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El manual de Alicia

Alicia Delibes ha escrito un manual. Un libro de texto para seguir la ruta del hundimiento de la enseñanza española sucedido durante los últimos 35 años. Un compendio de conocimientos (informaciones, explicaciones, referencias bibliográficas…) imprescindibles para acercarse al asunto del que trata: de cómo un sistema de enseñanza, es decir de instrucción, bastante eficiente y servido por profesionales rigurosos y mayoritariamente vocacionales fue convertido en un sucedáneo para masas televisuales, una enseñanza-basura bajo la especie de que ello era el precio exigido por su democratización. El timo de la estampita, para los humildes que accedían por fin a la generalización de la enseñanza y para los profesionales que creían estar sirviendo a la utopía de extender la cultura, todos los cuales se encontraron, al abrir el sobre de las reformas socialistas Logse, con que dentro no había más que papelillos sin valor, una jerga tecnoprogre cuya finalidad no era, en absoluto, la de elevar el nivel cultural de ese pueblo en cuyo nombre hablaban, sino la de destruir la cultura.

Sí, exactamente eso: sustituir una tradición científica, artística, religiosa o histórica, considerada culpable y causante de la injusticia universal, por unos saberes desprovistos de rigor y sistematismo y construidos por cada individuo, de modo que el relativismo viniera a reinar sobre cualquier posibilidad de una jerarquía intelectual que implicara su correlato social.

He usado los términos "manual" y "libro de texto" (hoy se les llama "material curricular") o "conocimientos" con toda intención: lo que hoy nos jugamos, el campo de batalla del que Alicia nos da cuenta, es la muerte del conocimiento, el remate de aquel "conocimiento inútil" de un Jean-François Revel a quien Delibes reconoce como maestro y origen de su propia reflexión y que hace ya treinta años nos advertía acerca de lo que se avecinaba, de las consecuencias que traía consigo el espíritu de un mayo del 68 que no era sino la combinación de la revolución contracultural norteamericana y el marxismo europeo.

Porque, en efecto, el gran combate sigue siendo el de siempre: el de la civilización occidental contra sus enemigos interiores y sus apoyos y justificaciones exteriores: la multiculturalidad, los integrismos, las alianzas en la lapidación y otras lindezas en las que quienes perdieron la Guerra Fría se han refugiado durante los últimos años. Y en ese combate la negación de los saberes, su relativización y aligeramiento, la corrosión de sus fundamentos y su historia, su reducción a meros instrumentos para la adquisición de unas supuestas "capacidades", que en la LOE vuelven rebautizadas como "competencias básicas", su descrédito y el de la gran cultura que sobre ellos levantamos, origen indudable de la superioridad y riqueza de Occidente; esa destrucción, digo, se convierte en el objetivo necesario para quienes siguen soñando con el "hombre nuevo", aquel que en todas las revoluciones surgidas del resentimiento no produjo más que esclavitud y horror.

Nunca deberíamos olvidar que este "sueño" produjo joyas del espanto como la Revolución Cultural china o su aplicación en Camboya por Pol Pot, uno de los mayores asesinos de la historia, sí, pero no hijo de la nada, sino de ese odio –indudablemente llevado hasta extremos de locura– que consideraba culpables a quienes sabían leer, llevaban gafas o hablaban lenguas, por haberse corrompido con la "cultura capitalista".

Lo que nos presenta Alicia Delibes en este libro impagable es, pues, lo sucedido en la enseñanza europea y española durante los últimos 250 años al servicio de un proyecto cuyos orígenes son los mismos de ese sueño monstruoso. Y, por tanto, su exposición nos ofrece un argumentario más que sólido para intentar detener algo que, además de insensato, es sobre todo una inmensa estupidez, hija de la soberbia de una izquierda que siempre cree inaugurar el mundo a su paso. Empezando por el narrarnos el enfrentamiento entre las tesis verdaderamente ilustradas de Condorcet y los enciclopedistas, que buscaban el fin de la ignorancia a través de la instrucción como vía hacia la libertad y la felicidad, es decir, lo que llamamos en puridad el proyecto ilustrado, y un Rousseau que hacía de la ignorancia absoluta, de la negación de todo conocimiento adquirido, enseñado desde fuera del individuo, el fermento de ese hombre nuevo, liberado de la represión que la cultura supone, dispuesto a su integración en una colectividad tutelada por el Estado, cuyos educadores acompañan y dirigen al niño en su incorporación de los valores necesarios para la aceptación social.

Esta confrontación entre el espíritu y el proyecto de los ilustrados y el de los rusonianos, antiilustrados encubiertos que en sí mismos simbolizan también otra "gran estafa", es el eje vertebral de la obra de Delibes. El relato de la implantación de las ideas rusonianas como gran abrevadero de la pedagogía que Alicia llama "posmoderna", en la medida en que esa posmodernidad es la gran debeladora de aquella utopía ilustrada a que antes nos referíamos.

