemo reivindica el carácter liberal y fraternal cristiano, hasta el punto de que constituye la tesis defendida en la obra: "Creo que la moral judeocristiana del amor o la compasión, al aportar una sensibilidad inédita al sufrimiento humano, un espíritu de rebeldía contra la idea de la normalidad del mal, dio el primer empuje a la dinámica del progreso histórico" (pág. 39). Si esto es cierto, las principales ideas que convergieron en la aceptación de la democracia parlamentaria tienen un trasfondo cristiano indudable.

Arquitectónicamente, Atenas se integró en Roma, y Roma en Jerusalén. La relación con la cultura islámica fue real y necesaria, pero la evolución occidental no hubiese sido posible sólo con ésta. Fue el espíritu europeo lo que impulsó la civilización occidental, y no el mito de las tres culturas, mezcla ideológica y cultural que olvida lo que a Nemo le parece evidente: "Nada de todo esto ha tenido lugar fuera de Occidente, y cuando ha ocurrido fuera ha sido bajo la influencia de Occidente" (pág. 77). Realista, Nemo conviene en que la llegada de textos filosóficos a través del mundo árabe es causa material, insuficiente sin la causa formal, el espíritu; si la causa material hubiese sido suficiente, "Galileo hubiera sido mongol" (pág. 70).

Entendido así, el último elemento occidental depende de la razón griega, el derecho romano y la escatología cristiana. La democracia no es posible sin todas ellas: "La tesis de la relación directa entre verdad y pluralismo tiene como corolario que todo ciudadano deber ser libre para expresar su pensamiento" (pág. 73).

Para Nemo, es occidental aquel país que tenga en su haber los cinco elementos, por lo que Estados Unidos y Europa Occidental constituyen por derecho su corazón, a partir del cual se agregan aquellos países cuyo pasado posee tres o cuatro de ellos. La falta de verdadera experiencia democrática dejaría fuera a América Latina, Europa del Este y los países ortodoxos, como Rusia o los Balcanes. Occidente es, así, una unidad auténtica, en la que las diferencias entre un lado y otro del Atlántico responden a obsesiones ideológicas, no a realidades culturales o históricas.

La tesis de Nemo tiene profundas implicaciones estratégicas, que no le pasan desapercibidas: aboga directamente por una Unión Occidental entre Norteamérica y Europa, "una entidad política que encarnara la identidad occidental y pusiera de manifiesto ante los ojos de sus habitantes que son miembros de una misma comunidad" (pág. 121). Comunidad confederal, abierta a países semejantes, que superase el ideal de la UE y el norteamericano del Imperio.

Para desgracia de los profetas de la Alianza de Civilizaciones, la identidad cultural occidental resulta indispensable para cualquier diálogo intercultural: ¿cómo dialogar si no se sabe quién se es? Nemo recuerda este carácter esencial del diálogo: sólo es posible dialogar con otras culturas si se es consciente de los valores propios: "Para que el diálogo desemboque en esos universos nuevos es preciso que se realice de verdad, y para ello que cada uno sea auténticamente él mismo" (pág. 131). Renunciando a la identidad europea, cualquier diálogo resulta imposible y, por tanto, un fraude.

Hoy, el futuro de Europa se mueve entre la inercia, la desorientación y el miedo al futuro. Tiempo de crisis, que la historia nos enseña es real, aunque no irreversible. En incontables ocasiones se ha asomado Europa al abismo de su desaparición, y el peligro ha sido superado. Ello ha sido posible cuando el genuino espíritu europeo ha resurgido con fuerza. Por ello, hagamos nuestra la actitud cristiana del siglo XI, narrada por Nemo (pág. 54): "Había que cambiar radicalmente de actitud. La pelota estaba en el campo de los hombres. A ellos les correspondía transformar el mundo".

Pese al profetismo histórico del frente gubernamental español, la historia no está escrita. Los europeos del siglo XXI construirán la suya. Y deben ponerse a ello desde ya.

Philippe Nemo, ¿Qué es Occidente?, Gota a Gota, Madrid, 2006, 168 páginas.

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