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Zapatero en su burbuja

Dicen que Mao Tse Tung, el líder que acabó con setenta millones de personas, jamás se aseaba, que pasaba semanas metido en una cama cuyas sábanas no se cambiaban, que no conocía el dentífrico. Con las encías comidas por la piorrea, los dientes picados, sumido en un insoportable hedor, se hacía llevar al infecto lecho jóvenes vírgenes que contraían graves enfermedades venéreas.

Durante la hambruna que provocó su Gran Salto Adelante, en la que perecieron casi cuarenta millones de personas, sus aterrorizados funcionarios se empeñaban en pintarle un país próspero. A veces Mao salía de la cama para visitar el campo, que suponía idílico. Como sólo había hambre, cochambre y desfallecimiento, las estaciones se acicalaban y falsos campesinos robustos saludaban sonrientes al Gran Timonel. Se tenía por poeta, y dejó escrito: "Hermoso es este paisaje; / e innumerables héroes le hicieron reverencias. / Lástima que los emperadores de Ching y Han / descuidaran bastante la cultura".

También a Zapatero le ocultan los funcionarios el lado feo de sus políticas cuando tiene que viajar. Estamos en el aeropuerto de Guacimeta, Lanzarote. Zapatero quizá recuerde la isla porque estaba en el mapa junto al que una vez posó: quedaba en Marruecos. En la pista le espera Carolina Darias, la subdelegada del Gobierno que ha dado orden de limpiar la terminal de tránsitos. Vela por la sensibilidad de su jefe, que lleva en la maleta siete libros, siete, para leer en la lujosa residencia de La Mareta, a la orilla del lago, o quizá junto a una de las dos piscinas, dos, o en uno de sus diez bungalows, diez. Se trata de que no vea a los noventa y dos inmigrantes, noventa y dos, que se hacinan en una sala de la terminal sin comedor, sin teléfono y sin sol, "en condiciones del todo antihigiénicas e insalubres", según AENA.

La funcionaria los ha metido a la fuerza en un avión para extirparlos del campo visual del presidente y familia, no fuera a ser que los malos olores alcanzaran a Sonsoles. Pero yo creo que el motivo es otro. Conocedores de las especiales circunstancias de Zapatero, de sus dotes miméticas, los altos cargos socialistas temieron que la tez se le tornara repentinamente oscura, se descamisara y empezara a hablar en extraños dialectos africanos, pidiéndoles con gestos un cigarrillo a los guardias civiles que le acompañaban.

(3-VIII-2005)

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