Asistimos así al triunfo de Rousseau a través de la Institución Libre de Enseñanza (su gran heredera histórica en la enseñanza española), de la Escuela Nueva y única de los socialistas de Núñez Arenas, antecedente directo de la reforma de los gobiernos de González sesenta años después, de los experimentos de Bertrand Russell o el Summerhill de A. S. Neill, o de las comprehensive schools de los laboristas ingleses, hasta desembocar en nuestras Logse y LOE, que tanto daño han hecho y harán. Porque sus resultados son cualquier cosa menos casuales, y este libro es su demostración: nunca buscaron otra cosa que la implantación del igualitarismo social a costa de lo que fuera, empezando por el nivel cultural de la población. En fin, un proceso por el cual hemos sustituido la tarea de enseñar como extensión del conocimiento por la de educar, entendida como un adoctrinar desde la ignorancia.

Y aquí es donde se actualiza la utilidad de Rousseau y su dimensión más contemporánea de último refugio para la izquierda: ya que el liberalismo, resultado y motor de desarrollo occidental, nos ha derrotado siempre, hay que extirparlo desde la raíz, desde la cuna. A partir del vaciado de conocimientos, de su desvalorización como finalidad de la enseñanza, comienza la autoconstrucción del individuo (constructivismo pedagógico) sobre ese vacío, sutilmente aprovechado por el nuevo educador progresista (el que Rousseau llama gouverneur, significativamente gobernador, ya no preceptor; ya no transmite preceptos heredados y, por tanto, "reaccionarios", como, por ejemplo, las normas gramaticales) para intervenir, aparentando ausencia, mera mediación (mediadores didácticos los llama la Logse), moldeando el campo de las percepciones morales de un niño carente de información que le defienda de ese adoctrinamiento "limpísimo", blanco, al que se ve sometido por el agente del pensamiento correcto que lo tutela.

Nada más contrario a la libertad, claro, que este esclavismo de la ignorancia dirigida, en el que ingenuamente caen muchos profesionales y padres bienintencionados, y que es conocido como "educación en valores", olvidando que los verdaderos valores van con la cultura que hemos heredado y con el esfuerzo por alcanzarla.

En este sentido, casi metáfora de todo el libro, me ha resultado particularmente divertida e instructiva la lectura del capítulo dedicado a las matemáticas. Y quiero destacarlo no sólo por la profesión matemática de Alicia, sino porque las matemáticas han terminado por convertirse en eje de un debate que, al menos para los profanos, parecía imposible: ¿cómo puede "adaptarse" o aligerarse algo que en principio es exacto y no admite "valoraciones"? Pues pudieron. Los pedagogos progresistas son capaces de todo, hasta de acusar a las pobres matemáticas de cerrarse al acceso de las masas con su abstracción elitista (o sea, que consideran que los humildes son tontos, que es el pensamiento más auténticamente reaccionario jamás concebido). "Hay que acabar con Euclides", llegaron a gritar. Como avisa Delibes, el lema llevaría a acabar con la civilización misma.

Pero si son descacharrantes algunos de los ejemplos sobre la enseñanza-logse de las matemáticas, hasta llegar a las etnomatemáticas y las matemáticas "de género", que denuncian el machismo destructor del modelo científico en vigor (que el agua hierva a 100 grados en algún otro modelo menos machista seguramente no sucede), lo más significativo es que, como les ocurre con todo, lo que han logrado con la democratización de las matemáticas es que el fracaso de su enseñanza haya aumentado exponencialmente y que las masas hayan salido huyendo ante cualquier atisbo de pensamiento abstracto, cálculo elemental o disciplina intelectual, asuntos para los que nadie las preparó y que las dejan afortunadamente indefensas para que los estafadores o los recaudadores de impuestos, los usureros y, en fin, los que sepan de cuentas, incluso los que no, como Zapatero, puedan engañarlas tan ricamente.

Así pues, lo que Alicia nos cuenta no es sino otra variante de la confrontación general entre liberalismo y socialismo, de la que, en sus versiones pedagógicas, la mayoría de la población no tiene ni la más remota idea. Y, lo que es mucho más grave, no la tienen tampoco buena parte de los responsables políticos, sobre todo de una derecha supuestamente sostenedora de las concepciones liberales y de los fundamentos de nuestra cultura que va perdiendo la batalla desde la Ley Villar Palasí, de 1970.

No me resisto a decir que, al menos, el "pensamiento Alicia" no es sino el antídoto de ese otro "pensamiento Alicia" con que Gustavo Bueno ha caracterizado el no pensamiento del Rousseau de astracán que es nuestro actual presidente del Gobierno. Y que un libro como este manual de Alicia debiera ser lectura obligada de nuestras élites de pacotilla, sociales y políticas. Que a lo mejor así empezarían a entender que puede que en el sistema educativo resulte inevitable el reflejo de la descomposición social, pero que lo que es seguro es que la descomposición del sistema educativo, la muerte del conocimiento y de todo el sistema de valores de nuestra tradición, lleva sin remedio a la descomposición de la sociedad.

Una última alusión, por justicia histórica, al trabajo de Grupo Unisón, donde desde hace ya muchos años Mercedes Ruiz Paz y Rafael Rodríguez Tapia mantienen uno de los escasos bastiones de resistencia a la marea de imbecilidad interesada que ha destruido nuestra enseñanza. El gran libro de Alicia Delibes es su última andanada.

Alicia Delibes Liniers, La gran estafa, Unisón, Madrid, 2006, 172 páginas.
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