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Las matanzas de Sabra y Shatila

Desde hace casi dos décadas distintos medios de comunicación han acusado a Ariel Sharon, actual primer ministro de Israel, de haber perpetrado las matanzas de millares de refugiados civiles palestinos en Sabra y Shatilla.

La acusación, repetida hasta la saciedad, ha dado pie incluso para que un tribunal belga se plantee la posibilidad de iniciar un proceso contra Sharon por crímenes contra la Humanidad. Sin embargo, ¿quién realizó las matanzas de Sabra y Shatilla? ¿y por qué?

La breve historia del Israel moderno es una trayectoria pespunteada por las agresiones continuas de los vecinos islámicos y el flagelo terrorista desde su fundación en 1948.Tan sólo entre 1951 y 1957, en una época en que Israel no estaba en lo que ahora se denominan territorios ocupados, fueron asesinados 967 israelíes por terroristas árabes que actuaban en el interior de las fronteras de 1949.La cifra, en términos absolutos, supera a la de los muertos ocasionados por ETA en décadas de historia y en términos relativos es más de cinco veces superior. Durante esos años, Ariel Sharon -que había sido uno de los militares preferidos de David Ben Gurión- no sólo dio muestras de una notable capacidad táctica sino que además desarrolló una visión política que mantendría sin fisuras durante años.

Si bien era partidario de seguir buscando la paz que los árabes rechazaban desde 1948 al mismo tiempo sostenía -como la práctica totalidad de la opinión pública israelí- que esa paz nunca podía ser adquirida a costa de la seguridad nacional ni pactando con terroristas como los de la OLP que asesinaban civiles, secuestraban aviones y servían a los intereses de la URSS en Oriente Medio. Esta posición explica que pudiera mantener excelentes relaciones con Hussein de Jordania -un monarca que no dudó en ordenar la muerte de millares de palestinos cuando la OLP amenazó su permanencia en el trono- o que se identificara con la posición antipalestina de los cristianos libaneses. Esta última circunstancia iba a dar origen a uno de los episodios que más ha dañado la imagen pública de Sharon. Nos referimos a las matanzas de Sabra y Shatilla.

La guerra del Líbano fue una guerra -como todas las libradas por Israel- meramente defensiva. Entre 1965 y 1982, la OLP había asesinado en atentados terroristas a 1.392 personas y herido y mutilado a otras 6.237. A inicios de los ochenta, Arafat decidió establecer bases en el Líbano que le permitieran no sólo acosar a los israelíes de una manera más efectiva sino también alterar el precario equilibrio de la zona volcándolo hacia vías revolucionarias e islámicas. No resulta por ello extraño que cuando los cristianos libaneses tuvieron noticia de que Arafat iba a trasladar varios millares de terroristas a la zona occidental de Beirut buscaran ayuda en la zona para contener lo que contemplaban como los prolegómenos de una sangrienta guerra civil en la que también intervendría Siria.

Tampoco sorprende que el único país que estaba dispuesto a enfrentarse con el terrorismo frontalmente fuera Israel. Fue así como nació la operación Paz en Galilea que se desarrolló bajo el mando de Sharon. La guerra del Líbano tuvo una enorme contestación internacional y una parte importante de los israelíes se opuso a ella porque no captaba los peligrosos cambios que se podían fraguar en la zona amenazando directamente la seguridad de su estado. Sin embargo, a pesar de todo, se saldó con un éxito militar indiscutible. De hecho, a su término, se había llevado la expulsión del país de más de quince mil terroristas. Sin embargo, la OLP no estaba dispuesta a darse por derrotada y es lógico también que así fuera en la medida en que se sabía respaldada por el mundo islámico y no deseaba verse privada de una base desde la que atacar a Israel. Como era habitual en su trayectoria histórica, recurrió al atentado terrorista. Fue así como se produjo el asesinato del presidente libanés Bashir Gemayel.

La muerte de Gemayel no sólo fue un torpedo contra la línea de flotación de una posible paz en el Líbano sino que además desencadenó un extraordinario deseo de venganza entre sus seguidores que eran árabes pero no musulmanes y que además deseaban mantener una independencia que veían directamente amenazada por la OLP y Siria. El 16 de septiembre de 1982, en respuesta directa al asesinato de Gemayel, tropas pertenecientes a las falanges cristianas libanesas entraron en los campos de refugiados de Sabra y Shatilla y llevaron a cabo una matanza que pasaría a la Historia. Ciertamente, el número mayor de muertos correspondió a los palestinos pero, en absoluto, se trató de una acción limitada a éstos. Según el informe que, con posterioridad, la Cruz Roja evacuó al respecto, las muertes incluyeron a 328 palestinos varones, 15 mujeres y 20 niños además de 109 libaneses, 21 iraníes, 7 sirios, 3 pakistaníes y 2 argelinos. Habían sido asesinados civiles pero, al mismo tiempo, era indudable que no pocos de los muertos eran terroristas cuya procedencia nacional mostraba hasta qué punto el Líbano se había convertido en el campo de batalla escogido por estados terroristas para luchar contra Israel.

