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Historia del liberalismo europeo

La editorial Comares acaba de reeditar esta obra de Guido de Ruggiero, publicada por primera vez en España en 1944. Aparecen estas páginas en una notable colección de pensamiento: Critica del Derecho, dirigida por el profesor José Luis Monereo, de la Universidad de Granada.

Pero antes de tratar el tema del libro conviene hacer siquiera una breve mención al contexto en que fue publicado. Historia del liberalismo europeo vio la luz en 1925, como un firme alegato, no sólo académico, contra el fascismo de Mussolini. Quizás a causa de la tensión política de una época marcada por el surgimiento de los totalitarismos, el autor sucumbe en algún episodio (páginas 395-399) a la tentación de "liberalizar" el socialismo, que el dictador italiano había nacionalizado e impuesto enérgicamente, intentando reivindicar lo que en él hay de praxis de la libertad a través de una distinción, quizás excesivamente atrevida, entre socialismo marxista y no marxista. A pesar de estas cuestiones polémicas, es necesario resaltar el extraordinario valor de esta empresa intelectual, tanto más cuanto que son rarísimos los libros de historia del pensamiento liberal, especialmente los que ensayan una interpretación histórica total, como en el caso presente. Probablemente los únicos paralelismos con esta obra sean La libertad política, de A. J. Carlyle, editada por primera vez en 1941, una historia del concepto de libertad desde la Edad Media, y la obra de Bertrand de Jouvenel Del poder, publicada en 1945, que aborda la historia liberal de la política estricta a través del crecimiento del poder.

Como ya se puede intuir, a pesar de lo que sugiere el título, no estamos ante un mero relato histórico del liberalismo, sino ante un verdadero estudio de filosofía política que trata las ideas liberales y el mismo concepto de libertad con un enfoque epistemológico, mostrando sus avatares a lo largo de los dos últimos siglos.

La tarea central que emprende Ruggiero es el análisis de la transición del ideal de libertad desde el sistema feudal hasta los modelos demoliberales modernos. Se trata del examen profundo de un proceso histórico, en ocasiones con saltos abruptos (la Revolución Francesa), sin perder de vista el carácter seminal del ideal de libertad, consustancial al individuo, que necesariamente ha impregnado todas sus creaciones jurídico-políticas.

La Edad Media es el tiempo del dominio exclusivo del derecho privado, basado en la propiedad, en el contrato y en la organización familiar, con unas clases privilegiadas sin cuya fuerte resistencia la monarquía feudal sólo habría creado un pueblo de esclavos. La monarquía absolutista y el democratismo posrevolucionario, en cambio, pretenden desarraigar esta fuente de privilegios e igualar a los súbditos en derechos, pero la ruptura es tan radical que, como advierte Burke en su estudio sobre la Revolución Francesa, sin una densa clase media, la ausencia de un contrapeso aristocrático impide la existencia de la libertad, porque no hay barreras contra el absolutismo. El ejemplo francés demostrará que entre el despotismo monárquico y el democrático no hay una diferencia esencial en términos de servidumbre. Mas la fuerza espiritual del liberalismo, capaz de superar las estructuras anquilosadas del Antiguo Régimen y extender el régimen de privilegios a capas sociales cada vez más amplias, es también capaz de superar la estatolatría fruto de la revolución, pues "la libertad es conciencia de sí mismo, del propio e infinito valor espiritual, y el mismo reconocimiento ajeno procede de esta inmediata revelación".

El papel de la Iglesia es, asimismo, primordial en esta transición, pues tanto bajo el régimen del feudalismo como más tarde, en las monarquías despóticas, supone un firme valladar contra la supremacía estatal. Su lucha constante contra el poder del Estado ha constituido a lo largo de los tiempos una eficaz garantía para los individuos contra el peligro de una total sumisión. Esta secular rivalidad entre Iglesia y Estado es lo que ha permitido a los pueblos occidentales sustraerse a los estancados sistemas teocráticos orientales, para ir ganando progresivamente mayores cotas de libertad.

Con la Revolución Francesa se inicia la supremacía del positivismo jurídico frente al derecho natural, debido en gran parte a las enseñanzas de Rousseau, con su ideal de "contrato social", que pretende convertir el estado de naturaleza en estado social, sustituyendo los derechos naturales por los derechos sociales. Se trata de una apuesta revolucionaria nefasta, pues los hombres son invitados a pensar que "poseen, con la mera técnica jurídica, el medio y la capacidad para ilimitadas transformaciones de su régimen político". Esta pretensión de los legistas de que pueden "rehacer desde sus comienzos, con instituciones y leyes nuevas, el trabajo de la historia ignorando la fuerza de la tradición, de las costumbres, de las asociaciones y de las instituciones anteriores", producirá amargas experiencias históricas.

Surgen en este punto dos concepciones antitéticas de la libertad política, tomada como la más alta expresión de la auténtica libertad del individuo. Por un lado, el liberalismo anglosajón, que concibe la libertad política como libertad del individuo en relación con el Estado y frente al Estado, mientras que el camino surcado por sus coetáneos continentales sugiere que esta libertad no consiste en independencia del Estado, sino en la activa participación en el mismo. Entre nosotros, el profesor Dalmacio Negro suele llamar al primero "liberalismo político" y al segundo "liberalismo regalista". Justamente es esta segunda corriente doctrinal, que podemos también llamar "democrática", la fuente de casi todas las construcciones políticas posteriores a la revolución, con la obra de Rousseau, nunca suficientemente denostada, como principal inspiración de la evolución política europea. No en vano solía decir Bertrand de Jouvenel que el ginebrino era el prescriptor político de la mentalidad contemporánea.

Rousseau parte de la libertad natural del individuo para convertirla, mediante el contrato social, en libertad civil. Pero el hecho de que todos los individuos consientan transferir su derecho a la comunidad da vida a un poder colectivo mucho más invasor que las monarquías tradicionales; su consecuencia más inmediata será el régimen de terror implantado por la Convención. Es el despotismo democrático, que implanta la idea de que la voluntad general no puede equivocarse, pues siempre es recta y persigue el bien común. Así nace un Estado que la constitución hace libre, mientras los ciudadanos son cada vez más esclavos.

El libro incluye, como ya se ha apuntado, un estudio profundo de las diferentes formas históricas del liberalismo europeo. Así, los modelos inglés y francés, como antitéticos, y los sistemas alemán e italiano, deudores de la impronta gala.

En el capítulo dedicado al liberalismo anglosajón es muy interesante la crítica a los principales economicistas (Ricardo y Malthus), que ignoran el principio de empresarialidad, ya apuntado por nuestros escolásticos del Siglo de Oro (aunque el autor prescinda, incomprensiblemente, de su estudio), y sólo ven en las interacciones sociales que constituyen el fenómeno económico un mero problema de asignación matemática. Basados sus estudios en este modelo estático de las relaciones sociales, concluyen que la única forma de no ir al colapso económico es mejorar las técnicas de producción y reducir la natalidad, haciendo con ello a las clases trabajadoras responsables de su propia desgracia. Pero los efectos nocivos de esta concepción antiliberal de la economía actuarán a muy largo plazo, pues, a los ojos de Marx y Lasalle, la ley de bronce del salario aparecerá como un hecho irrefutable, pero no de la naturaleza sino de la historia, como efecto inevitable de la explotación capitalista. Las consecuencias últimas para los seres humanos de esta degeneración doctrinal, por todos conocidas hoy en día, no eran tan evidentes a mediados del siglo pasado, cuando se publicó el libro, dicho sea esto en reconocimiento de su autor.

La segunda parte de la obra enfrenta el liberalismo con las categorías históricas con que mantiene una relación polémica, cuando no de necesaria antítesis. Nacionalismo, socialismo, estatismo o democracia son construcciones jurídico-políticas que el autor analiza por oposición al liberalismo, lo que sirve para depurar intelectualmente la misma idea de libertad, presente a lo largo de todo el trabajo.

Escrito en 1944, esto es, en plena crisis del modelo liberal decimonónico y con los totalitarismos rojo, negro y pardo enseñoreados del continente, Historia del liberalismo europeo incluye necesariamente un apartado destinado a estudiar los orígenes de esta profunda crisis y los medios para su superación.

Una de las claves es la necesidad de vigorizar los fermentos liberales en el terreno de la política real, pues en la política de masas, característica de los sistemas posteriores a la II Guerra Mundial, el liberalismo político "será inevitablemente derrotado por la democracia y por el socialismo". La única idea que debe inspirar a los que luchan por extender el ámbito de las libertades individuales frente a sus enemigos seculares ha de ser basar la fuerza en la calidad de sus milicias.

"Es, sin duda, excesiva la pretensión de los que querrían hacer del liberalismo, como partido, un estado mayor del ejército político; pero sí se comprende el propósito de hacer del mismo una de las llamadas minorías selectas. No es posible que cualquier miembro de la milicia política comprenda el valor de la libertad, de la personalidad humana o de la autonomía espiritual. Se necesita una mayor experiencia y una individualidad más diferenciada. De ahí que un partido liberal sólo pueda elegir a sus partidarios entre las clases medias, que están más educadas para las actividades autónomas y tienen más firme el sentimiento de la legalidad".

En consecuencia, "la reconstitución de los partidos liberales está ligada de modo esencial a una labor de cultura que llame de nuevo la atención de las clases medias sobre el valor mediato y crítico de su actividad y sobre la necesidad de comprender el carácter universal de su misión histórica".

Guido de Ruggiero, Historia del liberalismo europeo, Comares, Granada, 2005, 452 páginas.

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