Las noticias sobre la matanza tardaron algunas horas en salir a la luz. Todavía el día 17, los israelíes -sin excluir a Sharon- ignoraban lo que había sucedido en Sabra y Shatilla mientras los falangistas libaneses insistían en que todo se había limitado a un enfrentamiento con terroristas de la OLP. Sin embargo, la verdad no podía ocultarse. Lejos de intentar justificar una acción en la que, por otra parte, no habían participado los israelíes y empujado por una opinión pública que estaba horrorizada, once días después, Menahem Begin, el primer ministro de Israel, nombró una comisión de investigación para esclarecer responsabilidades. El momento fue aprovechado por los laboristas israelíes para intentar desplazar a la derecha del poder y, desde luego, por la OLP para culpar a Israel y a Sharon de la matanza. De esa manera, Arafat volvía a presentar a los palestinos como un pueblo víctima del imperialismo occidental y sionista, desacreditaba a Israel y ponía fuera de juego a uno de sus generales más brillantes.

A veinte años de los sucesos no puede dudarse de que la jugada propagandística ha tenido un éxito notable. No obstante, la comisión, que recibió el nombre de Kahan por el magistrado que la presidía, fue taxativa en sus conclusiones. La matanza había sido realizada única y exclusivamente por las falanges libanesas sin participación alguna de tropas israelíes o de sus mandos. Sin duda, una intervención del ejército de Israel interponiéndose entre ambas partes podría haber limitado los efectos del ataque pero resultaba más que discutible que hubiera tenido siquiera noticia de lo que iba a suceder. De ahí se derivaba una difusa responsabilidad moral que salpicaba a Begin y a Sharon por no haber previsto lo que iba a suceder y haber actuado en consecuencia. La idea de que el ejército israelí tuviera que imaginar lo que podían hacer las falanges libanesas e impedirlo tenía un punto de absurdo no pequeño y no resulta extraño que Sharon recibiera más que irritado el informe final de la comisión. Lo cierto, sin embargo, era que la opinión pública de Israel - a fín de cuentas el único régimen democrático de todo Oriente Medio -había reaccionado espantada ante aquel episodio y la matanza de Sabra y Shatilla- aireada cínica o ignorantemente contra Sharon en los años sucesivos -provocaría el final de Begin y, en apariencia, también el de Sharon que había concebido una más que comprensible desconfianza hacia Arafat.

Con todo, si Sharon no desapareció de la escena política fue por varias razones. La primera que su competencia era innegable. Se trataba de una circunstancia que tampoco Shamir, el sucesor de Begin, se atrevería a cuestionar y que implicaría una colaboración que duró hasta 1990. La segunda que por mucho que sus enemigos afirmaran lo contrario la verdad era que Israel ni había ordenado, ni había perpetrado ni había consentido las matanzas. En 1990, "con el corazón lleno de pesadumbre" por utilizar sus propias palabras, Sharon presentó su dimisión como ministro de industria y comercio al primer ministro Yitshak Shamir. La razón aducida fue que el terrorismo palestino estaba actuando sin freno en el territorio nacional causando muertes no sólo entre la población israelí sino también entre la palestina que no estaba dispuesta a someterse a los dictados de la OLP. Apenas estuvo cuatro meses fuera del gobierno.

La llegada masiva de inmigrantes procedentes de la Unión soviética había provocado una verdadera crisis de la vivienda y Sharon, que siempre había demostrado una notable capacidad gestora, recibió el encargo de asumir la cartera de vivienda y construcción. Durante los dos años siguientes, Sharon logró construir 144.000 nuevos apartamentos y restaurar otros 22.000. Nuevamente, se trataba de un logro sin precedentes pero era tan sólo de un paso más en el curso de una carrera en la que pareció docenas de veces que su papel se reducía al de pesimista y quejumbrosa voz que clamaba en el desierto pero que, finalmente, le llevó al poder con un incomparable respaldo en las urnas.

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